JUAN CARLOS DíAZ LORENZO
SANTA CRUZ DE LA PALMA
A Mercedes Guil Afonso
En la historia de la Aviación en Canarias, en general, y de La Palma, en particular, figuran nombres de personas que han contribuido generosamente con su esfuerzo, profesionalidad, pericia y dedicación, a asegurar, desde el punto de vista técnico, las comunicaciones aéreas y consolidar la presencia del avión como un medio de transporte eficaz y confiable.
En algunas de nuestras crónicas dominicales anteriores hemos escrito sobre figuras históricas como Constantino "Tino" Rubio Lorenzo y Vicente Ramos Hernández y también de pilotos palmeros destacados, entre ellos Antonio Conde Lorenzo (1940-1974), capitán del Cuerpo General del Ejército del Aire; y José Carlos Pérez Torres, comandante de Iberia. Nos hemos referido, asimismo, a otros profesionales de talla como Roberto Santos Guerra, comandante de Iberia retirado; Ramón Argany Fajardo, comandante de Binter Canarias; y Ricardo Génova Galván, comandante de Iberia, licenciado en Ciencias Físicas y especialista en Astrofísica, en la actualidad director de Operaciones de la citada compañía. Este último y Constantino Rubio tienen ascendencia palmera por línea materna.
En esta selecta nómina habría que incluir, con todo merecimiento, a otras destacadas personalidades del mundo de la Aviación en Canarias, como Santiago Jiménez, primer piloto que aterrizó en el campo de Buenavista, en 1952; Álvaro González Tarife, histórico comandante de Iberia, recientemente fallecido y siempre recordado por su distinguida caballerosidad; Julián Bustamante, primer piloto de Spantax que aterrizó en La Palma con el legendario Fokker F-27; Francisco Andreu Plaza, comandante de Spantax y de Air Europa y, entre los últimos y más conocidos, Manuel Luis Ramos García, comandante de Binter Canarias, cuya amabilidad y simpatía ha sido ampliamente reconocida.
Antes que todos ellos destacó, sin duda, una figura singular: Luis Guil Valverde, cuya trayectoria y personalidad aún se recuerda por lo mucho que significó en el transporte aéreo de Canarias desde comienzos de la década de los cuarenta hasta finales de los sesenta.
Guil nació en Albodoluy (Almería) el 2 de abril de 1916 y el 23 de diciembre de 1935 obtuvo el título de "aviador de turismo". Tenía, entonces, 19 años. En agosto de 1936, recién comenzada la guerra civil, se desplazó de Tetuán al aeródromo de Armilla (Granada), volando como ayudante en diversas misiones a bordo de los aviones biplanos Breguet XIX, realizando, a finales de noviembre, el curso de transformación en Sevilla, del que en enero de 1937 salió como alférez piloto adscrito al Grupo 70, volando en los hidroaviones Dornier Wal.
Durante la guerra estuvo destinado, además de en las ciudades citadas, en El Ferrol, Bilbao, Ribadeo, Alcudia y Pollensa. Durante este tiempo, además, realizó los cursos de vuelo sin visibilidad y de observador. El 2 de enero de 1937 recibió el título de piloto de aeroplano de guerra y en junio de 1938 ascendió a teniente de complemento de Aviación. Al acabar la guerra, en abril de 1940 ratificó su condición de teniente de Aviación y licencia para volar en los aviones Junkers, Douglas DC-2 y Dragón Rapide, volando con este último en el servicio de Guinea Ecuatorial.
El 25 de junio del citado año, el Gobierno nacional autorizó el establecimiento de la primera línea aérea regular entre Gran Canaria y Tenerife, que hizo su primer vuelo de prueba el 2 de julio siguiente con el citado avión Dragón Rapide, de ocho plazas.
Para atender la gestión comercial, Iberia abrió su primera oficina en Las Palmas, ubicada en la calle Colmenares, conocida como "la calle del viento continuo", aunque poco después se trasladó a la calle León y Castillo. Por entonces, la compañía había destinado a Juan Fuentes Bertrán para ocuparse de la organización en las dos provincias canarias y el Sahara Occidental. El nombramiento, con una duración inicial de seis meses, se prolongaría por el resto de su vida y coincidió con el resurgimiento de los servicios de Iberia en Canarias.
El invierno de 1940 resultó especialmente desafortunado para el transporte aéreo, debido a una sucesión de tormentas y malos tiempos que se extendieron por la Península y la costa de África, con lluvias intensas que encharcaron los aeropuertos, que entonces carecían de pistas compactadas y en las que los aviones se hundían. Los fuertes vientos afectaron de tal modo a la línea Madrid-Canarias, que durante varios días el archipiélago permaneció incomunicado con la Península por vía aérea y algunos aviones sufrieron desperfectos importantes.
La inauguración oficial de la línea aérea entre Gran Canaria y Tenerife se celebró el 23 de enero de 1941. El servicio era diario, excepto domingos. El billete costaba 75 pesetas por trayecto y 135 pesetas, el de ida y vuelta. El día anterior, en un vuelo especial, llegó a Tenerife una comisión oficial al frente del director general de Aviación Civil, comandante Juan Bono y el jefe de pilotos de Iberia, comandante Ricardo Guerrero, para asistir a los actos.
A las 11 de la mañana, el avión de Iberia aterrizó en el campo de Los Rodeos "no obstante las malas condiciones atmosféricas", pilotado por el comandante Lerdo de Tejada y con seis pasajeros a bordo. Media hora más tarde "y después de unas magníficas evoluciones que pusieron de manifiesto la pericia del piloto", dice la crónica del periódico El Día, aterrizó un Junkers Ju-52 procedente de Cabo Juby, al mando del comandante Penche, en el que llegó el jefe del Estado Mayor de la base aérea de Gando, Pérez Cela y otras autoridades. Todos los invitados se trasladaron al valle de La Orotava, almorzando en el hotel Taoro y visitando después Puerto de la Cruz, deteniéndose a la vuelta en el campo de golf, donde la directiva del club les agasajó con un vino de honor. Al día siguiente, entre los pasajeros figuraba Virginia Costa, que fue la primera mujer que llegó a Los Rodeos por vía aérea.
El Cabildo Insular de Tenerife cedió a Iberia un local en la parte baja del nuevo edificio de la Plaza de España, entonces en construcción, para el despacho de billetes y la facturación de equipajes, así como una oficina de información de sus servicios.
Luis Guil tiene en su haber, entre otros hitos, la inauguración de la línea Gran Canaria-Fuerteventura, cuando se volaba al viejo campo de Tefía; Gran Canaria-Lanzarote, en el recién estrenado llano de Guacimeta, en ambos casos con aviones Junkers Ju-52 y Tenerife-La Palma, con DC-3, en 1956, aunque ya había volado a la isla con anterioridad con motivo de la inauguración del aeropuerto de Buenavista, en junio de 1955, de copiloto de José María Ansaldo, jefe de pilotos de Iberia, una de las figuras relevantes de la época.
Debido a las peculiares condiciones del aeropuerto de Buenavista, Iberia designó a los comandantes Luis Guil, José María Ordovás y Vicente Ramos para que se encargasen de los vuelos a dicho campo de aviación. Tiempo después y para asegurar la maniobrabilidad de los DC-3 en casos extremos, se instalaron unos cohetes JATOS bajo el fuselaje que suministraban potencia adicional.
Guil cosechó fama de buen piloto y de su ingenio y habilidad profesional se cuentan muchas anécdotas. Entre ellas, y ante la ausencia de los modernos sistemas de orientación y aproximación que existen en la actualidad (VOR e ILS), Luis Guil tenía localizada una palmera en la fase de aproximación al aeropuerto de Los Rodeos, que le permitía aterrizar en los días de niebla, cuando la llanura quedaba bajo mínimos.
La historia es verídica. "La palmera -escribe Olga Darias en La Tarde- se convirtió en la guía, el faro, la amiga, la torre, la observadora, la testigo única de aquellos primeros aterrizajes. Con su esbelta silueta coronada por unas melenudas palmas, daba, a ojo de buen cubero, una fácil señal de situación, que permitía entrar con cierta seguridad y sin complicaciones mayores, en una perfecta maniobra de toma de tierra".
El comandante Baldomero Monterde, que también voló el DC-3 de Iberia en Canarias, describe en su libro Anecdotáreo la maniobra de la famosa palmera con todo detalle: "El método de la palmera era el utilizado por don Luis Guil, el piloto más veterano de aquellas islas, y en el que durante muchos años, de manera continuada y efectiva, enlazó Los Rodeos con La Palma y con Las Palmas de Gran Canaria. Conocía el terreno como la palma de su mano y se apoyaba en la citada palmera, que estaba en la prolongación exacta de la pista. Había varias palmeras, pero ésta era su palmera, y él la conocía bien".
"La artimaña consistía en subir la cuesta por debajo de las nubes apoyado en la carretera que llevaba a La Laguna y sin perder el terreno de vista; y al decir subir quiero decir que la aproximación se iniciaba a unos cien o doscientos metros por debajo del nivel de la pista, con las hélices en paso corto y los motores a potencia de subida o la que hiciera falta para poder trepar. Se seguía la carretera hasta llegar a un puente que la cruzaba sin perder de vista el terreno; llegado al puente se viraba ligeramente a la izquierda y enseguida aparecía la palmera; sobrevolándola exactamente segundos después aparecía la cabecera de la pista que quedaba, más o menos, a la altura de la copa de la palmera. Si no la veías ya podías meter potencia y subir como un cohete, pues estabas volando a la altura de los tejados de las casas. Lo bueno era que no los veías. Gracias a esta palmera y a don Luis Guil, Tenerife tuvo comunicación constante y continua con el resto de los campos; eran pocas las veces que fallaba una aproximación".
Además de su palmera, Luis Guil utilizaba otro sistema en la aproximación a Los Rodeos, que consistía en seguir el trazado de la carretera de La Laguna hasta localizar el puente, para después ascender apenas unos cien pies por encima del QNH del campo (en el altímetro refleja la presión atmosférica referida al nivel del mar e indica la elevación del aeropuerto en pies) y volar en la dirección del QMS (orientación y trayectoria de la pista).
En esa condición, si podía aguantar sin visibilidad durante unos minutos, pasaba entre las nubes hasta que divisaba las luces del campo, antes de que la niebla volviera a abatirse a ras del suelo; y si no la veía, metía la palanca de los gases a tope y remontaba el vuelo para situarse a la altitud de seguridad e intentar de nuevo la maniobra.
"El procedimiento -escribe Baldomero Monterde- puede parecer arriesgado, y lo era en cierto modo, pero no había otro, y lo cierto es que no hubo ni un solo accidente efectuando este tipo de maniobra. En el caso de Luis Guil, algo de suerte y mucha pericia, pues se le contabilizaron antes de retirarse ¿unas treinta mil tomas de tierra?, entre las cuales había unas ¿dos, tres mil aproximaciones? de este tipo. Cabría recordar el dicho latino Fortuna audaces iuvat (La fortuna ayuda a los audaces), para encontrar una explicación".
Sin embargo, y pese a su dilatada experiencia, la peculiar meteorología del aeropuerto de Los Rodeos le jugó una mala pasada. El 12 de septiembre de 1962, a los mandos del DC-3 EC-AGO, cuando se disponía a tomar tierra siguiendo la enfilación de "su" palmera, una fuerte ráfaga de viento provocó un impacto anormal contra el suelo en el momento del aterrizaje, que causó daños a la aeronave y un fuerte susto a los pasajeros, aunque sin mayores consecuencias.
En 1963, con un palmarés de 25.000 horas de vuelo, el comandante Luis Guil dejó de volar y desempeñó el cargo de inspector de Operaciones de Iberia en Canarias, hasta que le llegó la hora del retiro. Nunca quiso salir de Tenerife y para ello renunció a su promoción en el escalafón, lo que le hubiera permitido volar en aviones de rango superior, aunque ello habría significado su traslado a Madrid.
En octubre de 1969, César Gómez Lucía publicó un libro de poemas titulado "Mariposas", en el que el histórico director-gerente de Iberia escribió la siguiente dedicatoria: "Con todo afecto para el antiguo capitán de ’aeroguagua’, que tanto prestigio dio a Iberia y a tanta gente dio a conocer el tráfico aéreo: Luis Guil".
En sus últimos años de vida frecuentaba el quiosco Numancia, al lado del parque García Sanabria, en la capital tinerfeña, en el que pasaba largas horas hilvanando sus muchos recuerdos. El fallecimiento de su esposa Mercedes, a la que se encontraba muy unido, le sumió en una profunda tristeza. El 10 de septiembre de 1999 despegó en su último vuelo con destino a la eternidad, cuando contaba 83 años.
Sus restos mortales fueron incinerados y sus cenizas descansan en la montaña de El Púlpito, frente al aeropuerto de Los Rodeos, por expreso deseo de su familia. Su hija mayor, Mercedes, al desgranar el rosario de los recuerdos, nos dice que "mi padre siempre me decía que su vida como piloto fue el sueño de un niño hecho realidad. Él se sentía feliz volando como un pájaro".
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