Juan Carlos Díaz Lorenzo
El Paso
El viajero portugués Gaspar Frutuoso, que es probable que estuviera en La Palma en la segunda mitad del siglo XVI, según las apreciaciones del profesor Pedro Nolasco Leal Cruz, escribe en su libro "Saudades da Terra", refiriéndose a la Caldera de Taburiente, que "ésta se llama así porque es una hoya en forma de caldera, de gran profundidad, de 9 leguas de anchura, el mismo número que tiene la Isla por esta parte.
De dicha caldera salen tres grandes arroyos de mucho agua, tan dulce, tan clara y tan sana que no se puede hallar otra como en ella, pues no hace daño a cualquier hora que se tome, sea de noche o de día. (...)".
"Los susodichos tres arroyos salen tan alejados el uno del otro, que los dos del norte distan uno del otro cuatro leguas; uno va directo a la Ciudad y el otro a Los Sauces; el de la Ciudad lleva tanta agua, que mueve seis o siete molinos; aparte de la que se consume conducida por medio de tubos a dicha ciudad. (...)."
"En su interior la Caldera tiene pastos buenos para ovejas, cabras y carneros, del que usan todos los pastores para la alimentación de sus ganados como algo en común; entran allí a principios del invierno por el lado que da a Tazacorte por una entrada, que se hace tan estrecha en la parte alta que por ella no puede pasar más de un hombre; y una vez que el ganado ha entrado por las veredas, ya en su interior, en un lugar muy espacioso y hondo, no puede salir de él y así todo se cría sin necesidad de pastor o guardián alguno; aquí se multiplica copiosamente y se engorda".
Los viajeros, exploradores y científicos, ingleses y alemanes en su mayoría, que llegaron a La Palma a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, y, sobre todo, en igual período del siglo siguiente, quedaron sobrecogidos ante la espectacularidad y la grandiosidad de la Caldera de Taburiente.
George Glas, en su "Descripción de las Islas Canarias 1764" -traducción de Constantino Aznar de Acevedo y publicado por el Instituto de Estudios Canarios en 1982- dice que "esta montaña tiene una hondonada, como el pico de Tenerife; la cima es aproximadamente de dos leguas de diámetro en todos los sentidos, y en la parte interior baja paulatinamente desde allá arriba hasta el fondo, el cual es un espacio de unos treinta acres.
Por las laderas del interior surgen varios riachuelos, los cuales se unen todos en el fondo, y forman una sola corriente a través de un paso hacia fuera de la montaña desde donde desciende, y después de recorrer una cierta distancia mueve dos trapiches. El agua de esta corriente es dañina, debido a estar contaminada por otras aguas de calidad perjudicial, que con ella se mezclan en la caldera".
En 1803 el oficial francés Bory de Saint-Vincent, en otro trabajo de indudable interés traducido por José A. Delgado Luis (1988), describe La Palma y dice que es una isla "muy alta. El centro, donde nieva con frecuencia, está cubierto de bosques oscuros, cuyos pinos producen mucha resina e incluso una madera bastante buena, que se utiliza para construir las barcas que se envían a pescar en las costas de Berbería".
Como hemos comentado en reportajes anteriores, la Caldera de Taburiente sugirió al geólogo alemán Leopold von Buch su teoría de los cráteres de levantamiento. En la edición de su libro "Descripción física de las Islas Canarias", publicado en París en 1836 -la primera edición en español se publicó en 1999, traducido por José A. Delgado Luis, con un estudio crítico de Manuel Hernández González-, dice que "ningún volcán en el mundo presenta un cráter de levantamiento de tan gran circunferencia y de tan sorprendente profundidad. Sería vano el querer subir desde el fondo hacia su cresta, o bajar desde esta alta región al fondo".
"Visto desde arriba -pone especial énfasis-, La Caldera presenta una perspectiva no menos impresionante que desde abajo. Su espantosa profundidad, que entonces se puede abarcar en su totalidad, le dan el aspecto de un abismo tan inmenso que sería muy raro que se encuentre otro igual en la superficie de la Tierra".
Agrega que "masas inaccesibles de muchos miles de pies de elevación la cercan por todas partes" y se pregunta "¿dónde se puede encontrar algo tan prodigioso?, ¿dónde existe un cráter con un círculo tan gigantesco, en el que los roques circundantes descubren al observador, desde una altura tan asombrosa, la naturaleza de las masas ocultas bajo el suelo que pisa?".
En 1850, Pascual Madoz, en el capítulo que dedica a La Palma en su célebre "Diccionario geográfico, estadístico e histórico de España y sus posesiones de ultramar", con estudio introductorio de Ramón Pérez González (1986)", escribe que "la parte Norte puede considerarse como producto de un solo volcán, que en tiempos muy remotos ardió en su centro con tanta o mayor fuerza que el Etna o el Vesubio, y que apagado siglos antes de la conquista dejó allí un cráter o caldera rodeada de lomas o barrancos, que como radios de un mismo centro siguen hasta las costas formando del todo una sola montaña, cuya elevación sobre el nivel del mar (en su pico llamado Roque de los Muchachos) se ha calculado en 8.000 pies de París: montañas cuyas alturas son generalmente quebradas, fragosísimas e intransitables".
Otros viajeros
En 1884, el arquitecto francés Adolphe Coquet describe su visita a la Caldera y escribe que "estamos al borde de una muralla cortada a pico que forma por debajo de nosotros un circo enorme, cráter abierto de 1.000 metros de profundidad en cuyas paredes se apretuja una vegetación tupida de árboles y plantas de todas clases. Este cráter tiene seis leguas de circunferencia, su profundidad da vértigo y está lleno de nubes que se elevan rápidamente con el sol, dejando ver el fondo del abismo, por donde corre un pequeño arroyo. Cabras, pastores medio salvajes y palomas torcaces que pasan volando por el aire son los únicos habitantes de este paraje extraño producido por una gran conmoción volcánica, maravilla olvidada de este rincón perdido de la Tierra, último resto de la Atlántida engullida". La cita corresponde a su libro "Una excursión a las Islas Canarias", traducido por José A. Delgado Luis (1982).
Olivia Stone, que alcanzó el Roque de los Muchachos en su visita a La Palma en 1887, escribe en su libro "Tenerife y sus seis satélites" -traducido por Juan S. Amador Bedford (1995), que "la vista es grandiosa, tanto que, si pudiera transferirse a algún lugar cercano a Inglaterra, pronto se convertiría en una atracción universal. Incluso para nosotros resultaba magnífica, aunque es posible saciarse con tal exceso de bellos paisajes que finalmente empalagan la vista, al igual que ocurre con los caramelos y el paladar. No es posible, creo, disfrutar realmente de ningún paisaje hasta que nos familiarizamos con él, no con la familiaridad de los que han nacido y crecido conociendo sus bellezas, que frecuentemente hace que no lo valoremos, sino con esa familiaridad que surge cuando conocemos algo tras alcanzar nuestra madurez".
"En verdad -escribe Charles Edwardes en su libro "Excursiones y estudios en las Islas Canarias", publicado en 1888 y traducido por Pedro Arbona (1998)-, la Caldera frustra cualquier pluma o lápiz. Su inmensidad desafía al artista, y un escritor ha de estar inspirado para reproducir en otros el efecto que lucha por conseguir. Uno podría hablar de su longitud y anchura, enumerar las montañas que la guardan tan celosamente del mundo exterior, incluso analizar las rocas que accidentan su fabuloso lecho, y contar los milenios que han transcurrido desde que sus profundas llamas iluminaron los precipicios que se hunden casi perpendiculares varios miles de pies desde su borde circular. Pero, después de todo, ¿qué representarían estos áridos datos? Los colores de esta enorme depresión no pueden ser capturados. Es imposible ir más allá de simplemente sugerir los vívidos contrastes entre las tremendas paredes de roca que permanecen a la sombra y aquéllas a las que el sol extrae toda su belleza, al trazar las cristalinas líneas carmesí, púrpura y blancas que las surcan irregularmente desde el pico hasta la base; entre los sombríos troncos de los abetos (sic.), muertos de vejez y nunca tocados por el hacha del leñador, y los jóvenes y lozanos pinos que refulgen bajo el cielo del mediodía con el intenso vigor que da la vida; o entre las dimensiones de esta hondonada, aislada del mundo, y su silencio, rara vez roto por el retumbante estruendo que provocan las avalanchas en su camino hacia las tumultuosas profundidades".
A finales del siglo XIX, René Verneau -influido por la teoría de Buch- se refiere a la Caldera como "un gigantesco cráter de levantamiento. Una erupción, de la que hay que hacer un esfuerzo para imaginar su potencia, hizo surgir desde abajo el núcleo central y lo elevó a la prodigiosa altura de 2.350 metros. Sin duda, el momento en que esta masa enorme comenzó a emerger, se produjo un gran desgarramiento. Una parte del terreno dejó de elevarse, mientras que la otra continuaba su movimiento de ascensión". La cita se encuentra en su libro "Cinco años de estancia en las Islas Canarias", traducido por José A. Delgado Luis en 1981.
En 1911, Florence du Cane, en su trabajo "Las Islas Canarias", advierte que "aunque siempre se ha calificado de muy peligrosa la excursión a la gran Caldera, los naturales se sienten decepcionados si un visitante de la isla no va a admirar su inmenso cráter. Este es, efectivamente, enorme: un vasto hoyo que mide, por algunos sitios, y de un borde al opuesto, de 8 a 10 kilómetros, y unos 2.000 a 2.500 metros de profundidad. Estas dimensiones hacen difícil comprobar que se trata de un cráter, pudiendo fácilmente tomarse por una depresión entre las montañas. Aunque sus murallas son unos grandes riscos grisáceos, los pinares que cubren los declives inferiores de las montañas que se alzan desde el fondo del cráter, y los lugares que en el propio fondo está cubierto de árboles, hacen del conjunto lo menos parecido a un cráter ordinario". Este libro, con su prólogo-introducción correspondiente, fue traducido por Angel Hernández en 1983.
En 1919, Alfred Samler Brown escribe en su guía "Madeira, Islas Canarias y Azores" -traducido por Isabel Pascua Febles y Sonia Bravo Utrera en 2000, que "la Gran Caldera es el fenómeno geográfico de más interés de la isla, una caldera tan inmensa y de unas proporciones tan colosales que con frecuencia goza de su propio clima sin tener referencia alguna a lo que sucede en la isla de la que es parte. Los haouarythes solían decir que el Pico de Tenerife, al que veían blanco y hermoso en el horizonte desconocido, salió de la Caldera durante una erupción volcánica colosal".
Una guía turística
Una guía editada por el Patronato de Turismo de La Palma a comienzos de la década de los años treinta del siglo XX, describe la Caldera en los siguientes términos:
"En La Palma se encuentra la famosísima Caldera de Taburiente, considerada como el mayor cráter del mundo. Es un antiquísimo volcán monógeno, apagado. La sola enumeración de sus dimensiones da idea de su imponente grandiosidad: mide 28.000 metros de contorno, 9.000 de diámetro y 707 de profundidad. Puede decirse que la Isla de La Palma está constituida por este gigantesco cráter, los altos picos que lo rodean y las estribaciones montañosas que de él, por todos lados, bajan hasta el mar.
Aparte del gran interés científico que reviste este cráter sin igual, no se trata, como pudiera creerse, de una inmensa sima u oquedad escueta, desnuda de vegetación. Por el contrario, su valor panorámico es incalculable, pues, además de lo grandioso de su conjunto -difícilmente fotografiable por lo mismo; solamente desde un avión, a gran altura, podría impresionarse su totalidad-, encierra variadísimos e indescriptibles paisajes. Por las imponentes rocas de sus muros desciende el agua torrencial y abundante; insondables abismos las cortan de trecho en trecho; helechos gigantes, añosos y corpulentos pinos trepan por las vertientes de los barrancos, y toda suerte de árboles, arbustos y plantas silvestres forman un incomparable decorado natural de esta maravilla geológica; profusión de aves y animales salvajes la pueblan; en su centro, se conserva erecto un inmenso monolito sagrado, llamado Idafe, que servía de altar a los primitivos indígenas para adorar al dios Abora. Y todo rodeado de un anfiteatro rocoso, en el que se destacan inaccesibles crestas y agujas, frecuentemente blanqueadas por la nieve.
Como desagüe natural de La Caldera, el denominado Barranco de las Angustias, que muere en el mar, junto al pintoresco pueblo de Tazacorte, es de una anchura y una profundidad excepcionales, a tono con el caudal de agua que aquélla vierte por su cauce".
Y agrega, más adelante:
"La Isla de La Palma ofrece la curiosísima particularidad de poseer las mayores alturas en la más reducida extensión superficial. Ninguna otra puede comparársele en este aspecto (…). El panorama que se contempla desde cualquiera de estas alturas es sencillamente maravilloso. A un lado, el escalofriante conjunto de La Caldera; al otro, el bello contorno de la Isla, claramente visible en su total extensión, recortado por las blancas espumas de las olas que rompen en la costa; a nuestros pies, incontables pueblos y caseríos diseminados por el inmenso mapa en relieve que, surgiendo de la lámina azul del mar, se nos ofrece; al fondo, en el lejano horizonte, el elevado perfil, coronado de nubes, de otras islas. Y presidiendo, patriarcal y solemne, este imponderable cuadro natural, la altísima silueta del Teide, nacido, según la musa popular, del ‘crisol de la Caldera’. El recuerdo de lo que se admira desde las cumbres de La Palma es indeleble".
No hay comentarios:
Publicar un comentario