domingo, 29 de mayo de 2005

Alarmismo de nunca acabar

La humanidad siempre ha estado fascinada por las catástrofes; todas las culturas han convertido en leyendas y mitos las manifestaciones del poder de la naturaleza. Diluvios universales, continentes hundidos, erupciones catastróficas o terremotos capaces de cambiar en pocos segundos la topografía de un territorio son parte sustancial de mitos y creencias.


Eustaquio Villalba *
Santa Cruz

No cabe duda que la memoria colectiva que recuerda estos fenómenos tiene un fondo de verdad, pero es, simplemente, la explicación de hechos que escapaban a los saberes científicos de tales épocas.

Los profetas de catástrofes siempre han tenido gran audiencia en amplios sectores de la sociedad, tanta que han sido cientos, si no miles, los que han pronosticado su inminente final y, a pesar de tan nefastas profecías y de sus reiterados fracasos, nunca les faltan seguidores convencidos. Con el nacimiento de la ciencia moderna, estos eventos de la naturaleza dejan de mirarse con las gafas de la religión y son sustituidas por las de la razón: por el método científico. Gracias al progresivo conocimiento del medio físico se han ido conociendo otros hechos, otros fenómenos naturales que alteran significativamente el ritmo de los procesos geológicos y atmosféricos. Impactos de meteoritos, glaciaciones o el cambio climático son realidades científicas que se han convertido en poco tiempo en parte de este género de literatura apocalíptica. Novelas, películas y programas de radio y televisión contribuyen a difundir la versión irracional de los fenómenos naturales. Manipulan los datos aportados por la ciencia para adaptarlos a guiones que buscan un impacto mediático y consiguientes beneficios económicos.

No ha escapado a esta tendencia el descubrimiento de un fenómeno catastrófico que afecta especialmente a las islas volcánicas: los deslizamientos gravitacionales. Este evento ha pasado muy poco tiempo de las revistas científicas a las portadas de los medios de comunicación de masas, a la literatura de las grandes catástrofes y, lógicamente, a engrosar la cuenta de resultados de las empresas de comunicación y seguros.

Desde los inicios de la vulcanología moderna, muchos científicos se plantearon la posibilidad de enormes derrumbes en las laderas de los grandes volcanes. La visión del valle de La Orotava, ese extraño valle en forma de herradura, le hizo pensar en 1815 a Leopoldo von Buch en tal posibilidad. Pero no sería hasta comienzo de los años sesenta cuando se descubrió que era una realidad científica. Don Telesforo Bravo publicó un artículo en 1962 titulado El Circo de Las Cañadas y sus Dependencias; fue la primera explicación que atribuía la forma de los valles de La Orotava y Güímar a la huella de dos gigantescos deslizamientos, al efecto de la repentina pérdida de un flanco de la masa insular. El estudio de las entrañas de la Isla a través de los oscuros caminos de las galerías de agua fue determinante para la elaboración de la nueva teoría científica.

Sin embargo, y durante muchos años, su teoría fue negada, incluso ridiculizada, y sólo los geólogos que centraron su actividad profesional y científica en la hidrogeología de las Islas continuaron la senda abierta por don Telesforo. Entre ellos destacan Juan Coello, Jesús Bravo, Juan Jesús Coello, Isabel Farrutjia, Carlos Soler y, con gran relevancia, el geólogo José Manuel Navarro.

A mediados de los noventa, muchos de los expertos contrarios a la teoría de los deslizamientos en las décadas anteriores se convirtieron en sus fervientes partidarios. Valga como ejemplo un artículo del año 1994 con el que su autor inicia la larga serie de artículos sobre los deslizamientos gravitacionales en Canarias y, a pesar de ser su primer trabajo sobre este tema, ya considera que las fallas del 49 son el resultado del incipiente deslizamiento de Cumbre Vieja similar a las que debieron producir las calderas de Taburiente y Cumbre Nueva. Para la mayoría de estos investigadores la teoría de don Telesforo, Juan Coello y J. M. Navarro ha sido una nueva oportunidad para publicar en las revistas científicas de más prestigio y, también, en la justificación perfecta para solicitar proyectos de investigación bien dotados de fondos públicos y privados. En esta loca carrera se olvidaron, incluso en la bibliografía, de los autores de la teoría y pretendieron ir mucho más allá: descubrir dónde se produciría el próximo derrumbe. A partir de ese momento se mezclan dos elementos que resultan explosivos: el afán de algunos de estos científicos por pasar a los anales de la ciencia por sus descubrimientos y el negocio que acompañaría al anuncio de catástrofe de grandes proporciones.

No resulta extraño que estímulos tan fuertes produjeran rápidos resultados y, los mismos que se enteraron con retraso de la realidad de estos derrumbes en las laderas de las islas, anunciaran que habían descubierto que el próximo evento ocurrirá en la isla de La Palma. Ya en 1995 un geólogo publicaba un artículo en la revista de Protección Civil, advirtiendo del peligro que implicaba este probable deslizamiento. Acompañaba el artículo de un mapa en el se rotula entre interrogantes el inminente deslizamiento de Cumbre Vieja. En Inglaterra, unos científicos financiados por una empresa que asegura sus clientes ante grandes catástrofes le dan el definitivo impulso y convierten a Cumbre Vieja en noticia en los medios de comunicación de masas. En el año 2000 la prestigiosa cadena de televisión inglesa BBC emite un documental de la anunciada tragedia apocalíptica que arrasaría las costas del continente americano (en la acepción restringida del término, allí viven los únicos habitantes del planeta capaces de asegurarse ante cualquier catástrofe profetizada). La tragedia producida por el reciente maremoto de Indonesia ha sido aprovechado para relanzar el anuncio del "inminente" derrumbamiento de Cumbre Vieja y la consiguiente catástrofe del megatsumani. Es una nueva ocasión para relanzar novelas y películas basadas en tan negros pronósticos.

La realidad científica dice que estos expertos no aportan datos concluyentes que permitan deducir que la ladera de Cumbre Vieja está en equilibrio inestable. Los argumentos empleados por los partidarios no concuerdan con las interpretaciones que hacen otros científicos -entre ellos don Telesforo- de esos mismos datos. La erupción de San Juan de 1949 produjo una serie de fracturas en el terreno que interpretaron como fallas producidas por el movimiento de la ladera de Cumbre Vieja a causa de la actividad volcánica. Por eso, según estos autores, era probable que una próxima erupción terminara de desestabilizarla produciendo el deslizamiento y el tsunami subsiguiente. En varios artículos científicos reiteran esta interpretación, destaca, entre otros, el firmado por uno de los protagonistas del famoso documental de la BBC, Simon Day junto con Juan Carlos Carracedo y Hervé Gillou en 1997 en el que se dice: "Estimamos que se producirán menos de diez erupciones similares a la de 1949 cerca de la Cumbre Vieja antes de que ocurra el colapso, aunque éste puede tener lugar en cada una de tales erupciones". Por tanto, teniendo en cuenta que las erupciones en La Palma han sido frecuentes (siete en cinco siglos) el pronóstico era de peligro inminente de una catástrofe de dimensiones colosales; así fue expuesto en la reunión de científicos celebrada en La Palma para estudiar este fenómeno.

Pero José Manuel Navarro y Juan Jesús Coello, autores de un mapa geológico de La Palma en la que reflejan el papel de los deslizamiento en su evolución, afirman que estas fracturas se produjeron por la propia actividad eruptiva y no tienen nada que ver con corrimientos en las faldas de Cumbre Vieja. Esta interpretación ha sido corroborada por expertos en fracturas, los doctores Luis González de Vallejo y Mercedes Ferrer. Además, la estabilidad de la ladera es total, como demuestran los datos aportados por los sensores instalados en Cumbre Vieja. Bonelli, el ingeniero geógrafo que estudió la erupción de 1949, localizó los epicentros de los sismos a partir de los daños en las construcciones, pero éstas están situadas en zonas próximas al litoral, mientras que las medianías y cumbres del sur están deshabitadas; es, por tanto, un método muy poco preciso y no se puede utilizar los datos para argumentar que los sismos se debieron a la apertura de grietas en los flancos de la ladera debido a su inestable equilibrio.

En consecuencia, ninguno de los razonamientos utilizados para justificar la catástrofe de Cumbre Vieja responde a datos conocidos y contrastados. Está claro que son otras razones las que han convertido este fenómeno natural en un argumento para las películas de catástrofes. Estos eventos son rarísimos si lo medimos con la escala temporal de la historia del hombre, pues el último ocurrido en Canarias, el que originó la caldera de El Golfo en la isla del Hierro, según unos autores sucedió cuando un artista de la cultura magdaleniense pintaba las cuevas de Altamira hace unos 20.000 años y para otros hay que remontarse a más de 100.000, cuando el Homo sapiens probablemente no había llegado ala península Ibérica. Por ello convertir este hecho en una preocupación inmediata solo beneficia a los buscadores de notoriedad y de dinero fácil. A ellos no les importa ni la ciencia ni la intranquilidad que han ocasionado con sus escritos y declaraciones.

* Eustaquio Villalba, autor de este reportaje, es geógrafo.


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