domingo, 26 de noviembre de 2006

Cuando el rey llegó por mar

Juan Carlos Díaz Lorenzo
Santa Cruz de La Palma


Los actos de celebración del centenario de la visita del rey Alfonso XIII a Canarias han alcanzado su broche de oro con la presencia de los Reyes de España, Don Juan Carlos de Borbón y Doña Sofía, que han recorrido las siete islas -en La Palma sucedió el pasado viernes- en una apretada jornada de apenas cinco días, dándose la circunstancia histórica de que el actual Rey es nieto por línea paterna del entonces joven monarca.

Cuando Alfonso XIII visitó Canarias, todavía no había cumplido los veinte años de edad. El 17 de mayo de 1902, el mismo día que cumplió los dieciséis, el joven monarca había jurado la Constitución y sería a partir de entonces cuando inició un reinado caracterizado, en su primera etapa, por el deseo de ejercer un gobierno personal, haciendo valer su influencia en el tradicional turno de partidos. Entre diciembre de 1902 y junio de 1905 se desarrolló una etapa conservadora, que luego dejaría paso a un período liberal, hasta enero de 1907, etapa que coincidió con su viaje a Canarias.

Todavía resonaban en la conciencia de la nación los ecos del desastre de 1898. Las noticias de la independencia de las colonias americanas, en donde habían quedado tantos canarios, así como la penosa situación de abandono y postración por la que atravesaba el archipiélago canario, consecuencia, una vez más, de la dejadez de Madrid, provocó que el presidente del Gobierno, Segismundo Moret, aconsejara la visita del Rey a las islas para suavizar tensiones y hacer presente el sentimiento patrio en la figura de su máximo representante.

Resueltos los preparativos para que visitara las siete islas, para el viaje real se ordenó a la Compañía Trasatlántica que habilitara el buque Alfonso XII, que fue convenientemente arranchado en el astillero de Matagorda, propiedad de la citada compañía. El 23 de marzo de 1906, Alfonso XIII salió de Madrid para realizar su histórico viaje oficial a Canarias, acompañado por su madre, la reina María Cristina y su hermana la infanta María Teresa, en unión de su esposo, el infante Fernando de Baviera.

Al día siguiente, a mediodía, el monarca llegó a Cádiz y embarcó en el trasatlántico Alfonso XII, que había sido habilitado de crucero auxiliar e inició el viaje del yate real Giralda, uniéndosele, poco después, una parte de la Escuadra formada por los buques de guerra Pelayo, Carlos V, Princesa de Asturias, Extremadura y Río de la Plata.

Al igual que sucedió en el resto del archipiélago, la noticia de la visita del Rey causó un gran revuelo en la sociedad palmera de la época. En la mañana del 3 de abril de 1906, en la línea del horizonte se divisó la silueta del vapor correo Alfonso XII, de la Compañía Trasatlántica Española, especialmente habilitado para la ocasión como buque real con la categoría de crucero auxiliar, en el que viajaba el Rey Alfonso XIII, cuya insignia real enarbolaba en el pico. Desde la noche anterior, dice la crónica de DIARIO DE AVISOS, "una concurrencia inmensa en la que predominaba el elemento femenino invadió el muelle y calles próximas esperando el desembarco del Rey".

En el trozo de muelle que entonces existía y en los aledaños de la ribera, cientos de personas, llegadas desde todos los pueblos de la isla, vivían la emoción de presenciar el hecho histórico de la primera visita de un monarca español. Previamente, los distintos ayuntamientos habían adoptado acuerdos plenarios y nombrado comisiones para el recibimiento oficial, por lo que los más madrugadores en llegar fueron los de los pueblos más alejados, unos a lomos de bestias y otros por carretera y en los pequeños barcos que comunicaban con los puertos y tenederos del interior de la isla.

El histórico trasatlántico -que llevaba el nombre de su padre- fondeó muy cerca de tierra, a barlovento del actual muelle y un poco más a sotavento lo hicieron sus escoltas, el cañonero Álvaro de Bazán y el yate real Giralda. "Desde esa hora comenzó el movimiento y la animación afluyendo gran número de personas al muelle y carretera que domina el puerto para presenciar el desembarco".

La llegada del Rey se había previsto para las nueve de la mañana, pero la presencia de unos nubarrones amenazadores, que descargaron rápidamente, hizo que se retrasara unas horas, a la espera de que mejorara el tiempo. Este hecho natural, sin embargo, causó satisfacción entre los habitantes de La Palma, ya que venían padeciendo una pertinaz sequía desde hacía tiempo y hasta hubo quien pensó si el monarca habría invocado al cielo, ya que en otro tiempo a los Reyes se les atribuía cierto poder divino.

Retrasado el desembarco hasta mediodía, el Rey se entretuvo a bordo en hacer ejercicios de tiro al pichón y a la hora convenida embarcó en una lancha gasolinera, junto con los otros ilustres visitantes de su séquito y atracó a un muelle de madera construido con tal objeto en los talleres de las obras del puerto, sobre el que se alzaba un artístico templete adosado a la grúa Titán, en el que fue recibido por las autoridades, cuerpo consular, representantes de las diversas sociedades... y el pueblo!

La emoción fue impresionante. El Rey subió a un coche de caballos y compartió asiento con el alcalde de la ciudad, Federico López Abreu, mientras que en otros coches lo hicieron su hermana, la infanta María Teresa de Borbón y su esposo, el infante Fernando de Baviera y su séquito, formado en el viaje a La Palma por los ministros de la Gobernación, conde de Romanones; de la Guerra, general Luque y de Marina, almirante Concas; así como el general Pacheco, conde de Mirasol; el gobernador civil de la provincia y varios personajes de palacio y jefes del Ejército y Guardia Civil.

El Rey, sonriente, saludaba con los brazos a los reclamos del gentío que se agolpaba no sólo en el muelle sino a lo largo de la calle Real, en las azoteas, balcones y la plaza de España. El monarca no pudo ocultar su emoción cuando en la voz popular escuchó varias veces la expresión ¡Viva la Reina Madre doña María Cristina!

La crónica de DIARIO DE AVISOS -el periódico decano de la prensa canaria, fundado en Santa Cruz de La Palma el 2 de julio de 1890- dice que "en ese instante fue imposible contener la enorme masa humana que entre estruendosos vivas rodeó el coche regio", que le acompañó hasta la escalinata de la iglesia de El Salvador, en cuyas puertas aguardaba el clero. En el trayecto desde el muelle, "la calle estaba preciosamente engalanada en el largo trayecto de un kilómetro", en la que "todas las casas ostentaban colgaduras y guirnaldas de flores" y una lluvia de pétalos "arrojados desde ventanas y balcones por mano de mujeres palmeras cubrió materialmente el coche regio".

El monarca entró bajo palio en el templo de El Salvador, entonándose el tradicional Te Deum "en acción de gracias por la feliz llegada del Rey de España. La Iglesia ofrecía hermoso aspecto y sus naves resultaron pequeñas para contener las miles de personas que seguían la comitiva regia".

Después de la ceremonia religiosa se celebró la recepción oficial en el salón noble del Real Club de la capital insular, "equipado de acuerdo con la instrucción reglada para tal acto por la Comisión de ornato nombrada con tal fin. Exquisito gusto demostró la citada Comisión en el decorado e instalación de mobiliario".

El Rey recibió el saludo de los cónsules acreditados en la isla, así como de las diversas autoridades civiles, militares y eclesiásticas, jefes y oficiales del Ejército, comisiones de varias sociedades, y también participó en la recepción "el grupo de señoritas que representaban a dos pueblos del interior vistiendo sus trajes típicos, muchas señoras y el público en general".

Con motivo de la visita regia, la comisión oficial nombrada al efecto se ocupó de organizar varios actos, y entre ellos una exposición en el interior de la Plaza del Mercado, que "mereció el Rey el alto honor de hacerle su primera visita". El periodista palmero Gómez Wangüemert hizo de anfitrión y guió al monarca en el recorrido por las instalaciones: "Todas fueron recorridas manifestando D. Alfonso su admiración, tanto por la variedad de productos que se le mostraban, como por el número de objetos industriales y artísticos que profusamente se habían reunido en tan adecuado local". Asimismo, la infanta María Teresa tuvo frases de elogio para las señoras y las señoritas "que tan delicadamente habían hecho las labores expuestas". Como recuerdo de su visita a la citada exposición, la señora Rosario Brito Díaz obsequió al Rey con rico pañuelo bordado, que "S.M. recogió de manos de nuestra paisana y la dirigió frases muy galantes al significarle su agradecimiento".

A continuación, la comitiva real se dirigió al museo de la sociedad "La Cosmológica". Entre las cosas que llamaron la atención del Rey figuraban los cráneos guanches "y los objetos de que se servía la raza primitiva para atender a las necesidades de la vida". La infanta María Teresa dijo a sus anfitriones que tenía muchos deseos de ver un lagarto de barba azul y dos rabos, que le habían dicho se conservaba en alcohol. ¿Dónde se enteraría la infanta de esa noticia?, se preguntaba la gente.

El recorrido siguió al Circo de Marte, donde se celebró una pelea de gallos de tres minutos y otra de seis. La crónica de DIARIO DE AVISOS dice que "el espectáculo fue del agrado de don Alfonso XIII".

En el cuartel. De pronto se cumplió la amenaza del cielo. El Rey, "bajo un aguacero torrencial", se dirigió al cuartel donde se encontraba el Batallón de Cazadores "La Palma Nº 20". A su llegada, y después de recibir el saludo del teniente coronel Martínez Acosta y los honores de ordenanza, y formada la tropa en el cuadrilátero del patio e iniciada la revista, descargó uno de los aguaceros más fuertes y abundantes de aquel día.

Pese a este inconveniente, la tropa realizó "los movimientos en el espacioso patio, los que fueron ejecutados con toda precisión y seguridad". El Rey y su séquito se encontraban cerca de un tinglado y tan pronto empezó a caer el agua, todo el séquito fue a cubrirse. Pero el monarca, al percatarse del hecho, con los soldados calados hasta los huesos y sus acompañantes a resguardo, avanzó por el patio descubierto sin impermeable y pasó revista a las tropas. Alfonso XIII felicitó al jefe del Batallón, "dando pruebas de entusiasmo ante la moralidad de la tropa, que más que gente nueva en el manejo de las armas parecían verdaderos veteranos". La lección resultó muy elocuente y lo llamativo fue que el Rey no tuvo prisa en regresar a bordo para cambiarse de ropa.

Después de permanecer tres horas escasas en la capital palmera, Alfonso XIII se dirigió de nuevo al muelle, donde embarcó y se dirigió al buque "que lo ha conducido á estas playas" y permaneció fondeado hasta las dos de la madrugada. Por la noche acudieron al costado del barco numerosos botes de pesca formando una pandorga marítima y también fueron a cantar folías algunas parrandas y labradores, "provistos del tradicional tambor á entonar romances y otros cantos campesinos".

Entre las personas de la sociedad pudiente que tomaron parte activa en los festejos reales ocupó un lugar destacado el acreditado comerciante Juan Cabrera Martín. En la entrada principal de su casa levantó a su costo un magnífico arco de los colores blanco, verde y rojo, todo de terciopelo. "Y no conforme con este rasgo de esplendidez, donó 500 pesetas para la suscripción pública iniciada para las fiestas, facilitando además muchísimos objetos de su propiedad y la madera empleada en la construcción de tribunas, arcos, etcétera. En una palabra: que sin el concurso del Sr. Cabrera los actos que han tenido lugar en honor del Rey de España, no hubieran sido tan lucidos".

Durante la noche del 3 de abril, la calle O’ Daly de Santa Cruz de La Palma lució una "soberbia la iluminación eléctrica", formada por "multitud de lámparas artísticamente adornadas y colocadas a trechos hacía de la noche día claro y espléndido. El Ayuntamiento y la casa del señor director de las Obras del Puerto ostentaban letreros eléctricos de muchísimo gusto. También estaba iluminado el Circo de Marte, que desde el mar lucía su elegante silueta dibujada por las luces de variados colores".

Durante la visita del Rey, el fotógrafo Miguel Brito -que ostentaba el título de fotógrafo real desde 1900, concedido por la reina regente María Cristina- plasmó los preparativos y el recorrido en cientos de placas de cristal. De la visita regia se sabe que Miguel Brito preparó dos álbumes, uno para el Rey y otro cuyo destino se ignora.

DIARIO DE AVISOS repartió un número extraordinario "felicitando respetuosamente al Rey, a los Infantes y a las personas todas de su séquito", en el que deseaba "sinceramente que los que fueron nuestros regios huéspedes durante unos instantes, lleguen sin ninguna clase de contratiempos a la Madre Patria y hace votos porque el viaje de S.M. el Rey sea fecundo en beneficios para esta tierra".

La calle Real, por la que pasó el cortejo oficial, había sido rellenada con arena para tapar los baches y los agujeros. Sin embargo, la mayor parte de la arena se la llevó el primer aguacero de la mañana y la calle quedó peor de lo que estaba. Sin embargo, la visita regia ya era historia y una emoción sentida en los corazones de los paisanos que tuvieron la dicha de presenciar el acontecimiento.

domingo, 19 de noviembre de 2006

Memoria de García-Escámez

Juan Carlos Díaz Lorenzo (Cronista Oficial de Fuencaliente de La Palma)
Fuencaliente


En la historia de los capitanes generales de Canarias hay nombres de hombres realmente excepcionales. Desde el general Gutiérrez, que abanderó la defensa de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife frente a la invasión de Nelson en julio de 1797, pasando por el general Weyler hasta la figura, entre otros, del general González del Yerro, pocos, sin embargo, permanecen en la memoria colectiva con tanto afecto, admiración y gratitud como el general Francisco García-Escámez e Iniesta (1893-1951).

La figura de este ilustre militar está íntimamente ligada al Mando Económico de Canarias, que constituye la manifestación más destacada del período que se conoce como autarquía del franquismo, en una época de vacas flacas y penurias de todo tipo, que se agudizó especialmente a partir de 1941, en plena guerra mundial y apenas dos años después del final de la guerra civil española.

"El Gobierno -dice la memoria de creación del citado organismo-, atento a los problemas nacionales y a la vista de las posibles complicaciones que la contienda mundial pudiera originar, tomando en consideración el aislamiento y la lejanía del Archipiélago Canario, consideró necesario reunir de la mano del Capitán General la dirección de su Economía, al igual que el mando de todas las fuerzas de los tres Ejércitos de Tierra, Mar y Aire". De acuerdo con esta decisión, el Mando Económico de Canarias se creó mediante decreto presidencial de 5 de agosto de 1941, que firmó el jefe del Estado el 25 de septiembre siguiente.

"Esta medida de previsión (...) consistente en centralizar en una sola persona todos los resortes de mando, vida y ordenación económica de una región tan aislada del territorio nacional, sólo fue anticipo y organización hecha en la calma de la paz de lo que, de todas formas y por imperio de la necesidad, se hubiera realizado por sí sólo en el caso de que España se hubiese visto obligada a tomar parte en la guerra, ya que, durante ella, la suerte de los países muchas veces se jugaba por agentes externos a sus propios deseos y conveniencias".

Ricardo Serrador Santés, que había sido ascendido a general de división el 23 de febrero de 1939, fue nombrado general-jefe de las Fuerzas de Tierra, Mar y Aire de las Islas Canarias e inspector de las Tropas del África Occidental Española el 9 de julio de 1940, y relevó en el mando de la capitanía al general Vicente Valderrama Arias. Por tanto, le correspondió asumir la etapa inicial del Mando Económico, durante la cual se produjo su ascenso a teniente general, el 8 de enero de 1943, unos días antes de su fallecimiento, ocurrido en la capital tinerfeña el 23 de enero siguiente.

Con carácter interino, hasta el 4 de marzo siguiente, se hizo cargo el general de división Eugenio Sanz de Larín, fecha en la que se produjo el nombramiento, en consejo de ministros, del entonces general de división Francisco García-Escámez e Iniesta, que llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife el 26 de marzo, procedente de Sevilla y Las Palmas, siendo recibido en el muelle Sur por un inmenso gentío y en la tarde de ese mismo día tomó posesión de su nuevo cargo.

Aquellos eran otros tiempos. En su recorrido hasta el palacio de Capitanía, desde las ventanas y balcones de las calles por las que pasaba el cortejo fueron arrojados a su paso millares de octavillas con textos de exaltación patriótica. El protagonista era entonces un héroe popular, un personaje admirado y respetado, un general en posesión de la Cruz Laureada de San Fernando y de la Medalla Militar Individual, además de un hombre que se granjeó muy pronto el afecto de las autoridades y de la ciudadanía -"un sutil y encantador andaluz", en el decir del coronel Juan Arencibia de Torres- y que habría de dejar una profunda huella de su ejercicio y capacidad durante el tiempo en que ejerció su alto cargo.

Para llevar adelante su importante misión, el capitán general nombró delegados del Mando Económico y de Abastecimientos en las dos islas mayores y subdelegados en las islas menores. En todas las decisiones tomadas por el Mando Económico, que fueron muchas en el período de vigencia comprendido entre 1941 y 1946, se consideraron las necesidades más diversas y la política de abastecimiento, facilitando en lo posible el autoabastecimiento de papas, cereales y otros alimentos básicos.

La pérdida temporal del régimen histórico de Puertos Francos se trató de compensar con una política de precios, estimulando la competencia comercial y poniendo topes a los artículos de primera necesidad. Se creó un "consorcio de almacenistas" para la intervención de los artículos básicos, reglamentando su distribución y su circulación, siendo responsable del almacenamiento, mermas y averías. También se lograron cupos especiales para el abastecimiento de tejidos procedentes de la Península.

En el transporte y debido a los problemas de repuestos y combustibles, con un parque móvil anticuado, se organizaron secciones de camiones que abastecían a los pueblos y cargaban los plátanos y los tomates para su descarga en el puerto, permitiendo así su exportación. Asimismo se organizó un taller de reparación y recauchutado de cubiertas, autorizando la importación de las materias primas necesarias.

El Mando Económico protegió la industria tabaquera, prestó especial atención a los agricultores y permitió algunas importaciones para el mantenimiento de la actividad. También impulsó la industria de conservas de pescado y salazones, buscando posibles mercados y proporcionando materia básica para la fabricación de los envases.

En cuanto a política social, y con el objetivo de amortiguar los efectos del paro, que entonces tenía un fuerte impacto en las islas, se acometieron diversas obras de interés general, como algunas carreteras, caminos vecinales, puentes, viviendas, barriadas para obreros, talleres de formación, escuelas y casas para maestros, obras religiosas, obras sanitarias y de beneficencia (sanatorios, hospitales, leproserías, jardines de infancia), muelles, embarcaderos, presas, canales, depósitos, embalses, conducciones, perforación de galerías de agua, suministro eléctrico, cooperativa vinícola, hoteles y un mercado.

En aquellos años, además, la enseñanza estaba en una situación muy deficiente, ya que en la mayoría de los pueblos faltaban escuelas y muchas de las que entonces existían carecían de condiciones higiénicas y pedagógicas. Como, además, las corporaciones insulares y locales carecían de los medios económicos suficientes para afrontar estas necesidades, el Mando Económico contribuyó a la solución del problema planificando la construcción de modernos e higiénicos grupos escolares y adquirió otros edificios para su reforma y transformación en escuelas públicas en aquellos pueblos en los que por su población escolar, no precisaban de la construcción de un grupo nuevo. Asimismo, el Mando Económico adquirió los terrenos para la construcción de la nueva sede de la Universidad de La Laguna y organizó centros culturales en barriadas obreras, dotados de bibliotecas, entre otras muchas actuaciones.

La gestión del fondo social se realizó mediante la aplicación de una serie de impuestos, que se resume en los siguientes aspectos: redondeo centesimal (al alza a 0 ó 5) de todos los artículos del racionamiento, diferencia entre el precio que el Mando Económico compraba el café y el de venta al público (12 pesetas/kilo), impuesto de tres pesetas por kilo de tabaco importado, impuesto de 0,50 pesetas por litro de alcohol importado, impuesto en los combustibles líquidos, que varió entre 0,02 y 0,15 pesetas por litro; impuesto de 1,15 pesetas por litro de gasolina para coches de turismo particulares.

En total se recaudaron más de 80 millones de pesetas, que se invirtieron de la siguiente forma: Barriadas obreras (728 viviendas): 22.820.204,14 pesetas; obras sanitarias y de beneficencia: 6.854.912,16 pesetas; obras de enseñanza: 7.840.975,33 pesetas; obras públicas: 7.160.423,83 pesetas; obras hidráulicas y enarenados: 10.218.775,83 pesetas; mercados: 4.976.010,66 pesetas; suministro de energía eléctrica: 2.857.881,36 pesetas; hoteles: 13.904.166,91 pesetas; obras religiosas y cementerios: 3.379.862,77 pesetas; Monumento a los Caídos: 1.732.280,00 pesetas; cooperativa vinícola de Fuencaliente: 1.675.462,02 pesetas; otras actuaciones: 1.304.405,79 pesetas. En total suma la cantidad 84.725.360,80 pesetas.

En estimación del general Emilio Abad Ripoll, una peseta del período 1941-1945 correspondía a 94,75 pesetas del año 2002, cuando desapareció la histórica moneda española y fue sustituida por el euro. Extrapolando dicho cálculo, el total superó los ocho mil millones de pesetas, de los que casi la mitad se pagaron en jornales.


Fuencaliente

El capitán general era un hombre campechano y extravertido y siempre fue un gran amigo del pueblo de Fuencaliente. Su especial relación con aquel alcalde de entrañable, grata y digna memoria de este pueblo, llamado Emilio Quintana Sánchez, se tradujo, en tiempos del Mando Económico de Canarias, en la construcción de la obra más importante de cuantas se realizaron en dicho periodo en La Palma.

El laureado general García-Escámez visitó el pueblo de Fuencaliente, por primera vez, el 18 de abril de 1944. Recibido por el alcalde y los concejales de la corporación, el ilustre militar fue agasajado e informado de la situación en la que se encontraba el municipio: un pueblo pobre, con grandes carencias y con un potencial agrícola importante, como es el cultivo de la vid, pero sin cohesión y con unos cosecheros que vivían, en su mayoría, en un estado precario y elaboraban sus vinos siguiendo la tradición heredada de padres a hijos.

En aquel primer viaje surgió la idea de construir una bodega cooperativa para que unificara la producción de la comarca y tuviera una adecuada distribución comercial, permitiendo, de ese modo, potenciar y relanzar una actividad económica que era, entonces, el principal capítulo de la escasa economía del pueblo.

En tiempos de grandes estrecheces y dificultades, los cosecheros de Fuencaliente se reunieron el 20 de febrero de 1945 en la capital tinerfeña con el gobernador civil de la provincia, en un primer encuentro en el que estuvieron presentes, asimismo, el jefe nacional de Cooperación y el delegado provincial de Sindicatos, quedando entonces inscrita la primera cooperativa vitivinícola de Canarias en Fuencaliente, en el registro del Ministerio de Trabajo con el número 2.059.

El 15 de octubre del citado año llegó a Fuencaliente una comisión de altos cargos de la Unión Nacional de Cooperativas del Campo, desplazados desde Madrid, con el encargo de prestar el mejor asesoramiento a los técnicos militares del cuerpo de Ingenieros que se ocupaban del proyecto de la cooperativa. Entre los miembros de la citada comisión figuraban Enrique Mira Alberi, jefe técnico del Departamento de Maquinarias de la citada UNC y el abogado José Balaguer.

El proyecto definitivo fue encargado al coronel de Ingenieros Manuel Martín de la Escalera, en colaboración con los técnicos adjuntos de la Comandancia de Ingenieros, oficiales Navarro, Garrido y Viejo y su contratación salió a subasta pública el 1 de marzo de 1946, obteniendo la contrata la empresa Pedro Elejabeitia, iniciándose los trabajos poco después en un terreno amplio en el denominado Llano de San Antonio.

El 5 de noviembre de 1946 fueron aprobados los estatutos de la Bodega Cooperativa de Fuencaliente, adoptados según la Ley de Cooperación de 2 de enero de 1942 y su correspondiente reglamento de 11 de noviembre de 1943.

El 24 de septiembre de 1947, aún sin estar todavía concluida la obra, se elaboró la primera vendimia, de la que se almacenaron 449.000 litros de vino. En 1948 serían 325.000 litros; en 1949 (año del volcán de San Juan), 220.000 litros y en 1950, ¡900.000 litros!

La inauguración oficial de la bodega se produjo el 6 de febrero de 1948, acto solemne al que asistió el propio general Francisco García-Escámez, oportunidad en la que se descubrió un busto a su persona ubicado en una pequeña plazoleta que preside el acceso a la entrada principal del edificio y, asimismo, recibió en loor de multitud el título de Hijo Adoptivo de Fuencaliente. El importe final de la obra fue, exactamente, de 1.675.462,02 pesetas y su capacidad inicial se estableció en 7.560 hectólitros, "susceptible de ampliarse otro tanto, si fuera necesario". El número de cooperativistas era de 200 y aún quedó una lista de aspirantes para cuando se decidiese ampliar su número.

La bodega disponía, por entonces, de una sala con descargaderos de uvas blancas y tintas independientes, estrujadoras-pisadoras para 15.000 kilos/hora, dos grandes prensas verticales de dos husillos cada una, una fulo-bomba para las uvas tintas, que conducía la uva estrujada por tuberías de hierro a la nave de fermentación de 12 depósitos de 20.000 litros de capacidad cada uno, así como otras dos bombas para mostos blancos y trasiegos posteriores.

Otras dos naves albergaban cada una 12 depósitos de 20.000 litros de capacidad, más seis depósitos subterráneos de 50.000 litros cada uno, todo ello accionado por un grupo electrógeno de gasoil de 100 kilovatios, ya que entonces el pueblo no disponía de alumbrado eléctrico. También se montó una báscula-puente de 5.000 kilos y el Cabildo de La Palma obsequió un filtro de mangas hecho en madera.

Una sencilla plazoleta con un busto del general García-Escámez preside el acceso al edificio de la cooperativa vinícola y el colegio público de Las Indias también lleva su nombre. Como muestra del afecto y reconocimiento que se siente por este singular militar, que tanto hizo por el pueblo en tiempos difíciles, la cooperativa Llanovid denominó con la etiqueta "Escámez" -que se ha mantenido desde entonces- a la primera cosecha de vino joven de 1993 con denominación de origen, con la preceptiva autorización de la familia García-Escámez.

El capitán general García-Escámez falleció el 12 de junio de 1951 en Santa Cruz de Tenerife, a la edad de 58 años. Su sepelio constituyó una de las manifestaciones populares de duelo más imponentes que se recuerdan en la capital tinerfeña, lo que ponía de manifiesto el gran aprecio de que gozaba. En 1952, el Jefe del Estado le concedió, a título póstumo, la dignidad de marqués de Somosierra, que ostenta su hijo mayor.

domingo, 5 de noviembre de 2006

Un aeropuerto en El Paso

Juan Carlos Díaz Lorenzo
El Paso


A Wifredo Ramos, cronista
oficial de El Paso

Desde que la aviación comercial adquirió cierta consistencia en Canarias, el pueblo palmero empezó a acariciar la idea de que la Isla pudiera tener algún día un aeropuerto y un servicio que permitiera la comunicación aérea con el exterior. El viaje en avión era entonces un sueño inalcanzable para la inmensa mayoría de la población. Para excitar los ánimos y el asombro de lo que todavía se presentía bastante lejano, en 1930, un avión trimotor de CLASSA, en el que viajaba personal de la compañía y algunos periodistas, sobrevoló la ciudad de Santa Cruz de La Palma, ocasión en la que muchos pudieron ver, entonces, un avión por primera vez.

A mediados de 1935, el aviador Eloy Fernández Navamuel, acompañado por el periodista Antonio de las Casas Casaseca, realizó un vuelo a La Palma, sobrevolando la capital insular para tomar unas fotografías y arrojó una saca de correo a la altura de La Explanada. Navamuel se encontraba en Tenerife desde comienzos de año pilotando una avioneta, con la que se dedicó a ofrecer "bautismos de aire", que acreditaba mediante su correspondiente diploma, y también impartía clases de vuelo en Los Rodeos para los miembros de la organización Aero Popular.

A comienzos de la década de los años cuarenta, en plena autarquía, las autoridades insulares del nuevo régimen y otros sectores de la población pensaban en serio en la necesidad de construir un aeropuerto en La Palma. La Isla contaba entonces con una población de algo más de 60.000 habitantes y la única posibilidad de comunicación con el exterior era a través del mar, en un servicio con una periodicidad de tres veces por semana a cargo principalmente de los correíllos negros de Compañía Trasmediterránea, con el tráfico de personas y mercancías concentrado en el puerto de Santa Cruz de La Palma.

Existía conciencia, obviamente, de las limitaciones impuestas por la especial orografía insular, con montañas que superan los 2.300 metros de altitud y los taludes que discurren por cada banda, situación que limita considerablemente la disponibilidad de encontrar terrenos llanos más o menos cercanos a los núcleos de población más importantes.

Desde que comenzó a rumorearse la posibilidad de construir un aeropuerto en La Palma, comenzaron también los movimientos políticos para su consecución. Aunque el Cabildo Insular abanderó las peticiones ante las autoridades del Ejército del Aire, en la Isla se hicieron "estudios" locales sobre cuáles serían los sitios más idóneos para su emplazamiento, adelantándose el municipio de El Paso, gracias a los esfuerzos de Antonio Pino Pérez, que entonces ocupaba el cargo de consejero del Cabildo, siendo el autor, además, de una serie de artículos publicados en la prensa de la época en los que exponía y defendía la necesidad de contar con un aeropuerto y la conveniencia de que se construyera en la zona alta de su municipio donde, en efecto, se realizaron los estudios preliminares.

A mediados de 1945 llegaron a La Palma los oficiales Font y Cañadas, enviados por el Mando Aéreo de Canarias, quienes, en unión del delegado del Gobierno y presidente del Cabildo Insular y el alcalde de El Paso, visitaron unos terrenos situados en el Llano de las Cuevas y en el Llano del Pino, localizados a unos 800 metros de altitud, los cuales, por su extensión y planicie se consideraban posibles emplazamientos para el futuro aeropuerto insular, considerando tanto su situación como su distancia respecto de los principales centros de población.

Los militares quedaron "altamente satisfechos" de los lugares que habían recorrido, quedando pendientes de los informes de las condiciones meteorológicas, por lo que la corporación municipal encargó al aparejador Álvaro Ménix de Pro, "sin que se escatime medio alguno", el levantamiento de un plano de acuerdo con las indicaciones de los citados oficiales.

Por entonces estaba en proyecto la construcción la carretera de la Cumbre, con un túnel que atravesaría la sierra en dirección Este-Oeste. El mayor inconveniente para el futuro aeropuerto estaba, precisamente, en la proximidad de la montaña, que se eleva a una altura de 1.000 metros y origina vientos descendentes que generan turbulencias, lo que podría afectar negativamente a las maniobras de los aviones.

Unos días después, en agosto, los comandantes Font y Penche visitaron otra vez los terrenos citados, avanzando así en el trabajo de campo encomendado para decidir el posible emplazamiento del campo de aviación, manifestando entonces que "sin ulteriores experimentos no pueden indicar de momento si este lugar tiene condiciones" para ello. Los visitantes y las autoridades insulares fueron agasajadas en el Teatro Monterrey, regentado entonces por Vicente Monterrey Hernández.

En el mes de septiembre, el pleno de la comisión gestora del Cabildo Insular de La Palma, presidido por Fernando del Castillo Olivares, tuvo conocimiento detallado de las gestiones "llevadas a cabo últimamente para la instalación de un campo de aterrizaje en esta isla, que probablemente será preferido el ofrecido en la ciudad de El Paso".

En noviembre de ese mismo año comenzaron los trabajos de nivelación de una pista provisional de 800 x 150 metros, situada en dirección Este-Oeste, para que un informador meteorológico enviado por el coronel-jefe de la Zona Aérea de Canarias y África Occidental Española, pudiera realizar los estudios previos durante un período de tiempo.

En el informe remitido al Cabildo Insular por el mando militar se indica que, de acuerdo con los informes preliminares, "se cree posible la instalación de un campo de aviación" en el Llano de las Cuevas, en el que se pretendía operar con aviones militares Junkers Ju-52, "al objeto de hacer los primeros vuelos de prueba, y de reunir condiciones, se propondría a la superioridad el plan completo para su construcción".

Con la realización de tales vuelos se quería comprobar la existencia de posibles turbulencias en los aterrizajes y despegues hacia la montaña. La pista podría ampliarse hasta los 1.800 metros y en el caso de que se acometiese el desmonte de un cerro de tierra llamado Antonio José, de 25 metros de altura, sería factible la construcción de otra pista en dirección Norte-Sur de las mismas dimensiones.

El Ayuntamiento de El Paso costeó la construcción de una caseta a modo de pequeño observatorio meteorológico para que sirviera de apoyo a los estudios de vientos y nubes. Para la construcción de la pista aportó 150 peonadas, ocupándose, asimismo, de las gestiones de arrendamiento de los terrenos afectados hasta que se tomara una decisión firme al respecto.

La corporación local expresó su gratitud al consejero del Cabildo Insular, Antonio Pino Pérez, por su campaña periodística en DIARIO DE AVISOS a favor de la construcción de un campo de aviación en la Isla; a Antonio Capote Lorenzo, por el celo y actividad desplegado en este asunto, al gestionar la visita de los oficiales de Aviación; así como a Pedro Capote Lorenzo, "que no ha reparado en gastos" alojando a los oficiales en una casa particular, poniendo coches a su disposición para sus desplazamientos.

El Cabildo seguía el asunto con todo detalle, expresando su gratitud al Ayuntamiento de El Paso por "sus patrióticos esfuerzos" al contribuir a la construcción del campo de vuelo en un asunto de "tanta importancia para los intereses insulares", acordando en sesión plenaria que la primera corporación contribuiría con el 50 % de los gastos de estancia del observador meteorológico, así como otras 150 peonadas para la construcción de la pista y el ofrecimiento para gestionar la adquisición o arrendamiento de los terrenos necesarios, "a ser posible tomándolos en arrendamiento por plazo de dos años, con compromiso de venta a realizarse en el momento en que, en definitiva, se acuerde la construcción del indicado campo, debiendo señalarse desde ahora el precio que en su día habría de pagarse por cada parcela", así como "abonar el importe de los árboles, frutos, o bienhechurías que sea necesario destruir para la construcción de la pista y sus accesos".

Sin embargo, poco tiempo después se comprobó que los estudios realizados en la zona no eran favorables, debido a las fuertes turbulencias registradas, por lo que la opción del proyecto del campo de aviación perdió consistencia. Sin embargo, en febrero de 1946, ante la anunciada visita del ministro de Obras Públicas, José María Fernández Ladreda Menéndez-Valdés, el Ayuntamiento de El Paso tomó la delantera e incluyó en su listado de prioridades la construcción del aeropuerto "como medida urgente para tener en esta isla medios de comunicación aérea".

En el mes de junio llegó la confirmación oficial de que la opción de El Paso era inviable. El jefe de la Zona Aérea de Canarias viajó a La Palma y a su llegada expresó a las autoridades insulares y locales su desacuerdo sobre la propuesta del Llano de las Cuevas, "debido a las nubes reinantes en aquella zona", desechando también unos terrenos situados al sur de Santa Cruz de La Palma, entre la Punta de los Guinchos y Punta del Moro, indicando que "debía tomarse los datos" de un probable campo de aviación en Puntallana "y en cualquier otro sitio que pudiera reunir condiciones a este efecto, con el fin de que una vez vistas las posibilidades de todos, elegir el que mejores condiciones reúna".

Pese a este serio revés, los alcaldes de El Paso, Los Llanos de Aridane, Tazacorte y Fuencaliente dirigieron un escrito a la presidencia del Cabildo en el que insistían en la posibilidad de que el aeródromo insular se construyera en el Llano de las Cuevas, pues consideraban que el lugar indicado "reúne condiciones para ello", y pedían a la corporación insular "que acuerde proceder inmediatamente a la explanación del mencionado campo, con el fin de conseguir de momento una modesta pista donde puedan aterrizar dentro de breve plazo aviones de poco porte". Al Cabildo sólo le quedó la posibilidad de expresar su apoyo a la iniciativa de los citados alcaldes, acordando que se tuviera en cuenta esta petición e incluyendo el Llano de las Cuevas "en los estudios que han de llevarse a cabo para la instalación de un aeródromo en esta isla".

Sin embargo, el asunto no pasó desapercibido en otros municipios, caso de Puntallana. En el mes de julio reclamó las gestiones necesarias para que se hiciera el estudio de las condiciones meteorológicas en la costa de Martín Luis, así como Breña Alta, que también aspiraba a que el aeropuerto se construyera en su territorio. En septiembre de 1946, el pleno municipal de este municipio acordó dirigirse al presidente del Cabildo Insular, mostrando su preocupación ante la posibilidad de que el aeródromo pudiera construirse en otro lugar de la Isla que no fuera el suyo, y así lo expresa en el siguiente tenor literario:

"Teniendo conocimiento, por rumor público, que en el cuartel o pago de Buenavista de arriba, de este término municipal, se proyecta establecer un aeródromo o campo de aviación, y si bien este Ayuntamiento no ha practicado gestiones conducentes a que ese proyecto sea feliz realización, que dará próspera vida a Breña Alta en todos los órdenes, es por la atendible circunstancia que, por tratarse de una obra de carácter insular, esta Corporación espera confiadamente que el Sr. Presidente del Excmo. Cabildo, persona dignísima, culta, de reconocido amor a su Isla, con vínculo de familia en esta villa, sabrá promover todo lo necesario acertadamente para aquel importante fin. Pero ante el hecho, según noticias adquiridas que ha habido oposición para que el repetido proyecto no se lleve a efecto en el lugar de referencia, esta municipalidad se permite llamar la atención ante la autoridad u organismo competente para que, si tales reclamaciones tienen por móvil, como es de creer firmemente, el interés particular, es decir, formulada por personas a quienes afecta la expropiación de fincas, o, acaso, la sistemática actitud de (obstaculizar), dícese, obstrucción a toda admirable labor que emana del Gobierno de nuestro invicto Caudillo, sean desestimadas, que no prevalezcan de modo alguno, por ser contrarias al bienestar público, máxime tratándose, como se trata, de una obra de suma trascendencia y vital interés para todos".