domingo, 1 de mayo de 2005

Paz y quietud en la villa de San Andrés

J.C.D.L.
San Andrés y Sauces

Próximo a la desembocadura del barranco del Agua se encuentra el caserío de San Andrés, emergiendo sus casas entre cultivos de plataneras. Sus calles empedradas, algunas en acusada pendiente, están jalonadas por las fachadas de antiguas casonas que nos hablan de su glorioso pasado histórico.

Y es que en este lugar se produjo el asentamiento inicial que daría origen a una de las comarcas más ricas y prósperas de la isla, cuando las principales familias del Antiguo Régimen establecieron allí sus reales, mientras el campesinado que les asistía en los cultivos se vieron desplazados a la parte alta de Los Sauces.

En los siglos XVI y XVII, San Andrés se convirtió en un importante centro comercial y pronto adquirió el título de villa. Las crónicas de la época cuentan que llegó a tener tres escribanías, y entre sus habitantes figuraban familias consideradas entre las más distinguidas de la isla.

El puerto natural de la comarca tuvo momentos de gran auge y esplendor, hasta el punto de convertirse en uno de los de mayor actividad exportadora de la isla. En la actualidad, y gracias al celo que han puesto los gobernantes municipales de los últimos años y el interés y la constancia de los actuales vecinos, podemos apreciar los restos de lo que fue su pasado de grandeza, con unas casonas señoriales entre palmerales y plataneras, que conforman uno de los rincones más bellos de toda la isla.

La paz y la quietud que hoy se respira en la villa de San Andrés, discurre en torno a la antigua parroquia bajo la advocación del patrono que lleva su nombre, y que está considerado uno de los primeros templos que se construyeron en la comarca, pues en el año de gracia de 1515, es decir, 22 años después de finalizada la conquista de la Isla, en las Sinodales del obispo Fernando Vázquez de Arce, ya aparece declarada como iglesia parroquial, siendo confirmada por real cédula del emperador Carlos V, que lleva fecha de 15 de diciembre de 1533.

En las Constituciones Sinodales otorgadas por el citado obispo, documento de un gran valor histórico recogido por Juan B. Lorenzo en su obra Noticias para la Historia de La Palma, se dice lo siguiente con respecto a esta iglesia:

"Otrosí: en el lugar de Santo Andrés en los Salzales de la dicha isla creemos Iglesia Parroquial bautismal la Iglesia de Santo Andrés, a la cual sea anexa la Iglesia de Santa María de Monserrate, que es en los Ingenios, donde se fundó la dicha Iglesia de Nuestra Señora, e criamos un beneficio simple servidero en las dichas Iglesias de Sto. Andrés y de Sta. María de Monserrate para que el Beneficiado de dichas Iglesias con comisión nuestra, y no de otra manera, use y ejercite la cura, e sean parroquianos de la dicha Iglesia todos los vecinos e moradores que viven en el término de los Galguitos e del lugar de Santo Andrés de los Sabces, cercano de la dicha; y el dicho Beneficiado pueda decir los domingos e fiestas principales dos misas, una en la iglesia de Sto. Andrés e otra en la Iglesia de Nuestra Sra. de Monserrate, a la cual acudirán los parroquianos, vecinos e moradores que viven en la punta de los Dragos e la Herradura e haya el tal Beneficiado por dote de todo el noveno perteneciente a estos lugares e términos al Beneficio o Beneficiados 10.000 maravedíes e 15 fanegas de trigo en cada un año, e las primicias e obenciones de los dichos lugares e términos, y pagados los dichos Beneficiados en estas Iglesias de Puntallana e La Galga e de Sto. Andrés de los Sabces, e los Galguitos e la Punta de los Dragos e la Herradura, todo el remanente de los dichos bienes del noveno perteneciente al Beneficio en la isla de la Palma por la presente aplicamos al Beneficio de la Iglesia de San Salvador de la villa de Apurón, que ha de tener dos Clérigos en la dicha Iglesia para la servir e para servir los Valles de Tazacorte e Tijarafe como dicho es: y estatuimos e ordenamos que cuando quiera que los dichos Beneficios, e si los dichos diezmos e primicias remanentes bastasen para mantener más de tres Clérigos a razón de 10.000 maravediz e 15 fanegas desde agora para entonces tres Beneficios en la dicha Iglesia de San Salvador de Apurón, que sea proveído por Nos, o por nuestros sucesores en sujetos idóneos naturales de la villa; y por defecto de éstos, de las islas, con la calidad e forma que dijimos en la isla de Tenerife. Que la dicha villa de Apurón es cabeza e principal población de la isla de La Palma, y de allí se ha de proveer de servicios a los dichos valles de Taçarorte e Tijaraf, e hayan por iguales partes los dichos diezmos e las primicias e obenciones los dichos tres Clérigos, o cuatro, si los réditos bastaren, como dicho es, para sus fábricas, e hagan las dichas dos iglesias de Santo Andrés e Santa María de Monserrate cada una de ellas en cada un año cinco mil maravedís y éstos pagados del remanente del noveno perteneciente a la fábrica aplicamos a la Iglesia de San Salvador de la villa de Apurón, e su fábrica".

Documentos históricos
La mencionada Real Cédula de 1533 concedió los beneficios de Puntallana y La Galga y San Andrés y Sauces, aunque no consta si fueron segregados de la jurisdicción parroquial de la capital insular después del citado año o lo habían sido antes, en virtud de lo dispuesto en las citadas Sinodales.

El primer libro de bautismos data de 1548. Por las anotaciones hechas en él se sabe que el 24 de enero de 1566 tomó posesión del beneficio el sacerdote Francisco Rodríguez Lorenzo, que fue el primer cura con título real y que había relevado a su predecesor, Juan Lorenzo.

Por entonces dependía del beneficiado de San Andrés la iglesia de Nuestra Señora de Montserrat, "distante un cuarto de legua, servidas ambas por un mismo párroco", excepto en las fechas de Semana Santa y Pascua de Resurrección, en que los vecinos de Los Sauces pagaban a un sacerdote para que hiciera los oficios religiosos. En San Andrés se celebraban las fiestas patronales en su fecha correspondiente y en Los Sauces en los domingos infraoctavos.

Desde su creación y durante algún tiempo, la parroquia de San Andrés tuvo una amplia jurisdicción que llegaba hasta Barlovento, de modo que en el censo de 1585 figuran juntos los habitantes de ambas comarcas. La iglesia, restaurada hace unos años, lo mismo que la plaza, posee una gran riqueza artística, figurando en ella varias tallas de arte flamenco, traídas por los mercaderes para los propietarios de la zona, que las ofrecían a la iglesia.

En el libro de mandatos de la citada parroquia se encuentran algunas disposiciones de los obispos y visitadores que son dignas de interés. Entre ellas hay que destacar una que corresponde al obispo Francisco Martínez, en la visita realizada el 18 de abril de 1603, en la que hace constar:

"Otrosí: Porque a mi noticia ha venido que en algunos de los dichos lugares toman por devoción mayormente en tiempo de necesidad de agua de hacer procesiones fuera del término de su lugar en mucha distancia, de lo cual se han seguido y siguen muchas riñas y pendencias entre los vecinos; y demás desto, muchas deshonestidades entre hombres y mugeres quedándose a dormir por los campos, o quedándose atrás de las tales procesiones en los barrancos y lugares escondidos con achaque de que no pueden caminar tanto, en lo cual en lugar de aplacar a Dios nuestro Señor para que les conceda lo que piden en tales procesiones, no solamente no lo hacen, pero antes le ofenden más gravemente e indignan para que no se les conceda".

Otro de los mandatos corresponde a la anotación del visitador y vicario general del obispado, Gaspar Rodríguez del Castillo, fechado el 22 de abril de 1610:

"Que de aquí en adelante ninguna mujer entre ni salga de la iglesia con sombrero, pasados de cuatro pasos, so pena por la primera vez, dos reales; por la segunda, cuatro; y la tercera, el sombrero perdido por tercias partes, Juez, Fiscal y el Santísimo Sacramento".

Madoz y otros viajeros
Pascual Madoz, en su célebre Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1850), dice de la villa de San Andrés que se encuentra "en un pequeño y delicioso valle entre los barrancos del Agua y de San Juan, con cielo alegre, buena ventilación y clima saludable. Forma ayuntamiento con el lugar de Los Sauces y los pagos de Galguitos, Las Lomadas y barranco del Agua. Tiene 658 casas, pocas de ellas agrupadas en el centro de la jurisdicción y las demás esparcidas en los referidos pagos, y una iglesia o parroquia bajo la advocación de San Andrés, de la que es aneja la iglesia de Nuestra Señora de Monserrate que se halla en Los Sauces, servida por un cura, un presbítero y dos sacristanes: el curato es de primer ascenso y se provee por S.M. o el diocesano, mediando oposición en concurso general. Hay una escuela de primeras letras, un pósito de corto capital y cuatro ermitas dedicadas a San Sebastián y San Juan Bautista en el pago de Los Galguitos; a San Pedro en el de Lomadas y a Nuestra Señora en el barranco del Agua. Antes de la exclaustración hubo un convento de frailes franciscos, cuya iglesia y edificio nada tienen de particular".

"El terreno es de buena calidad y abundante en aguas. Produce trigo, cebada, maíz, patatas, legumbres, orchilla, vino, frutas de varias especies, ganado cabrío, lanar y vacuno, abundantes pastos", con una población, por entonces, de 2.635 vecinos.

Así pasaron los años en la vida apacible y sencilla de la villa de San Andrés, aunque en recelo con la localidad de Los Sauces, como lo acredita el hecho de que en el año 1855 se dispuso "para cortar rivalidades antiguas entre ambos pueblos" que se alternase el orden de las fiestas, es decir, que se hicieran las fiestas principales en los días en que correspondían según el almanaque, un año en una parroquia y otro año en la otra, "y que ambas se considerasen como iguales".

La viajera inglesa Olivia Stone, que estuvo en la isla en 1887, escribe en su libro Tenerife y sus seis satélites, refiriéndose a la villa de San Andrés, que "es un lugar mucho más antiguo que Los Sauces pero como, por desgracia, no posee agua sino que tiene que abastecerse del barranco, está decayendo ante su rival más joven y más próspero. San Andrés es famoso porque posee la iglesia más antigua de La Palma. La visita mucha gente procedente de todos los puntos de la isla, que viene a que le cure el Gran Poder de Dios, favor que concede a los que visitan la iglesia. Como en Los Sauces, aquí también hay muñecas vestidas y figuras de cera colgadas alrededor de una columna particular. El piso de la iglesia es de ladrillos rojos y blancos, colocados entre trozos oblongos de madera. También nos mostraron unas imágenes talladas de San Juan y de la Magdalena y una talla, de tamaño real, de un Cristo yaciente, en una caja de madera: "El Cristo muerto" lo llamaban. Sólo alcanzamos a oír la palabra "muerto" y, cuando vimos la caja, pensamos que nos iban a mostrar un cadáver o una momia. Estas imágenes fueron todas hechas y regaladas a esta iglesia por un hijo de la Ciudad. Fuera, en el patio de la iglesia, crece el eucalipto, curativo y aromático. Cerca de la iglesia se encuentran las ruinas del convento de la Piedad. Su último monje, San Francisco, murió alrededor de 1867".

Otro viajero inglés, Charles Edwardes, que publicó el libro Excursiones y estudios en las Islas Canarias (1888), describe el lugar diciendo que "la iglesia se levanta en su pequeña y descuidada plaza. Nada hay de excepcional en ella excepto sus pinturas melodramáticas, su altar, fechado en 1694, y su añejo techo de madera. El sacristán nos lo enseñó todo, incluidas las enmohecidas botas del cura y sus calcetines, que se guardaban en la sacristía junto con los vasos sagrados".

"Hoy en día, San Andrés y Los Sauces forman una sola población, de la que la primera es su parte inferior. El distrito es famoso por sus aguas, su fertilidad y su aire puro y estimulante. Si La Palma ha de tener un sanatorio, éste debería ser construido en Los Sauces, cuya parte superior se halla a más de mil pies sobre el nivel del mar. Varias hermosas casonas y fincas, con sus jardines, otorgan un grado de esplendor a las afueras del pueblo que contrasta con el rosco y austero casco. Un enorme y antiguo monasterio, compacto como una ciudadela, se alza desde su soberbia posición. La plaza contiene un jardín italiano de palmeras, naranjos y multitud de arbustos y flores salpicados de estatuas. Al llevar largo tiempo desatendido, sus elementos luchan y se estrangulan entre sí".

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