domingo, 31 de diciembre de 2006

La captura de García Atadell

Juan Carlos Díaz Lorenzo
Santa Cruz de La Palma


El 24 de noviembre de 1936 arribó al puerto de Santa Cruz de La Palma, en su última escala, el trasatlántico francés Mexique, procedente de St. Nazaire y La Coruña en viaje a La Habana, con una expedición de 213 pasajeros en tránsito. La llegada de un barco de este porte siempre era motivo de expectación entre la población palmera, y sobre todo en los primeros meses de la guerra civil, con la isla dominada por las autoridades del nuevo régimen, mientras que en la España peninsular cientos de jóvenes canarios, y entre ellos también bastantes palmeros, combatían al lado del bando sublevados en armas contra el Gobierno de la República.

En aquella ocasión, la escala del Mexique provocó un revuelo que tuvo una amplia resonancia cuando una patrulla de militares y falangistas subió a bordo y procedió a la detención de varios pasajeros, entre ellos Agapito García Atadell, "improvisado policía terrorista". Entre los detenidos figuraba el periodista Rafard, del Ateneo de Madrid, catalogado como "revolucionario" y que, según la información de entonces, había intervenido en los sucesos de Jaca y en "otros actos extremistas".

Según publica la crónica de DIARIO DE AVISOS, García Atadell, jefe de la brigada checa madrileña, fue descubierto por el citado Rafard, ya que viajaba con un pasaporte cubano expedido por el vicecónsul del citado país en Alicante, lo cual contribuyó al éxito de la operación.

La noticia publicada el 27 de noviembre denota el acento de la cuestión: "Muchas y dolorosas cosas podríamos decir de este negro sujeto, sin entrañas ni corazón, que llenó de pavura todo el suelo madrileño. Se sabe que este jefe endemoniado de los comienzos de la guerra civil dejó su oficio de tipógrafo para seguir una lucha detectivesca y sin freno contra todo en los reinos de su amarga opinión".

Adjetivos tales como "alimaña comunista", "cobarde y desnaturalizado troglodita rojo" y "sátiro de la historia humana", aparecen en la crónica de DIARIO DE AVISOS, que relata su huida de Alicante de Marsella y su detención en la capital palmera por la brigada dirigida por Mur Blanco, que luego se ocuparía de su traslado a la capital tinerfeña. La noticia de su detención la dio a conocer la emisora FA8AK, siguiendo las instrucciones de la Comandancia Militar de la isla.

Autores como Pío Moa y José María Zavala han abordado la figura de este personaje, al que el segundo de ellos incluye en su libro Los gánsters de la Guerra Civil (Plaza & Janés, 2006) y le dedica un capítulo titulado Atadell, el asesino enmascarado.

¿Quién era este hombre? Nacido en Vivero (Lugo) el 28 de mayo de 1902, era tipógrafo de profesión y en sus primeros años de actividad fue detenido en varias ocasiones debido a su línea comunista y revolucionaria. En 1928 se trasladó a Madrid para trabajar en los talleres de El Sol y La Voz, afiliándose también al Partido Socialista. Pronto exhibió sus dotes dialécticas, alcanzando puestos de confianza y simpatizando con el ala de Indalecio Prieto, frente al radicalismo de Largo Caballero.

Estando en Madrid echó mano de una curiosa argucia, haciendo compuesto su apellido a partir del apodo de su madre, Talleda, convirtiéndolo en Atadell, con el que se instaló en la secretaría del partido, con un sueldo de 850 pesetas mensuales. Entre sus "méritos" de esta época figura su papel de agitador de la huelga convocada en el diario ABC en 1934, que fracasó debido a la enérgica oposición del director del rotativo, el marqués de Luca de Tena.

Poco después del Alzamiento del 18 de julio de 1936, el director general de Seguridad pidió a todos los partidos de izquierda que aportasen listados de personas afectas que pudieran ser nombrados agentes de policía, entre los que se encontraba García Atadell, propuesto como candidato de los socialistas.

Un buen número de estos improvisados agentes de la autoridad fue agregado a la Brigada de Investigación Criminal y funcionaban con plena autonomía al mando de García Atadell, asumiendo la denominación de Milicias Populares de Investigación con sede en el incautado palacio de los Condes del Rincón, en el número uno de la calle Martínez de la Rosa.

La plantilla de la checa estaba integrada por 48 agentes, de la que era segundo jefe Ángel Pedrero García y como jefes de grupo figuraban Luis Ortuño y Antonio Albiach Giral, empleado este último en la Gráfica Socialista situada en el número 98 de la calle San Bernardo.

"Para la realización de sus fechorías -escribe José María Zavala-, los chequistas de Atadell contaban con el respaldo de la autoridad oficial y de la Agrupación Socialista Madrileña, así como de la minoría parlamentaria del Partido Socialista, cuyos representantes, incluido algún ministro como Anastasio de Gracia, visitaban la checa y alentaban a sus miembros".

Además, la prensa también se hacía eco de las "proezas" de los esbirros de Atadell, elogiando sus actuaciones, publicando fotos del propio Atadell y de las diversas personalidades políticas y parlamentarias que visitaban sus locales. Entre otros ejemplos figura la noticia publicada por el diario Informaciones, el 17 de septiembre de 1936, dando cuenta de la detención, a manos de Atadell, de los hermanos Vidal y Díaz, y del capitán Rodríguez del Villar, quienes, sin pasar por una prisión oficial, fueron asesinados por los sicarios de la checa.

El Heraldo de Madrid también lo presentaba como "un defensor de la República", en los siguientes términos: "Agapito García Atadell, uno de los más esforzados defensores de la República, a la que está prestando desde los primeros días del alzamiento militar grandes servicios como organizador y director de la Brigada de Investigación que lleva el nombre de este joven luchador de la democracia española".

La Brigada de García Atadell practicó unas ochocientas detenciones, la mayoría de las cuales acabaron en trágicos paseos con asesinatos en la Ciudad Universitaria, aunque, curiosamente, la actividad principal de la checa era el robo a mansalva, gracias a la información aportada por la organización sindical socialista de los porteros de Madrid, logrando con ello información de la ideología política y religiosa de los vecinos y, sobre todo, de su posición económica. Sólo así se puede entender que lograra atesorar millones en dinero y joyas, con parte de las cuales, valoradas en 25 millones de pesetas de la época, había intentado en vano fugarse a La Habana.

El Heraldo de Madrid dice, en su edición del 20 de agosto de 1936, que la brigada de García Atadell "ha adquirido gran fama por sus magníficos hallazgos de tesoros escondidos por el clero y la gente de derechas" y en la edición del día 26 reconoce que "un solo saqueo realizado en la casa número 5, de la calle Conde de Xiquena, les ha proporcionado 4 millones de pesetas en metálico, joyas y objetos de arte".

Hasta el 22 de octubre, en que García Atadell y sus secuaces escaparon de Madrid llevando consigo su botín, la situación estaba controlada por los anarcosindicalistas. "Manejaban las mejores armas -escribe José María Zavala-, conducían los coches más lustrosos, degustaban la comida más apetecible, ocupaban sólidos edificios... palacios incluso, de los cuales se incautaban para levantar ateneos libertarios o círculos de barriada. Se apoderaban de fincas enteras habitadas y colocaban en cada puerta un cartel con el sello de la FAI, que decía: ’Incautada para la Contraguerra’. Era la señal de que los inquilinos debían satisfacer a esta organización clandestina los recibos de alquiler a fin de mes. Un negocio tan ilegal como rentable en tiempos de guerra". La situación alcanzó tal despropósito, que el ministro de Hacienda, Juan Negrín, intervino en el asunto, enfrentándose a descalificaciones e insultos, lo que provocó, finalmente, la actuación de la guardia del ministerio.

El ministro de Gobernación, Ángel Galarza, y el director general de Seguridad, Manuel Muñoz, atemorizados por la FAI, dejaban que García Atadell actuase a su antojo, aunque éste recibía del segundo todo el apoyo necesario para cometer crímenes y expolios, es decir, que se había convertido en su aliado para el crimen y el pillaje.

Sin embargo, a finales de octubre de 1936, García Atadell se sentía inseguro en Madrid. Amenazado por comunistas y anarquistas y ante el temor de que las tropas nacionales entraran en Madrid en cualquier momento, en unión de otros tres indeseables, Luis Ortuño, Pedro Penabad y Ángel Pedrero, huyeron a Alicante. Aunque poseía un importante botín, sin embargo carecía de suficiente dinero en efectivo, razón por la cual se le ocurrió la idea de saquear la cuenta corriente de su esposa, Piedad Domínguez, domiciliada en el Banco Hispano Americano, consiguiendo que ésta "donase a la causa" la cantidad de 35.000 pesetas.

Con dicho dinero partieron los cuatro socios en coche hasta Santa Pola, y después a Alicante, donde García Atadell logró que el vicecónsul de Cuba les extendiese una cédula de súbditos cubanos, con fecha anterior al levantamiento militar para no infundir sospechas. Luego, el vicecónsul medió ante su homólogo argentino para que les permitiese embarcar en el buque de la citada nacionalidad 25 de Mayo, lo que en efecto consiguieron, embarcando el 12 de noviembre en viaje a Marsella.

García Atadell y sus acompañantes, así como sus respectivas amantes, desembarcaron en Marsella, donde el primero de ellos vendió parte de su botín, unos brillantes, a cambio de 84.000 francos. Como Francia no era un país seguro y Cuba se había convertido en el objetivo final del viaje, se desplazaron a St. Nazaire donde embarcaron el 19 de noviembre a bordo del trasatlántico Mexique.

El barco hizo una escala en La Coruña. Durante el viaje, Atadell trabó amistad con un pasajero llamado Ernesto Ricord, al que convenció para que desembarcase y tratase de traer noticias frescas de la situación. Ricord se hizo pasar por falangista y fue a ver al jefe de Falange en La Coruña, al que confesó sus sospechas de que a bordo viajaban "rojos españoles" que era preciso detener en cuanto el barco hiciera escala en Santa Cruz de La Palma. Ricord recibió instrucciones para que no los perdiera de vista, a lo que éste se comprometió y cuando regresó a bordo ofreció todos los detalles a su compañero Atadell.

Cuando el Mexique fondeó en Santa Cruz de La Palma, Ricord puso en marcha el plan de Atadell para no levantar sospechas en las autoridades de la isla, que habían sido alertadas desde la escala del barco en La Coruña. Durante la travesía, Atadell se granjeó la simpatía de muchos pasajeros y de la tripulación, a la que obsequiaba con cuantiosas propinas.

Procedió, así, a señalar como presuntos culpables a dos pasajeros, uno de los cuales resultó ser un procurador de Bilbao de apellido Zaldivea y el otro era un periodista llamado Rafart, que había escrito en el Diario de Madrid y cuya neutralidad en la guerra le hizo exilarse voluntariamente a La Habana. Rafart reaccionó con virulencia ante su detención y señaló como sospechoso al verdadero culpable, un hombre de gruesas gafas y pasaporte cubano que no era otro que el propio Atadell. Cuando los militares y falangistas que subieron a bordo procedieron a detenerle, éste reaccionó con la mayor naturalidad y les siguió con un gesto risueño y antes de enfilar la escala, dijo a los presentes: "No se preocupen, señores. Se trata de un pequeño error que inmediatamente se aclarará".

Mientras permaneció en tierra, Atadell conservó la calma en todo momento y esperó a que apareciera su cómplice Ricord, quien explicó a las autoridades su condición de persona de confianza del jefe de Falange de La Coruña y defendió la inocencia de su cómplice, asegurando que se trataba de una persona honorable, a la que conocía desde hacía tiempo y por la que él mismo respondía y juró que la denuncia del periodista Rafart era una absurda patraña para tratar de salvarse él mismo.

Resuelto el asunto, los dos sujetos regresaron de nuevo al barco y Atadell explicó a los pasajeros que estaban pendientes de su vuelta de que todo había sido un malentendido. Luego, imperturbable, se dirigió a su camarote, cuando apenas faltaba una hora para que el barco continuase su viaje.

Sin embargo, de pronto sucedió algo inesperado. Uno de los falangistas vestidos de paisano a los que no había convencido las explicaciones de Ricord, los siguió y se acercó hasta el camarote de Atadell y observó cómo éste, desde el pasillo, se abrazaba entusiasmado a dos hombres. Uno era el propio Ricord y el otro era Pedro Penabad. A su lado, sobre la cama, había una maleta. Guiado por un presentimiento, irrumpió en el camarote y detuvo a los tres hombres, que fueron conducidos a tierra -a Atadell hubo que arrastrarlo, cuentan testigos presenciales- y entonces se desveló la auténtica trama.

Trasladados primero a Santa Cruz de Tenerife y después a Sevilla, García Atadell -que entonces contaba 34 años- y Penabad Rodríguez, fueron condenados a muerte en consejo de guerra y la sentencia ejecutada, mediante la horca, el 15 de julio de 1937, en el patio de la prisión hispalense, siendo enterrado al día siguiente por los hermanos de la Santa Caridad en el cementerio de San Fernando.

Vituperado, al final, por los propios partidarios de la zona republicana por su extremada crueldad, en sus momentos finales escribió una carta dirigida a Indalecio Prieto, que el general Queipo de Llano leyó desde los micrófonos de Radio Salamanca la misma noche de su ajusticiamiento, en la que dice lo siguiente:

"Ya no soy socialista. Muero siendo católico. ¿Qué quiere que yo le diga? Si fuese socialista y así lo afirmase a la hora de morir estoy seguro de que usted y mis antiguos camaradas lamentarían mi muerte y hasta tomarían represalias de ella. Hoy, que nada me une a ustedes, considero inútil decirle que muero creyendo en Dios. Usted, Prieto, antiguo amigo y antes camarada, piense que aún es tiempo de rectificar su conducta. Tiene corazón y ése es el primer privilegio que Dios les da a los hombres para que se consagren a Él. Rezaré por ustedes y pediré al Altísimo su conversión".

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