Juan Carlos Díaz Lorenzo
Santa Cruz de La Palma
Los actos de celebración del centenario de la visita del rey Alfonso XIII a Canarias han alcanzado su broche de oro con la presencia de los Reyes de España, Don Juan Carlos de Borbón y Doña Sofía, que han recorrido las siete islas -en La Palma sucedió el pasado viernes- en una apretada jornada de apenas cinco días, dándose la circunstancia histórica de que el actual Rey es nieto por línea paterna del entonces joven monarca.
Cuando Alfonso XIII visitó Canarias, todavía no había cumplido los veinte años de edad. El 17 de mayo de 1902, el mismo día que cumplió los dieciséis, el joven monarca había jurado la Constitución y sería a partir de entonces cuando inició un reinado caracterizado, en su primera etapa, por el deseo de ejercer un gobierno personal, haciendo valer su influencia en el tradicional turno de partidos. Entre diciembre de 1902 y junio de 1905 se desarrolló una etapa conservadora, que luego dejaría paso a un período liberal, hasta enero de 1907, etapa que coincidió con su viaje a Canarias.
Todavía resonaban en la conciencia de la nación los ecos del desastre de 1898. Las noticias de la independencia de las colonias americanas, en donde habían quedado tantos canarios, así como la penosa situación de abandono y postración por la que atravesaba el archipiélago canario, consecuencia, una vez más, de la dejadez de Madrid, provocó que el presidente del Gobierno, Segismundo Moret, aconsejara la visita del Rey a las islas para suavizar tensiones y hacer presente el sentimiento patrio en la figura de su máximo representante.
Resueltos los preparativos para que visitara las siete islas, para el viaje real se ordenó a la Compañía Trasatlántica que habilitara el buque Alfonso XII, que fue convenientemente arranchado en el astillero de Matagorda, propiedad de la citada compañía. El 23 de marzo de 1906, Alfonso XIII salió de Madrid para realizar su histórico viaje oficial a Canarias, acompañado por su madre, la reina María Cristina y su hermana la infanta María Teresa, en unión de su esposo, el infante Fernando de Baviera.
Al día siguiente, a mediodía, el monarca llegó a Cádiz y embarcó en el trasatlántico Alfonso XII, que había sido habilitado de crucero auxiliar e inició el viaje del yate real Giralda, uniéndosele, poco después, una parte de la Escuadra formada por los buques de guerra Pelayo, Carlos V, Princesa de Asturias, Extremadura y Río de la Plata.
Al igual que sucedió en el resto del archipiélago, la noticia de la visita del Rey causó un gran revuelo en la sociedad palmera de la época. En la mañana del 3 de abril de 1906, en la línea del horizonte se divisó la silueta del vapor correo Alfonso XII, de la Compañía Trasatlántica Española, especialmente habilitado para la ocasión como buque real con la categoría de crucero auxiliar, en el que viajaba el Rey Alfonso XIII, cuya insignia real enarbolaba en el pico. Desde la noche anterior, dice la crónica de DIARIO DE AVISOS, "una concurrencia inmensa en la que predominaba el elemento femenino invadió el muelle y calles próximas esperando el desembarco del Rey".
En el trozo de muelle que entonces existía y en los aledaños de la ribera, cientos de personas, llegadas desde todos los pueblos de la isla, vivían la emoción de presenciar el hecho histórico de la primera visita de un monarca español. Previamente, los distintos ayuntamientos habían adoptado acuerdos plenarios y nombrado comisiones para el recibimiento oficial, por lo que los más madrugadores en llegar fueron los de los pueblos más alejados, unos a lomos de bestias y otros por carretera y en los pequeños barcos que comunicaban con los puertos y tenederos del interior de la isla.
El histórico trasatlántico -que llevaba el nombre de su padre- fondeó muy cerca de tierra, a barlovento del actual muelle y un poco más a sotavento lo hicieron sus escoltas, el cañonero Álvaro de Bazán y el yate real Giralda. "Desde esa hora comenzó el movimiento y la animación afluyendo gran número de personas al muelle y carretera que domina el puerto para presenciar el desembarco".
La llegada del Rey se había previsto para las nueve de la mañana, pero la presencia de unos nubarrones amenazadores, que descargaron rápidamente, hizo que se retrasara unas horas, a la espera de que mejorara el tiempo. Este hecho natural, sin embargo, causó satisfacción entre los habitantes de La Palma, ya que venían padeciendo una pertinaz sequía desde hacía tiempo y hasta hubo quien pensó si el monarca habría invocado al cielo, ya que en otro tiempo a los Reyes se les atribuía cierto poder divino.
Retrasado el desembarco hasta mediodía, el Rey se entretuvo a bordo en hacer ejercicios de tiro al pichón y a la hora convenida embarcó en una lancha gasolinera, junto con los otros ilustres visitantes de su séquito y atracó a un muelle de madera construido con tal objeto en los talleres de las obras del puerto, sobre el que se alzaba un artístico templete adosado a la grúa Titán, en el que fue recibido por las autoridades, cuerpo consular, representantes de las diversas sociedades... y el pueblo!
La emoción fue impresionante. El Rey subió a un coche de caballos y compartió asiento con el alcalde de la ciudad, Federico López Abreu, mientras que en otros coches lo hicieron su hermana, la infanta María Teresa de Borbón y su esposo, el infante Fernando de Baviera y su séquito, formado en el viaje a La Palma por los ministros de la Gobernación, conde de Romanones; de la Guerra, general Luque y de Marina, almirante Concas; así como el general Pacheco, conde de Mirasol; el gobernador civil de la provincia y varios personajes de palacio y jefes del Ejército y Guardia Civil.
El Rey, sonriente, saludaba con los brazos a los reclamos del gentío que se agolpaba no sólo en el muelle sino a lo largo de la calle Real, en las azoteas, balcones y la plaza de España. El monarca no pudo ocultar su emoción cuando en la voz popular escuchó varias veces la expresión ¡Viva la Reina Madre doña María Cristina!
La crónica de DIARIO DE AVISOS -el periódico decano de la prensa canaria, fundado en Santa Cruz de La Palma el 2 de julio de 1890- dice que "en ese instante fue imposible contener la enorme masa humana que entre estruendosos vivas rodeó el coche regio", que le acompañó hasta la escalinata de la iglesia de El Salvador, en cuyas puertas aguardaba el clero. En el trayecto desde el muelle, "la calle estaba preciosamente engalanada en el largo trayecto de un kilómetro", en la que "todas las casas ostentaban colgaduras y guirnaldas de flores" y una lluvia de pétalos "arrojados desde ventanas y balcones por mano de mujeres palmeras cubrió materialmente el coche regio".
El monarca entró bajo palio en el templo de El Salvador, entonándose el tradicional Te Deum "en acción de gracias por la feliz llegada del Rey de España. La Iglesia ofrecía hermoso aspecto y sus naves resultaron pequeñas para contener las miles de personas que seguían la comitiva regia".
Después de la ceremonia religiosa se celebró la recepción oficial en el salón noble del Real Club de la capital insular, "equipado de acuerdo con la instrucción reglada para tal acto por la Comisión de ornato nombrada con tal fin. Exquisito gusto demostró la citada Comisión en el decorado e instalación de mobiliario".
El Rey recibió el saludo de los cónsules acreditados en la isla, así como de las diversas autoridades civiles, militares y eclesiásticas, jefes y oficiales del Ejército, comisiones de varias sociedades, y también participó en la recepción "el grupo de señoritas que representaban a dos pueblos del interior vistiendo sus trajes típicos, muchas señoras y el público en general".
Con motivo de la visita regia, la comisión oficial nombrada al efecto se ocupó de organizar varios actos, y entre ellos una exposición en el interior de la Plaza del Mercado, que "mereció el Rey el alto honor de hacerle su primera visita". El periodista palmero Gómez Wangüemert hizo de anfitrión y guió al monarca en el recorrido por las instalaciones: "Todas fueron recorridas manifestando D. Alfonso su admiración, tanto por la variedad de productos que se le mostraban, como por el número de objetos industriales y artísticos que profusamente se habían reunido en tan adecuado local". Asimismo, la infanta María Teresa tuvo frases de elogio para las señoras y las señoritas "que tan delicadamente habían hecho las labores expuestas". Como recuerdo de su visita a la citada exposición, la señora Rosario Brito Díaz obsequió al Rey con rico pañuelo bordado, que "S.M. recogió de manos de nuestra paisana y la dirigió frases muy galantes al significarle su agradecimiento".
A continuación, la comitiva real se dirigió al museo de la sociedad "La Cosmológica". Entre las cosas que llamaron la atención del Rey figuraban los cráneos guanches "y los objetos de que se servía la raza primitiva para atender a las necesidades de la vida". La infanta María Teresa dijo a sus anfitriones que tenía muchos deseos de ver un lagarto de barba azul y dos rabos, que le habían dicho se conservaba en alcohol. ¿Dónde se enteraría la infanta de esa noticia?, se preguntaba la gente.
El recorrido siguió al Circo de Marte, donde se celebró una pelea de gallos de tres minutos y otra de seis. La crónica de DIARIO DE AVISOS dice que "el espectáculo fue del agrado de don Alfonso XIII".
En el cuartel. De pronto se cumplió la amenaza del cielo. El Rey, "bajo un aguacero torrencial", se dirigió al cuartel donde se encontraba el Batallón de Cazadores "La Palma Nº 20". A su llegada, y después de recibir el saludo del teniente coronel Martínez Acosta y los honores de ordenanza, y formada la tropa en el cuadrilátero del patio e iniciada la revista, descargó uno de los aguaceros más fuertes y abundantes de aquel día.
Pese a este inconveniente, la tropa realizó "los movimientos en el espacioso patio, los que fueron ejecutados con toda precisión y seguridad". El Rey y su séquito se encontraban cerca de un tinglado y tan pronto empezó a caer el agua, todo el séquito fue a cubrirse. Pero el monarca, al percatarse del hecho, con los soldados calados hasta los huesos y sus acompañantes a resguardo, avanzó por el patio descubierto sin impermeable y pasó revista a las tropas. Alfonso XIII felicitó al jefe del Batallón, "dando pruebas de entusiasmo ante la moralidad de la tropa, que más que gente nueva en el manejo de las armas parecían verdaderos veteranos". La lección resultó muy elocuente y lo llamativo fue que el Rey no tuvo prisa en regresar a bordo para cambiarse de ropa.
Después de permanecer tres horas escasas en la capital palmera, Alfonso XIII se dirigió de nuevo al muelle, donde embarcó y se dirigió al buque "que lo ha conducido á estas playas" y permaneció fondeado hasta las dos de la madrugada. Por la noche acudieron al costado del barco numerosos botes de pesca formando una pandorga marítima y también fueron a cantar folías algunas parrandas y labradores, "provistos del tradicional tambor á entonar romances y otros cantos campesinos".
Entre las personas de la sociedad pudiente que tomaron parte activa en los festejos reales ocupó un lugar destacado el acreditado comerciante Juan Cabrera Martín. En la entrada principal de su casa levantó a su costo un magnífico arco de los colores blanco, verde y rojo, todo de terciopelo. "Y no conforme con este rasgo de esplendidez, donó 500 pesetas para la suscripción pública iniciada para las fiestas, facilitando además muchísimos objetos de su propiedad y la madera empleada en la construcción de tribunas, arcos, etcétera. En una palabra: que sin el concurso del Sr. Cabrera los actos que han tenido lugar en honor del Rey de España, no hubieran sido tan lucidos".
Durante la noche del 3 de abril, la calle O’ Daly de Santa Cruz de La Palma lució una "soberbia la iluminación eléctrica", formada por "multitud de lámparas artísticamente adornadas y colocadas a trechos hacía de la noche día claro y espléndido. El Ayuntamiento y la casa del señor director de las Obras del Puerto ostentaban letreros eléctricos de muchísimo gusto. También estaba iluminado el Circo de Marte, que desde el mar lucía su elegante silueta dibujada por las luces de variados colores".
Durante la visita del Rey, el fotógrafo Miguel Brito -que ostentaba el título de fotógrafo real desde 1900, concedido por la reina regente María Cristina- plasmó los preparativos y el recorrido en cientos de placas de cristal. De la visita regia se sabe que Miguel Brito preparó dos álbumes, uno para el Rey y otro cuyo destino se ignora.
DIARIO DE AVISOS repartió un número extraordinario "felicitando respetuosamente al Rey, a los Infantes y a las personas todas de su séquito", en el que deseaba "sinceramente que los que fueron nuestros regios huéspedes durante unos instantes, lleguen sin ninguna clase de contratiempos a la Madre Patria y hace votos porque el viaje de S.M. el Rey sea fecundo en beneficios para esta tierra".
La calle Real, por la que pasó el cortejo oficial, había sido rellenada con arena para tapar los baches y los agujeros. Sin embargo, la mayor parte de la arena se la llevó el primer aguacero de la mañana y la calle quedó peor de lo que estaba. Sin embargo, la visita regia ya era historia y una emoción sentida en los corazones de los paisanos que tuvieron la dicha de presenciar el acontecimiento.
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