domingo, 25 de julio de 2004

Blas Santos, el párroco del volcán

Juan Carlos Díaz Lorenzo
El Paso

Durante la erupción de 1949, este sacerdote se volcó en ayudar a los sufridos habitantes de Las Manchas.

Desde el comienzo de la erupción del volcán de San Juan, los vecinos de Las Manchas, y en especial los que vivían cerca del barranco de Los Hombres, Jedey y Charco de las Palmeras, encontraron un apoyo constante en el sacerdote Blas Santos Pérez (Villa de Mazo, 1921), párroco de Fuencaliente y de San Nicolás de Bari entre 1948 y 1950.

La gente que vivía en aquellos parajes, ante el peligro que entrañaba vivir en sus casas, varias de las cuales se habían agrietado o desplomado como consecuencia de los fuertes movimientos sísmicos, decidió pernoctar al aire libre y después en unas tiendas de campaña instaladas en las proximidades.

El sacerdote palmero, conocido más tarde como "el párroco del volcán", iba de casa en casa levantando el ánimo a sus moradores, ayudándoles en lo que necesitaban y haciéndoles tener fe en Dios. Retirado de su intensa actividad castrense en otro tiempo, y residente desde hace años en La Laguna, en enero de 2000 hizo unas declaraciones a este autor que están recogidas en el libro El volcán de San Juan. Crónica de una erupción del siglo XX.

"El día del comienzo del volcán -recuerda Blas Santos- yo estaba bautizando en Fuencaliente a un niño llamado Juan López, que es el actual párroco de San Francisco, en Santa Cruz de La Palma. Y así lo anoté en el libro, lo mismo que una boda celebrada aquel día y creo recordar que también un entierro.

El penacho de humo que subía por la cumbre era tremendo, de tal manera que llegó un momento en Fuencaliente en que el sol se eclipsó, no se veía nada. Los movimientos sísmicos fueron aminorando, pero volvían y poco a poco toda aquella actividad fue creciendo".

En Fuencaliente había entonces un solo taxi, que lo tenía Gabriel Hernández, vecino de La Fajana y con él iba y venía a Las Manchas. "Pero hubo un momento en que no podía ser, no podíamos pasar, porque a medida que fueron aumentando los movimientos sísmicos, las piedras caían a la carretera y la Guardia Civil tuvo que intervenir y estableció su cuartel en la casa parroquial. Había un capitán, se llamaba Alfredo, que tenía una moto con sidecar y con él fui bastantes veces de un lado para otro. Aquello se iba poniendo cada vez más feo".

Las preocupaciones de este sacerdote fueron compartidas por el obispo de la diócesis nivariense, monseñor Domingo Pérez Cáceres, que entonces se encontraba postrado en cama aquejado de una enfermedad hepática. Pese a esta circunstancia, el recordado obispo tinerfeño no desaprovechó momento alguno cada día para interesarse por teléfono, a través del sacerdote Blas Santos Pérez, de la evolución de los acontecimientos y de las instrucciones que debía seguir como representante de la Iglesia.

Junto a Blas Santos también colaboró con gran empeño Martín León, que era el concejal de Las Manchas. "El y yo estuvimos continuamente con esta gente donde más falta hacía. Los pajeros se caían, las casas se agrietaban y le dije: ¡Martín, ni una sola persona más dentro de las casas! ¡Salgan todos a las huertas y lo más separados de las paredes! Así lo hicieron y no hubo que lamentar ni un solo herido. Aquello no era suficiente. El sufrimiento era terrible porque las circunstancias lo favorecían, por la inclinación del terreno, la caída de las piedras y el volcán con un ruido infernal, lanzando piedras, cenizas, ruidos profundos, muy profundos, explosiones subterráneas, como si fuera una caldera hirviendo por el barranco de Los Hombres".

"Pasar por la carretera era jugarse la vida. Una cuadrilla de camineros la limpiaba cada vez que podía y hasta tuvieron que dar barrenos para destruir algunas piedras, que eran de gran tamaño. Un día estábamos descansando en la ermita de Santa Cecilia y nos asustamos por la caída de grandes piedras, seguido de un vaho irrespirable a huevos podridos. Conmigo estaba José Francisco Carrillo, que era el delegado del Gobierno en funciones. Él venía todos los días, a ver qué pasaba y cómo estaban las cosas. Al llegar a Jedey, donde vivía Evangelina, le dije que me dejara allí, que yo bajaba caminando por el barranco de Los Hombres. Entonces tenía yo 28 años y saltaba por encima de las piedras".

Pese a las adversidades de la erupción, que estaba causando estragos importantes, Blas Santos y su incondicional amigo y compañero Martín León animaban a las gentes de la zona como mejor podían. El derrumbe del Risco de los Campanarios, en lo alto de Jedey, fue otro de los motivos de especial preocupación.

"Hubo movimientos sísmicos de tal intensidad que provocaron que Los Campanarios se resquebrajaran. Aquello fue imponente y yo pensé que había salido la lava. Debajo hay una ladera y las piedras que bajaron levantaron tal polvareda que hubo momentos en los que no se veía nada y siempre acompañado de fuertes ruidos. Entonces pensé que había que estar preparados para salir de allí lo antes posible.

La gente estaba a la intemperie. Martín y yo –prosigue- recorrimos ese día toda la zona. Los de Falange y otros más habían repartido unas tiendas de campaña, con lo que el problema se solucionó en parte, aunque no podía ser definitivo. ¡Hay que evacuar a la gente! ¡Vamos a salir todos a la carretera, no miren atrás siquiera! Y todo el mundo en silencio, ni un grito, en orden. Los hombres dijeron que se llevaran a las mujeres y a los niños, que ellos se quedaban. Luego volví a Fuencaliente con el capitán de la Guardia Civil. Yo no sé las veces que paramos para apartar las piedras que habían caído a la carretera. Di la misa y volví a Las Manchas.

Yo no había visto la iglesia después del tremendo movimiento sísmico del 2 de julio. Las paredes se habían agrietado. Les dije que iba a celebrar misa y la gente se me quedó mirando: ¿Pero usted va a entrar? Yo, sí. Pues nosotros, también. Diciendo la misa vino otro movimiento fuerte y les dije que no se preocuparan, que la iglesia no se iba a caer. Yo pensé: ¿Y si la iglesia se cae, con el Santísimo y todos nosotros dentro?

En el momento de la consagración, y con la osadía de un joven de 28 años, lanzado a lo que fuera, con una fe inquebrantable, dije: "Señor, si Tú quieres, la iglesia no se cae, y si cae, caerá sobre Ti y todos nosotros. Seguí consagrando. Tranquilo, que no va a pasar nada. Cuando acabó la misa les dije de mi decisión de dejar el Santísimo en su sitio. Yo les dije: ¿Cómo lo vamos a quitar? ¿Adónde acuden ustedes, quién los va ayudar, quién los va a auxiliar, quién? Aquí se queda y voy a organizar un rosario y una adoración perpetua con guardias voluntarias, para que no haya ni un solo momento, en que no haya ni uno de vosotros al lado del Santísimo, donde no se esté rezando el rosario. Y así fue y pasaron los días".

Salida de la lava
"Ya no eran los movimientos sísmicos lo que me preocupaba. Entonces estaba pendiente de la salida de la lava. Los técnicos decían que saldría de un momento a otro. Pensábamos más bien que sería entre Jedey y El Charco, o entre la iglesia y El Charco. Bonelli dijo que creía que fuera muy cerca del Llano del Banco. Se organizaron cuadrillas de vigilancia. Allí estábamos todos y no dormía nadie. Y en la madrugada del 8 de julio, que fue un viernes, aparecieron unos chicos diciendo que arriba había salido fuego. En ese momento me llaman de Fuencaliente para que fuera a administrar el sacramento de la extremaunción a una vecina de Las Caletas. Tardé dos horas en ir allá y otras dos en volver a Las Manchas. A las nueve de la mañana estaba de regreso y todo el mundo estaba alterado.

Cuando vi la lava estaba a algo más de doscientos metros de la ermita. Yo había dicho al señor obispo que no pensaba sacar nada de la iglesia si la lava salía por allí. Yo tenía y tengo mucha confianza y mucha ilusión en Nuestra Señora de Fátima. A Fuencaliente llevé la primera imagen que llegó a La Palma y había organizado entonces muchas procesiones y rogativas.

Cuando llegué estaban allí todas las autoridades. Un chico estaba subido en la espadaña sacando la campana y otro rompiendo el balconcito. ¿Qué están haciendo?, les pregunté. Y me dice el arcipreste, Juan Reyes y otros curas que estaban allí: ¿Pero tú no ves, no comprendes que dentro de un momento la lava va a llegar y se va a llevar todo? Ya hemos evacuado todo. No falta más que el Santísimo. Vamos a ver si podemos salvar el retablo y ya no queda nada más.

Yo estaba subido en un montón de tablas que ponían en la plaza para hacer las verbenas y miré para la lava y vi como un pino se convertía en una antorcha de fuego cuando llegó aquella masa negra. Además de la iglesia, estaba claro que si la lava continuaba por donde venía, Las Manchas iba a desparecer.

Los que estaban al lado mío me decían. ¿Pero a qué esperas? ¿no ves que la lava está ahí mismo? Yo volví mis ojos al Señor, le hablé y le pedí que la salvara. Yo le dije, ahí, donde se detuviera la lava, donde Tú la detengas, yo te prometo que haré un sencillo monumento a la perpetua memoria de Nuestra Señora de Fátima, porque los hombres están convencidos de que esto ya es imposible. Yo me comprometo a ser el adalid tuyo en todas las cosas. Y mientras tanto la gente a mi lado desesperada.

Cuando iba llegando a la puerta de la ermita, en medio de un molote de vecinos, se me acercan unos chicos y me dicen: ¡Señor cura, que el humito se está apagando! Subí rápidamente por el camino y encontré la lava detenida en plena pendiente y aquel día y al día siguiente pasó a más de cien metros de donde está la iglesia. Eran masas enormes convertidas en piedras incandescentes. Y desde esa línea, donde hoy está el monumento de Fátima, no bajó ni una sola piedra".

La lava del volcán desvió su curso arrollador en dirección al Sur y el hecho causó un gran revuelo y júbilo entre todos los presentes, pese al recorrido amenazador de la corriente desde las primeras horas de recorrido cuando comenzó a brotar por la fisura de Llano del Banco.

Conmoción del obispo
En la ciudad de La Laguna, el prelado nivariense, Domingo Pérez Cáceres, se sentía profundamente conmovido por aquellos que vivían entre la intranquilidad de las fuertes sacudidas sísmicas y las explosiones de los cráteres del volcán de San Juan.

"Sus alentadoras palabras de consuelo -escribe Manuel Martel Sangil-, sus plegarias y la bendición apostólica que con su santidad cada día compartía a los fieles, era el sustento espiritual de los hijos de La Palma y de manera especial de aquellos que en todos los momentos del día venían soportando la dura manifestación de tales acontecimientos".

El interés y la especial intervención del obispo Pérez Cáceres con motivo del volcán de San Juan se comparó entonces con la actuación del obispo Bartolomé García Ximénez, en 1677, cuando se produjo la erupción del volcán de San Antonio, en Fuencaliente.

El 10 de julio de 1949, el obispo tinerfeño dispuso que todas las iglesias de la diócesis celebrasen rogativas para invocar el cese del volcán y el alivio de los habitantes de la comarca afectada. Al mismo tiempo, recomendó a todos los párrocos que, a través de las respectivas Juntas de Acción Católica, organizaran colectas para recaudar fondos que permitieran contribuir a remediar, en lo posible, las necesidades de las personas afectadas por la actividad volcánica.

El obispo ratificó entonces el interés que tenía de viajar a La Palma tan pronto como se repusiera de la enfermedad que le aquejaba desde hacía tiempo, para entrar en contacto directo con los fieles de la Isla que veían sufriendo los efectos del volcán con singular resignación.

El 18 de julio se celebró en la ciudad de Los Llanos de Aridane una procesión con las imágenes que se trasladaron desde la ermita de San Nicolás, diez días después de que se viera amenazada por la salida de la lava. En la comitiva figuraban las autoridades locales, la hermandad de la Virgen del Carmen, a la que pertenecían muchas de las personas evacuadas de Las Manchas y la inmensa mayoría de los vecinos del municipio, así como de los otros pueblos del valle de Aridane.

Un mensaje emotivo
"Después de relatar todas estas cosas -concluye Blas Santos-, no puedo menos que dar un testimonio espiritual, claro, terminante y evidente, de lo que realmente sucedió en todo lo relativo al volcán de San Juan. Ese monumento que se levanta ante la masa negra arrolladora y terrible que cambió de dirección, es testimonio viviente de la protección que Ella nos hizo para memoria de generaciones y que La Palma resurgiese al conjuro de su presencia, y que la Iglesia pudiera encontrar el terreno abonado por Ella para llevar a sus hijos y fieles el mensaje verdadero del Evangelio como una auténtica conversión. Ese monumento que está ahí es el testimonio de una gran verdad. Mayores argumentos para llegar a la conclusión clara y exacta de que esto fue una intercesión especial de la Santísima Virgen, no son posibles. Todos cuantos estaban allí son fieles testigos de lo que digo".

"Mis deseos, y quizás mis últimas palabras antes de partir hacia la Casa del Padre, son de exhortación hacia la Santísima Virgen. Llevad en vuestros corazones el mensaje de Cristo Jesús. Quiero mucho a mis feligreses de Las Manchas"

"El 8 de julio de 1949, la Virgen María bajó a este pueblo y ya no quiso marcharse. No la dejéis sola. Acudid siempre a Ella. Jamás se oirá decir que quien haya acudido a Ella ha quedado desamparado. De la súplica de un sacerdote joven, lleno de amor a la Virgen, la invoco de nuevo y ahí tenéis el testimonio, que hoy corona la hermosura de Las Manchas, llamado a permanecer siempre en vuestras vidas y en la historia legítima del pueblo de La Palma".

domingo, 18 de julio de 2004

Un ministro visita el volcán

Juan Carlos Gómez
Los Llanos de Aridane

Blas Pérez llegó a La Palma el 25 de julio de 1949 y durante dos días recorrió la comarca afectada por el San Juan

Desde el primer día de la erupción del volcán de San Juan, el ministro de la Gobernación, Blas Pérez González, estuvo puntualmente informado del desarrollo de los acontecimientos. El subdelegado del Gobierno y presidente accidental del Cabildo Insular de La Palma, José Francisco Carrillo Lavers y el gobernador civil, Emilio de Aspe Vaamonde, conversaron con él por teléfono acerca de la evolución del fenómeno que acaecía en su tierra natal.

El 24 de julio, un mes después del comienzo de la erupción, el ministro emprendió viaje desde Madrid al aeropuerto de Los Rodeos a bordo de un avión DC-4 de la compañía Iberia, para luego desplazarse a La Palma y visitar la zona afectada por el volcán. Al ministro, que ostentaba la representación del jefe del Estado, le acompañaba su esposa, Otilia Martín Bencomo; su hermano Esteban, subsecretario de Trabajo y otras personalidades de su séquito, entre las que se encontraba su secretario particular, Juan Saavedra San Gil; el director de Regiones Devastadas, Gonzalo Cárdenas; del Banco de Crédito Local, José Fariña Ferreño; de Obras Públicas y del Instituto Nacional de Colonización, así como el jefe de Radiodifusión de Radio Nacional de España, operadores del NO-DO y varios periodistas, entre los que se encontraba Matías Prats.

A las seis de la tarde, el avión evolucionaba sobre el aeropuerto de Los Rodeos, donde no pudo aterrizar debido a la espesa niebla reinante, por lo que tuvo que desviarse al aeropuerto de Gando, en Gran Canaria, donde el avión tomó tierra y el ministro fue cumplimentado por las primeras autoridades civiles y militares de la provincia, trasladándose a continuación a la capital insular para alojarse en el hotel "Parque".

A la mañana siguiente embarcó a bordo del cañonero "Vasco Núñez de Balboa" y emprendió viaje a La Palma. Ese mismo día, y para recibir al ministro, llegó a la capital palmera, a bordo del correíllo "León y Castillo", el gobernador civil de la provincia, Emilio de Aspe Vaamonde, acompañado de su secretario particular, José Duque Alonso; el vicepresidente de la Mancomunidad Interinsular, Rafael Machado Llarena y el resto de las autoridades provinciales que no se encontraban entonces en la Isla.

Al atardecer se distinguió en el horizonte la silueta del cañonero de la Armada Española y para acudir a su encuentro en alta mar salieron desde el puerto palmero numerosas embarcaciones engalanadas, dándole escolta hasta su atraque en el puerto de la capital insular. Una multitud se había congregado en el muelle y en los alrededores para recibir al ilustre visitante con visibles muestras de afecto.

Cuando el ministro salió a la cubierta del barco, "el entusiasmo fue impresionante y la multitud enfervorizada no cesaba de aclamar al jefe del Estado y al destacado paisano", dice la crónica de DIARIO DE AVISOS. A continuación, y para cumplimentarle, subieron a bordo el gobernador civil, el presidente del Cabildo Insular y delegado del Gobierno, Fernando del Castillo Olivares y otras autoridades. Blas Pérez González había tomado posesión de su cargo de ministro el 3 de septiembre de 1942, en la remodelación del cuarto gobierno de Franco, en sustitución de Valentín Galarza Morante y permaneció en el cargo algo más de 14 años, hasta el 25 de febrero de 1957, en que fue relevado por Camilo Alonso Vega, en tiempos del sexto gobierno del régimen.

En el momento de desembarcar, sigue la crónica de DIARIO DE AVISOS, las aclamaciones se sucedían sin interrupción. Acompañado por el comandante militar de la Isla, pasó revista a la Compañía de Infantería que le rindió honores y a continuación se dirigió a pie por la calle Real hasta la parroquia de El Salvador, siendo recibido, en la puerta principal, por el clero que le acompañó en su entrada en el templo.

En el altar mayor se encontraba la imagen de Nuestra Señora de las Nieves, patrona de la Isla de La Palma, que había sido conducida desde su santuario del monte a la ciudad en procesión de rogativa. El ministro se arrodilló ante la venerada imagen mariana y su esposa ofreció a los pies del altar un ramo de flores, cantándose, a continuación, un solemne Te Deum.

Finalizada la ceremonia religiosa, el ministro cruzó la plaza de España y se dirigió al Ayuntamiento, donde fue recibido por el alcalde, Rafael Álvarez Melo, acompañado por el pleno de la corporación local y todos los alcaldes de la Isla.

Ante las incesantes aclamaciones del público, el ministro saludó desde el balcón principal del Ayuntamiento y, después de varios minutos de entusiasmo, se hizo el silencio y Blas Pérez pronunció un elocuente discurso en el que comenzó manifestando la enorme satisfacción que sentía al volver a su tierra natal y encontrarse entre sus paisanos, destacando la íntima emoción que sintió al ver de nuevo a la venerada imagen de la Patrona palmera, "la Virgen que mi madre me enseñó desde pequeño a adorar y a querer".

Dijo también que quiso venir a La Palma para conocer con detalle los problemas surgidos por la erupción del volcán y encontrar las fórmulas más satisfactorias para darles solución, como así se lo había encomendado el Jefe del Estado al concederle su representación, haciéndole patente que adoptara las medidas necesarias para aliviar los sufrimientos que vivía el pueblo palmero y compensar a los damnificados por los perjuicios sufridos. El ministro, que fue interrumpido en numerosas ocasiones por los aplausos y las aclamaciones del público, finalizó su discurso manifestando que era portador de un cariñoso mensaje de salutación del general Franco para el pueblo palmero.

Antes de abandonar el edificio del Ayuntamiento, el ministro mantuvo un cambio de impresiones con todas las autoridades provinciales e insulares y, posteriormente, acompañado de su esposa y hermano, se trasladó a la residencia de su hermana Catalina, donde se alojó durante su permanencia en la Isla.

Camino de Las Manchas
Al día siguiente, 26 de julio, el ministro salió camino de Las Manchas acompañado de su hermano, autoridades civiles y militares y el personal técnico que lo había acompañado desde Madrid. Al pasar por Mazo, el pueblo de la villa, con su alcalde Toribio Brito de Paz, agasajó al ministro durante unos minutos. Luego continuó hacia Fuencaliente, donde también fue objeto de un entusiasta recibimiento y llegó a Las Manchas, donde se repitieron las muestras de júbilo, recorriendo a pie los lugares afectados por el paso de la lava, así como los daños producidos por los movimientos sísmicos.

Después regresó a Fuencaliente y acompañado por el alcalde Emilio Quintana Sánchez, visitó la Cooperativa Vinícola y se le obsequió con un vino de honor. Al conocer que Luciano Hernández Armas, que había sido maestro y secretario del Ayuntamiento, se encontraba postrado en cama aquejado de una dolencia, el ministro se dirigió a su casa para saludarle, produciéndose un encuentro muy emotivo, en el que éste levantó el brazo y saludó al ministro con energía, diciendo: ¡¡Arriba España!!

Blas Pérez siguió su viaje a Mazo, pueblo natal de sus padres, donde fue de nuevo recibido con entusiasmo, siendo especialmente aclamado por un grupo de ancianos que lo recordaban cuando era niño y adolescente con inquietudes por la política. El ministro rompió el protocolo y apretó las manos de cuantos se acercaron a saludarle. Desde el Ayuntamiento se dirigió al panteón familiar para visitar la tumba de sus padres y de vuelta al edificio consistorial entregó un donativo para los más necesitados, al igual que lo había hecho en Fuencaliente, y regresó a Santa Cruz de La Palma.

Desde la capital insular, el ministro se dirigió a Puntallana y a San Andrés y Sauces. En cada uno de los pueblos por los que pasaba, los recibimientos tenían el mismo calor y afecto que en los municipios que entonces había visitado. En el Ayuntamiento de Los Sauces, el ministro se vio obligado a pronunciar un discurso, ante las reiteradas aclamaciones de los asistentes.

El 27 de julio, desde primera hora, Blas Pérez González comenzó la inspección de las obras de su departamento ministerial que se ejecutaban en Santa Cruz de La Palma, debidas a su propia iniciativa, entre las que se encontraba el Centro Secundario de Higiene, el Asilo de Ancianos, el Jardín de la Infancia y la Avenida Marítima.

A las diez de la mañana, con todos sus acompañantes, el ministro embarcó en el cañonero "Vasco Núñez de Balboa" para dirigirse a Tazacorte, con el objeto de visitar durante ese día los pueblos del valle de Aridane y la comarca afectada por la erupción.

A la una de la tarde, y después de haber contemplado la colada lávica desde el mar, Blas Pérez González desembarcó en el puerto de Tazacorte, donde fue recibido por todas las autoridades de la comarca y un numeroso gentío que había llegado hasta el muelle en camiones, guaguas, coches particulares, carros y la mayoría a pie. El ministro correspondió con afecto al recibimiento que se le tributaba y cambió impresiones con las autoridades y personas más relevantes del Valle de Aridane, entregando al alcalde de Tazacorte, Pedro Gómez Acosta, un donativo de 200.000 pesetas para la construcción del nuevo edificio del ayuntamiento y otra cantidad igual para el abastecimiento de agua.

La caravana se dirigió a continuación hacia Los Llanos de Aridane y poco después de las dos y media de la tarde llegó la comitiva al Ayuntamiento, siendo recibido por el alcalde, Víctor Pulido Acosta y la corporación, así como una multitud que se había congregado a la entrada de la ciudad.

Después de emotivos saludos a las autoridades y algunos amigos, el ministro se dirigió a la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, donde se cantó un solemne Te Deum. Finalizada la ceremonia religiosa, se trasladó al nuevo edificio consistorial, accediendo al balcón principal, desde el que correspondió a las aclamaciones del numeroso público congregado.

Blas Pérez pronunció un discurso, que fue interrumpido en numerosas ocasiones por los prolongados aplausos y aclamaciones de los asistentes. A continuación se le ofreció un almuerzo, que duró poco, porque el ministro tenía especial interés en visitar con detenimiento la zona afectada, así como a los cientos de refugiados que se encontraban en esta parte de la Isla, deteniéndose en escuchar las reclamaciones y necesidades de los mismos. En el despacho de la alcaldía recibió a varias comisiones y a continuación se dirigió a la ciudad de El Paso, a donde llegó a las seis de la tarde.

El ministro fue recibido en la plaza de España por el alcalde, Antonio Pino Pérez, la corporación y una gran muchedumbre y en el momento de bajarse del vehículo en el que viajaba se produjo una descarga de voladores que atronaron el cielo. Desde allí se trasladó a la iglesia de Nuestra Señora de la Bonanza, donde rezó unos instantes y luego se dirigió al Ayuntamiento.

Al igual que había ocurrido en otras localidades, el ministro salió al balcón principal y dirigió un discurso a los asistentes, en el que señaló la preocupación del Jefe del Estado y del Gobierno de la Nación por la situación originada por la erupción del volcán de San Juan. Al alcalde le entregó un donativo de 250.000 pesetas para socorrer a los damnificados y acometer algunos trabajos.

A las nueve de la noche se le ofreció una cena en el salón del teatro "Monterrey" y pronunció otro discurso en el que puso de manifiesto cuáles eran sus deseos para que toda la zona afectada por el volcán pudiera recuperarse con rapidez.

A las diez y media de la noche, el ministro se despidió de sus anfitriones y regresó de nuevo al puerto de Tazacorte, para embarcar en el cañonero, emprendiendo de ese modo el viaje de regreso a Santa Cruz de Tenerife, a donde arribó la mañana siguiente.

Una gran caravana de vehículos acompañó al ministro hasta el puerto, donde, al igual que a su llegada, fue despedido con vivas muestras de afecto y cariño por parte de las autoridades y sus paisanos. A medianoche, el cañonero "Vasco Núñez de Balboa" levó anclas y sus luces se perdieron rápidamente en el horizonte.

Mientras tanto, desde a bordo, por medio de los reflectores, se enviaba un cariñoso mensaje de gratitud en su nombre, familiares y acompañantes.

domingo, 11 de julio de 2004

El malpaís de Las Manchas

Juan Carlos Díaz Lorenzo
Los Llanos de Aridane

El 8 de julio de 1949 comenzó la salida de la lava del volcán de San Juan desde la fisura del Llano del Banco

Eran las cuatro y media de la madrugada, aproximadamente, del 8 de julio de 1949, cuando cesó de repente la columna de humo que emanaba por la boca del cráter de El Duraznero y, al mismo tiempo, en el Llano del Banco se produjo una fuerte explosión subterránea y un movimiento sísmico brusco. Poco después, una pareja de la Guardia Civil que se encontraba de servicio en la carretera general del Sur, observó que algo sucedía en la parte alta de Las Manchas, por lo que prestó especial atención, ya que habían sido advertidos por los geólogos de la inminente salida de la lava.

La versión fue ratificada por el pastor Agustín Pérez Díaz, que se hallaba con dos de sus hijos cerca de un escarpe, en una pequeña cueva próxima al Llano del Banco, conocida con el nombre de Caño del Fuego y que servía de albergue para el ganado y de refugio para los pastores. A este sitio acostumbraban a acudir las cabras, pues parece que allí la temperatura era templada y en la madrugada de aquel día algunas de ellas se encontraban guarecidas en el citado lugar.

El pastor dijo que sintió una explosión, que inicialmente atribuyó a una posible manipulación con gasolina de unos turistas ingleses que se encontraban en los alrededores, y se dirigió a buscar a sus cabras, viendo, con gran sorpresa, cómo salía una gran masa negra de piedras y, después, un torrente de fuego. Acababa de amanecer.

El Llano del Banco está situado en lo alto de Las Manchas, a unos 1.300 metros de altitud y a una distancia de unos tres kilómetros en dirección NNO del cráter de El Duraznero. En este lugar se produjo la abertura de una grieta sinuosa de un kilómetro de largo y unos cien metros de ancho, por la que primero surgió una gran cantidad de lava en forma de masa enrojecida, que inició su descenso por el barranco de las Cubas, en el que se encuentra el Salto del Aguililla, con un desnivel de más de 40 metros, lo que contribuyó a facilitar su recorrido en dirección hacia el centro de Las Manchas.

Desde el amanecer se observó en El Paso y en otros lugares de la comarca un resplandor de unos dos kilómetros de largo por unos 200 ó 300 metros de anchura, que era el reflejo del camino de la lava, que llevaba entonces unos dos kilómetros de recorrido.

A las ocho de la mañana, la imponente masa descendía por el citado barranco a una velocidad considerable, favorecida por la gran pendiente del terreno, aunque luego aminoró su marcha cuando encontró un declive menos pronunciado. A las nueve y media el frente estaba a medio kilómetro de la carretera general, situada a 610 metros de altitud, cuyo corte resultaba inminente.

Próximo a la carretera general y cuando uno de los brazos se dirigía hacia la ermita de San Nicolás de Bari, cuya destrucción se temía, sufrió repentinamente una fuerte desviación hacia el Sur, atravesando tierras de labor, pasando a unos 100 metros de la iglesia en forma de ola lenta y viscosa.

Corte de la carretera
A las 14,15 horas, la lava del primer brazo llegó a los bordes de la carretera general del Sur, entre los kilómetros 42 y 43, quedando la isla dividida en dos y sólo comunicable con Santa Cruz de La Palma por los senderos de la cumbre o por el mar.

Desde primera hora de la mañana, y ante la inminencia de los acontecimientos, las autoridades habían ordenado la evacuación de Todoque y Las Hoyas, así como el desmantelamiento de la ermita y la central telefónica de Las Manchas.

Con una anchura de 380 metros a su paso por la carretera, el primer brazo pareció dirigirse entonces hacia el barrio de Todoque, cuyas proximidades alcanzó a las nueve de la noche. Durante un rato los observadores dudaron si la corriente seguiría camino de Puerto Naos, apreciando más tarde que había cambiado el curso, desviándose por la ladera hacia Las Hoyas.

Los otros dos brazos, situados más al sur, se unieron poco después de cruzar la carretera formando un solo frente. A medianoche, la lava llegó a la hondonada del Hoyo de Verdugo a una velocidad considerable, quemando a su paso viñedos y frutales. Los técnicos detectaron que en la fisura del Llano del Banco había aumentado la intensidad del vertido, alcanzando una altura entre siete y ocho metros, mientras que a lo largo del cauce ígneo mantenía una altura que oscilaba entre cuatro y cinco metros y seguía ensanchando su frente.

Al día siguiente, el brazo de lava que estaba paralizado en las inmediaciones de la ermita de San Nicolás se desvió hacia el barranco de Tamanca y reinició su corriente de forma muy lenta, lo que originó dos nuevos ramales. A mediodía se desprendieron del caudal principal dos nuevos brazos que invadieron la finca de Antonio Abad, con un ancho estimado entre 200 y 300 metros, casi paralelos, cruzando una nueva zona de Hoyo del Verdugo y atravesando la carretera de Puerto Naos por Las Norias, cortándola entre los kilómetros 6 y 7, precipitándose a continuación hacia las fincas de la Montañeta de las Bermejas, para luego dirigirse al mar.

La corriente que avanzaba en dirección del pago de Cuatro Caminos, en Las Manchas de Abajo, se encontraba a un kilómetro y medio del mar y a las ocho y media de la noche atravesó la carretera de Puerto Naos en el kilómetro 7 y en dirección a Las Hoyas, siguiendo su camino por una hondonada que rellenó hasta que la desbordó y ensanchó, lo que originó nuevos destrozos en la zona y que un nuevo brazo iniciara su avance en dirección al mar.

El 10 de julio la expulsión de lava desde la fractura de Llano del Banco estaba en su apogeo. Los técnicos apreciaron una mayor actividad, con una altura estimada de nueve metros en la grieta principal de salida, de la que emergía en sucesivos borbotones, aumentando el caudal del río ardiente al abrirse una segunda grieta de emisión por su parte inferior, de la que brotaba en mayor cantidad, acompañada de fuertes ruidos y expulsión de piedras incandescentes.

El aumento de la corriente de lava originó un nuevo brazo que amenazó al caserío de Cuatro Caminos, mientras que el brazo principal alcanzaba una anchura de 1.500 metros sobre Puerto Naos, bifurcándose de nuevo, por lo que se adelantó uno de los brazos que se dirigía al mar por Las Hoyas, mientras que el otro seguía destrozando tierras de cultivos.

La corriente que se adelantó eliminó la amenaza que se cernía sobre Todoque y, después de sepultar un empaquetado de plátanos, alcanzó la orilla del mar a las siete y media de la tarde con un frente de unos 500 metros, cayendo por el acantilado en forma de cascada.

Los técnicos expresaron su temor de que, dadas las dimensiones de la Isla, algunos movimientos sísmicos pudieran haber afectado al estado del mar, produciendo un micro maremoto, posibilidad que se desmintió cuando el encargado del mareógrafo de Santa Cruz de Tenerife, informó de que no se había registrado perturbación alguna.

Durante la mañana del 11 de julio, el brazo de lava que se había acercado lentamente hasta el pago de Cuatro Caminos y que se encontraba casi parado, comenzó a moverse de nuevo, sepultando a su paso varias casas y causando importantes destrozos en los cultivos.

Una de las fincas de Hoyo de Verdugo, de unas 280 fanegadas de extensión, casi desapareció en su totalidad con la casa de sus dueños, medianeros, graneros, bodegas y lo que en ella había de valor.

En las inmediaciones de la fisura de Llano del Banco, la salida de la lava alcanzaba una velocidad superior a los 30 km/hora, que disminuía a medida que se aproximaba a la costa, aunque en buena parte de su recorrido discurría por los rápidos a una velocidad torrencial y se veían, algunas veces, enormes piedras de varias toneladas de peso que flotaban sobre la misma y unas se fundían en unos momentos y otras, al chocar con las escorias, reventaban de forma explosiva formando densas nubes de polvo.

Cráter de Hoyo Negro
Sobre las 16 horas del 12 de julio, y después de que se percibieran una serie de ruidos subterráneos, apareció un nuevo cráter con tres bocas en el sitio llamado Hoyo Negro, próximo a El Duraznero, del que dista unos 300 metros, expulsando una gran cantidad de gases, piedras incandescentes y partículas sólidas hasta una altura de unos 700 metros, lo que originó nuevos incendios en el pinar.

Un día después de su aparición, el cráter había aumentado considerablemente sus dimensiones y lanzaba al aire con violencia diversos materiales, formando una densa columna de humo negro que alcanzaba una altura estimada de unos 3.000 metros. Las cenizas caían en grandes cantidades sobre El Paso y en sus montes, originando importantes daños.

Una semana después de la salida de la lava se calculaba que ésta había ganado al mar unos 400 metros. El río que discurría por Las Manchas de Abajo y otro de los brazos alcanzaron la costa en las primeras horas de la noche. El calor liberado en el contacto con el agua salada superaba un radio de una milla mar adentro. En las playas próximas la temperatura del mar había subido bastante y algunos arriesgados bañistas se atrevían a disfrutar del "agua calentita".

El cráter de Hoyo Negro se había vuelto mucho más violento, y lanzaba enfurecido piedras incandescentes en todas las direcciones, que llegaban incluso hasta Jedey. Al atardecer era tal la cantidad de cenizas que habían caído, que los pastos para el ganado se habían inutilizado y cubrían también las fincas de plátanos. El incendio de los pinares se había extendido considerablemente y afectaba a los montes de El Paso, Los Llanos de Aridane y Mazo, provocando daños importantes.

La fisura de Llano del Banco mantenía su plena actividad, expulsando la lava como si de un surtidor se tratara, alcanzando alturas máximas de 60 metros, que discurría en estado líquido, lo que hizo temer a los observadores que pudiera desbordarse en parte de su recorrido. Pero el cauce tenía tal profundidad y las paredes se habían solidificado en altura de tal modo, que evitaban esa posibilidad.

A partir del 22 de julio comenzó a observarse que los cráteres emisores habían reducido considerablemente su actividad. Los movimientos sísmicos también tenían escasa importancia y tampoco se escuchaban ruidos subterráneos.

En la tarde del 26 de julio se comprobó que había cesado la salida de lava por la fisura de Llano del Banco. Al día siguiente también había cesado toda actividad en los diferentes cráteres del volcán, donde sólo se producían fumarolas, por lo que los técnicos creían que la erupción había llegado a su fin.

El paso de la lava causó importantes daños en los cultivos de medianías y destruyó unos veinte edificios, entre pajeros, bodegas, aljibes y casas, que eran levantados desde sus cimientos y poco después engullidos por la colada arrolladora. Se calcula que el número de familias afectadas ascendía a unas trescientas.

Sin embargo, el 30 de julio, después de cuatro días de calma aparente, se reactivó el cráter de Hoyo Negro con una densa columna de humo negro, que alcanzó gran altura. A mediodía comenzó a fluir lava líquida por el cráter de El Duraznero después de producirse una fuerte explosión, que se desbordó y corrió por el barranco de La Jurada, situado entre los pagos de Tirimaga y Tigalate (Mazo). La lava, a una velocidad vertiginosa, cortó la carretera general en el kilómetro 17, así como el camino vecinal de Hoyo de Mazo, con lo que el pago de Montes de Luna y el pueblo de Fuencaliente quedaron completamente aislados. A última hora de la tarde la lava se tornó viscosa y lenta, solidificándose a unos 300 metros antes de llegar a la costa. A medianoche, la actividad eruptiva había decrecido notablemente y poco después la erupción llegó a su final.

El espectáculo del cauce de la lava ofrecía una visión dantesca y escalofriante desde la cumbre hasta el mar, y al contemplarlo desde El Time se convertía en un inmenso río de fuego. El fenómeno discurrió cada día bajo la atenta mirada de miles de personas, de los propios habitantes de la isla, muchos de los cuales sufrieron sus efectos y de otros muchos llegados desde fuera para contemplar el extraordinario espectáculo de la Naturaleza.

domingo, 4 de julio de 2004

Una iglesia a la vera del camino real

Juan Carlos Díaz Lorenzo *
Fuencaliente

La ermita de San Antonio, en Fuencaliente, que data del siglo XVI, se erigió en parroquia el 24 de julio de 1832

Las referencias más antiguas que se conocen indican que la iglesia de San Antonio Abad, en Fuencaliente, fue durante bastante tiempo una humilde ermita anexa a la parroquia de Mazo y su antigüedad se remonta, como mínimo, hacia 1522, pues el 16 de enero del citado año, el licenciado Calderón, nombrado por el obispo Juan de Salamanca, autorizaba cuentas de su mayordomía. El 17 de enero de 1552 recibió la visita del obispo de Marruecos, Sancho Trujillo, nombrado visitador de estas islas por el obispo de Canarias fray Francisco de Cerdá, hijo de los Condes de Cabra y que había sido uno de los asistentes al célebre Concilio de Trento.

En 1579 aparecen varios documentos referidos a la ermita, al igual que en años sucesivos, relativos a limosnas, donaciones e inventarios de la administración del templo. Diez años después, Fernando Suárez de Figueroa, obispo de Canarias, en su visita a la Isla de La Palma, "dixo que por cuanto la hermita del Sñor Sant Anton de la Foncaliente está lejos de la ciudad y en parte remota, que no se ha visitado por ningún Obispo ni visitador; que mandara e mando que Pedro Sielves, Mayordomo de la Sa. hermita venga a ésta a dar quenta de los maravedís que obiere rescibido e gastado por la dicha iglesia".

Se trata de una construcción de un solo cuerpo y son sus principales dimensiones 22,65 metros de largo y 6,65 metros de ancho. El presbiterio tiene forma rectangular y mide 10 metros de longitud. El techo es de cáñamo encalado, modalidad que se usa en Canarias desde comienzos del siglo XVII, pues con anterioridad -como explica la historiadora María del Carmen Fraga- se prefería el empleo de armaduras mudéjares.

Con el paso de los años, la iglesia ha sido objeto de diversas reformas. En 1603 el mayordomo hizo constar que se habían pagado 350 reales a los albañiles que hicieron los lienzos de las paredes, que hasta entonces eran de tablas, lo que no es extraño, puesto que las primeras edificaciones del Archipiélago fueron cabañas de mampuesto, madera y paja. En esa misma fecha los carpinteros cobraron el importe de su trabajo por cubrir la ermita, siendo también encalada.

El arco de la puerta se fabricó hacia 1625. Dos años después, en una de las frecuentes incursiones que los vecinos de Fuencaliente sostenían con los moros y piratas que frecuentaban las costas "cogieron uno vivo, después de haber dado muerte á otros, y habiéndolo vendido, aplicaron su valor á aderezar la ermita, lo que verificaron, cubriéndola de tejado, encalándola y retocando también la imagen del Santo Patrono...".

La cita, que corresponde a Juan Pinto de Guisla, se complementa con una anotación en uno de los libros de cuentas del archivo parroquial de Mazo, que dice que "aún existe en la ciudad una familia oriunda de Fuencaliente que lleva el apellido o apodo Matamoros por haberse distinguido en las peleas con esos bárbaros".

En 1639, en tiempos del obispo Pedro Dávila y Cárdenas, la ermita estaba en obras de reedificación y en esa misma época se escuchó por primera vez el tañido de la campana, gracias a una donación del maestre de campo Juan de Sotomayor Topete.

Entre 1730 y 1734 se realizaron nuevas obras de reedificación, en las que intervinieron los maestros pedreros Domingo Crespo -autor del arco de la puerta-, José de los Santos Marta, Pedro Alonso, Juan Rodríguez Marta y Luis de Fuentes, respectivamente, así como el carpintero Manuel Gómez, aunque los trabajos se prolongarían hasta 1745.

Creación de la parroquia
El 18 de agosto de 1826, los vecinos del pago de Fuencaliente remitieron a la autoridad eclesiástica el primer escrito en el que pedían la segregación de la parroquia de Mazo, alegando diversas razones de lejanía del párroco para la administración de los sacramentos.

En febrero de 1829, el obispo Luis Folgueras, condicionaba la solución efectiva de la petición vecinal al anuncio de una visita pastoral. En febrero de 1831, fecha en la que el obispo estaba en La Palma, tres vecinos de Fuencaliente, Antonio Hernández Cabrera, segundo diputado del lugar de Mazo, José Hermenegildo Hernández y José de Paz Camacho, se dirigieron al prelado pidiéndole que "teniendo en consideración las justas causas y poderosos motivos que animan nuestra solicitud, se sirva llamar a la vista el expediente de esta razón, y llevar a cabo sus sabias y paternales disposiciones de la materia, merced que esperamos con Justicia de la acreditada justificación, y notoria piedad de V.S.I".

En diciembre de 1831, el obispo manifiesta que siendo su deseo dar curso y concluir la solicitud de los vecinos de Fuencaliente, "habiendo tomado en la visita de los pueblos de esta Isla los informes conducentes al fin, no siendo necesario por lo mismo la visita de local del pueblo, que se verificará a su tiempo, aunque muy de paso por no permitir otra cosa las circunstancias; notando por otra parte la morosidad de aquellos vecinos, y su descuido en solicitar el allanamiento de las dificultades que aún subsisten sin evacuar", ordenó que "a la mayor brevedad otorguen los instrumentos correspondientes para la dotación y subsistencia de la parroquia que se trata de establecer, según y conforme lo han prometido, poniendo en poder de la persona que les parezca el dinero, para los ornamentos y vasos sagrados que les falta, con todo lo demás".

Del cumplimiento del expediente se encargó el comisionado Antonio del Castillo Gómez, beneficiado de la parroquia de El Salvador. En abril de 1832 giró una visita al pago de Fuencaliente, cumpliendo la disposición del obispo, mostrándose complacido y "comprobando la insinuada docilidad del auditorio, la ratificación de sus promesas que ofrecieron poner ejecución por medio de instrumentos públicos que asegurasen la subsistencia de la deseada parroquia, por que con tanto anhelo han suspirado".

Durante el mes de julio, el visitador Pedro Acevedo visitó la localidad e hizo constar que "examiné pago por pago el territorio que contiene la feligresía que debe comprender la parroquia de San Antonio Abad de Fuencaliente (…) y todo convence de la urgente nesesidad de que se realice la división y separación de aquel territorio, según y como lo han solicitado aquellos vecinos".

En la segregación de la parroquia jugó un papel importante el beneficiado de Mazo, José Guerra. En un oficio enviado al obispo, dice que "en Foncaliente es de primera nesesidad que la ermita de S. Antonio Abad se erija en parroquia, pues un rebaño que consta de mil obejas, cuyo pastor reside a cinco leguas de distancia ocupado en el cuidado de otras quatro mil es imposible esté bien guardado (…). Estas mil ovejas se hallan esparcidas en los pagos siguientes: Canarios, que es el paraje donde esta situada la ermita de S. Antonio Abad, tiene ochenta y siete almas. Indias, que queda al mediodía, cuatrocientas noventa y cinco. Quemados, al Sur, tiene noventa y Tablado y Caletas trescientas treinta y tres, según resulta del mapa topográfico que se halla en el expediente. No es extraño, Illmo Sr., que en esta situación se vean estos vecinos en los mayores apuros en la conducción de los cadáveres a Mazo, que si es en el tiempo de invierno impiden las lluvias la pronta conducción, y si en el verano con los calores llegan tan corrompidos los cadáveres que con dificultad se les puede dar sepultura, y por los mismos motivos están imposibilitados de traer los infantes a bautizarlos sin exponerse a que perezcan; todo esto Illmo. Sor. se halla probado en el expediente y convencen hasta la evidencia que no debe dilatarse por más tiempo esta división y separación, que otros pueblos han conseguido por los años de 1735 sin tan relevantes motivos".

Finalmente, el 24 de julio de 1832, encontrándose el obispo Luis Folgueras y Sión de visita pastoral en La Palma, se resolvió definitivamente el auto de creación de la parroquia de San Antonio Abad.

En el citado documento, de gran valor histórico, el prelado manifiesta que "para mayor servicio de Dios y aumento de su culto, bien y provecho espiritual de aquellos vecinos y pronto remedio de los males que por tanto tiempo han sufrido", concede la separación de la parroquia de Mazo y la creación de la parroquia de San Antonio Abad, "cuyos límites serán por abajo el mar, por arriba las Cumbres, por el Norte el malpaís del Monte de Luna, y por el otro lado el Malpaís que nombran del Charco bajo y divide esta feligresía de la de los Llanos; la que se ha de regir y gobernar por párroco propio, pero ad nutum abible, por ahora, a quien S.S. Illma. despachará el correspondiente título. Entendiéndose que la nueva parroquia es de la misma naturaleza que las demás de esta clase, sin dependencia de la de Mazo, a la que sólo le queda un reconocimiento de honor en prueba de la cual estará en el arbitrio del Vene. Beneficiado de Mazo en el día de la fiesta del Patrono, que se hace el diez y siete de Enero, pasar a celebrar y hacer el oficio, avisando con anticipación y por escrito a aquel párroco para que lo tenga entendido".

"Y a consecuencia de la erección que va hecha, el dia veinte y nueve del corriente Dominica Séptima por Pentecostés el Ven. Cura que interinamente nombraremos para la dicha parroquia de S. Antonio Abad de Fuencaliente -que fue Antonio Silva y Arturo- dejará colocado en ella el Santísimo Sacramento solemnizándose la función con Misa Cantada y procesión en que se saque expuesta la Magestad; de todo lo cual se pondrá testimonio que lo acredite en lo sucesivo".

Otros aspectos
La iglesia tiene una airosa espadaña, hecha en piedra de cantería, que se terminó de fabricar en 1866, en virtud del testamento de Antonio de Paz Camacho -otorgado el 24 de octubre de 1864-, en el que dejó un donativo de 1.000 pesos "y que si sobraba alguna cosa se invirtiere en la que más necesitase dicha parroquia".

Gracias a la generosidad de otros hijos de Fuencaliente residentes en Cuba, Manuel García y Vicente Hernández Cabrera, donadas por éstos llegaron las nuevas campanas, que fueron instaladas en el campanario el 18 de agosto de 1867.

En 1901 la iglesia de San Antonio fue objeto de otra ampliación, sin que por ello perdiera su carácter humilde. En dicho año, el presbítero José Antonio Brito constituyó una Junta Patriótica con la finalidad de recabar fondos para ensanchar y restaurar el templo, situado a la vera del camino real que enlazaba la capital insular y los pueblos del valle de Aridane.

La corporación municipal respaldó la iniciativa y en septiembre del citado año adoptó un acuerdo en el que excitaba "el celo del vecindario y su patriotismo para que voluntariamente contribuyan con las prestaciones necesarias para el ensanche de la Iglesia parroquial y plaza pública, que actualmente se lleva a efecto por subvención vecinal".

Pese a sus limitados recursos, el pueblo fuencalentero respondió a la petición con generosidad y con el apoyo e influencia del secretario de la corporación local, Luciano Hernández Armas, los trabajos dieron comienzo en las semanas siguientes.

Las obras, sin embargo, tuvieron sus altibajos y enfrentaron al cura y el Ayuntamiento. El pleno, reunido el 8 de junio de 1902, informó de la decisión del párroco Tomás Brito, de que "á causa de la carencia de fondos para sufragar los gastos que exige la reedificación de nuestro templo parroquial y saldar los compromisos contraídos con dichas obras, se ha visto en el desagradable paso de tener que suspender dichas obras hasta que varíen las circunstancias que le han impulsado a tomar dicha determinación".

La corporación no ocultó su desagrado por este hecho y así lo hizo constar: "Que el Sr. Cura, de por sí y sin acuerdo de la Junta Patriótica, haya tomado la indicada determinación que ocasiona un lamentable conflicto que se podía haber solucionado si se hubiere puesto de acuerdo con la Junta, que ha reunido cantidades de consideración, que han de pasar de siete mil pesetas y que se le han entregado a dicho Sr. Cura como tesorero de la misma, y con el fin de evitar cuestiones desagradables, que por lo pronto no se dé ninguna queja del Sr. Obispo acerca de este asunto".

Solucionado el malentendido, el 10 de febrero de 1904 se celebró la solemne función religiosa de su inauguración, que estuvo presidida por el arcipreste de La Palma, José Puig y Codina, en la que predicó "un elocuente discurso" el cura párroco de la villa de Breña Alta, Elías Pérez Hernández.

La crónica del periódico "La Solución" agrega que "la concurrencia fue numerosísima". El ayuntamiento pleno, presidido por el alcalde Antonio de Paz Armas, había acordado en sesión plenaria anterior "concurrir en corporación" a la bendición del templo parroquial.

La cubierta se recubrió en su interior con un falso techo decorado con varios crípticos, que corresponden a los evangelistas Marcos, Mateo, Lucas y Juan, así como una alegoría a San Antonio Abad, pinturas que fueron realizadas y firmadas por el pintor Ubaldo Bordanova el 23 de enero del citado año.

* Juan Carlos Díaz Lorenzo es Cronista Oficial de Fuencaliente.