domingo, 25 de marzo de 2007

Olvia Stone, en el Llano de Argual

Juan Carlos Díaz Lorenzo
Los Llanos de Aridane


Entre los viajeros ingleses que visitaron la isla de La Palma en la segunda mitad del siglo XIX destaca Olivia Stone, autora de un extenso libro de viajes titulado "Tenerife y sus seis satélites", publicado por primera vez en Londres, en 1887 y traducido al español por Juan S. Amador Bedford y publicado en 1995, en los tiempos en que Jesús Bombín Quintana era responsable de publicaciones del Cabildo Insular de Gran Canaria.

La escritora inglesa visitó las Islas Canarias entre septiembre de 1883 y febrero de 1884. El 5 de septiembre del citado año arribó al puerto de Santa Cruz de Tenerife, a bordo del vapor Paraná, y el viaje de vuelta comenzó el 15 de febrero del año siguiente, en el puerto de La Luz, esta vez a bordo del vapor Trojan. Las crónicas de los viajeros y científicos constituyen una interesante fuente documental para conocer la imagen y la situación del archipiélago en la época a que se refiere. El estudio de estas publicaciones resulta atractivo, entre otras razones porque permite apreciar la visión que tenían los visitantes, en su mayoría ingleses, alemanes y franceses -caso de Elizabeth Murray, René Verneau, Sabino Berthelot, Karl von Fritsch, Piazzi Smyth y Adolphe Coquet, entre otros-, personas de una buena posición económica para permitirse un viaje de esta naturaleza, además de cultos, pues la mayoría de ellos se habían documentado previamente con textos referidos a la historia y la naturaleza de las islas. En el caso de Olivia Stone, por ejemplo, se aprecian las referencias que hace a la obra de Viera y Clavijo y también a su antecesor George Glas.

Olivia Stone relata su llegada a la villa de Los Llanos de Aridane, el 12 de octubre de 1883, el mismo día de su llegada a La Palma después de casi cinco días de viaje a bordo del velero Matanzas por falta de viento, diciendo que este pueblo es "un lugar limpio, con casas bastante buenas y un par de plazas; la más cercana a la iglesia con bancos". Sin embargo, su destino estaba un poco más lejos, en la residencia de Miguel de Sotomayor y Fernández, para quien Olivia Stone y su esposo portaban una carta de recomendación.

"El camino que llevaba a sus casas discurría junto a una acequia, mucho mayor que la de Los Llanos, de la cual goteaba agua sobre la orilla del camino, haciendo que creciera un talud exuberante de helechos y flores silvestres. Esta acequia fue construida por la familia Sotomayor, con dinero propio, para que la usase la gente de sus tierras y para regar".

Cuando la viajera inglesa llegó al llano de Argual, "todo estaba bastante oscuro" y relata que "cruzamos a caballo una puerta y un gran patio cuadrado hasta llegar" a la residencia de los hermanos Miguel y Manuel de Sotomayor. "Nos condujeron a su despacho, mientras le hacían llegar nuestra carta".

El recibimiento otorgado a los recién llegados fue atento y distinguido. "Poco después entró y, tras una conversación de unos minutos, nos llevó a la casa de su hermano y hermana, al otro extremo del patio. Nos recibieron con enorme hospitalidad y, poco después, cenamos. Los habitantes son muy amables al recibir así a desconocidos y existen pocos países que estén tan bien dispuestos. Encontramos mucha hospitalidad sincera. Frecuentemente llegábamos tarde por la noche a casa de un desconocido, a veces con una carta de presentación y otras veces sin ninguna, y nos recibían, nos trataban con amabilidad y nos íbamos contentos. Si menciono la manera en que fuimos recibidos, nuestras habitaciones y la comida que se nos ofreció, es porque confío en que no se considerará un atentado contra la hospitalidad, ya que sólo lo hago para mostrar las diferentes formas de vida y las diversas costumbres y hábitos que son propias de otra nacionalidad".

Stone refiere en su relato que la familia Sotomayor "es una de las familias españolas más antiguas, forman parte de la verdadera aristocracia del archipiélago y se encontraban entre los primeros colonos que se asentaron aquí". En el momento de su visita, como se indica, los hermanos Miguel y Manuel de Sotomayor eran los propietarios de la hacienda, cuyas extensas propiedades administraban conjuntamente.

"Dan trabajo -escribe- a un considerable número de personas, porque cultivan caña de azúcar, té, café, viñas y tabaco, además de los alimentos necesarios para la vida diaria". Agrega que, durante su estancia, el hacendado Miguel de Sotomayor "nos señaló una fruta que, según nos dijo, era nueva en las islas, llamada sandía. Es como un melón, pero rosa por dentro y tiene semillas negras".

A pesar del rato tan agradable que los viajeros ingleses disfrutaban con sus anfitriones, "me alegré cuando sugirieron que nos debíamos ir a acostar, ya que estaba muy cansada. Nos condujeron a una habitación en el piso bajo, en la que había cuatro camas en fila. Se nos proporcionó de todo, ¡incluso colonia, pomada aromática y cepillo de dientes! Encontramos provisiones semejantes para los viajeros en muchas casas, especialmente entre las clases altas de modo que, evidentemente, es habitual".

La viajera hace un apunte sobre la forma de viajar, y escribe lo siguiente:

"Generalmente los españoles viajan con poco equipaje, o ninguno, evitando así tener que usar un caballo de carga. Por supuesto que es más caro viajar con equipaje, pero me temo que los ingleses no podríamos hacerlo de otra manera. Pensamos, de hecho, que solamente llevábamos con nosotros lo mínimo para subsistir y que habíamos economizado mucho, ya que necesitábamos sólo una mula para el equipaje. Me temo que nuestros amigos españoles no pensaban lo mismo".

"Padecía mucho con unas ronchas producidas por el sol que me salían sobre todo en las manos; por la noche me escocían tanto que casi no podía dormir. Don Manuel [Sotomayor] las notó y me ofreció un líquido refrescante y una pomada para curarlas. Me alegró enormemente recibir su medicación. Su esposa se rió y me dijo que era el médico apañado de todo el vecindario, cosa que creo será muy necesaria ya que el médico más cercano vive en la Ciudad. El tratamiento de don Manuel resultó muy eficaz".

En la descripción que hace Stone, la casa de la familia Sotomayor está situada a 850 pies sobre el nivel del mar. El sábado, 13 de octubre, al amanecer, la temperatura en la habitación de los huéspedes era de 21,1 grados centígrados (70 grados Fahrenheit). "Una de nuestras ventanas -apunta- da a una inmensa plaza formada por esta casa, otro par de viviendas y algunas oficinas. Se parece un poco a un patio de Cambrigde. En el centro hay un pequeño estanque, rodeado de piedra viva, como un roquedal, alrededor del cual crecen tres grupos de elegantes plantas de papiro. Algunas palomas, blancas y negras, revolotean y picotean grano en el suelo. Nuestra otra ventana da a un hermoso jardín, con un aljibe de cemento en el centro, que se utiliza para la irrigación y que tiene unas pilas de lavar a su lado. ¡Qué lugar tan bello para hacer la prosaica colada, a la sombra de naranjos y mirtos. Abandonando nuestro dormitorio, paseamos por la casa y subimos al piso superior y, al encontrarnos con una sirvienta, le preguntamos cómo se llegaba a la azotea".

Olivia Stone se muestra fascinada en la descripción que hace a continuación del entorno que le rodea y de lo que divisa a lo lejos:

"Desde allí se obtenía una espléndida panorámica de las montañas. Las del lado Oeste de la Caldera recorren un amplio arco hacia nuestra izquierda; forman farallones y tienen perfiles muy afilados. Cerca del mar podemos ver un camino que sube por el empinado risco en zigzag y cruza por encima de la parte más baja que rodea la Caldera, y que esperamos recorrer mañana. Frente a nosotros y escondiendo parte de la Caldera -ya que forma un extremo de la pared curva que rodea el cráter- se encuentra el Pico de Bejenao. La cumbre del afilado perfil que rodea la Caldera es el Pico de los Muchachos. A la derecha de Bejenao se extiende el sinuoso llano o pendiente por el que pasamos ayer tras cruzar la cadena principal de montañas que recorre el centro de La Palma".

"El terreno de los alrededores está bien cultivado, sobre todo en las inmediaciones de esta casa. Hay grandes plantaciones de caña de azúcar, de aspecto verde y fresco, y numerosas plantas de tabaco que inclinan elegantemente las largas hojas verdes de sus rígidos tallos. Hay plátanos y calabazas secándose en la azotea y un mono, allí encadenado, nos observa con esos ojos semihumanos, que atraen y repelen a la vez. A nuestros anfitriones parecen gustarles los animales. Además de las palomas y del mono, hay tres perros, algunos gatos, cuatro conejillos de indias y siete pájaros en jaulas colgadas en el pórtico".

Dispuestos para seguir su recorrido por la isla, "tomamos té con bizcochos esta mañana temprano y ahora vamos a desayunar ¡"cuando lleguen las mulas"! Nos pareció muy divertido que no se sirviese el desayuno hasta que llegasen los animales para que pudiésemos salir inmediatamente después, bien preparados y con fuerza para nuestro viaje del día, aunque la hora a la que los arrieros podrían llegar era algo maravillosamente incierto. Nos quedamos otra noche con nuestros gentiles anfitriones porque queremos subir a caballo por la parte inferior de la Caldera, un trayecto que requiere muchas horas".

Antes de la partida, los viajeros ingleses habían departido con uno de sus anfitriones, Manuel de Sotomayor, sobre el traje típico. "Nos trajo un sombrero o gorra que se usa en una de las zonas vecinas. Está hecho de una tela tejida artesanalmente, de color castaño oscuro, casi negro, con un pico delante y un ala caída por detrás, en realidad muy parecido a un "sueste". Nos lo regaló amablemente y dijo que nos conseguiría uno de los delantales de cuero. En ese momento un hombre que llevaba un samarrón cruzó el patio. Llamándolo para que viniera, le pidió que nos diera su delantal, y así lo hizo, quitándoselo allí mismo. Había escrito su nombre en el reverso con tinta antes de enviar la piel a curtir, garantizando así que le devolvieran la misma piel. Nuestros anfitriones nos regalaron algunas escobas de palma típicas, fabricadas con hojas de palma rajadas. Las más pequeñas, de unas ocho pulgadas de largo, se utilizan como escobillas de mano para la ropa o los muebles. Las más grandes tienen un mango clavado y son para uso doméstico. Nuestros amigos se acercaron hasta la puerta para vernos partir y doña Antonia arrancó una hoja de palma y la sostuvo sobre su cabeza como si fuese un parasol, y muy pintoresco".

Comenzó, a continuación, el siguiente tramo del viaje de los esposos Stone en La Palma. "Cabalgamos por unos caminos y por debajo del pueblo de Argual y, en pocos minutos, llegamos al lado este del barranco de las Angustias, por cuyo lecho avanzaron los españoles cuando conquistaron la isla. Nosotros, sin embargo, cabalgamos por la parte superior del lado este, a no más de unos 150 pies sobre el fondo. El risco opuesto está dividido en dos partes hasta una cierta distancia del mar, y la mitad inferior es escarpada y contiene cuevas. Tiene también unos cortes de lo más curioso, como si el acantilado hubiera sido seccionado de arriba abajo con gigantescas y poderosas paletas de cortar queso. Esos cortes semicirculares comienzan y terminan abruptamente. La mitad superior de la montaña tiene una ligera pendiente al principio y en ella hay algunas casas aisladas y la tierra está dispuesta en bancales, pero la pendiente pronto se vuelve escarpada y, finalmente, vertical. Mientras avanzamos por el barranco a lo largo de un sendero estrecho a mitad de la falda, podemos mirar hacia atrás y hacia abajo, por todo el estrecho barranco rodeado de riscos, hasta el mar, donde hay una goleta fondeada cerca de la costa".

El relato de Stone se vuelve minucioso, cuando detalla su acceso a la Caldera:

"Mientras serpenteamos por el estrecho sendero, la pendiente bajo nosotros se vuelve escarpada, casi tanto como la de la fachada opuesta. Vemos perfectamente el estrecho desfiladero a nuestros pies por donde fluye un sinuoso arroyo, como un hilo de plata. La distancia hace que el agua parezca poca pero, en realidad, es abundante, suficiente para abastecer a Argual, donde llega por canales excavados y acequias".

"El fondo del barranco es de lava gris, lo que Fritsch llama piedra conglomerada de la Caldera, y ahora se encuentra a unos 1.000 pies más abajo, quedando otro tanto de precipicio por encima de nosotros en el lado que estamos. Los riscos del lado opuesto tienen unos precipicios de unos 3.000 pies de altura. De vez en cuando el aspecto vertical del paisaje cambia cuando aparece algún terreno pendiente en el lateral del risco donde, si la tierra es buena, está dispuesta en bancales y donde se aferran algunas casas de paredes blancas y tejados de teja roja. También en el fondo del barranco, a unos pies sobre el cauce, vemos una pequeña zona -que desde esta altura parece una meseta, aunque no realmente plana porque está dispuesta en bancales- cubierta de cañas y de tabaco, verde y refrescante para la vista, que contrasta con las faldas pardas de la montaña. Dondequiera que se ha acumulado tierra en los riscos, allí ha echado raíz un pino y su base está rodeada de verdor, zonas suaves y curiosamente brillantes, sobre la parda aridez de este paisaje de aspecto basáltico. Frente a donde nos encontramos hay una pequeña meseta en una vuelta del camino. Podemos ver ambos lados del barranco si miramos hacia el extremo superior. Numerosas crestas o espolones, de la cadena o anfiteatro principal de riscos que forman La Caldera, bajan hacia el centro como rayos convergentes. Las paredes de este cráter gigantesco tienen entre 3.000 y 4.000 pies de precipicio vertical antes de que aparezcan los espolones...".

domingo, 18 de marzo de 2007

San Andrés, remanso de paz

Juan Carlos Díaz Lorenzo
San Andrés y Sauces


A Miguel y Olga, vecinos
de San Andrés

En todos los pueblos de La Palma encontramos rincones de singular belleza, llenos de paz y quietud en el sereno transcurrir de las horas, y en algunos de ellos, como ocurre en la villa de San Andrés, parece que el tiempo se hubiera detenido. El caserío tiene un encanto especial. En cualquiera de las esquinas y los rincones de este bello enclave de la geografía insular, la historia se asoma por las empedradas calles y los blasones de las casas señoriales se convierten en testigos de un pasado glorioso, que remonta sus orígenes a los primeros años del siglo XVI.

Muy cerca, en la orilla inmediata, la frontera del inmenso mar. El mar que rompe con fuerza en la costa abrupta y se extiende hasta el horizonte infinito bajo su manto azul. En la noche, como cada noche desde hace más de cien años, los haces de la luz salvadora del faro de Punta Cumplida marcan la derrota de los navegantes. En tierra, la brisa de la cumbre se acelera en su recorrido y susurra entre las esbeltas palmeras y el entramado meticuloso de las hojas de las plataneras, como antaño lo hiciera entre los altivos cañaverales que daban vida a los ingenios azucareros.

La arquitectura tradicional encuentra aquí uno de sus ejemplos más interesantes. El conjunto de viejas casonas señoriales, la mayoría felizmente conservadas, se dispone junto a la recoleta plaza donde eleva su pétrea estructura la iglesia de San Andrés, y las calles adyacentes. Al arrullo de las palmeras, la pequeña fuente derrama sus chorros de agua dando vida a los jardines que la circundan. El lugar es de una gran belleza. En San Andrés, parece que el tiempo se detuviera.

Allí, desde hace mucho tiempo, manos amigas reciben siempre con su mejor sonrisa. Y el cronista siente la vocación de la deuda permanente, envuelta en halo de gratitud, de volver al feliz reencuentro en cualquier momento. Al reencuentro de la amistad y al reencuentro con la Historia, que en este lugar tiene un especial encanto y protagonismo.

Las calles de la villa de San Andrés, de sencillo trazado y en pendiente, hay que recorrerlas a pie para observar con detenimiento cuantos detalles encontramos en nuestro recorrido. A cada instante apreciaremos evocaciones del pasado y entonces comprenderemos mejor su importancia y su protagonismo.

Cuando Europa vivía la euforia del Renacimiento italiano, en este lugar se había consolidado un asentamiento poblacional que daría origen, en el transcurso de los años, a una de las comarcas más ricas y prósperas de la isla, lugar donde las principales familias del Antiguo Régimen establecieron sus reales, mientras el campesinado que les asistía en los cultivos se vieron desplazados a la parte alta de Los Sauces.

En los siglos XVI y XVII, San Andrés se convirtió en un importante centro comercial y pronto adquirió el título de villa. Las crónicas de la época cuentan que llegó a tener tres escribanías, y entre sus habitantes figuraban familias consideradas entre las más distinguidas de la isla.

El puerto natural de la comarca conoció épocas de gran auge y esplendor, hasta el punto de convertirse en uno de los de mayor actividad exportadora de la isla. En la actualidad, y gracias al celo que han puesto los gobernantes municipales de los últimos años y el interés y la constancia de los actuales vecinos, podemos apreciar los restos de lo que fue su pasado de grandeza, con unas casonas señoriales entre palmerales y plataneras, que conforman uno de los rincones más bellos de toda la isla.

La paz y la quietud que hoy se respira en la villa de San Andrés, discurre en torno a la antigua parroquia bajo la advocación del patrono que lleva su nombre, y que está considerado uno de los primeros templos que se construyeron en la comarca, pues en el año de gracia de 1515, es decir, apenas 22 años después de finalizada la conquista de la Isla, en las Sinodales del obispo Fernando Vázquez de Arce, ya aparece declarada como iglesia parroquial, siendo confirmada por real cédula del emperador Carlos V, que tiene fecha de 15 de diciembre de 1533.

La mencionada Real Cédula de 1533 concedió los beneficios de Puntallana y La Galga y San Andrés y Sauces, aunque no consta si fueron segregados de la jurisdicción parroquial de la capital insular después del citado año o lo habían sido antes, en virtud de lo dispuesto en las citadas Sinodales.

El primer libro de bautismos data de 1548. Por las anotaciones hechas en él se sabe que el 24 de enero de 1566 tomó posesión del beneficio el sacerdote Francisco Rodríguez Lorenzo, que fue el primer cura con título real y que había relevado a su predecesor, Juan Lorenzo.

Por entonces dependía del beneficiado de San Andrés la iglesia de Nuestra Señora de Montserrat, "distante un cuarto de legua, servidas ambas por un mismo párroco", excepto en las fechas de Semana Santa y Pascua de Resurrección, en que los vecinos de Los Sauces pagaban a un sacerdote para que hiciera los oficios religiosos. En San Andrés se celebraban las fiestas patronales en su fecha correspondiente y en Los Sauces en los domingos infraoctavos.

Desde su creación y durante algún tiempo, la parroquia de San Andrés tuvo una amplia jurisdicción que llegaba hasta Barlovento, de modo que en el censo de 1585 figuran juntos los habitantes de ambas comarcas. La iglesia, restaurada hace unos años, lo mismo que la plaza, posee una gran riqueza artística, figurando en ella varias tallas de arte flamenco, traídas por los mercaderes para los propietarios de la zona, que las ofrecían a la iglesia.

En el libro de mandatos de la citada parroquia se encuentran algunas disposiciones de los obispos y visitadores que son dignas de interés. Entre ellas hay que destacar una que corresponde al obispo Francisco Martínez, en la visita realizada el 18 de abril de 1603, en la que hace constar:

"Otrosí: Porque a mi noticia ha venido que en algunos de los dichos lugares toman por devoción mayormente en tiempo de necesidad de agua de hacer procesiones fuera del término de su lugar en mucha distancia, de lo cual se han seguido y siguen muchas riñas y pendencias entre los vecinos; y demás desto, muchas deshonestidades entre hombres y mugeres quedándose a dormir por los campos, o quedándose atrás de las tales procesiones en los barrancos y lugares escondidos con achaque de que no pueden caminar tanto, en lo cual en lugar de aplacar a Dios nuestro Señor para que les conceda lo que piden en tales procesiones, no solamente no lo hacen, pero antes le ofenden más gravemente e indignan para que no se les conceda".

Otro de los mandatos corresponde a la anotación del visitador y vicario general del obispado, Gaspar Rodríguez del Castillo, fechado el 22 de abril de 1610, en el que ordena lo siguiente:

"Que de aquí en adelante ninguna mujer entre ni salga de la iglesia con sombrero, pasados de cuatro pasos, so pena por la primera vez, dos reales; por la segunda, cuatro; y la tercera, el sombrero perdido por tercias partes, Juez, Fiscal y el Santísimo Sacramento".


En el siglo XIX

Pascual Madoz, en su célebre Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1850), escribe de la villa de San Andrés que se encuentra "en un pequeño y delicioso valle entre los barrancos del Agua y de San Juan, con cielo alegre, buena ventilación y clima saludable. Forma ayuntamiento con el lugar de Los Sauces y los pagos de Galguitos, Las Lomadas y barranco del Agua. Tiene 658 casas, pocas de ellas agrupadas en el centro de la jurisdicción y las demás esparcidas en los referidos pagos, y una iglesia o parroquia bajo la advocación de San Andrés, de la que es aneja la iglesia de Nuestra Señora de Monserrate que se halla en Los Sauces, servida por un cura, un presbítero y dos sacristanes: el curato es de primer ascenso y se provee por S.M. o el diocesano, mediando oposición en concurso general. Hay una escuela de primeras letras, un pósito de corto capital y cuatro ermitas dedicadas a San Sebastián y San Juan Bautista en el pago de Los Galguitos; a San Pedro en el de Lomadas y a Nuestra Señora en el barranco del Agua. Antes de la exclaustración hubo un convento de frailes franciscos, cuya iglesia y edificio nada tienen de particular".

"El terreno es de buena calidad y abundante en aguas. Produce trigo, cebada, maíz, patatas, legumbres, orchilla, vino, frutas de varias especies, ganado cabrío, lanar y vacuno, abundantes pastos", con una población, por entonces, de 2.635 vecinos.

Así pasaron los años en la vida apacible y sencilla de la villa de San Andrés, aunque en recelo con la localidad de Los Sauces, como lo acredita el hecho de que en el año de 1855 se dispuso "para cortar rivalidades antiguas entre ambos pueblos", que se alternase el orden de las fiestas, es decir, que se hicieran las fiestas principales en los días en que correspondían según el almanaque, un año en una parroquia y otro año en la otra, "y que ambas se considerasen como iguales".

La viajera inglesa Olivia Stone, que visitó La Palma en 1887, escribe en su libro Tenerife y sus seis satélites, refiriéndose a la villa de San Andrés, que "es un lugar mucho más antiguo que Los Sauces pero como, por desgracia, no posee agua sino que tiene que abastecerse del barranco, está decayendo ante su rival más joven y más próspero. San Andrés es famoso porque posee la iglesia más antigua de La Palma. La visita mucha gente procedente de todos los puntos de la isla, que viene a que le cure el Gran Poder de Dios, favor que concede a los que visitan la iglesia. Como en Los Sauces, aquí también hay muñecas vestidas y figuras de cera colgadas alrededor de una columna particular. El piso de la iglesia es de ladrillos rojos y blancos, colocados entre trozos oblongos de madera. También nos mostraron unas imágenes talladas de San Juan y de la Magdalena y una talla, de tamaño real, de un Cristo yaciente, en una caja de madera: "El Cristo muerto" lo llamaban. Sólo alcanzamos a oír la palabra "muerto" y, cuando vimos la caja, pensamos que nos iban a mostrar un cadáver o una momia. Estas imágenes fueron todas hechas y regaladas a esta iglesia por un hijo de la Ciudad. Fuera, en el patio de la iglesia, crece el eucalipto, curativo y aromático. Cerca de la iglesia se encuentran las ruinas del convento de la Piedad. Su último monje, San Francisco, murió alrededor de 1867".

Otro viajero inglés, Charles Edwardes, autor del libro Excursiones y estudios en las Islas Canarias (1888), describe el lugar diciendo que "la iglesia se levanta en su pequeña y descuidada plaza. Nada hay de excepcional en ella excepto sus pinturas melodramáticas, su altar, fechado en 1694, y su añejo techo de madera. El sacristán nos lo enseñó todo, incluidas las enmohecidas botas del cura y sus calcetines, que se guardaban en la sacristía junto con los vasos sagrados".

"Hoy en día -prosigue-, San Andrés y Los Sauces forman una sola población, de la que la primera es su parte inferior. El distrito es famoso por sus aguas, su fertilidad y su aire puro y estimulante. Si La Palma ha de tener un sanatorio, éste debería ser construido en Los Sauces, cuya parte superior se halla a más de mil pies sobre el nivel del mar. Varias hermosas casonas y fincas, con sus jardines, otorgan un grado de esplendor a las afueras del pueblo que contrasta con el rosco y austero casco. Un enorme y antiguo monasterio, compacto como una ciudadela, se alza desde su soberbia posición. La plaza contiene un jardín italiano de palmeras, naranjos y multitud de arbustos y flores salpicados de estatuas. Al llevar largo tiempo desatendido, sus elementos luchan y se estrangulan entre sí".

domingo, 11 de marzo de 2007

Naúfragos españoles en Tazacorte

JUAN CARLOS DíAZ LORENZO
TAZACORTE


En enero de 1918, la cancillería alemana comunicó la decisión de una nueva ampliación del bloqueo marítimo a los aliados, lo que suponía, en la práctica, la guerra submarina total. En el nuevo escenario bélico, España, a pesar de ser un país neutral, se encontraba en una situación muy complicada, pues provocaría grandes dificultades para la navegación de los buques nacionales en las denominadas líneas de soberanía, que unían la Península con Canarias y los territorios africanos.

Además de los problemas que ello originó en el tráfico marítimo, así como en el abastecimiento y la exportación frutera de las islas, la flota mercante nacional sufrió una grave sangría de tonelaje a manos de los submarinos alemanes, situación que, en muy poco tiempo, tendría graves consecuencias. En el estreno del nuevo año, poco podrían imaginarse entonces los armadores, los tripulantes de los barcos y el propio Gobierno nacional, el alcance que tendría la crisis.

Hasta entonces, se habían producido varios ataques de los submarinos alemanes a buques de bandera española, entre ellos el vapor Punta Teno, hundido el 29 de febrero de 1917 cuando navegaba a unas 25 millas de Santa María de Ortigueira, frente a las costas de Galicia, pereciendo varios tripulantes. Este buque era el segundo de Naviera de Tenerife, una sociedad que representaba el intento de los exportadores fruteros para tratar de garantizar el envío de la producción isleña a los mercados europeos. La experiencia acabó en tragedia, pues además de la pérdida del citado buque, el 30 de noviembre de 1916, en aguas de Puerto de la Cruz, se había producido el naufragio del buque Punta Anaga, triste suceso en el que perdieron la vida tres marineros.

Recién comenzado 1918, transcurrirían apenas unas horas desde la comunicación de la ampliación del bloqueo para que los temibles U boat alemanes comenzaran a sumar barcos españoles a su trágico historial de presas de guerra. Y todo ello a pesar de las enérgicas protestas del Gobierno nacional, cuyos esfuerzos diplomáticos tuvieron escaso eco.

Al ataque sufrido el 12 de enero por el vapor Bonanova, que resultó seriamente averiado, poco después, el día 21, resultó hundido el vapor Víctor Chávarri, con un saldo de tres muertos y dos heridos. El siguiente caso fue el vapor Giralda, cuyos náufragos fueron recogidos por el vapor español Cabo Menor. La lista aumentó en las semanas siguientes, figurando, entre otros, los nombres de los buques Sebastián y Ceferino, propiedad también de armadores nacionales. Por las similitudes habidas en estos dos últimos, centraremos nuestra atención en esta oportunidad.

En la mañana del 8 de febrero de 1918 arribaron a la desembocadura del barranco de Las Angustias dos botes a remos con los náufragos del vapor español Sebastián, que había sido hundido tres días antes por los torpedos de un submarino alemán. Los habitantes del barrio pesquero de Tazacorte se aprestaron de inmediato a ayudar a los recién llegados, dando aviso a la autoridad municipal de Los Llanos de Aridane y a la Guardia Civil, que se presentaron en el lugar de los hechos para recogerlos y conducirlos ante la autoridad de Marina, en la capital insular. Pocos días después, el cañonero Laya, de apostadero en Tenerife, viajó a Santa Cruz de La Palma para recoger a los náufragos y llevarlos a la capital de la provincia, desde donde serían repatriados a sus lugares de origen unos días después.

Según informó el capitán del vapor español, el buque fue detenido por el submarino alemán U-152 -comandante, Constantin Kolbe- cuando navegaba en la posición 29º 11’ N y 19º 15’ W. En las bodegas llevaba un cargamento de sal que había cargado en Torrevieja y transportaba a Nueva York. El comandante germano entendió que la carga del mercante español era contrabando de guerra y ordenó el hundimiento del barco, sin ninguna clase de contemplaciones, a pesar de enarbolar la bandera de un país neutral.

Respecto de la derrota seguida por el vapor Sebastián para cruzar el Atlántico, en opinión del doctor Manuel Garrocho Martín, resulta extraño que el capitán decidiera hacer el viaje "bajando tanto de latitud", aunque seguramente lo haría para tratar de evitar la acción de los submarinos alemanes, que pronto se convirtieron en una plaga para las marinas aliadas.

Los tripulantes, treinta en total, se repartieron como pudieron en dos botes y poco después el barco desapareció bajo las aguas en medio de una fuerte explosión. Como quiera que el hundimiento se produjo a una distancia considerable de tierra firme, el comandante del submarino atacante decidió darles remolque hasta unas 30 millas de la costa oeste de La Palma, indicándole al capitán el rumbo a seguir para que pudieran salvar sus vidas.

El vapor Sebastián (2.563 TRB) había sido construido en los astilleros Sir Raylton Dixon, en Middlesbrough y entró en servicio en 1892 bautizado con el nombre de Shepperton. Rebautizado Ionion en 1900 y Chachan en 1907, había sido adquirido por su armador español en 1909.

Sin embargo, la presencia en La Palma de náufragos de la Primera Guerra Mundial no era nueva. Seis meses antes, en agosto de 1917, habían desembarcado los 33 tripulantes del vapor francés Alexandre (2.670 TRB), logrando así salvar sus vidas después de haber presenciado el hundimiento de su barco, hecho ocurrido a unas 400 millas de las costas palmeras.

El citado buque -construido en los astilleros Barclay, Curle & Co., en Glasgow, en 1892 con el nombre de Springburn- era propiedad del armador Bordes et Fils. y había sido hundido por el submarino U-155 cuando navegaba en la posición 33º 33’ N y 23º 15’ W, en viaje de La Pallice a Iquique.

El mismo día que los náufragos del Sebastián llegaron a las costas de Tazacorte, el submarino U-152 atacó y hundió al vapor español Ceferino (3.467 TRB), de la matrícula de Barcelona, cuando se encontraba a unas 500 millas de Punta Orchilla. En el informe del Lloyd’s se dice que el barco navegaba de Torrevieja a Manila con un cargamento de sal y carga general, cuando fue detenido y la tripulación obligada a abandonarlo, siendo hundido a continuación mediante cargas explosivas.

Este buque había sido adquirido recientemente por la Tabacalera Steamship Company -una filial de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, con sede en Barcelona-, ante la prohibición existente entonces para que ciudadanos extranjeros pudieran comprar buques con bandera del citado país.

Este buque, al que sus nuevos armadores habían decidido llamarlo Elcano, fue adquirido en noviembre de 1917 al naviero español Ceferino Ballesteros -de ahí su nombre original- y sustituía a otros dos vapores de la misma compañía que habían sido hundidos en aguas del Mediterráneo en el intervalo de 48 horas: Villemer y Rizal, atacados durante los días 7 al 9 de noviembre del citado año.

Cuando el vapor Ceferino fue puesto a disposición de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, todavía no se había abonado su importe completo. Según informó su capitán, el barco navegaba por el Atlántico para seguir su viaje por el cabo de Buena Esperanza camino de Filipinas, siguiendo una ruta aparentemente mucho más segura, aunque más larga y costosa que la del canal de Suez.

Poco antes de avistar las islas de Cabo Verde fue sorprendido y detenido por el submarino alemán U-152, que le obligó a cambiar de rumbo y dirigirse al sur de las Islas Canarias, viéndose obligado, además, a remolcar al citado submarino durante unas 90 millas. Al día siguiente, como muestra de agradecimiento, los alemanes hundieron el vapor español después de conceder a sus tripulantes un plazo de quince minutos para que lo abandonaran. Después de estar bogando durante 15 horas, el submarino emergió de nuevo el día 10 y entonces se prestó para remolcarlos hasta las proximidades de la isla de El Hierro, donde los tripulantes del vapor español pudieron desembarcar sanos y salvos.

La causa que alegó el comandante del submarino para el hundimiento del vapor español fue que llevaba un cargamento de sal para un comerciante inglés. Cuando la compañía conoció la noticia del hundimiento del buque, envió la correspondiente protesta al Gobierno español, argumentando que la sal no figuraba en el listado de productos que podían ser considerados contrabando de guerra y, al mismo tiempo, el buque navegaba enarbolando bandera española y el hecho había ocurrido en zona libre.

En el telegrama dirigido al ministro de Estado español, se le instaba a que cursara una enérgica protesta por la vía diplomática, no sólo por lo "incalificable" del hecho, sino porque sucesos como aquél imposibilitarían el tráfico con Filipinas "dejando aislados a los muchos miles de compatriotas que residen en aquel Archipiélago y privando a nuestra patria de las mercancías de allí procedentes, indispensables para la vida de la nación".

Con la ayuda del Gobierno español, que ordenó desplazar a El Hierro al cañonero Laya con el fin de que recogiera a los náufragos, conduciéndolos a Tenerife, la compañía armadora se hizo cargo de su repatriación, embarcando en viaje a Barcelona a bordo del trasatlántico Reina Victoria Eugenia, al que arribaron sin mayores sobresaltos.

Por lo que se refiere al submarino atacante, se trataba de un buque de tipo crucero, diseñado en principio como submarino mercante, para el transporte de productos bélicos estratégicos, aunque sería transformado en versión puramente militar durante su proceso de construcción en los astilleros de Hamburgo.

Botado el 20 mayo de 1917, entró en servicio el 17 de octubre del citado año. Durante la guerra realizó dos patrullas y hundió 20 mercantes, que sumaban 37.726 TRB. Además de los buques españoles ya reseñados, en su hoja de servicios figuran, entre otras víctimas, los veleros norteamericanos Julia Frances (hundido el 27 de enero de 1918) y A.E. Whyland (hundido el 13 de marzo de 1918), la barca noruega Stifinder (hundida el 13 de octubre de 1918) y el transporte norteamericano USS Ticonderoga (hundido el 30 de septiembre de 1918), éste último desaparecido con un elevado saldo de vidas humanas entre tripulantes y pasajeros. El 29 de septiembre del citado año, el citado submarino también sostuvo un combate al cañón con el buque de guerra USS George G. Henry. Finalizada la guerra fue entregado a los británicos y el 30 de junio de 1921 fue barrenado en el Canal de la Mancha a la altura de la isla de Wight.

Era un buque de 1.512 toneladas en desplazamiento en superficie y 1.875 toneladas en inmersión, siendo sus principales dimensiones 65 metros de eslora, 8,90 de manga y 5,30 de calado. Estaba propulsado por dos motores eléctricos de 800 caballos y otros dos diésel de igual potencia, que le permitían alcanzan una velocidad de 12,4 nudos en superficie (25.000 millas de autonomía) y 5,2 nudos en inmersión. Tenía dos tubos de lanzar torpedos a proa y dos cañones de 105 mm. La tripulación estaba formada por 53 hombres.

domingo, 4 de marzo de 2007

Un científico alemán en La Caldera

JUAN CARLOS DíAZ LORENZO
EL PASO


En los últimos años han aparecido interesantes publicaciones de viajeros y científicos que visitaron Canarias en el siglo XIX. Entre los últimos títulos encontramos el libro Cuadernos de viaje de las Islas Canarias, en novedosa edición bilingüe, del que es autor el científico alemán Karl Georg Wilhem Fristch (1838-1906) y que visitó las islas entre 1862 y 1863, por espacio de diez meses y medio, haciendo el recorrido, en su gran parte, a pie.

De la mano del profesor palmero Manuel de Paz Sánchez, catedrático de Historia de la Universidad de La Laguna y formando parte de la colección Taller de Historia, aparece el volumen número 40 que debemos al esfuerzo, trabajo y buen hacer, en cuanto a traducción, estudio introductorio y notas de José Juan Batista Rodríguez y Encarnación Tabares Plasencia. La edición es del Centro de la Cultura Popular Canaria, con el respaldo de varias instituciones canarias, entre ellas la Dirección General de Patrimonio.

De este personaje ya se había ocupado el investigador Nicolás González Lemus, quien lo considera "uno de los más grandes naturalistas de lengua alemana que visitaron Canarias, y que por la importancia de sus investigaciones geológicas y escritos sobre las islas se encuentra a la altura de Humboldt y Buch (...) Karl Fristch es el científico que describe por primera vez las tefritas y las basanitas como nuevos minerales, y se comprobó el hecho fundamental, para entonces nuevo, de que las rocas volcánicas actuales tenían la misma formación y composición mineralógica que la lava del terciario".

Del capítulo dedicado a La Palma podemos extraer interesantes datos, aunque en esta ocasión, por su interés y por la condición de científico de su autor, habremos de referirnos a sus consideraciones sobre la Caldera de Taburiente.

El profesor Fritsch salió de Puerto de la Cruz, camino de La Palma, el 30 de septiembre de 1862, a bordo de un balandro en un viaje de doce horas a merced de la limosna de la brisa. Santa Cruz de La Palma era, entonces, una población de 5.364 habitantes. Acomodado en la pensión llamada "casa de pupilos", se presentó ante el vicecónsul británico y americano, para quien llevaba carta de recomendación de un compatriota alemán residente en el puerto de La Orotava.

A nuestro personaje le llamó la atención el traje que vestían los campesinos, cuando escribe: "Elegantísimo resulta el traje azul oscuro de los habitantes del sur de la isla, que lucen un tocado característico: la montera, la cual está provista de dos aberturas. Menos vistosos parecen los habitantes del norte de la isla con sus vestidos de lana de color marrón oscuro, siendo que, sobre todo, a las mujeres no les sienta bien el tocado del mismo color, relleno de algodón para darle forma de barca".

Su excursión por el interior de la isla comenzó el 3 de octubre, y lo hizo por el camino que cruzaba la Cumbre camino del valle de Aridane.

"En la parte alta de la escarpada pendiente en que se asienta Santa Cruz de La Palma (a la que todos llaman la Ciudad), se abre, desde la Cruz de los Globos y hacia la Cumbre, una amplia planicie. Aquí se bifurcan los dos caminos principales que conducen hasta la Banda: el más antiguo y cómodo pasa por la Cumbre Vieja, situada al Sur, y el más reciente y empinado lo hace por la Cumbre Nueva. Me decidí por este último y atravesé la bien cultivada planicie, subiendo por las altas palmas de Buenavista y entre bosques de castaños. Luego, seguimos montaña arriba y por entre la laurisilva, las vueltas y recodos del zigzagueante camino. A lo largo de esta senda hacia la cumbre se encuentran numerosas cruces que, como ocurre en la Degollada de Guajara en Tenerife, señalan los lugares donde los isleños han perecido congelados de frío en invierno, agotados por la nieve. Pensando en este peligro, los numerosos campesinos que vienen por aquí desde la Banda desean "¡Buena Cumbre! a todo el que se encuentran; y cuando han llegado a la Cumbre, se ponen a cantar de alegría".

A medida que avanza en su camino, el visitante se siente impresionado cuando tiene la oportunidad de admirar el contraste paisajístico que le ofrece el paso de la cumbre:

"Sin embargo, la Cumbre Nueva (alrededor de 1.415 metros) es el punto más bajo del desfiladero que une la cordillera norte de la isla, de forma cupular, cruzada por profundos barrancos y notable por la depresión de la Caldera, con las secas montañas del sur, de formación volcánica reciente y más estrechas y puntiagudas. El desfiladero mismo conforma una masa montañosa estrecha y alargada, cuya parte superior es casi llana, mientras que las escarpadas pendientes de ambos lados están cortadas por torrenteras situadas muy cerca unas de otras, formando una suerte de surcos paralelos. Por ambos lados, se levanta esta cima sobre el suelo más llano de las respectivas planicies que, sin embargo, poseen distintas alturas. Así, el escarpado desnivel alcanza, por el Este, unos 620 metros, mientras que, por el Oeste, llega aproximadamente hasta 860 metros. La vertiente oriental es húmeda, debido a las nubes que trae el alisio, por lo que, hasta donde éste alcanza, se encuentra poblada de laureles, hayas (Myrica faya), etc. Y aquí se detiene, de repente, este espeso y umbroso bosque, para dar paso, en la seca vertiente occidental, a un pinar más ralo y a unas pocas retamas. Rara vez llegan a la parte del desfiladero que mira a la Banda jirones de nubes, las cuales parecen fundirse un instante con la ladera, disipándose, después, en aquel aire límpido y que permite unas vistas encantadoras sobre los pagos y pueblos rodeados de naranjos, el mar azul oscuro y El Hierro lejano, aunque el envidioso mar de nubes del Este de la isla oculta Tenerife y La Gomera. Al norte, entre el Bejenado y la parte principal de la cumbre, a través del collado de la Cumbrecita, se pueden divisar las abruptas y escarpadas paredes de la Caldera. Un pinar más espeso ocupa la vertiente sur del pico Bejenado; pero, al pie de éste, se extiende un estéril pedregal desde la Cumbrecita hasta el Pino Santo. En este cuadro paisajístico forman una singular masa de sombras tanto este pedregal como la negra corriente de lava que, en 1585, salió de un cráter de uno de los valles situados entre la Cumbre y un grupo de conos volcánicos que se encuentran más abajo, para continuar en dirección a la costa al sur de Argual".

En el camino se encuentra con gente que se refiere a él como a un inglés, sin duda ante la mayor frecuencia de estos:

"Cuando llegamos a los terrenos más llanos que hay en torno al Pino Santo, se empezó a animar el camino. Íbamos bajando gradualmente. En El Paso despertamos la curiosidad de ruidosos grupos de hombres y mujeres que habían ido hasta allí con sus animales a por el agua que se trae desde la Caldera por medio de canalones de madera abiertos y que se referían a nosotros como los ingleses. En efecto, para la concepción popular cualquier viajero que llega hasta aquí es un inglés y, en calidad de tal, se le pregunta cómo es posible que un hombre ilustrado se aferre a las doctrinas heréticas de Mahoma (por ser protestante). Además, y como sucede en otras partes, la gente toma al geólogo por un buscador de metales nobles y está firmemente convencida de que va a convertir en oro los trozos de basalto y otras piedras que han reunido".

Escribe el científico alemán que "Los Llanos es el pueblo más importante de la Banda. El muy amable párroco del lugar nos recibió y agasajó con casi exagerado desvelo. Y no nos dejó emprender nuestra visita a la Caldera, antes de hacer que tomáramos un día de descanso, que hubimos de aprovechar, entre otras cosas, para admirar las vestiduras de seda y terciopelo que adornaban las imágenes de la Virgen y los santos".

Sin embargo, su mayor impresión se produce cuando entró en contacto, por primera vez, con la grandiosa Caldera de Taburiente y escribe lo siguiente:

"La Caldera constituye la curiosidad más notable de La Palma. Es una enorme cuenca elíptica, cruzada en su interior por numerosos arroyos y barrancos y cercada por paredes rocosas casi verticales, muy erosionadas y polícromas. Estas paredes caen a pico unos 1.200 metros, pero, después, sus cortantes prominencias se van ensanchando hasta formar unas lomas menos pronunciadas que se hunden en los barrancos. La mayoría de estas lomas está poblada de vegetación, utilizándose algunas para que paste el ganado. Allí, entre estas últimas, ciertas cuevas sirven de morada veraniega para los pastores, y de corral para el ganado; sin embargo, no hay ni una sola casa permanentemente habitada en toda esta impresionante caldera. Cerca de los refugios de los pastores y en otros pocos lugares crecen higueras. Las cascadas de agua constituyen la riqueza más útil y aprovechable de la Caldera: una parte de esta agua se conduce a través de varios canalones hacia las localidades de la Banda. Las concreciones calizas existentes proporcionan sólo unas pocas cantidades de cal, que se elabora allí mismo; sin embargo, para la mayoría de los pueblos de La Palma resulta más fácil y barato hacer venir la cal de Fuerteventura que traerla de la Caldera".

Resulta interesante destacar el avanzado conocimiento geológico del profesor von Fritsch, cuando escribe, refiriéndose a aspectos científicos de la Caldera, lo siguiente:

"Sirve de desagüe natural a la enorme caldera el profundo gran barranco de las Angustias, que ha sido excavado en la roca por los arroyos que, incluso a fines de verano, corren con agua abundante. El lecho del gran barranco se asienta en una imponente masa de unos 270 metros de conglomerado de roca de la Caldera. Este conglomerado, al que se han agregado algunas corrientes de lava, acaba pronto hacia el norte en los antiguos acantilados marinos de la pendiente de El Time; al mismo conglomerado, cubierto en parte por nuevos productos volcánicos, se alarga, por el sur, hasta Las Manchas, localidad situada al sur de Tazacorte; y sigue, alejándose mucho más de la costa en la desembocadura del gran barranco, que en las zonas circunvecinas, mediante una línea de 100 brazas marinas de profundidad, la cual aparece en el mar en forma de arrecifes. Bajo este conglomerado y curiosamente incrustados en las grietas de una antigua y dura roca volcánica, se encuentran restos de corales y balanos desde aproximadamente la quinta de La Viña hasta una altura de 200 ó 250 metros sobre el nivel del mar. Así, pues, el arroyo de la Caldera arrastró el conglomerado hasta una bahía, ya que el mar llegaba otrora hasta aquí, antes de que se hubiera producido un levantamiento de la isla (y de los islotes vecinos)".

"En la Caldera quedan al descubierto los componentes principales de las montañas canarias, a saber: diabasa y gabro junto a masas semejantes a la traquita. Formada por tales elementos, la cordillera más antigua ha dado origen, en la Caldera, a las pendientes inferiores y menos escarpadas, mientras que las paredes superiores, casi verticales, corresponden a un complejo de capas volcánicas más recientes, basálticas en su mayor parte. El límite de aquellas rocas asciende rápidamente por el barranco, para irlo haciendo de manera más paulatina en las paredes de la Caldera, aproximadamente desde unos 1.000 a 1.400 metros. El collado de la Cumbrecita, al sur de la Caldera, se alza aproximadamente a esta altura, justamente donde se encuentra el límite de aquellas rocas. Las masas basálticas que se hallan en medio de La Caldera están a menor altura que las de las montañas que la rodean; es evidente que se han asentado en una antigua depresión de la cordillera de gabro".

Por último, el científico alemán nos relata otras impresiones de su encuentro con la Caldera de Taburiente, y lo expresa en los siguientes términos:

"La Caldera y el estrecho barranco en que desemboca son inmensamente ricos en bellezas naturales. Uno de los puntos más hermosos que encontramos subiendo por el barranco es la ermita de N. Sª de las Angustias, de donde éste toma su nombre. Un poco más arriba, pasando el yacimiento de fósiles de coral, aparece, como un hermoso adorno del valle, el pequeño caserío de La Viña, con sus campos de cultivo y sus alrededores plantados de plataneras, duraznos y guayabos. Aquí pasé la noche, antes de entrar en la Caldera, y volví a hacerlo, de nuevo, en mi segunda visita a la misma, alojándome en la casa de una familia encantadora, espejo de paz y felicidad, cuyo hogar y cuyos campos deberían servir de ejemplo de limpieza y orden a más de uno de sus paisanos, incluso de los más ricos. Al subir un poco más, el valle se estrecha de tal manera que no queda más espacio para trazar ningún camino y hay que encaramarse sobre el canalón que sigue en dirección a Argual. Un armazón a modo de acueducto sostiene el canalón tendido sobre el barranco. Muy pintoresco resulta el pequeño estanque, la madre del agua, donde empieza el canalón. Y ya estamos en medio de la Caldera, cuyos numerosos barrancos le confieren un encanto imposible de describir por lo estrechos que son, los restos de la antigua vegetación arbórea, las cascadas y los estanques, las rocas de los alrededores y las vistas sobre las magníficas pendientes de variados colores de las montañas que los circundan; y todo ello, sin contar con su interés científico y con el agradable frescor que proporcionan las muchas fuentes de agua burbujeante y, generalmente, ferruginosa que allí brotan. Pasé varios días en la Caldera, después de haber instalado mi campamento en una cueva situada bajo un bloque de roca que había rodado desde lo alto, junto al arroyo que corre por medio del Barranco de Verduras del Mato. El césped que crecía junto al arroyo y la pinocha de los pinos canarios, cuyas agujas llegaban hasta 30 cm, constituían un buen lecho y, por la noche, nos alumbrábamos con sus teas".

El impacto que causó la Caldera en la mente del profesor von Fritsch le llevó a realizar una segunda excursión, en la que pasó por las cumbres camino del norte de la isla, desde Garafía a Los Sauces. Recorrió también los pueblos de la Banda, Tijarafe y Puntagorda y visitó la cueva de Belmaco, entre otros lugares de interés, en consideración a los asentamientos de los primitivos pobladores. El 25 de noviembre, después de casi dos meses de estancia en La Palma, continuó su viaje camino de La Gomera.