domingo, 29 de agosto de 2004

La eterna disputa de los veleros

Juan Carlos Lorenzo
Santa Cruz de La Palma

La Fama de Canarias, La Verdad y El Triunfo, tres nombres para la historia marinera de La Palma

La Palma, isla marinera por excelencia, conserva intacta la memoria de aquellos veleros que hicieron historia en la carrera de las Antillas y, muy especialmente, en la línea de La Habana. Nombres sonoros de veleros escualos que tomaron forma y se botaron a orillas de Santa Cruz de La Palma, arbolados con recios aparejos de obenques y flechastes. Los diseños de estos buques, producto del ingenio de constructores navales isleños -los hermanos Arocena e Ignacio Rodríguez, entre otros- adquirieron merecida fama y prestigio.

De aquellos barcos, tres nombres permanecen inalterables en la sucesiva memoria de las generaciones: La Fama de Canarias, La Verdad y El Triunfo. A ellos vamos a referirnos en esta ocasión.

La brickbarca La Fama de Canarias, diseñada por el constructor naval Ignacio Rodríguez, tomó forma en el varadero que se encontraba frente al callejón llamado El Rieguito, que tenía salida a la calle de La Marina. Las crónicas de la época dicen que el casco ocupaba el huerto y el solar de la casa que más tarde fue residencia del siempre bien recordado y querido Elías Santos. El bauprés llegaba hasta el balcón de la casa de la familia Lugo Massieu, que entonces miraba al mar y hoy a la calle Álvarez de Abreu, llamada también calle Trasera. La construcción de este velero, botado en 1870, había sido contratada por el armador palmero Juan Yanes García después de obtener la autorización a las autoridades insulares y en medio de una disputa para sentar la quilla en el varadero que estaba desocupado desde hacía tres años. Su capitán fue Manuel Sosvilla González, hermano de Miguel, que mandaba La Verdad, otro de los grandes veleros de la historia marinera de La Palma.

La brickbarca La Fama de Canarias tenía 450 toneladas de arqueo y demostró que era barco de excelentes condiciones marineras, sobre todo en las obligadas capas a que tenía que someterse cuando encontraba tiempos duros del Atlántico en las remontadas del retorno del Caribe.

Hizo la carrera de América con pasaje, carga y frutos del país, en competencia con los otros barcos de su generación y, sobre todo, con el que fuera su constante rival, La Verdad, "lo que hizo que nuestra isla -recuerda Armando Yanes- se dividiera en dos bandos, uno partidario de un barco y otro del otro, unos que no querían ir ni venir de Cuba sino en La Fama y otros que por nada lo hacían sino en La Verdad, ocurriendo lo mismo con las respectivas tripulaciones, que hasta se insultaban discutiendo, o mejor dicho, disputando sobre cuál de los dos barcos era mejor o más valiente y caminador, sin que jamás lograran ponerse de acuerdo. No había entonces tertulia y reunión donde el principal tema de la conversación no fuera sobre estos barcos o algo con ellos y sus viajes relacionado". Y es que ambos veleros eran buenos barcos, sólidos y bien construidos.

En uno de los viajes a Cuba de La Fama de Canarias sufrió los efectos de un fuerte temporal y cuando arribó a La Habana el casco se había resentido, ante el embate de las olas que parecían arietes en su intento de quebrarlo. Cuando fue revisado se consideró que su reparación no era rentable para volver a navegar, por lo que se le suprimió el aparejo y quedó transformada en humilde pontón carbonero. Un día, alguien, posiblemente un palmero, la reconoció y sufrió en su alma de marino cuando en viaje de vuelta a Tenerife, el "liner" en el que viajaba tomó carbón abarloado a la que años antes había sido la esbelta brickbarca orgullo legítimo de La Palma.

"La Verdad"
La Verdad, diseñada por Sebastián Arocena Lemos, comenzó a tomar forma el 17 de diciembre de 1871 en La Explanada, lugar donde se habilitó el astillero para su construcción. Se montaron los picaderos y sobre ellos la quilla de 36 metros de largo. El 12 de abril de 1872, Sábado de Resurrección, en presencia de una gran multitud, se procedió a su botadura. Su armador, Juan Yanes, estaba realmente orgulloso de su nuevo barco. Ni la Rosa Palmera, su predecesora, ni la María Luisa, botada unos años más tarde, lograron eclipsar el renombre y la fama de este espléndido velero de 775 toneladas.

El palo mayor tenía 40 metros de altura desde la carlinga a la galleta y el trinquete llevaba aparejo de cruz con cangreja y escandalosa en la mesana. Eran sus principales dimensiones 40 metros de eslora en la cubierta, 9 de manga fuera de forros y 4,87 de puntal. Sus planos, así como una maqueta, se encuentran expuestos en el museo de San Francisco de la capital palmera y fueron enviados a la Exposición Internacional de Filadelfia celebrada en 1876, alcanzando justo premio con la concesión de un diploma con medalla de la muestra de rango mundial.

En agosto de 1873, La Verdad llegó en viaje inaugural a La Habana. El periódico La Voz de Cuba, en su edición del día 12 del citado mes, publica lo siguiente:

"Deseosos de conocer la barca de este nombre que procedente de Santa Cruz de La Palma (Canarias), donde ha sido construida, llegó hace pocos días a nuestro puerto haciendo su primer viaje, fuimos a visitarla y vemos que no son apasionados los elogios que de ella se nos han hecho, pues bien puede decirse que es una de las embarcaciones más notables con que cuenta hoy nuestra marina mercante.

La perspectiva que presenta es verdaderamente artística. Desde la quilla al tope todo sorprende en La Verdad, pues en su construcción y adornos todo está en armonía con los modernos adelantos navales, la cual honra en alto grado a su inteligente constructor don Sebastián Arocena, que puede hallarse orgulloso y satisfecho de su obra, que ha merecido y merecerá los aplausos de todos los inteligentes.

Su casco es de una forma nueva y elegante. En la parte anterior de proa ostenta el buque una figura artísticamente grata que representa la Verdad mitológica y de la cual dijo un periódico francés que por su fina escultura era más propio para adornar un museo que la proa de una embarcación.

La cubierta de La Verdad es ancha y todo en ella muy bien distribuido. Corona su obra muerta falsa una luciente balaustrada de bronce. La arboladura llama la atención, pues es de las más completas y bien dispuesta; las cofas adornadas con molduras blancas y doradas; los capillos de bronce para cubrir las extremidades de los obenques, burdas, etcétera; el fino y blanco velamen, el sólido cordaje; todo es digno de celebración. Las hermosas bitas de caoba enchapadas de metal y talladas para atar los cabos; el aparato que contiene la bitácora transparente de compensación; los treinta y cuatro ventiladores que están sobre los trancaniles para evitar asfixia en la bien arreglada bodega en caso de temporal; el espacioso y alto entrepuente para mercancía y pasaje de proa; las cómodas cocinas para tripulación y pasaje; los hermosos botes. Todo merece aplauso en este cómodo, sólido y seguro buque, hoy continuamente visitado.

Las tres cámaras son espaciosas, altas y ventiladas; desde una, por medio de rejas y cristales, se ven las otras; están pintadas de blanco perla con adornos de oro, alfombradas con elegantes esteras y decoradas con un costoso mobiliario de caoba y terciopelo. Hermosas lámparas colgantes, espejos, cuadros, portaflores y otras piezas de gusto. En sus cómodos y frescos camarotes pueden alojarse bien sesenta pasajeros.

Posee el buque un precioso armario con un completo botiquín y otro con una valiosa colección de toda clase de instrumentos náuticos a la altura de los más modernos adelantos de Inglaterra. Tiene una magnífica máquina para hacer una pipa diaria de agua dulce; una hermosa bomba de incendios y también dos regulares cañones para su defensa.

Nada falta a La Verdad para ser una nave notable bajo todos conceptos. Fabricada con arreglo a las condiciones exigidas por la casa Lloyd de Inglaterra para ser asegurada en primera letra, es digna de ser visitada por todos.

Pocos días permanecerá en nuestra bahía. Los que vayan a examinarla serán recibidos cortés y afablemente por su digno capitán el inteligente y práctico marino señor don Eduardo Morales Camacho, oficial de nuestra Armada. Complacidos quedamos de sus galantes obsequios y complacidos quedarán cuantos tengan ocasión de conocerla y tratarle, pues reúne distinguidas dotes y se hace estimar por su franco y delicado trato. El orden que reina en su buque le recomienda por sí solo".

Desde su puesta en servicio navegó siempre en la carrera de América. "Conocemos viajes de La Verdad -escribe Armando Yanes en "Cosas viejas de la mar"- que llevaba o traía más de 400 pasajeros, además de la tripulación. Entonces las personas no necesitaban muchas comodidades que no podemos prescindir hoy y así se puede explicar de tanta gente a bordo de tan poco tonelaje y relativamente pequeños para alojar a tantos de éstos, máxime en viajes largos. Y sin embargo ellos hicieron durante muchos años todo el servicio que luego fue sustituido por los más modernos trasatlánticos de vapor".

La Verdad adquirió pronto fama por su extraordinaria rapidez. En 1894, en la travesía de La Habana a La Palma, invirtió tan sólo 18 días, cuando normalmente, con viento favorable, era un viaje de 40 a 45 días. La hazaña se repitió en otro viaje posterior, al tardar 19 singladuras. El 4 de septiembre de 1898 La Verdad dejó por última vez las aguas de Santa Cruz de La Palma con un cargamento de cebolla rumbo a La Habana, donde recaló después de 32 singladuras. El 29 de diciembre zarpó del puerto habanero y el 10 de enero fue sorprendida por un temporal cuando navegaba cerca de las Bermudas.

El final quedó plasmado en el diario de navegación y en las lacónicas palabras del capitán Miguel Sosvilla: "A las diez y media se avistaron dos barquillas de prácticos por la proa y momentos antes de llegar a ellas noté que el color del mar era de poco fondo orzando inmediatamente todo para el Oeste; pero a los pocos momentos tocó el buque en el fondo quedando sobre un bajo; en aquellos instantes tuve suficiente valor y conservé toda mi serenidad disponiendo todas las maniobras para sacar el buque del bajo; pero poco después me convencí de que todo era inútil".

"El Triunfo"
El nombre de este velero, según se cuenta, era consecuencia de una de las agrias disputas y rivalidades de la construcción naval en La Palma, protagonizada entre Juan Yanes e Ignacio Rodríguez, ya que ambos querían construir un barco en la misma cuna donde había sido construido La Fama de Canarias.

Las autoridades otorgaron el permiso a Ignacio Rodríguez, que armó el velero para la sociedad Rodríguez y Cía., mientras que Juan Yanes obtuvo autorización para construir el barco que proyectaba en otro sitio de la ribera, que en 1873 salió a navegar con el nombre de La Verdad.

"Bien por que este nuevo barco fuese más pequeño, bien por lo que fuera -escribe Armando Yanes-, el hecho fue que el barco se terminó bastante antes que el de mi abuelo y al bautizarlo se les ocurrió ponerle el nombre de El Triunfo, en memoria de haber triunfado la disputa sostenida sobre la autorización del sitio para el astillero que cada parte quería para sí. Reconocido por mi abuelo que el referido ‘triunfo’ había sido cierto y en contestación a la alusión reflejada en el nombre puesto a este buque, decidió entonces bautizar el suyo con el de La Verdad". El Triunfo, de 298 toneladas y aparejado de brickbarca, se entregó en 1873. Años después habría de perderse en una varada en las costas de Pensacola, en el Golfo de Méjico, cuando se disponía a cargar un envío de madera de riga para La Palma.

"María Luisa"
La brickbarca María Luisa también figura entre los mejores veleros que se construyeron en La Palma para la carrera de América. Juan B. Fierro Vandewalle la pintó, airosa, en el conjunto de los veleros que el 2 de mayo de 1876 estaban fondeados en la rada del puerto palmero, a modo de excepcional documento que su familia conserva celosamente.

Su propietario, Juan Yanes García, encargó el diseño de los planos y la construcción a Sebastián Arocena Lemos. Sentada su quilla sobre picaderos en 1875, el 9 de abril de 1876 resbaló por la grada de troncos de madera, en ceremonia fastuosa, ante la mirada de cientos de personas. Tenía un arqueo de 440 toneladas y un airoso aparejo de tres palos cruzando los dos proeles y cangreja con escandalosa en la mesana.

La historia de sus 19 años de vida marinera estuvo constantemente salpicada de dificultades, lo que se puso de manifiesto desde su primer viaje, en que desde Santa Cruz de La Palma hizo escalas en Jíbara y Caibarién antes de rendir viaje en La Habana, después de un periplo lleno de diversas vicisitudes.

El 8 de marzo de 1895, en viaje de Cádiz a Santa Cruz de La Palma con un cargamento de sal, al mando del capitán palmero Luciano Rodríguez Silva, zozobró en medio de un fuerte temporal y la tripulación logró salvarse, milagrosamente, alcanzando las costas de Larache en el bote de servicio.

Esta etapa de la historia marinera y mercantil de La Palma bien merece ser conservada y recordada en la Isla cuyos bosques dieron la madera para tantas quillas raudas que cortaron la mar, y la inteligencia de sus hombres hizo posible uno de los capítulos más emotivos de nuestra historia contemporánea.

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