domingo, 6 de agosto de 2006

Como cada 5 de agosto

Juan Carlos Díaz Lorenzo
Santa Cruz de La Palma


A Pedro Manuel Francisco
de las Casas

Como cada cinco de agosto, la fe y la devoción del pueblo palmero tuvieron ayer su día grande en la celebración de la festividad de Nuestra Señora de las Nieves, en el entrañable y recoleto recinto religioso del Real Santuario Insular. Desde tempranas horas del día y desde todos los pueblos de la isla, y también desde Tenerife y otras islas del archipiélago, e incluso desde Venezuela, romeros impregnados de la alegría de saberse acogidos en la casa de la Madre llenaron de recogimiento, emotividad, bullicio y colorido la jornada festiva.

La procesión de Nuestra Señora, venerada por los corazones y las miradas emocionadas de quienes la siguen con rendida admiración, constituyó uno de los puntos culminantes de la celebración, después de la solemne función religiosa de mediodía, en que estuvo acompañada de las autoridades, diversas representaciones y el pueblo llano, en medio de los acordes musicales y el repique de campanas.

Este cronista recuerda perfectamente, en sus años mozos, la celebración de la onomástica de la Patrona palmera, fiesta insular en el calendario y fecha en la que todos los caminos de la Isla conducen al santuario del monte. En aquellos años, ya idos para siempre, los preparativos del día anterior estaban revestidos de un ajetreo intenso y una cierta dosis de impaciencia.

El cinco de agosto, el viaje comenzaba de madrugada. Había que llegar temprano y el regreso se hacía siempre a la caída de la tarde, y todos contentos. Después de celebrada la misa grande y del recorrido de la Patrona por los aledaños de su hogar, el tendido de manteles a la sombra de los pinos se convertía en un momento de confraternidad con familiares, amigos y conocidos, algunos de los cuales se veían de año en año, coincidiendo, precisamente, con el Día de las Nieves.

Han pasado los años y el sentido y el sentimiento de la fiesta insular permanecen inalterables. El paso inexorable del tiempo nos ha dejado, en parte, sin la presencia de quienes entonces nos guiaban con su paternal cariño y su acendrado amor en todos y cada uno de los días de nuestras vidas. Sin embargo, al desgranar el rosario de los recuerdos, su recuerdo entrañable sigue plenamente vigente en nuestra memoria.

El patronazgo de Nuestra Señora de las Nieves sobre el pueblo palmero -lo hemos dicho en otras ocasiones-, es un hecho consustancial con la fe latente que se expresa en la veneración y admiración a su Patrona, ante la que expresa su devoción y espiritualidad desde tiempos inmemoriales.

El respeto, el cariño, el amor y la fe en la efigie mariana motiva el agradecimiento sin límites de tantos corazones que acuden a rendir su humilde tributo a los pies de la Señora y también de los distintos municipios de la isla, que le conceden, en reconocimiento a su manifiesta proyección espiritual, el piadoso título de Alcaldesa Honoraria y Perpetua, el último de los cuales fue entregado recientemente por Villa de Mazo.

La imagen de Nuestra Señora de las Nieves es una escultura modelada en terracota y policromada, de estilo románico tardío en transición al gótico, que se sitúa cronológicamente a finales del siglo XIV, sobrevestida con ricas telas -túnica roja, manto azul y orla dorada- y aderezada con cuantiosas joyas a partir del siglo XVI. Mide 82 centímetros de altura y se trata, probablemente, de la efigie mariana de mayor antigüedad del archipiélago canario. Su tesoro y su joyero se estiman entre los más valiosos, abundantes y en continuo incremento, debido a la fe y la generosidad de sus feligreses.

La presencia de Nuestra Señora de las Nieves en La Palma está envuelta en la leyenda. La Bula del Papa Martino V, fechada en Roma el 20 de noviembre de 1423, hace mención a "Santa María de la Palma" y su llegada a la Isla se asienta sobre las hipótesis de algunos cronistas, que se refieren a viajes de frailes irlandeses o navegantes del Mediterráneo, misiones del Obispado de Telde o incursiones de los normandos asentados en las islas orientales desde comienzos del siglo XV.

Otros autores atribuyen la llegada de la imagen a Francisca de Gazmira, la mujer aborigen conversa que pactó la rendición de los haouraythas, los antiguos pobladores de La Palma y al propio adelantado Alonso Fernández de Lugo, propietario del reparto de las tierras de Agaete, donde entronizó una imagen de Santa María de las Nieves. Sea como fuere, "cinco siglos cumplidos -escribe Luis Ortega- revelan la potencia de una devoción que supera los ámbitos del credo y es insignia del país y de los paisanos".

El documento más antiguo que se conserva con el nombre de Santa María de las Nieves lleva fecha de 23 de enero de 1507 y se trata de una data del adelantado Fernández de Lugo, donando a la Virgen los solares en los que en el año 1517 consta ya estar edificado el primitivo templo, ampliado en 1525, al que se adosó un segundo cuerpo entre 1539 y 1552 y en 1543 se habilitó la plaza y el paseo.

De 1568 a 1574 se edificó la sacristía y en 1648, dos años después de la erupción del volcán de Martín, se amplió la capilla mayor sobre la sacristía y se agregó otra dependencia por el Oeste, levantándose un arco toral, así como los trabajos de alargamiento y pavimentación de la nave con cerámica portuguesa y la construcción de la espadaña en piedra de cantería. Corría el año de 1637 cuando se terminó la edificación de la casa de romeros

Entre 1703 y 1740, señala Alberto José Fernández García, se reforzó y encaló la capilla mayor, se guarneció de cantería gris el arco y las gradas del presbiterio -en la actualidad revestido de mármol- y por 4.000 reales se esculpió, en manierismo tardío, la Puerta Grande. Todas estas obras configuraron el aspecto actual del templo, que presenta un suntuoso retablo mayor tallado en 1707 por Marcos Hernández y dorado y policromado por el palmero Bernardo Manuel de Silva. El trono de plata, que consta de 42 piezas, se acabó en 1733. Sus primeros elementos se labraron en 1672, con objetos tasados para este fin por el orfebre Diego González. El frontal fue enviado desde Cuba en 1714 por el presbítero Juan Vicente Torres Ayala; el sagrario albergó las sagradas formas desde 1720 y las barandas constan desde 1757.

En la segunda mitad del siglo XIX, y acorde con la corriente neoclásica entonces imperante, y con la excusa de elevar la capilla mayor, en 1876 se sustituyó la cubierta mudéjar por una bóveda de cañón, que dos décadas después fue decorada por el artista madrileño Ubaldo Bornadova con la alegoría de la Inmaculada entre ángeles y guirnaldas y una Anunciación, entre cortinajes azules, en la cabecera de la nave.

El templo cuenta con valiosos altares barrocos -donde están presentes el Calvario del Amparo, grupo magistral del siglo XVI, y la Virgen del Buen Viaje- y neogóticos -San Miguel y la Virgen de la Rosa-, más los nichos laterales del retablo mayor, con los santos Bartolomé y Lorenzo, todas ellas tallas flamencas que tienen en la Isla una de sus más nutridas representaciones.

El conjunto arquitectónico y artístico encierra un gran valor, como lo resume Luis Ortega, cuando se refiere a los artesonados mudéjares, el púlpito ochavado, el coro, el baptisterio con piedra de mármol, las pilas de agua bendita, las arañas de cristal de roca, los faroles y lámparas votivas y el vasto ajuar de orfebrería, todo lo cual "revela el generoso cuidado de los palmeros con el sagrado recinto".

Son numerosos, además, otros objetos de valor que posee el Real Santuario: exvotos marineros y óleos marianos de los siglos XVI, XVII y XVIII; tallas y retablos barrocos en madera sobredorada; y otras piezas de ornamentación y orfebrería, tales como joyas, lámparas, ornamentos litúrgicos, vasos sagrados, etcétera, de todas las épocas y estilos.

En el año de 1676, La Palma sufría "el invierno más seco de la década", según el relato del visitador Juan Pinto de Guisla, beneficiado de El Salvador, situación que había llevado el hambre, la desolación y la muerte a la capital y a los campos de la isla.

Esta situación de penuria coincidió con la segunda visita pastoral del obispo de Canarias, Bartolomé García Jiménez (1618-1690), de origen sevillano, que había prolongado su estancia en la isla debido a la amenaza de los piratas berberiscos que entonces infestaban las aguas del archipiélago, al acecho de nuevas presas, entre ellas el mitrado, impidiendo de ese modo su salida de la isla.

El prelado, promovido a la Silla de Canarias en mayo de 1665 por el Papa Alejandro VII, visitó La Palma por primera vez en 1666 y volvió a finales de 1675. En aquella ocasión fue informado por los regidores del Antiguo Régimen y por los sacerdotes Melchor Brier y Juan Pinto de Guisla, que habían sido alumnos suyos en la Facultad de Cánones de Salamanca, "de la especial devoción que hay en esta isla con la Santa Imagen de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de toda ella, de cuyo patrocinio se vale en todas sus necesidades", por lo que dispuso que se trajese a la iglesia parroquial de El Salvador, "para que, colocada en ella, en trono decente", se celebrase la octava "con mayor solemnidad y asistencia del pueblo".

"El piadoso García Jiménez -escribe Luis Ortega- imaginó y ordenó una fiesta con valores sustanciales y capacidad para superar los límites de su tiempo; y los palmeros supieron afrontar tal reto con fe en el motivo y en sus recursos e ingenios para celebrarlo". Así se hizo, asumiendo el obispo el gasto que ocasionó el consumo de cera durante los tres primeros días, y en los siguientes se repartió entre algunos devotos que se encargaron de ello "y habiendo reconocido la decencia del culto y veneración con que se celebró dicha octava y la devoción y concurrencia del pueblo a su celebración, así por las mañanas a la misa, como a prima noche después de la oración a rezar el nombre y tercio y pláticas que hacía todas las noches, juzgó por conveniente que dicha Santa Imagen de Nuestra Señora de las Nieves se traiga a esta ciudad, a la Iglesia parroquial, cada cinco años", celebrando de ese modo, por el mes de febrero, la fiesta y octava de Nuestra Señora de Candelaria, comenzando el quinquenio en el año 1680 "y de allí en adelante...".

En relación con este asunto, el cronista Viera y Clavijo escribe que "el obispo fue el que, atendiendo a la universal devoción que profesaban aquellos naturales [los palmeros] a Nuestra Señora de Las Nieves, cuyo patrocinio imploraban de tiempo inmemorial en los conflictos de volcanes, falta de lluvias, langosta, epidemias, guerras y correrías, dispuso que se llevase cada cinco años desde su santuario a la ciudad …".

El obispo también conoció la resolución del pueblo palmero, unido ante la desgracia, en la defensa de la imagen mariana -la más antigua de Canarias y el vestigio más remoto de nuestra ubicación cristiana y cultura occidental- y de su ermita cuando en 1649 los dominicos trataron de fundar en ella un convento, empeño del que desistieron ante la oposición del pueblo y la firmeza del Cabildo.

Con anterioridad a la institución de la Bajada, y debido a la gran devoción que los palmeros sienten por su Patrona, Nuestra Señora de las Nieves fue traída a Santa Cruz de La Palma en rogativa en varias ocasiones. La primera estancia, de nueve días en la iglesia de El Salvador, se remonta al 28 de marzo de 1630, época en la que la isla padecía una gran sequía. El 5 de abril de 1631 y el 3 de marzo de 1632 volvió de nuevo a la capital insular por el mismo motivo.

El ciclo lustral comenzó en 1680, año en el que se trajo la imagen de Nuestra Señora de las Nieves desde su santuario del monte a la ciudad capital. Desde entonces lo ha hecho ininterrumpidamente hasta nuestros días, en los años acabados en cero y cinco, aunque, en el recuento histórico de los últimos tres siglos, la venerada imagen ha sido trasladada en procesión en varias ocasiones a la capital insular en rogativas y celebraciones especiales, alterando de ese modo la secuencia lustral.

El Real Santuario alberga, además, un Museo Insular de Arte Sacro, considerado en su género uno de los más importantes de Canarias. Este edificio, proyectado por los arquitectos Rafael Daranas y Luis Miguel Pérez, recrea una casona de dos plantas, balcón y ventanas de tarima, construido con materiales nobles -carpintería de tea labrada, cantería gris, forja, vidrieras- y perfectamente integrada en el conjunto.

Este espacio, junto al camarín de la Virgen -obra del arquitecto José Miguel Márquez, que remata la cabecera del templo con un lujoso acabado- fueron ideados por Alberto José Fernández García y exponen importantísimos documentos históricos, así como esculturas de distintas épocas y escuelas, pintura y orfebrería de talleres europeos y americanos; retratos históricos de Nuestra Señora de las Nieves, a través de los cuales se puede seguir la evolución del atuendo. En su vestidor cuelgan los mismos trajes con los que se la pintó confeccionados con sedas de La Palma y brocados importados de Europa, reservados para las grandes solemnidades, caso de la Bajada de la Virgen. La venerada imagen fue coronada canónicamente en el año lustral de 1930, el 22 de junio, en ceremonia oficiada por el cardenal Federico Tedeschini, nuncio de Su Santidad en España y arzobispo de Lepanto, que llegó a La Palma a bordo del "liner" Infanta Cristina. Su patronazgo sobre el pueblo palmero fue reconocido por el Papa Pío XII, el 13 de noviembre de 1952.

El Real Santuario ostenta realeza desde que en 1657 fuera acogido en su patronato por Felipe IV, penúltimo rey de la Casa de Austria. Tres siglos después, el 15 de octubre de 1977, recibió la visita de los Reyes de España, Juan Carlos I y Sofía de Grecia, siéndole entregado entonces a la Reina el título -que había aceptado siendo Princesa de España- de "Camarera de honor de la Santísima Virgen de las Nieves". Su Majestad manifestó entonces al rector Pedro Manuel Francisco de las Casas su voluntad de reafirmar el trato de realeza en el marco de la nueva monarquía constitucional, lo que así se produjo poco tiempo después, siguiendo los cauces establecidos, en comunicación oficial y certificación de la Casa Real.