domingo, 21 de agosto de 2005

Los años cruciales de Fuencaliente

En el censo de 1860 habitaban el municipio 1.197 vecinos, de los cuales 622 se asentaban en Las Indias


JUAN CARLOS DIAZ LORENZO*
Fuencaliente

La independencia de Fuencaliente coincidió con la regencia de María Cristina de Borbón (1833-1840) y la promulgación de la Constitución Liberal del 18 de junio de 1837, que se amparaba bajo los principios de libertad, igualdad y fraternidad y contenía objetivos bien definidos: Extensión del sufragio, reparto de tierras comunales, revisión de los títulos de señoríos, replanteamiento de las ventas de la desamortización eclesiástica, abolición de los consumos, igualdad en el reclutamiento por quintas, organización federal del poder, derecho al trabajo...

Los primeros años de vida del nuevo municipio fueron duros y difíciles como consecuencia de las condiciones derivadas de un pueblo pobre, de escasos recursos, falto de agua, malas cosechas y sometido a una notable presión recaudatoria que, en algún momento, puso en aprietos su continuidad.

El 23 de febrero de 1837, apenas cuatro días después de la constitución del primer ayuntamiento de la localidad, se reunió el pleno para nombrar al primer secretario en la persona de José María Hernández García, quien además ocuparía de modo paralelo el cargo de maestro de primeras letras y más adelante, los de mayordomo depositario de los fondos generales de la contribución del culto y celador de montes hasta su cese en 1844. También se acordó alquilar una casa por un año que tuviera sala capitular y "señalar y marcar los puntos donde se debe fabricar la cárcel y corral de este lugar, y que quedaron marcados y señalados para dar principio al trabajo cuanto antes" y autorizaba "el corte de madera para la casa capitular, cárcel y demás obras públicas en este pueblo".

Los vecinos de Las Caletas -bajo la supervisión del tercer regidor municipal, Blas Hernández García- se hicieron cargo de los trabajos de la cárcel, cuyas obras comenzaron en marzo de 1837, mientras que los vecinos de Los Canarios acometieron el corral vecinal, según el mismo acuerdo municipal, que designó al segundo regidor, Mariano Pérez Ríos, para su consecución.

Y se recuerda a los vecinos su obligación de participar en la gestión municipal:

"... sobre el personal que podía desempeñar los empleos municipales de república, que lo son en este pueblo un alcalde, cuatro regidores y un síndico con arreglo al artículo cuarto del Decreto de las Cortes de 23 de Mayo de 1812" (acta de 24 de diciembre de 1838).

Como se cita, los libros de actas ponen de manifiesto las dificultades derivadas de una fuerte presión recaudatoria de impuestos como consecuencia de la controvertida política nacional de la época.

Así, ocho meses después de constituido el nuevo ayuntamiento "se nombran dos recaudadores para cobrar la contribución extraordinaria de guerras" y en cada sesión son constantes las citas que recuerdan y obligan al cobro de impuestos para satisfacer las exigencias "de la Superioridad":

Son constantes los acuerdos de esta índole, entre los que seleccionamos los más llamativos:

"Acordose que cada regidor en sus respectivos cuarteles proceda á embargar á los contribuyentes morosos en verificar el pago de sus respectivas cuotas de contribución y todo el que no lo verifique del modo acordado sufrirá los estragos que ocasiona una comisión..." (acta de 16 de julio de 1849).

"Vióse una circular del Sor. Gobernador de la Provincia inserta en el Boletín número 45 referente á que se satisfaga por esta corporación el veinte por ciento sobre los arbitrios e impuestos establecidos y se acordó su cumplimiento" (acta de 13 de mayo de 1850).

"... con objeto de discutir el medio para cubrir el déficit del presupuesto municipal y se acordó el recargo de 35 reales 22 céntimos sobre el cupo de la contribución territorial" (acta de 25 de octubre de 1859).

"... hallándose próximo el tiempo de solventarse los adeudos de contribuciones del presente año, y adeudando aún cantidades los forasteros, se les invite por los Regidores á que comparezcan a satisfacerlas en la recaudación" (acta de 15 de noviembre de 1859).

De acuerdo con el artículo 3º de la Ley de 3 de febrero de 1823, en el mes de octubre de cada año el Ayuntamiento debía elaborar y remitir la previsión del presupuesto municipal a la Diputación Provincial, para su autorización.

En febrero de 1839 el Ayuntamiento acomete "la formación de la casa pósito de este pueblo, formándose el efecto las listas y arreglo del trabajo" y se advierte a la población del riesgo de la fiebre amarilla, según una comunicación de la Diputación Provincial.

A partir de 1840 se advierte una mayor participación vecinal en los asuntos de la política local, aunque sujetos a las disposiciones de orden provincial y nacional. Es el caso, por ejemplo, de la reorganización de la milicia, en la que el Ayuntamiento tiene que hilar muy fino, echando mano del venerable párroco y de sus libros bautismales para conformar las listas de mozos.



Relaciones difíciles
Las relaciones en esta primera etapa con el vecino pueblo de Mazo, aunque en apariencia normales, fueron difíciles. Y no sólo en cuestiones administrativas y recaudatorias, sino también motivadas por disputas en cuanto a la delimitación de los linderos, de tal modo que la Diputación Provincial tuvo que intervenir en varias ocasiones para poner orden en las respectivas aspiraciones. También existieron problemas análogos con El Paso, aunque no tan tensos, relacionados con los linderos en Los Charcos y la zona de monte.

En julio de 1850 aún no estaban claramente delimitados los linderos del municipio, de lo cual también se ocupa la corporación, como así aparece reflejado:

"De diez de julio del año ppdo. se nombran para calcular la extensión del pueblo a Dn. Domingo Pérez y Pérez, quien calculará igualmente las tierras que no tienen o nada producen siendo sus acompañantes Dn. Antonio Guillén Méndez y Dn. Antonio González. Se nombra igualmente á para que midan de las rayas limítrofes del pueblo de Mazo al del Paso á como asimismo del puerto denominado Punta Larga a la Montaña del fuego á Dn. Pedro Morera Yanes y Dn. Antonio Díaz Ximénez, á quien se haga saber este nombramiento por el Sor. Presidente a fin de que evacuen con toda prisa que el asunto requiere".

Desde un principio existió conciencia colectiva de la importancia que supone la conservación de los magníficos montes de pinos en el municipio. En ese sentido, las disposiciones sobre cortes de madera fueron, durante años, motivo de severas advertencias a los vecinos que pudiesen incurrir en falta y en algunas ocasiones motivo de sanciones y hasta enfrentamientos con los pueblos de Mazo y El Paso.

En los libros de actas se consignan algunas citas curiosas, como éstas:

"Acordose mandar a cortar en los montes de este lugar ocho dornajos que indispensablemente se necesitan para lavar la ropa en el pozo donde está todo el vecindario..." (acta de 23 de diciembre de 1860).

"... también se trató sobre el cuidado con que se deben conservar los pinares, aunque los terrenos sean de particulares, tomándose las medidas legales, y no permitiéndose la más leve infracción ó abuso de las ordenanzas del ramo" (acta de 23 de diciembre de 1860).

No menos severas eran las advertencias para el pastoreo del ganado:

"El Sor. Presidente llamó la atención de la Ilustre Municipalidad acerca de los daños que se causan con los ganados por ciertas personas que no pueden por no tener que darles de comer y tienen por necesidad que hacer daño en propiedades ajenas; y en consecuencia se acordó se les reduzca dicho ganado al puramente indispensable y que tengan donde eriarlo, no encontrándose en propiedad ajenas para no ser castigados como corresponde, si cualquiera se quejare de hoy en adelante..." (acta de 2 de julio de 1860).

Un hecho lamentable vino a complicar aún más las cosas en la pobre economía local, cuando el 5 de noviembre de 1844 una plaga de langosta llega a la Isla y asola las cosechas. El Ayuntamiento, reunido con carácter urgente, y pese a su impotencia en este tipo de circunstancias, reclama "prontas y eficaces gestiones".

Las dificultades de las malas cosechas, de la carencia de agua y, en consecuencia, de las sequías que padecía el territorio obligó a la corporación a invocar medidas de orden divino:

"Acordose oficiar al venerable párroco para que se haga rogativa, quitando en procesión ordinaria á Nuestra Señora de los Dolores para ver si la Divina Providencia nos socorre con lluvia para que no se pierdan los sembrados" (acta de 1 de marzo de 1854).

"... que sólo habrá como ciento cincuenta reses lanares, ciento siete cabrío y como cuarenta de cerdo; no pasando de dos el vecino que más tiene, y éstos los cogen de comer a la mano no perjudicando a persona alguna" (acta de 18 de abril de 1858).



El censo de 1860
El diccionario estadístico-administrativo de Pedro Olive cita que en el censo de 1860 habitaban Fuencaliente 1.197 vecinos y la mayor parte de la población se asentaba en el barrio de Las Indias, con un total de 622. Los Canarios apenas sobrepasaba el centenar -de hecho, lo superaban en número Los Quemados y Las Caletas-, lo que pone de manifiesto que fue la construcción de la carretera general del Sur, a finales de siglo, lo que motivó su despegue poblacional.

Las condiciones de vida eran bastante deficitarias. La mayoría de los vecinos vivían en chozas construidas con piedra seca y techos de colmo de centeno, pues de 685 construcciones censadas, 432 eran chozas, sólo seis casas tenían dos pisos, cuatro de ellas en Los Quemados. En este barrio estaba ubicado, por entonces, el Ayuntamiento y se asentaban las familias más pudientes del pueblo, así como en Los Polveros y Las Cabezadas, en Las Indias.

Pedro Olive describe la situación de los acuíferos: "Sólo existen dos pozos con una producción de 360 pipas en 24 horas. En años de sequía, en los aljibes no se llenaban, los vecinos tenían que recurrir a ellos e incluso recogían agua de los pozos que existían en Bajamar para beber".

El periódico El Time, primero que vio la luz en La Palma, incidía en el tema: "Causa gran pena ver que no tienen sus vecinos de donde proveerse de agua más que de un pozo cerca del mar y a la larga distancia, siendo tan salobre que apenas se puede tragar, y que la necesidad obliga a servirse de ella".

En esta época existía en Fuencaliente una escuela de niños, que costaba a las arcas municipales 1.100 reales de vellón. Apenas 27 personas sabían leer y escribir -24 hombres y tres mujeres- y todas estas carencias unidas a la natural pobreza del suelo, en terrenos de escorias volcánicas en los que sólo la vid y el centeno eran productivos, así como la crisis vitivinícola, obligaba a la juventud a la emigración americana. En el plazo de cinco años, según los datos de Olive, 77 fuencalenteros emigraron a Cuba, lo que provocó un desnivel en la pirámide de edad, pues entre los 16 y 30 años sólo había en el pueblo 122 hombres y 207 mujeres.

La alimentación se basaba, fundamentalmente, de gofio de centeno, boniatos, pescado y las escasas variedades de verduras de una tierra de secano, en las que en los años de sequía había de recurrir al gofio de raíz de helecho, que era por entonces uno de los mayores rendimientos de los montes públicos.

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