domingo, 29 de agosto de 2004

La eterna disputa de los veleros

Juan Carlos Lorenzo
Santa Cruz de La Palma

La Fama de Canarias, La Verdad y El Triunfo, tres nombres para la historia marinera de La Palma

La Palma, isla marinera por excelencia, conserva intacta la memoria de aquellos veleros que hicieron historia en la carrera de las Antillas y, muy especialmente, en la línea de La Habana. Nombres sonoros de veleros escualos que tomaron forma y se botaron a orillas de Santa Cruz de La Palma, arbolados con recios aparejos de obenques y flechastes. Los diseños de estos buques, producto del ingenio de constructores navales isleños -los hermanos Arocena e Ignacio Rodríguez, entre otros- adquirieron merecida fama y prestigio.

De aquellos barcos, tres nombres permanecen inalterables en la sucesiva memoria de las generaciones: La Fama de Canarias, La Verdad y El Triunfo. A ellos vamos a referirnos en esta ocasión.

La brickbarca La Fama de Canarias, diseñada por el constructor naval Ignacio Rodríguez, tomó forma en el varadero que se encontraba frente al callejón llamado El Rieguito, que tenía salida a la calle de La Marina. Las crónicas de la época dicen que el casco ocupaba el huerto y el solar de la casa que más tarde fue residencia del siempre bien recordado y querido Elías Santos. El bauprés llegaba hasta el balcón de la casa de la familia Lugo Massieu, que entonces miraba al mar y hoy a la calle Álvarez de Abreu, llamada también calle Trasera. La construcción de este velero, botado en 1870, había sido contratada por el armador palmero Juan Yanes García después de obtener la autorización a las autoridades insulares y en medio de una disputa para sentar la quilla en el varadero que estaba desocupado desde hacía tres años. Su capitán fue Manuel Sosvilla González, hermano de Miguel, que mandaba La Verdad, otro de los grandes veleros de la historia marinera de La Palma.

La brickbarca La Fama de Canarias tenía 450 toneladas de arqueo y demostró que era barco de excelentes condiciones marineras, sobre todo en las obligadas capas a que tenía que someterse cuando encontraba tiempos duros del Atlántico en las remontadas del retorno del Caribe.

Hizo la carrera de América con pasaje, carga y frutos del país, en competencia con los otros barcos de su generación y, sobre todo, con el que fuera su constante rival, La Verdad, "lo que hizo que nuestra isla -recuerda Armando Yanes- se dividiera en dos bandos, uno partidario de un barco y otro del otro, unos que no querían ir ni venir de Cuba sino en La Fama y otros que por nada lo hacían sino en La Verdad, ocurriendo lo mismo con las respectivas tripulaciones, que hasta se insultaban discutiendo, o mejor dicho, disputando sobre cuál de los dos barcos era mejor o más valiente y caminador, sin que jamás lograran ponerse de acuerdo. No había entonces tertulia y reunión donde el principal tema de la conversación no fuera sobre estos barcos o algo con ellos y sus viajes relacionado". Y es que ambos veleros eran buenos barcos, sólidos y bien construidos.

En uno de los viajes a Cuba de La Fama de Canarias sufrió los efectos de un fuerte temporal y cuando arribó a La Habana el casco se había resentido, ante el embate de las olas que parecían arietes en su intento de quebrarlo. Cuando fue revisado se consideró que su reparación no era rentable para volver a navegar, por lo que se le suprimió el aparejo y quedó transformada en humilde pontón carbonero. Un día, alguien, posiblemente un palmero, la reconoció y sufrió en su alma de marino cuando en viaje de vuelta a Tenerife, el "liner" en el que viajaba tomó carbón abarloado a la que años antes había sido la esbelta brickbarca orgullo legítimo de La Palma.

"La Verdad"
La Verdad, diseñada por Sebastián Arocena Lemos, comenzó a tomar forma el 17 de diciembre de 1871 en La Explanada, lugar donde se habilitó el astillero para su construcción. Se montaron los picaderos y sobre ellos la quilla de 36 metros de largo. El 12 de abril de 1872, Sábado de Resurrección, en presencia de una gran multitud, se procedió a su botadura. Su armador, Juan Yanes, estaba realmente orgulloso de su nuevo barco. Ni la Rosa Palmera, su predecesora, ni la María Luisa, botada unos años más tarde, lograron eclipsar el renombre y la fama de este espléndido velero de 775 toneladas.

El palo mayor tenía 40 metros de altura desde la carlinga a la galleta y el trinquete llevaba aparejo de cruz con cangreja y escandalosa en la mesana. Eran sus principales dimensiones 40 metros de eslora en la cubierta, 9 de manga fuera de forros y 4,87 de puntal. Sus planos, así como una maqueta, se encuentran expuestos en el museo de San Francisco de la capital palmera y fueron enviados a la Exposición Internacional de Filadelfia celebrada en 1876, alcanzando justo premio con la concesión de un diploma con medalla de la muestra de rango mundial.

En agosto de 1873, La Verdad llegó en viaje inaugural a La Habana. El periódico La Voz de Cuba, en su edición del día 12 del citado mes, publica lo siguiente:

"Deseosos de conocer la barca de este nombre que procedente de Santa Cruz de La Palma (Canarias), donde ha sido construida, llegó hace pocos días a nuestro puerto haciendo su primer viaje, fuimos a visitarla y vemos que no son apasionados los elogios que de ella se nos han hecho, pues bien puede decirse que es una de las embarcaciones más notables con que cuenta hoy nuestra marina mercante.

La perspectiva que presenta es verdaderamente artística. Desde la quilla al tope todo sorprende en La Verdad, pues en su construcción y adornos todo está en armonía con los modernos adelantos navales, la cual honra en alto grado a su inteligente constructor don Sebastián Arocena, que puede hallarse orgulloso y satisfecho de su obra, que ha merecido y merecerá los aplausos de todos los inteligentes.

Su casco es de una forma nueva y elegante. En la parte anterior de proa ostenta el buque una figura artísticamente grata que representa la Verdad mitológica y de la cual dijo un periódico francés que por su fina escultura era más propio para adornar un museo que la proa de una embarcación.

La cubierta de La Verdad es ancha y todo en ella muy bien distribuido. Corona su obra muerta falsa una luciente balaustrada de bronce. La arboladura llama la atención, pues es de las más completas y bien dispuesta; las cofas adornadas con molduras blancas y doradas; los capillos de bronce para cubrir las extremidades de los obenques, burdas, etcétera; el fino y blanco velamen, el sólido cordaje; todo es digno de celebración. Las hermosas bitas de caoba enchapadas de metal y talladas para atar los cabos; el aparato que contiene la bitácora transparente de compensación; los treinta y cuatro ventiladores que están sobre los trancaniles para evitar asfixia en la bien arreglada bodega en caso de temporal; el espacioso y alto entrepuente para mercancía y pasaje de proa; las cómodas cocinas para tripulación y pasaje; los hermosos botes. Todo merece aplauso en este cómodo, sólido y seguro buque, hoy continuamente visitado.

Las tres cámaras son espaciosas, altas y ventiladas; desde una, por medio de rejas y cristales, se ven las otras; están pintadas de blanco perla con adornos de oro, alfombradas con elegantes esteras y decoradas con un costoso mobiliario de caoba y terciopelo. Hermosas lámparas colgantes, espejos, cuadros, portaflores y otras piezas de gusto. En sus cómodos y frescos camarotes pueden alojarse bien sesenta pasajeros.

Posee el buque un precioso armario con un completo botiquín y otro con una valiosa colección de toda clase de instrumentos náuticos a la altura de los más modernos adelantos de Inglaterra. Tiene una magnífica máquina para hacer una pipa diaria de agua dulce; una hermosa bomba de incendios y también dos regulares cañones para su defensa.

Nada falta a La Verdad para ser una nave notable bajo todos conceptos. Fabricada con arreglo a las condiciones exigidas por la casa Lloyd de Inglaterra para ser asegurada en primera letra, es digna de ser visitada por todos.

Pocos días permanecerá en nuestra bahía. Los que vayan a examinarla serán recibidos cortés y afablemente por su digno capitán el inteligente y práctico marino señor don Eduardo Morales Camacho, oficial de nuestra Armada. Complacidos quedamos de sus galantes obsequios y complacidos quedarán cuantos tengan ocasión de conocerla y tratarle, pues reúne distinguidas dotes y se hace estimar por su franco y delicado trato. El orden que reina en su buque le recomienda por sí solo".

Desde su puesta en servicio navegó siempre en la carrera de América. "Conocemos viajes de La Verdad -escribe Armando Yanes en "Cosas viejas de la mar"- que llevaba o traía más de 400 pasajeros, además de la tripulación. Entonces las personas no necesitaban muchas comodidades que no podemos prescindir hoy y así se puede explicar de tanta gente a bordo de tan poco tonelaje y relativamente pequeños para alojar a tantos de éstos, máxime en viajes largos. Y sin embargo ellos hicieron durante muchos años todo el servicio que luego fue sustituido por los más modernos trasatlánticos de vapor".

La Verdad adquirió pronto fama por su extraordinaria rapidez. En 1894, en la travesía de La Habana a La Palma, invirtió tan sólo 18 días, cuando normalmente, con viento favorable, era un viaje de 40 a 45 días. La hazaña se repitió en otro viaje posterior, al tardar 19 singladuras. El 4 de septiembre de 1898 La Verdad dejó por última vez las aguas de Santa Cruz de La Palma con un cargamento de cebolla rumbo a La Habana, donde recaló después de 32 singladuras. El 29 de diciembre zarpó del puerto habanero y el 10 de enero fue sorprendida por un temporal cuando navegaba cerca de las Bermudas.

El final quedó plasmado en el diario de navegación y en las lacónicas palabras del capitán Miguel Sosvilla: "A las diez y media se avistaron dos barquillas de prácticos por la proa y momentos antes de llegar a ellas noté que el color del mar era de poco fondo orzando inmediatamente todo para el Oeste; pero a los pocos momentos tocó el buque en el fondo quedando sobre un bajo; en aquellos instantes tuve suficiente valor y conservé toda mi serenidad disponiendo todas las maniobras para sacar el buque del bajo; pero poco después me convencí de que todo era inútil".

"El Triunfo"
El nombre de este velero, según se cuenta, era consecuencia de una de las agrias disputas y rivalidades de la construcción naval en La Palma, protagonizada entre Juan Yanes e Ignacio Rodríguez, ya que ambos querían construir un barco en la misma cuna donde había sido construido La Fama de Canarias.

Las autoridades otorgaron el permiso a Ignacio Rodríguez, que armó el velero para la sociedad Rodríguez y Cía., mientras que Juan Yanes obtuvo autorización para construir el barco que proyectaba en otro sitio de la ribera, que en 1873 salió a navegar con el nombre de La Verdad.

"Bien por que este nuevo barco fuese más pequeño, bien por lo que fuera -escribe Armando Yanes-, el hecho fue que el barco se terminó bastante antes que el de mi abuelo y al bautizarlo se les ocurrió ponerle el nombre de El Triunfo, en memoria de haber triunfado la disputa sostenida sobre la autorización del sitio para el astillero que cada parte quería para sí. Reconocido por mi abuelo que el referido ‘triunfo’ había sido cierto y en contestación a la alusión reflejada en el nombre puesto a este buque, decidió entonces bautizar el suyo con el de La Verdad". El Triunfo, de 298 toneladas y aparejado de brickbarca, se entregó en 1873. Años después habría de perderse en una varada en las costas de Pensacola, en el Golfo de Méjico, cuando se disponía a cargar un envío de madera de riga para La Palma.

"María Luisa"
La brickbarca María Luisa también figura entre los mejores veleros que se construyeron en La Palma para la carrera de América. Juan B. Fierro Vandewalle la pintó, airosa, en el conjunto de los veleros que el 2 de mayo de 1876 estaban fondeados en la rada del puerto palmero, a modo de excepcional documento que su familia conserva celosamente.

Su propietario, Juan Yanes García, encargó el diseño de los planos y la construcción a Sebastián Arocena Lemos. Sentada su quilla sobre picaderos en 1875, el 9 de abril de 1876 resbaló por la grada de troncos de madera, en ceremonia fastuosa, ante la mirada de cientos de personas. Tenía un arqueo de 440 toneladas y un airoso aparejo de tres palos cruzando los dos proeles y cangreja con escandalosa en la mesana.

La historia de sus 19 años de vida marinera estuvo constantemente salpicada de dificultades, lo que se puso de manifiesto desde su primer viaje, en que desde Santa Cruz de La Palma hizo escalas en Jíbara y Caibarién antes de rendir viaje en La Habana, después de un periplo lleno de diversas vicisitudes.

El 8 de marzo de 1895, en viaje de Cádiz a Santa Cruz de La Palma con un cargamento de sal, al mando del capitán palmero Luciano Rodríguez Silva, zozobró en medio de un fuerte temporal y la tripulación logró salvarse, milagrosamente, alcanzando las costas de Larache en el bote de servicio.

Esta etapa de la historia marinera y mercantil de La Palma bien merece ser conservada y recordada en la Isla cuyos bosques dieron la madera para tantas quillas raudas que cortaron la mar, y la inteligencia de sus hombres hizo posible uno de los capítulos más emotivos de nuestra historia contemporánea.

domingo, 22 de agosto de 2004

La pérdida del vapor "General Álava"

Juan Carlos Díaz Lorenzo
Santa Cruz de La Palma

El 11 de noviembre de 1863 arribó al puerto palmero con fuego a bordo y se hundió dos días después

El naufragio del vapor ‘General Álava’ en aguas de la bahía de Santa Cruz de La Palma siempre estuvo envuelto en un velo de desconocimiento y confusión. Cuando los viejos pescadores hablaban del pecio, decían que eran "los restos del barco que quemaron los soldados que no querían ir a la guerra de Cuba".

Este buque, de casco de hierro, considerado como el primer "cunarder", había sido construido en 1855 en los astilleros Thomson, en Clydebank, con el nombre de Lebanon para cubrir la línea del Mediterráneo. Su estampa marinera era la propia de la época, enmarcada en una proa de violín y popa de espejo. Arbolaba tres palos y una sola chimenea entre el mayor y el trinquete.

Desplazaba 1.383 toneladas y eran sus principales dimensiones 83,16 metros de eslora total -77 entre perpendiculares-, 9,90 de manga, 7,70 de puntal y 6,10 de calado. Estaba propulsado por una máquina de vapor "compound", de 280 caballos de potencia y 10 nudos de velocidad.

En 1859 el vapor Lebanon fue adquirido por la Armada española en un lote que incluía otros cinco buques de transporte -’Tenerife’, ‘Taurus’, ‘Andes’, ‘Alps’ e ‘Hibernia’- y recibió el nombre de ‘General Álava’, estrenándose en la campaña de África con el transporte de soldados y material a través del Estrecho de Gibraltar.

En 1861 formó parte de la célebre expedición de Prim a Méjico, que recaló en Veracruz el 7 de enero de 1862. Napoleón III pretendía sentar en el trono a su protegido Maximiliano, pero el general Prim no era hombre capaz de colaborar en tal infamia y así le escribió al Gobierno de España: "Serán vanos los esfuerzos de la Francia, bien clara y francamente se lo he manifestado al emperador: la monarquía no se puede aclimatar en Méjico...".

El 30 de octubre de 1863, un despacho telegráfico enviado desde Santander al ministro de Marina por el comandante de aquella ciudad, dice textualmente:

"El Álava está listo, la tropa se embarcará a las tres según lo acordado con el gobernador militar, y aun cuando no está completo los 688 que se marcaron, el capitán general de Burgos dice que no se aguarden".

Si no se dispusiera de obra documental, se podría pensar que se trataba del embarque de 688 caballos debidamente marcados. Pues no, eran 688 hombres, mozos de 20 años que iban lejos de sus casas a defender los intereses de la Patria, que finalmente no llegaron a embarcar. El telegrama revela algo más. Las prisas. Las prisas con las que ya habían sido embarcados 805 hombres para un viaje de más de 3.000 millas por el Atlántico.

Otro dato curioso es el interés directo de la Reina en la preparación del viaje. El barco se encontraba en La Coruña, adonde había arribado el 9 de octubre de 1863, procedente de Cádiz, reparando averías y al enviarle un telegrama a uno de los jefes encargados de dicha reparación, le significa "el agrado de S. M. por su celo".

Desde el Ministerio de Marina se previno al capitán general de El Ferrol para que a la llegada del barco se le practicasen las reparaciones que necesitaba y se le preguntaba cuántos soldados podría transportar a La Habana. Desde Madrid se ordenó que se trabajase día y noche y se contestó enseguida diciendo que "se trabaja sin descanso", lo que justificó el agrado y la felicitación personal de la Reina.

A pesar de las prisas, las calderas tenían serios problemas. El día 10 se preguntó desde Madrid en qué plazo de tiempo se podrían construir unas calderas nuevas, lo que no llegó a producirse, pues el 15 de octubre el buque fue inspeccionado y obtuvo el visto bueno a las obras realizadas. Un día después sólo faltaba por embarcar los víveres. El 17 se ordenó que fuera repostado con dos meses de provisiones y ese mismo día el capitán general de El Ferrol recibió otro telegrama ordenando la salida del vapor ‘General Álava’ para La Habana con el transporte "que espera".

Sin embargo, el barco salió el 21 para Santander con la instrucción de recoger en aquel puerto a los soldados y la orden anterior se la remite al comandante de Marina de Santander. Dos días después, el ‘General Álava’ llegó a la capital cántabra con las calderas averiadas, debido a la marcha forzada de su máquina o a las pésimas condiciones en que se encontraba. Desde Madrid se previno al comandante de Marina "que se adopten las medidas más convenientes para la pronta y más perfecta reparación de la avería".

Parece ser que al no disponer de tiempo suficiente para reponerle nuevas calderas se optó por una reparación, que el día 30 ya estaba hecha, pues en esa fecha, a las tres de la tarde, se procedió al embarque de los soldados "marcados" y al día siguiente salió para La Coruña, adonde arribó el 3 de noviembre, con la misión de embarcar al resto de la tropa que debía de llevar a Santo Domingo, vía La Habana, además de 2.500 fusiles y 2.000 sacos-tienda con destino a Puerto Rico.

Así lo pregunta en telegrama el ministro de Marina al comandante de Marina de Santander: "Pregunte al comandante del Álava si además del transporte que debe conducir a La Habana podrá embarcar en La Coruña dos mil quinientos fusiles que urgen enviar a aquel punto y dos mil sacos-tienda con destino a Puerto Rico. Contestación telegráfica inmediata".

La respuesta, de acuerdo con la premura, no se demoró: "El vapor puede llevar los fusiles y las tiendas pero será en la bodega y hay que acondicionarlos y preservarlos de la humedad".

Ciento veinte años después, el director del Museo Naval de Santa Cruz de La Palma, José Feliciano Reyes -viejo y buen amigo-, pudo comprobar la existencia de este emparetado al descubrir enterrada, en el fondo arenoso donde descansan los restos del General Álava, una caja de fusiles que se encontraba perfectamente estibada sobre un trozo cilíndrico de madera de unos seis centímetros de diámetro.

En estas condiciones, el vapor ‘General Álava’ zarpó de La Coruña rumbo a Puerto Rico y La Habana el día 5 de noviembre de 1863, al mando del teniente de navío Gabriel Pita da Veiga, que era el comandante del buque desde el 28 de octubre de ese mismo año y tenía órdenes concretas de hacer rumbo a las Islas Canarias, pero sin hacer escala para acelerar el viaje lo máximo posible.

Cuatro días después del comienzo del viaje, navegando con buen tiempo, la máquina funcionaba con normalidad pese a lo cochambroso de sus calderas. A las siete y media de la tarde del día 9, cuando se encontraba al Norte de La Gomera en la latitud 29º 26' N, se advirtió un escape de gases de la carbonera de babor, que aumentó de forma alarmante.

La carbonera contenía unas 500 toneladas de carbón y cuando la escotilla se abrió se advirtió que la combustión provenía del fondo, en donde la temperatura era mucho más alta. Se procedió a tapar con mantas de lana las escotillas, dejando únicamente abierta la salida a la cámara de máquinas. Las crónicas de la época dicen que la tropa trabajaba con la mejor voluntad en todas estas faenas. Antes de proceder al cierre se intentó extraer el carbón de la carbonera afectada, pero las tareas fueron suspendidas al caer la noche, ya que el vacío creado unido al calor del tubo de vapor que pasaba por la carbonera, ocasionó una corriente de aire que hacía imposible continuar el trabajo.

Fue entonces cuando el comandante Pita da Veiga ordenó poner rumbo a Santa Cruz de La Palma. La decisión no era fácil, pues tenía La Gomera más cerca y buenas playas en el Sur de Tenerife para una varada de emergencia aunque, al parecer, en caso de necesidad, la tropa debía desembarcar en un puerto o en alguna playa al abrigo del NE dominante.

Lo cierto fue que decidió venir a Santa Cruz de La Palma, adonde el barco arribó el 11 de noviembre, al amanecer, dando fondo en su rada y dejando a popa la playa de Bajamar. Aunque no estaba al abrigo del NE, tampoco representaba un peligro para un desembarco masivo de soldados, en caso de necesidad.

Fondeado a la gira se procedió a un reconocimiento exhaustivo de la carbonera y los soldados, viendo al fondo la playa de Bajamar, tranquilizaron los ánimos. Durante el día, en los trabajos estuvieron a punto de asfixiarse cuatro hombres. A las ocho y media de la noche se mandó un bote a tierra para solicitar que al día siguiente estuviese un pailebote al costado del ‘General Álava’ para desembarcar a la tropa, pero a las 11 de la noche el ayudante de Marina ordenó salir a todas las embarcaciones disponibles, pues había encendido un gran farol rojo, en señal de auxilio urgente. Entre tanto, a bordo del ‘General Álava’ se había trabajado sin descanso para sacar las 500 toneladas de carbón de la carbonera afectada, y hasta aquella hora se habían retirado unas 200 toneladas, es decir, menos de la mitad, paralizándose los trabajos por la gran cantidad de calor y gases que desprendía.

Reunida la junta de oficiales y maquinistas, el comandante Pita da Veiga, siguiendo la decisión adoptada, ordenó poner en comunicación el tubo de la sirena del barco con el interior de la carbonera para inyectarle vapor de agua a presión. Preparado el tubo se encendió una caldera y se trabajó durante dos horas a una presión de unas cuatro atmósferas, comprobándose que el calor de los mamparos exteriores aumentaba hasta alcanzar los 230 grados Fahrenheit.

A las cinco de la madrugada del día 12 se ordenó el desembarco de la tropa con su equipaje en las embarcaciones que habían acudido en su ayuda, lo que se resolvió en cuatro horas y media sin incidentes dignos de mención.

Terminada esta operación pasó a bordo del ‘General Álava’ el ayudante de Marina de Santa Cruz de La Palma y el comandante Pita da Veiga ordenó enfilar la proa del buque hacia la playa de Bajamar, en un fondo de arena, con el objeto de salvar todos los objetos posibles y anegarlo en un fondo de arena después de abrir las válvulas. Pero ese objetivo no se logró.

El buque, con la máquina en marcha y dando atrás enredó la hélice en un cabo y hubo necesidad de subir las velas de cuchillo para tratar de gobernarlo hacia la playa, hundiéndose finalmente en un fondo de unos diez metros. Esto ocurría a las cuatro de la tarde con el bergantín Amparo próximo a la borda del General Álava, procediendo toda la tripulación al trasbordo con algunos equipajes, víveres, los caudales de Hacienda y demás efectos personales. Apenas hora y media después, el personal contemplaba desde tierra la silueta del buque semisumergido con parte de la proa flotando y su arboladura al aire.

Aquella noche la mar comenzó a picarse y la popa quedó anegada por el agua, y aunque al día siguiente -viernes, 13 de noviembre de 1863-, se había proyectado su reflotamiento, el aspecto que ofrecía al amanecer era desolador: la fuerza de la marejada había partido el buque en dos y su aparejo, velamen, chimenea, eran un amasijo de hierros, cabos y palos. Todo había terminado.

El alcalde de Santa Cruz de La Palma, en unión de algunos concejales y vecinos de la ciudad, así como el gobernador militar interino y el ayudante de Marina, proveyeron a la expedición del ‘General Álava’ de los víveres necesarios, entrando, dice la crónica de Juan B. Lorenzo, "de tienda en tienda con los soldados destinados a hacer las compras, impidiendo así que los artículos de primera necesidad subiesen de precio en perjuicio del pueblo".

Mientras tanto, en Santa Cruz de Tenerife corrieron "las más absurdas voces" acerca del trato dispensado en la capital palmera a los soldados del ‘General Álava’. Conocida la noticia, en Santa Cruz de La Palma se produjo un gran revuelo y malestar.

El día 22 de noviembre arribó el pailebote General Prim, en el que viajaba el segundo comandante de Marina, quien determinó que se habilitasen algunos buques surtos en la bahía -’Rosario’, ‘San Miguel’ y ‘Amparo’- para el traslado de la tropa a Tenerife. Al día siguiente apareció la polacra española ‘Gravina’, con la misma finalidad y el día 24 arribó el vapor británico ‘Speedwell’, cuyo capitán manifestó que había acudido en ayuda de los náufragos como un acto humanitario.

Al día siguiente, cuando unos buzos se ocupaban de extraer el armamento del buque siniestrado, uno de ellos sufrió un accidente que le causó la muerte. El cadáver fue recuperado cinco días después, recibiendo sepultura en el cementerio católico de la ciudad. Por último, en la mañana del 9 de diciembre arribó el vapor de guerra ‘Concordia’ -comandante teniente de navío Gabriel Campo-, con cuatro buzos que consiguieron rescatar 36 cajas de fusiles, varios de ellos sueltos.

Para tratar de olvidar las penas, la oficialidad del Batallón provincial celebró una fiesta en la noche del 13 de diciembre, en la casa del capitán Francisco García Pérez, a la que asistieron los jefes y oficiales de los buques General Álava y Concordia "con un brillante baile y un espléndido refresco".

domingo, 15 de agosto de 2004

Un paseo por la heráldica de Barlovento

Juan Carlos Díaz Lorenzo
Barlovento

El escudo del municipio simboliza la devoción, los hechos y los elementos que conforman su identidad

El escudo heráldico de Barlovento simboliza los hechos, las devociones y los elementos que tienen un marcado arraigo en la historia de este pueblo del Nordeste palmero. Es un escudo dividido en cuatro cuarteles, que definimos en el lenguaje característico: el primero, de sinople, anagrama mariano de plata.

El segundo, de azur, faro de sable mazonado de plata, con linterna y cinco rayos de oro; y con base de plata y sable, aclarada de sinople. El tercero, de azur, nave cristiana de sable, con portas y tres cruces potenzadas de gules en velamen de oro, sobre ondas de azur y plata. Y el cuarto, de sinople, drago fustado en su color y terrazado al natural.

El escudo lleva bordura de gules, con nueve rosas de los vientos de plata y azur, con el Nordeste de oro, bien ordenadas. Y al timbre, corona real cerrada.

El primer cuartel hace referencia al nombre de Nuestra Señora del Rosario, que es la patrona de la parroquia y del pueblo de Barlovento. Las crónicas históricas dicen que el presbiterio, que es la parte más antigua del templo, data de finales de la década de los años setenta del siglo XVI, en los tiempos en que era una ermita anexa al beneficiado de San Andrés y Los Sauces; mientras que la nave, a partir del arco toral, se levantó a finales del siglo XVII.

Erigida en parroquia mediante real cédula de Felipe IV, de 24 de mayo de 1660, conjuntamente con las iglesias de Puntagorda, Garafía y Tijarafe, con anterioridad -posiblemente por mandato de algún obispo- ya se le daba el citado título, habida cuenta de las anotaciones que figuran en el libro primero de bautismos, que data del año 1581, siendo párroco fray Tomás de Alarcón.

Pequeña en sus comienzos, pero grande en espíritu y en corazón desde el principio, grande también en fe, en ilusión y en esperanza, el templo se reedificó y agrandó en el año de gracia de 1678. En la visita del licenciado Juan Pinto de Guisla se ordenó la reforma de la parte del coro, que amenazaba ruinas, obra para la que el obispo Bartolomé García Ximénez aportó 500 reales. Los vecinos de Barlovento contribuyeron a alargarla con su esfuerzo y entre ellos reunieron más de 7.000 reales y 120 fanegas de trigo, que sacaron del pósito vecinal con la debida licencia.

La iglesia se mantiene fiel al proyecto originario y conserva un retablo de amplias proporciones, de dos pisos y tres calles con seis nichos, que se acabó de construir en 1767 y se reformó en 1871.

La venerada imagen de Nuestra Señora del Rosario es una hermosa talla flamenca con niño, que en opinión del doctor Gerardo Fuentes se veneraba con toda seguridad antes de 1581; desde 1584 existía una cofradía de su advocación y, según apreciaciones de la investigadora Constanza Negrín, la imagen aparece documentada en la iglesia de Barlovento a partir de 1664.

La iglesia es uno de los tesoros arquitectónicos y artísticos del patrimonio insular del arte flamenco del siglo XVI. Alberga otras imágenes de gran valor, como una talla barroca de la Virgen del Carmen de la escuela sevillana, hecha en el taller de Benito de Hita y Castillo; un crucifijo de brazos plegables del siglo XVIII y la imagen de San Cayetano, inserta en el retablo y también de la misma época. La pila bautismal es de barro vidriado de color verde y data del siglo XVII.

El edificio se mantiene fiel al proyecto originario y conserva un retablo de amplias proporciones, de dos pisos y tres calles con seis nichos, que se acabó de construir en 1767 y se reformó en 1871.

Las campanas que llaman a oración, y que tañen en las despedidas terrenales, vinieron desde Cuba y las trajo un indiano llamado Andrés Brito, después de 1866, cuando se abolió la esclavitud. Hasta entonces habían servido para marcar el comienzo y el final de las duras jornadas de trabajo en un ingenio azucarero de la Perla antillana.

El segundo cuartel representa el faro de Punta Cumplida, que está situado en el vértice del Nordeste insular, en la denominada Punta del Engaño o Punta Cumplida. Allí se levanta desde hace 137 años la elegante figura del edificio de una de las obras públicas más importantes del siglo XIX en esta Isla.

El edificio y la torre son los originales y se encendió por primera vez en abril de 1867, aunque de forma temporal, con una lámpara Degrand de aceite de oliva, que más tarde sería sustituida por un sistema de relojería. La torre está hecha en piedra de cantería y mide 34 metros de altura sobre el terreno y 63 metros sobre el nivel del mar. Hasta la cornisa superior se accede por una escalera de caracol, también de piedra, que tiene 158 peldaños.

Batalla de Lepanto
El tercer cuartel representa la Batalla de Lepanto. El pueblo de Barlovento -y la Isla toda- tiene una cita especial: la representación de la épica lucha, acaecida el 7 de octubre de 1571, en la que la Armada cristiana de la Liga Santa formada por españoles pontificios y venecianos al mando del monarca Felipe II, venció a la flota turca de Mehemet Siriko, el virrey de Alejandría, liderada por Alí Bajá.

"Entre el estruendo de cañones, olor a pólvora y tierra mojada -relata María Victoria Hernández- y una polvareda cegadora, los cristianos han conseguido acabar con el poderío de los otomanos de Alí Bajá en el margen izquierdo del barranco del Pilón". Los espectadores están junto a la Virgen y contemplan la representación desde la otra orilla. En su honor se ha representado la ingenua y tierna batalla de Lepanto, que en Canarias sólo tiene otro ejemplo en Valle de Guerra.

Esta escenificación es una tradición singular en Canarias, que en Barlovento se celebra cada tres años, en el mes de agosto, excepción que se hará el próximo por su coincidencia con las Fiestas Lustrales de Nuestra Señora de las Nieves. Es posible que la lucha contra la piratería que asoló a esta isla durante los siglos XVI y XVII, y a la que Barlovento envió sus mejores vecinos a luchar en defensa de Santa Cruz de La Palma, contribuyera a mantener el arraigo de esta fiesta que puede remontar sus orígenes a comienzos del siglo XVII.

Los turcos, vencidos, yacen heridos y maltrechos entre los matorrales. Las almenas de la fortaleza han sido destruidas por los bríos y la artillería certera de los guerreros cristianos. En el momento de la toma oficial del castillo, como corresponde en tiempos de guerra, se arría la enseña roja con la media luna y se iza la bandera española, que aletea su paño firme al viento.

Hasta la década de los años sesenta del siglo pasado, la fiesta se celebraba en el mes de octubre. Entonces se trasladó a agosto para disfrutar de una mejor climatología. Coincidiendo con el 7 de octubre, onomástica de la Virgen y de la Santa Liga contra los turcos otomanos, se celebraba la fiesta moral, que hoy llamamos de "moros y cristianos". Un espectáculo bonito, que necesita de largos preparativos, y que está muy unido al nombre de la Patrona, así como a la idiosincrasia de este pueblo, que encuentra en él un interesante signo de identidad.

El cuarto y último cuartel hace alusión a la innegable belleza del notable grupo de dragos antiguos que se encuentran en el caserío de Las Toscas, y que están considerados como uno de los conjuntos de su especie más importantes de Canarias. Ellos representan no sólo una probada longevidad, sino que, además, simbolizan la riqueza agrícola de Barlovento como elemento imprescindible en su subsistencia y desarrollo.

La bordura del escudo corresponde al punto cardinal que representa la posición de Barlovento en la isla de La Palma. Este pueblo es un protagonista indiscutible de la historia insular, desde finales del siglo XV, cuando finalizó la conquista y comenzó el reparto del territorio.

En 1521, el adelantado Alonso Fernández de Lugo dio a Hernán de Alcocer una merced de tierras de mar a cumbre, y a Miguel Martín cien fanegadas de tierra en la Laguna de Regian, que la sembró de yerba pastel y fabricó un ingenio para obtener tinte que luego exportaba a los centros manufactureros de Europa. De ese modo se consolidó el primer núcleo poblacional de Barlovento, que en 1589 tenía alcalde pedáneo en la persona de Domingo Fernández.

El nombramiento de este personaje fue recusado por el Cabildo, al tratarse, según decía, de "hombre soberbio y que trata muy mal a los vecinos de palabras, y con sus ganados les destruye sus sementeras y viñas, y si le echan los ganados fuera, además de decirles palabras feas y afrentosas sin ocasión justa, los molesta y prende; por lo cual y por otras muchas causas que se puedan expresar, no conviene que el dicho Fernández sea alcalde ni haya otro alguno en el dicho término, por estar como está cerca de la villa de San Andrés, de cuya jurisdicción ha sido siempre".

Los nombres de los caseríos, dispersos desde el nivel del mar hasta las medianías y las estribaciones de la cumbre, evocan a los colonos que se asentaron en este territorio a partir de 1498: Gallegos, Catalanes, Oropesa y la Caleta de Talavera, puerto natural de esta comarca por el que se embarcaban los frutos hasta el primer tercio del siglo XX, y que debe su nombre al conquistador Diego Rodríguez de Talavera.

Después de la conquista y hasta el último tercio del siglo XIX, las grandes haciendas de los mayorazgos de los terratenientes insulares -en manos de las familias Lugo, Viña, Poggio, Van de Walle o Fierro-, extendían sus límites de mar a cumbre. En los primeros tiempos pastaba el ganado y se explotaban los recursos forestales para abastecer la demanda de construcción del núcleo urbano de San Andrés. Luego vino la etapa de la caña de azúcar, roturando los terrenos de la zona baja y desviando los cursos de agua, época en la que los hacendados, no satisfechos con sus ganancias, exigían el pago de un quinto de la producción de trigo, una vez descontado el diezmo.

Barlovento, "extendido hacia el mar todo de tierras de pan con algunas buenas viñas y en esta parte está poblada de hombres honrados", en el decir del cronista portugués Gaspar Frutuoso, en 1590, nació como municipio en 1812, cuando la Constitución de aquel año otorgó la independencia del Cabildo de la Isla. Se iniciaba, así, una nueva etapa, que no se tradujo en una rápida transformación social.

El estudio de la historia contemporánea se interrumpe en el momento en el que un incendio, acaecido en la noche del 22 de septiembre de 1874, posiblemente intencionado, destruyó el archivo y el inmueble en el que se encontraba y en el que antes había estado el pósito de granos, quedando reducido a escombros.

A comienzos del siglo XX comenzó este pueblo a respirar aires de modernidad, cuando los indianos que habían ido a Cuba regresaron trayendo consigo otras ideas y otras formas de hacer las cosas, y en los jornaleros de las haciendas plataneras había germinado la semilla de la lucha proletaria.

Barlovento era entonces un lugar todavía alejado, con pésimos caminos de herradura, por los que transitaban los vecinos y los viajeros ingleses que se atrevían a recorrer la isla a lomos de caballería. A todos asombraba el paraje de La Laguna, que Juan B. Lorenzo define como "de lo más pintoresco que existe en la Isla", donde se podían sembrar 60 fanegas de trigo, en 30 a 40 varas de profundidad y más de 500 varas de diámetro (...) "Es muy bonito, cuando la sementera está crecida, ver las ondulaciones que en ella hace el viento principiando por los bordes en derredor y concluyendo en el fondo".

En los años siguientes llegó la carretera, aumentaron las escuelas, y con ellas el conocimiento, la cultura y despertaron inquietudes. En 1929 se fundó la sociedad "Unión y Recreo", que desempeñó una labor destacada durante la Segunda República, época en la que se hizo especialmente patente la rivalidad de los seguidores políticos de Alonso Pérez Díaz.

Después de la guerra civil se abrió un paréntesis, en el que se mantuvo la lejanía, hasta que en la década de los sesenta comenzó el resurgir de Barlovento, gracias al apoyo de las remesas de los emigrantes que se fueron a Venezuela y el sentido emprendedor de quienes aquí quedaron, o emigraron a la capital insular, el valle de Aridane o Tenerife, forjando entre todos un nombre y un prestigio hoy plenamente consolidado en el concierto insular.

domingo, 8 de agosto de 2004

Una guía turística de los años veinte

Juan Carlos Díaz Lorenzo
Breña Baja

La publicación del Patronato de Turismo consta de 52 páginas con textos en castellano, inglés y alemán

Por unánime opinión de cuantos turistas la visitan, la Isla de La Palma es una de las más pintorescas, interesantes y atractivas del mundo". Así comienza el texto de una guía turística editada a finales de la década de los años veinte del siglo pasado por el Patronato de Turismo del Cabildo Insular de La Palma.

La publicación consta de 52 páginas con textos en castellano, inglés y alemán y una treintena de fotografías en sepia. La portada es una pintura panorámica de Santa Cruz de La Palma y la contraportada el mapa de la Isla en dos colores.

La red de carreteras llegaba, por el Norte, hasta Puntallana y por el Sur, hasta Tazacorte. El resto estaba en obras o en proyecto. Desde el puerto de Santa Cruz de La Palma se dibujan líneas marítimas que enlazan con Tenerife, Cádiz, Barcelona, Londres, Hamburgo, La Habana, Nueva York y Buenos Aires. El huecograbado de la publicación se realizó en los talleres de Santiago Mumbrú, en Barcelona.

Como es lógico, la guía turística resalta los indudables atractivos naturales de la Isla. "Además de tener en su centro el mayor cráter que existe sobre la Tierra, y de contar con las más altas cumbres en relación con su superficie, posee una incomparable belleza y variedad en sus panoramas, un clima templado y uniforme, una constitución geológica de excepcional interés y una flora única, que permite los cultivos de todas las latitudes y produce especies vegetales típicas o que han desaparecido totalmente en los restantes países".

Destaca la publicación que la Isla de La Palma, "situada en la ruta directa" de la navegación de Europa a América, es una de las que forman el grupo occidental del archipiélago canario y su capital, Santa Cruz de La Palma, "cuenta con un puerto seguro y un muelle de atraque".

Distante de Cádiz unas 700 millas, "los confortables buques" de la Compañía Trasatlántica Española hacen escala en este puerto, en las líneas de Cuba-Nueva York y de Fernando Poo, con salida inicial desde Barcelona. Asimismo, "los modernos barcos" de la Compañía Trasmediterránea tienen establecido un "rápido servicio" desde Cádiz, Sevilla y Barcelona a la isla de La Palma. "También, y en unos cinco o seis días de navegación" los vapores de la Compagnie Générale Trasatlantique comunican directamente el puerto de Le Havre con el de Santa Cruz de La Palma.

Existían, además, otras posibilidades de comunicación marítima para visitar la Isla, como bien destaca la guía y entre ellas la compañía británica Yeoward Line, que tenía un servicio bisemanal desde Londres a Canarias, con escalas en los puertos de Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife. "Hállase el de Santa Cruz de La Palma a no mayor distancia de 140 millas del primero y a unas 100 millas del segundo, y puede hacerse el viaje, con entera comodidad y rapidez, en los inmejorables vapores de la Compañía Interinsular, que tiene establecido un económico servicio bisemanal con la Isla de La Palma".

Para visitar el interior de La Palma, la publicación destaca que "existe un buen servicio de automóviles-correos y de automóviles públicos, con tarifas perfectamente reglamentadas que imposibilitan todo abuso en los precios del transporte". Para tranquilidad de los visitantes, "el telégrafo y el teléfono enlazan la capital con las poblaciones de la Isla, y el cable submarino la pone en comunicación con el resto del archipiélago y del mundo".

Los epígrafes de la publicación abarcan todas las posibilidades. "¿Desea usted que un simple paseo en automóvil le permita contemplar, en pocas horas, los más hermosos, variados y opuestos panoramas? ¿Quiere Vd. admirar el mayor cráter del mundo? ¿Le interesa a Vd. ver la Isla más pequeña y más alta del planeta? ¿Quiere Vd. vivir una perpetua primavera, sin los rigores de las estaciones extremas? ¿Se halla Vd. convaleciente, sufre alguna enfermedad? ¿Necesita Vd. simplemente tranquilidad y reposo? ¿Le interesan a Vd. las curiosidades arqueológicas, los vestigios de antiguas razas, las obras de arte en general? ¿Es Vd. aficionado a los estudios geológicos, botánicos y zoológicos? Para todas estas preguntas, la guía ofrece puntual respuesta.

En la redacción del texto, el escritor derrocha imaginación y, en ocasiones, otorga libertad plena a su prosa:

"La Isla de La Palma constituye un caso único por las bellezas naturales que atesora y por ofrecer al visitante infinitas perspectivas en el menor espacio posible. Cada curva de sus carreteras descubre un nuevo panorama, enteramente distinto de los ya admirados, formando interminable gama de paisajes que abarca desde la agreste severidad de los ‘fiords’ noruegos o las cumbres alpinas, a la exuberante vegetación luminosa y risueña de las selvas tropicales y de las planicies de la caña de azúcar y las palmas reales".

"Los profundísimos barrancos que cortan la isla en todas las direcciones, los innumerables conos y cráteres de volcanes extinguidos de que se halla erizada en su derredor, su pintoresca flora, los enhiestos picachos que la coronan, obran el milagro de que, en un segundo, el valle apacible y frondoso se trueque en la dantesca desolación de un sombrío tapiz de lava petrificada -vestigios abundantes de pasadas erupciones volcánicas-, y que a esta visión sin par siga instantáneamente la de un bosque de gigantes pinos o la del rizado y verdoso mar de extensísimos platanales. Todo ello contemplado desde la incomparable terraza de sus carreteras, que serpentean a grandes alturas -hasta 800 metros- sobre la costa, la que nunca se pierde de vista, y que permiten admirar, como desde un avión, apocalípticos abismos, rientes pueblecillos suspendidos en las vertientes de las montañas, festones de espumas que bordean los ingentes acantilados costeros, mares de nubes de los que emergen las cimas de las vecinas islas…".

El mayor cráter del mundo
Uno de los apartados más llamativos se refiere a la descripción que hace de la Caldera de Taburiente. "Es un antiquísimo volcán monógeno, apagado. La sola enumeración de sus dimensiones da idea de su imponente grandiosidad: mide 28.000 metros de contorno, 9.000 de diámetro y 707 de profundidad. Puede decirse que la Isla de La Palma está constituida por este gigantesco cráter, los altos picos que lo rodean y las estribaciones montañosas que de él, por todos lados, bajan hasta el mar".

"Aparte del gran interés científico que reviste un cráter sin igual, no se trata, como pudiera creerse, de una inmensa sima u oquedad escueta, desnuda de vegetación. Por el contrario, su valor panorámico es incalculable, pues, además de lo grandioso de su conjunto -difícilmente fotografiable por lo mismo; solamente desde un avión, a gran altura, podría impresionarse su totalidad-, encierra variadísimos e indescriptibles paisajes".

"Por las imponentes rocas de sus muros desciende el agua torrencial y abundante, insondables abismos las cortan de trecho en trecho; helechos gigantes, añosos y corpulentos pinos trepan por las vertientes de los barrancos, y toda suerte de árboles, arbustos y plantas silvestres forman un incomparable decorado natural de esta maravilla geológica; profusión de aves y animales salvajes la pueblan; en su centro, se conserva erecto un inmenso monolito sagrado, llamado Idafe, que servía de altar a los primitivos indígenas para adorar al dios Abora. Y todo rodeado de un anfiteatro rocoso, en el que se destacan inaccesibles crestas y agujas, frecuentemente blanqueadas por la nieve".

Hace mención, asimismo, al barranco de Las Angustias, desagüe natural de La Caldera, "que muere en el mar, junto al pintoresco pueblo de Tazacorte, es de una anchura y una profundidad excepcionales, a tono con el caudal de agua que aquélla vierte por su cauce".

La guía turística propone al visitante una serie de excursiones y, entre las más interesantes, destaca las siguientes:

Afueras de la capital
"Las afueras de la capital, muy pintorescas, abundan en incomparables perspectivas, que un simple paseo a pie permite admirar. Si se dispone de escaso tiempo, puede hacerse una breve excursión en automóvil, subiendo en él hasta el borde mismo de un antiguo cráter, desde el que se contempla, a 400 metros de altura, la ciudad de La Palma a vista de pájaro y un hermosísimo valle que desciende de las altas montañas al mar".

"Después de asomarse a las ‘Vueltas del Río’, que bajan en zig-zag hasta gran profundidad del barranco del mismo nombre, y de admirar -también desde la altura- el recoleto rincón campestre del famoso Santuario de Las Nieves, síguese unos pocos kilómetros la carretera del Sur, entre una vegetación ubérrima, con opuestos y variadísimos paisajes en los que alternan, como en la balada de Heine, el pino nórdico y la palmera tropical, para descender a la capital por la llamada carretera de Bajamar, la que, al llegar a la costa, se adentra en un largo túnel con grandes ventanales sobre el mar. Tan interesante excursión no precisa más de dos horas para realizarla plácidamente".

Mazo y Fuencaliente
"Si se cuenta con más tiempo, puede prolongarse el paseo en automóvil hasta Mazo y Fuencaliente. En el término del primer pueblo, se halla la Cueva de Belmaco. El panorama que se divisa desde una valiente cornisa que la carretera forma sobre la costa, a 500 metros de altura y con la ciudad de La Palma al fondo, es de imponderable grandiosidad".

"La carretera, que sigue siempre su nivel ascendente hasta los 800 metros y nos permite contemplar constantemente el mar a nuestros pies, pasa luego por corrientes de lava pétrea, entre las que crecen líquenes y se levantan copudos árboles; atraviesa fantásticos pinares, casi siempre con penachos de bruma prendidos en el ramaje; y llega a Fuencaliente, extremo sur de la Isla. A través de los pinos surge el cráter del volcán de San Antonio, al pie del cual se puede ir en automóvil para admirar el interior de ese cráter, de considerables proporciones, y el maravilloso panorama que desde su cima se divisa. Un kilómetro más, y nos hallaremos en el punto-cumbre de la carretera, sobre el pintoresco poblado de Las Indias, con sus blancas casitas que, desparramadas en la rápida pendiente de la montaña, dan la impresión de que van a caer al mar. En estos pueblos se cosecha, abundante y exquisito, el renombrado vino de malvasía, el cual por un precio insignificante, puede ser paladeado en las ventas del camino. De cuatro a cinco horas bastan para la excursión".

El Paso, Los Llanos y Tazacorte
"Las tres poblaciones, de extraordinario interés para el turista, se hallan en el extremo opuesto a la capital y ha de bordearse gran parte de la Isla, por el sur, para llegar a ellos por carretera. En el trayecto, los paisajes se suceden inagotables en sus bruscos contrastes. Entre El Paso -donde se conserva una curiosa industria tradicional de la seda- y Los Llanos, los almendros floridos bordean el camino, junto a la lava. Al lado de los Llanos, la carretera permite asomarse al abismo del barranco de Las Angustias. En Tazacorte se llega de nuevo al mar, en la imponente desembocadura de ese barranco. Puede realizarse tan amena excursión en seis horas, disponiendo de una para almorzar".

Caldera de Taburiente
"Es posible hacerla en un solo día, yendo en automóvil a El Paso, a dos horas de la capital. Desde allí, a caballo y siguiendo el curso de un pintoresco barranco, se asciende a La Cumbrecita, espléndido balcón para admirar el cráter de La Caldera, a un lado, y el incomparable Valle de Aridane al opuesto. También puede contemplarse el interior de la Caldera, marchando en automóviles hasta Los Llanos, a igual distancia aproximada de la capital, y subiendo en mulo por el llamado ‘Lomo de los Caballos’. El tiempo que hay que cabalgar para ambas ascensiones, nada penosas, excede poco de una hora".



Otras excursiones. Partiendo de Santa Cruz de La Palma, la guía turística propone otras excursiones, como El Cubo de La Galga -"parte en automóvil, por la carretera del Norte, actualmente en construcción- y cualquiera de las acostumbradas para llegar, a caballo, hasta los picos y cumbres próximas a la capital, desde las que, cómodamente, se puede regresar en el mismo día. Disponiendo de tiempo abundante, merece ser visitado el Norte de la Isla, de muy crecido valor pintoresco; en él se encuentran los interesantes paisajes de Puntallana y Los Sauces, así como los famosos pinares de Garafía y Puntagorda".

Entre los detalles de interés para el viajero, la guía hace referencia a los precios de los alojamientos en la capital y otras poblaciones, que "no excede de diez pesetas", mientras que la excursión más larga en automóvil "cuesta de sesenta a setenta pesetas por coche de seis asientos". Asimismo, el alquiler de caballos y guías "es de quince pesetas por día" y, por último, "una buena comida cuesta alrededor de cinco pesetas".¡Qué tiempos!

domingo, 1 de agosto de 2004

Lo que el volcán se llevó

Juan Carlos Díaz Lorenzo
Los Llanos de Aridane

El reparto de la ayuda no llegó por igual a todos los necesitados, algunos de los cuales pasaron calamidades

Concluimos hoy la serie de reportajes que hemos venido publicando en las últimas semanas referidos al 55 aniversario de la erupción del volcán de San Juan. Y lo hacemos incorporando los testimonios de dos vecinos de Las Manchas, José Expósito Pérez y su esposa, Juana Camacho García, que lo perdieron todo tras el paso de la lava.

A pesar del tiempo transcurrido, la memoria triste de estas dos personas octogenarias sigue intacta como si se tratara de los primeros momentos.

En la madrugada del 8 de julio de 1949 comenzó la salida de la lava desde la fractura del llano del Banco. Al amanecer era claramente visible el enorme peligro que se cernía sobre el barrio de Las Manchas, adonde fueron llegando las autoridades insulares.

El primer teniente de alcalde de El Paso, Miguel Jurado Serrano, en nombre de la alcaldía, dio órdenes de movilizar a todos los camiones del municipio y pidió ayuda a los alcaldes de Los Llanos de Aridane y Tazacorte. Con la colaboración de los propios vecinos, así como de otros venidos de los pueblos colindantes, las fuerzas de la Guardia Civil y las tropas del Batallón de Infantería La Palma nº 29, destacadas en Argual, evacuaron todo lo que quedaba en tiendas de comestibles, casas, lagares, puertas, ventanas, tejas y maderas aprovechables, muebles de las escuelas, las imágenes religiosas y ornamentos de la ermita de San Nicolás, la madera almacenada en el cargadero y los animales domésticos que aún se encontraban en la zona.

La movilización fue rápida y se realizó en camiones, guaguas, coches y carros tirados por bestias, lo que permitió salvar numerosos enseres, formándose una larga caravana en dirección a Los Llanos de Aridane y El Paso, donde ya se encontraban evacuadas más de un millar de personas desde hacía varios días, debido a los daños causados en las viviendas por los temblores de tierra. Los nuevos desplazados fueron alojados en colegios, almacenes de empaquetado de plátanos y casas particulares de los vecinos del valle de Aridane.

Poco después de que el primer teniente de alcalde de El Paso diera la orden de evacuación, llegaron las autoridades insulares y los geólogos Juan María Bonelli Rubio y Simón Benítez Padilla, así como los alcaldes de Mazo y Fuencaliente, con vehículos y vecindario dispuestos a cooperar en todo lo que fuera posible.

Testigos de los acontecimientos en Las Manchas dicen que dos hermanos, conocidos por el apodo de "los abejones", se encerraron en su casa cuando vieron venir la lava, porque pensaban que con ellos dentro pasaría de largo. La gente les gritaba para que se echaran fuera, pero ellos no hacían caso, por lo que tuvo que intervenir la Guardia Civil y los sacó a empujones.

Recuerdos tristes
El recorrido de la lava iba dejando una huella impresionante en la destrucción de casas, bodegas, pajeros, fincas y viñedos. Los testigos coinciden en afirmar que era una tristeza muy grande para quienes perdieron sus casas y propiedades, aunque para los demás aquello era un espectáculo inenarrable. La gente venía a ver el paso de la lava desde todas partes de la Isla. La Guardia Civil tenía que esforzarse en alejar a los curiosos del paso de la corriente de fuego, que iba avanzando lenta pero inexorablemente hacia el mar.

"Los recuerdos que tengo del volcán son tristes", comienza diciendo José Expósito Pérez (1919). "Estábamos durmiendo en una chabola, encima de una huerta, cuando llegan diciendo que el fuego estaba llegando a Bernal. Yo estaba acostado, pues además me encontraba enfermo. ¿Cómo va a ver eso, si ya estaba todo quemado? Eso no puede ser. Me levanto y se veía el fuego por ahí para abajo y en eso ya estaba aquí la Guardia Civil y la gente en la carretera. En fin, resulta que era la lava. La gente se alborotó y empezaron a llegar camiones. Por cierto, el primero que llegó cargó en mi casa. Se fue la mujer y la chica y yo me quedé. Deja ver. Con que luego, más tarde, llegó otro camión y cargó en casa de María, mi cuñada, y el volcán que venía llegando ahí mismo. Cuando llegó vi cómo se llevó la casa de mi cuñada, y digo, ahorita se lleva la mía. Pero ese día no se la llevó. Se la llevó al otro día. Hasta que no se la llevó, yo no salí de ella. Yo estaba sin comer, mejor dicho, yo no había comido nada. Y al otro día, cuando se la llevó, yo dije: aquí no hago nada, ya no tengo nada. Me voy".

"Entonces -prosigue- no sabía dónde estaba mi mujer. Cogí una bicicleta que tenía y salí por ahí abajo averiguando adónde había ido a parar y me dijeron que estaba en Los Llanos, en la casa de Mariano Nazco. Y, sí, fui y di con ella. Aquí quedó el ganado y cuando volví, unos se habían llevado las cabras para un lado, otros un cochino que tenía para otro, ¡qué sé yo! Y yo enfermo, sin un duro, sin casa y sin nada. Así que ese es el recuerdo que yo tengo del volcán".

"Y gracias que el que tenía el comercio y la molina, uno que le decían Julín, hijo de Julián Simón, allí era donde nosotros cogíamos las raciones. Pero yo, como no tenía ni un duro, pues no iba a buscarlas, porque yo me decía, dentro de poco ya no me las dan. Y es que ya le debía dinero. Un día me mandó una carta y yo pensé, esto es pidiéndome lo que le debo. Pero fue al revés. Era para mandarme dinero y que fuera a recoger las raciones. Hubo gente que se portó muy bien con nosotros".

Penurias y trabajos
"De toda aquella ayuda que prometieron -concluye-, no dieron nada o dieron muy poco. Las casas que se llevó el volcán no las pagaron. El terreno que se me llevó lo valoraron en 5.500 pesetas. Y luego, al fin, lo que me dieron fue 1.100 pesetas con cinco céntimos, y haciéndome ir a cada rato a Los Llanos, diciendo que si la casa la iban a hacer aquí, que si la iban a hacer allá. Y, al fin, no hicieron nada. Lo único que sí hicieron, apenas yo empecé a hacer ésta, es que todavía no la había terminado cuando ya me habían puesto la contribución. Esa fue la única ayuda que tuve. Así que eso es lo que yo le puedo contar. Todavía, y mire el tiempo que ha pasado, no quiero ni recordarlo".

La memoria de su esposa, Juana Camacho González (1922), a punto de dar a luz a su segundo hijo en aquellos días, conserva una precisión absoluta al evocar los recuerdos de aquellos días azarosos:

"Yo estaba en un trocito de terreno que había más arriba, pues había ido a buscar un cesto de flores de tunos para el cochino y venía bajando. Yo, la verdad, no vi el fuego hasta que llegué a la carretera, donde estaban las higueras del Grajo, cuando oí a la gente con el laberinto de que venía el fuego por ahí para abajo. Y era la lava. Entonces, lo que hice fue recoger las cositas que teníamos, lo que pude y en un saco de carbón que había vacío metí la ropa que tenía en el armario para poderla salvar, porque creía uno que la lava llegaba rápido. En el primer camión salí para Los Llanos".

"A mi hija Sérvula me la llevó Laureana, con el chico de ella, caminando por la carretera y cuando llegué a Los Llanos no la encontré. No sabía para dónde había ido. Enseguida, al desocupar el camión, le pregunté a mamá, que estaba atendiendo a Amelia, que hacía poco había dado a luz, que si Sérvula estaba con ella. No, aquí no me la han dejado. Entonces, en el primer camión que encontré volví otra vez a Las Manchas, a buscar a la chica y estaba en la casa de Gabriel ‘el peludo’. Laureana la tenía allí. Ella nunca había tomado la leche por una taza, sino por el biberón. Las cabras las tenía Regina, que en paz descanse, en su casa, pues las conoció y se las llevó con ella. Yo fui y ordeñé la leche cruda y le di una taza a la chica y era tanta el hambre que tenía que se la comió como si había sido por el biberón".

"Después regresé a Los Llanos y allí estuvimos un tiempo. Cuando supe que el volcán se había llevado la casa me dio un gran susto y un gran disgusto. ¡Dios mío, qué cosa más grande! Poco se podía pasar entonces por aquí, porque eso estaba que ardía todavía. Entonces, las guaguas ya llegaban a un lado y al otro de donde pasó la lava. Al poco tiempo di a luz en el hospital de La Palma, donde me atendieron muy bien. Incluso muchas señoras de allí me dieron ropas para el recién nacido. Volví derecha a Los Llanos, me acuerdo que fui en el coche de Gabriel ‘el de la guagua’, que no tenía puertas por los lados ni nada. Yo llegué tullida, que no podía conmigo. Los vecinos de Los Llanos se portaron muy bien con nosotros".

"En septiembre -prosigue-, cuando fueron a abrir las escuelas, nos echaron fuera. Entonces vinimos para un pajerito que está por encima del cementerio, que era de una tía que estaba en Cuba. Cuando llegó el invierno, llovió y se nos mojó la cajita del gofio, se nos mojaron los higos pasados, se nos mojó el camarote donde dormíamos; sólo el chico fue el único que no se mojó por la noche, porque lo abrigué conmigo. La chica, que entonces tenía tres años, sí se mojó todita y mi marido y yo también nos mojamos".

"De allí salimos para la casa de Juanito ‘el de Paula’ y allí estuvimos unos cuantos meses. Entonces mi marido intentó hacer un pajerito, un sitio donde uno meterse. Y sí, se pudo hacer. Muchos vecinos nos dieron los peones, Andrés ‘el de Idilia’, Pepe ‘el de Marta’, en fin, entre todos ellos nos perdonaron algunos jornales. Hicimos el pajerito de un agua y cuando nos metimos dentro nos parecía que éramos ricos, cuando por fin entramos dentro de lo nuestro. Después, decían que compráramos el solar para hacer la casa. Incluso vendí un fisco de dote para comprar este solar, porque lindaba con la casa nuestra y lo compramos a toda prisa, porque querían hacer las casas. Y si hubiera sido por ellos, todavía estaríamos esperando. Así que sí pasamos trabajos. Y mi marido enfermo, con una pierna mala. En 1951 estuvo ingresado una temporada en el hospital de La Palma para operarse de la pierna. Fíjese los recursos que nos quedarían, con él sin poder trabajar, con los dos hijos chicos, en manos de la caridad de los vecinos y de alguna limosna que me hacían".

"Un día -concluye el relato-, saliendo de la molina, Julín me llamó para atrás. Me dio un sobrito y yo no lo abrí. Llegué a casa y le dije a Pepe: Esto es para pedirte el dinero de las raciones. Pues no. Era que le mandaba dinero, porque sabía que estaba enfermo, para que fuéramos a recoger las raciones para poder comer. Y, la verdad, ese hombre, ¡Dios lo tenga en la gloria!, fue muy bueno para nosotros".

Reparto desigual. La ayuda económica y material que llegó a La Palma, a pesar de la buena voluntad de muchas personas y de las instituciones de entonces, principalmente del Cabildo Insular, no se repartió por igual, por lo que hubo personas que pasaron verdadera necesidad y consiguieron escapar gracias a la generosidad de sus vecinos y de personas anónimas impresionadas por lo que estaban viviendo.

A instancias del ministro de la Gobernación, Blas Pérez González, una comisión de técnicos del Instituto Nacional de Colonización emprendió viaje a La Palma, con la finalidad de ver la posibilidad de adquirir una o dos fincas de grandes dimensiones que podían ser parceladas y donadas a los agricultores que habían perdido sus propiedades al quedar sepultadas por la lava.

Otra comisión de la Dirección General de Regiones Devastadas vino con la misión de atender la reconstrucción de todas las viviendas que habían resultado destruidas o con graves daños por la lava o los temblores de tierra.

De las personas evacuadas, niños, adolescentes y adultos, una parte fueron a Santa Cruz de La Palma y se alojaron durante varios días en casas particulares ofrecidas por sus habitantes. Los que necesitaron cuidados médicos fueron ingresados en el Hospital de Dolores, donde recibieron las atenciones que requerían.

El doctor Amílcar Morera Bravo realizó más de cuarenta intervenciones quirúrgicas. Los médicos de la isla, tanto de medicina general como especialistas, atendieron cientos de consultas de los evacuados.

Cuando la erupción llegó al final y el brazo de lava se había solidificado, aunque todavía en su interior mantenía temperaturas elevadas, "ya son varias las personas que han atravesado de un lado a otro de la corriente lávica, si bien esto debe considerarse aún como un arriesgado y peligroso intento, pues todavía es necesario esperar muchos días a que se enfríe totalmente el brazo de lava para dar comienzo a los trabajos tendentes a poner nuevamente en servicio la carretera general en el tramo donde fue cortada por la corriente ígnea".

La autoridad, al tener conocimiento de que, en efecto, muchos vecinos de Las Manchas y Jedey evacuados en el valle de Aridane habían pasado a "la zona oriental" cruzando el volcán, "lo que encierra grave peligro por las posibles explosiones por expulsiones de gases, que constantemente se registran en todo aquel sector", prohibió terminantemente que nadie circulara sobre el brazo de lava hasta que los técnicos creyeran oportuno autorizarlo.

DIARIO DE AVISOS insistía en este asunto: "Algunos vecinos (...) y que soslayando temerariamente las órdenes de la autoridad han logrado llegar a los lugares donde creen que otrora tuvieron sus casas y sus cultivos, no pueden fijar exactamente los linderos. De tal forma el fenómeno ha cambiado la topografía de aquel sector".

"Se nos dice -prosigue- que son muchas las personas que tanto por los lugares de Las Manchas, por donde corrió la lava, como por el barranco de La Jurada, han pasado, sino tan tranquilamente, si un poco deprisa, aunque con manifiesta inconsciencia siempre".

Y es que hubo quienes quemaron la lona de sus alpargatas y se llevaron sustos de muerte cuando pisaban la costra de la lava que todavía estaba caliente.