Recopilación de artículos interesantes sobre ciencia, transporte y tecnología.
domingo, 30 de mayo de 2004
Los vínculos de Pinillos con La Palma
Santa Cruz de La Palma
Desde 1886 hasta 1919, la naviera gaditana participó en el tráfico de la emigración palmera a las Antillas
La primera etapa se cerró en 1921, marcada por la pérdida de varios barcos y la crisis internacional que siguió después de la I Guerra Mundial. Durante más de treinta años, Antonio Cabrera de las Casas fue el consignatario y representante de la compañía en Santa Cruz de La Palma. En las tragedias de los buques “Príncipe de Asturias” y “Valbanera” perdieron la vida grupos de palmeros que iban a Argentina y Cuba
Miguel Martínez de Pinillos y Sáenz de Velasco, un hombre procedente de una familia burguesa oriunda de La Rioja, inició en Cádiz hacia 1835 sus primeras actividades mercantiles en el mundo marítimo de la época, dedicado al tráfico de mercancías en los veleros que navegaban en la ruta de las Antillas, con escalas intermedias en Canarias.
El desarrollo de los negocios resultó decisivo para Martínez de Pinillos, quien, en medio del auge del sector y en una ciudad eminentemente marinera y comercial, en 1840 adquirió la brickbarca Castilla y, un año más tarde, la fragata Apolo, a la que siguió la fragata Minerva. La fragata Apolo, al mando del capitán Jorge Lucas, estuvo fletada por la Renta de Correos entre noviembre de 1841 y febrero de 1846 y realizó viajes consecutivos en el transporte de correspondencia entre Cádiz, Puerto Rico y La Habana, con escalas en los puertos canarios.
Los veleros formaron parte de la actividad naviera de Martínez de Pinillos durante más de treinta años, hasta que en 1883 se produjo el arranque de su armamento de vapores, cuando Antonio María Martínez de Pinillos Izquierdo, hijo del fundador de la estirpe naviera, adquirió en Londres el vapor Lamperts, al que rebautizó Apolo en recuerdo de la antigua fragata.
En ese mismo año, Martínez de Pinillos inscribió a la empresa en el registro mercantil gaditano con el nombre de Pinillos, Sáenz y Cía. y sede social en la calle de El Cristo. Los tiempos cambiaban aceleradamente y se precisaban nuevas fórmulas mercantiles y jurídicas para competir en un mercado en constante evolución y expansión.
Un cierto protagonismo rivalizante se produjo entre Antonio Martínez de Pinillos y Antonio López, que llegó a reflejarse, incluso, en los nombres de sus buques. Así, por ejemplo, mientras que en Pinillos había un trasatlántico con el nombre de Infanta Isabel, en la naviera de López había otro con el nombre de Infanta Isabel de Borbón, que era la misma infanta. En una, un Pío IX; en otra, un León XIII. En Pinillos, un Príncipe de Asturias. En Trasatlántica, un Príncipe Alfonso, que era, en definitiva, el mismo príncipe.
Pero no acababa ahí la rivalidad. Las dotaciones de los buques procedían en ocasiones de las respectivas tripulaciones de Pinillos y Trasatlántica. Y llegó a producirse el caso curioso de que el buque Manuel L. Villaverde, construido en 1882 para la Compañía Trasatlántica Española, llevaba el nombre de quien había capitán del Apolo y que era en ese año delegado de la Trasatlántica en Cádiz, despacho en el que compartía cargo con Manuel de Eizaguirre.
En esta época, Pinillos había refrendado su carácter de compañía familiar, mientras que Trasatlántica se perfilaba como una potencia económica patrimonial con resonancia en los ámbitos financieros y navieros del mundo marítimo de la época.
Antonio Martínez de Pinillos no acudió al contrato oficial para la explotación de los tráficos regulares, si bien mantuvo sus propias líneas y compitió en velocidad y eficacia con los más aventajados barcos de Trasatlántica. Entre tanto, Antonio López realizaba gestiones en Madrid para la concesión de los transportes del correo marítimo, logrando la adjudicación provisional el 10 de septiembre de 1861, y el contrato definitivo el 30 de agosto de 1868, con una duración de diez años y una subvención de 151.250 pesetas por viaje.
Dos años después de su adquisición, el destino del Apolo, el primero de los vapores de Pinillos, no pudo ser más trágico. El 2 de febrero de 1885 zarpó de Newport en viaje a la Península, con un cargamento de carbón y durante la travesía en el Atlántico desapareció sin dejar rastro.
A partir de 1886 se produjo un florecimiento espectacular de Pinillos, Sáenz y Cía., etapa en la que comienza sus vínculos con el puerto de Santa Cruz de La Palma, cuando adquiere seis grandes vapores mixtos de carga y pasaje que recibieron los nombres de Martín Sáenz (1º), Miguel M. de Pinillos, Pío IX, Conde Wifredo, Martín Sáenz (2º) y Catalina. Con estos barcos cubría una línea mensual con cabecera en Barcelona y escalas en Cádiz, Las Palmas, Santa Cruz de Tenerife, Santa Cruz de La Palma, San Juan de Puerto Rico, Santiago de Cuba, La Habana y Nueva Orleans.
El primer Martín Sáenz se incorporó a la flota de Pinillos en 1886 y se vendió dos años después. Al mismo tiempo, por encargo directo, en astilleros británicos se construyeron los buques mixtos Miguel M. de Pinillos, entregado en ese mismo año, y el Pío IX, puesto en servicio en 1887, mientras que en 1888 se entregó el Conde Wifredo y en 1890 el segundo Martín Sáenz. En 1893 se incorporó el vapor Catalina, protagonista de uno de los más célebres incidentes de los apresamientos de la guerra hispano-americana de 1898.
Nueva etapa
En 1895 la naviera pasó a llamarse Pinillos, Izquierdo y Cía. y fue entonces cuando surgió el proyecto de extender sus servicios hasta el Lejano Oriente, partiendo desde el Norte de Europa y con primera escala española en Santander. Este desafío comercial exigía una nueva flota, sin merma de la que ya prestaba servicios en América y para ello se contrató la construcción en los astilleros C. Connell de tres nuevos buques, que se botaron con los nombres de Manila, Barcelona y Cádiz, bautizados así en honor de los tres principales puertos de escala. El proyecto consistía en efectuar la rotación de todo el itinerario con una salida cada cuatro semanas, incluyendo una extensión de Manila a Hong Kong.
El vapor Manila entró en servicio en 1895 y tres años después se vendió a la compañía británica Donaldson Line, mientras que los buques Barcelona y Cádiz apenas pudieron estrenarse en la que un día fue prometedora línea de Extremo Oriente. La insurrección colonial de 1895 derivó hacia la confrontación de 1898 y con ella llegó la liquidación de la soberanía española en Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Antes de firmarse el Tratado de París e incluso con antelación al final de las hostilidades con EE.UU., los buques Barcelona y Cádiz estaban en venta y el comprador de ambos fue la Comisión Naval de Compras en Europa de la Armada Argentina, que pagó 47.000 libras esterlinas por cada uno, siendo incorporados a la Marina de Guerra de su país en calidad de transportes de guerra con los nuevos nombres de Chaco y Pampa, respectivamente.
El auge experimentado en las comunicaciones marítimas a principios del siglo XX, particularmente con las Antillas, pese a los recientes sucesos bélicos de 1898; la vigencia de un importante proceso de emigración que generaba buenos fletes, así como la promulgación de la nueva Ley de Comunicaciones Marítimas, que reservaba el cabotaje nacional para los buques españoles, hizo posible que Pinillos, Izquierdo y Cía. iniciara una nueva etapa de expansión de su flota con una clara visión renovadora.
Los años del Valbanera
La experiencia y las buenas relaciones con los astilleros C. Connell permitieron la construcción de tres nuevos buques y, en 1906, un año después de la firma del contrato, se produjo la entrega del primero de ellos que recibió el nombre de Valbanera y dos años después se recibieron los nuevos buques Barcelona y Cádiz, barcos gemelos que obtuvieron un señalado rendimiento en la línea de las Antillas. En 1911, de segunda mano, Pinillos incorporó los buques Balmes y Betis.
No terminó ahí el plan de expansión del armador gaditano. Para la línea del Plata, con escalas en Canarias, Brasil, Uruguay y Argentina, Pinillos, Izquierdo y Cía. contrató la construcción en los astilleros Russell & Co., en Port Glasgow, de dos espléndidos trasatlánticos, entregados en 1912 y 1914 con los nombres de Infanta Isabel y Príncipe de Asturias, siendo entonces los mejores buques de pasaje de la flota mercante española.
La I Guerra Mundial significó un enorme caudal de trabajo para los mercantes neutrales y de modo especial para los españoles que, principalmente en el tráfico de pasajeros, atendían las comunicaciones regulares con los puertos americanos de especial demanda. En el primer año de la contienda, la flota de Pinillos navegó más de medio millón de millas en tan sólo 42 viajes.
Pinillos era una de las tres compañías navieras de pasaje que hacía escalas regulares en el puerto palmero al comienzo de la guerra europea. La flota, compuesta entonces por 11 buques, realizaba una escala mensual, ocupándose de la consignación Antonio Cabrera de las Casas. A finales de 1914, cuando la crisis impactaba en la economía de las repúblicas continentales y el sector azucarero cubano se encontraba en reactivación, Pinillos anunció su intención de reforzar la línea de La Habana en detrimento de la de Buenos Aires, que entonces sólo hacía escala en Las Palmas.
La decisión de Cuba de intervenir en la guerra al lado de los aliados en la primavera de 1917, despertó en Canarias una enorme inquietud ante la posibilidad de que los submarinos alemanes atacasen a los barcos de la emigración. Los temores resultaron infundados, porque las líneas que enlazaban las islas con Sudamérica continuaron funcionando con regularidad.
Sin embargo, en el otoño siguiente, el problema adquirió tintes dramáticos, cuando circularon en las islas intensos rumores que anunciaban la inminente suspensión de los servicios de Pinillos ante el bloqueo de las costas americanas por los submarinos alemanes. La amenaza tampoco se hizo realidad, puesto que en octubre de 1917 se anunciaron las salidas de los vapores Martín Sáenz y Miguel M. de Pinillos en sus itinerarios del Caribe.
En mayo de 1918 comenzó a rumorearse la venta de la flota de Pinillos a la naviera bilbaína Sota y Aznar. En aquel año se encontraban amarrados en el puerto de Galveston los trasatlánticos Cádiz, Barcelona, Miguel M. de Pinillos y Martín Sáenz, inmovilizados por la falta de carbón y la intervención de las autoridades americanas. En los medios marítimos trascendió la noticia, incluso, de que los buques Infanta Isabel y Balmes serían rebautizados Aralar Mendi y Arno Mendi, respectivamente.
Pese a las circunstancias del conflicto bélico y sin que mediara acción de guerra, en este período se registraron dos bajas significativas en su flota. Primero se produjo la pérdida del trasatlántico Príncipe de Asturias, que embarrancó el 5 de marzo de 1916 en Punta do Boi, en la costa brasileña, con un saldo de 318 pasajeros y 107 tripulantes muertos y desaparecidos, entre ellos varios palmeros. Nueve meses después, el 5 de diciembre, se hundió el Pío IX por el corrimiento de la carga cuando navegaba a unas 480 millas al Norte de Tenerife en medio de un temporal, desapareciendo en el siniestro 40 de sus tripulantes.
Aquellos eran los tiempos de la tristemente célebre gripe española y la prensa de la época se hizo eco de los viajes realizados a Cuba por los vapores mixtos Cádiz y Barcelona, los cuales, con varios enfermos de la mortal epidemia a bordo, habían hecho escala en el puerto de Santiago de Cuba, lo que obligó a adoptar una serie de medidas sanitarias para evitar su extensión. La gripe española había sido la causa de que el capitán Ramón Martín Cordero, de 34 años, dejase el mando del Balmes y se hiciese cargo del Valbanera, que, por entonces, ya había realizado una travesía con enfermos a bordo.
La situación financiera de la compañía gaditana se complicó considerablemente cuando el 9 de septiembre de 1919 se produjo la tragedia del Valbanera en viaje de La Palma a La Habana y en el que perecieron 488 personas, figurando entre sus pasajeros varios palmeros. La cifra de paisanos desaparecidos pudo ser mayor, de no haberse producido el desembarque de un buen número de ellos en la escala en Santiago de Cuba. Este fue un duro golpe que puso a la naviera en una situación francamente desfavorable, agravada por la crisis internacional. Y fue así cómo de la gerencia y liquidación de la flota de Pinillos se hizo cargo en 1921 la Compañía Transoceánica, con sede en Barcelona, que se ocupó de la gestión de los buques Infanta Isabel, Martín Sáenz, Miguel M. de Pinillos, Betis, Barcelona, Cádiz y Balmes hasta su posterior enajenación.
domingo, 23 de mayo de 2004
El puerto palmero hasta los años treinta
El puerto de Santa Cruz de La Palma fue declarado de interés general de segundo orden el 8 de junio de 1883. Este importante logro se debió a las gestiones del diputado Miguel Castañeda Carmona, considerado uno de los valedores de la Isla a finales del siglo XIX.
Juan Carlos Díaz Lorenzo
Santa Cruz de La Palma
Desde entonces y hasta septiembre de 1886, la obra había sufrido numerosas vicisitudes relativas a variaciones de trazado, prolongación, etcétera, situación a la que no era ajena la prensa insular, y tampoco los políticos, que reclamaban con insistencia una solución justa para una obra de especial importancia. La situación alcanzó tal extremo que el Estado acabó rescindiendo el contrato a sus adjudicatarios porque los trabajos estaban paralizados.
Sería otro diputado palmero, Pedro Poggio y Álvarez, el encargado de lograr el relanzamiento de los trabajos. En septiembre de 1888, el Ayuntamiento de la capital había solicitado del ministro de Fomento la prolongación del muelle y la Dirección General ordenó en abril del año siguiente la redacción de un proyecto para construir otros 50 metros de dique. El proyecto fue redactado por el ingeniero Eugenio Suárez Galván, siendo aprobado, después de algunas modificaciones, en octubre de 1890, con un presupuesto de contrata de 149.266,87 pesetas.
Subastado a finales de 1891, en enero del año siguiente fue adjudicado al contratista Vicente Soler y Segorb. Con las obras en curso, en mayo de 1894 se le concedió una prórroga de seis meses, por las dificultades que había encontrado para la expropiación de los terrenos. Sin embargo, un mes después, la contratista solicitó la rescisión sin pérdida de fianza alegando el considerable alza de los jornales y de los materiales empleados desde que empezaron las obras, petición que fue desestimada en diciembre de ese mismo año.
Las obras, que tenían que haber terminado en julio de 1894, estaban entonces casi paralizadas, con el agravante de que el contratista no había hecho caso de los continuos requerimientos en los que se le reclamaba la reactivación de los trabajos, razón por la cual, en mayo de 1896, se decretó la rescisión de la contrata con pérdida de fianza. La liquidación final, después de diversos avatares administrativos, fue aprobada en septiembre de 1898.
De nuevo, en septiembre de 1893, la Dirección General ordenó el estudio de un anteproyecto de prolongación del muelle y la construcción de un dique de abrigo que evitase la entrada de arena en el interior del fondeadero, iniciándose así una nueva etapa en la construcción del puerto.
En noviembre de 1897, el ingeniero-jefe Paz y Peraza remitió un proyecto de prolongación del muelle y un anteproyecto de dique, siendo aprobados en agosto de 1898 con unos presupuestos de 615.063,97 pesetas y 1.656.562,16 pesetas, respectivamente, con la prescripción de que se redactara un proyecto global que sirviera de base para una única subasta.
El citado documento fue redactado por el ingeniero-jefe interino Prudencio de Guadalfara y a finales de marzo de 1899 recibió la aprobación de la Dirección General, fijando el presupuesto de contrata en 2.661.448,52 pesetas, es decir, 389.823 pesetas menos que el estimado anterior.
En la noche del 12 de agosto de 1899, dice la crónica de DIARIO DE AVISOS, "se sintieron en esta ciudad las detonaciones de multitud de cohetes. Fue la demostración de júbilo de este pueblo al saber la noticia de que en el presupuesto general del actual Gobierno se ha incluido y aprobado la terminación de nuestro muelle, en el que en breve se sacará a remate".
Pedro Poggio, adelantándose a las necesidades de su tiempo, había presentado en el Ministerio de Fomento una instancia en la que planteaba en sus primeras líneas el complemento de la infraestructura portuaria, que consistía, en líneas generales, en la construcción de un dique sur con dirección al muelle y un dique norte, enlazándose ambos por un muelle de ribera.
La subasta para la construcción de las obras fue adjudicada definitivamente en junio de 1900, al mejor postor, Manuel Menéndez Álvarez, en la cantidad de 2.661.400 pesetas, cifra que rebajaba el presupuesto que sirvió de base para la licitación en 48,52 pesetas.
La contrata, que habría de cambiar de manos varias veces en los años siguientes, se transfirió primero a la sociedad en comandita Hijos de Juan Yanes. Luego pasó a la sociedad comanditaria Antonio Yanes y Cª; más tarde a la sociedad regular colectiva Brage, Marco y Cª, la cual hizo cesión de sus derechos a la sociedad mercantil T. Marco y Cª; y finalmente, de ésta a Carlos La Roche y García, habiendo sido aprobados los referidos traspasos mediante reales órdenes que datan de 8 de marzo de 1902, 29 de enero de 1903, 6 de agosto de 1904, 22 de noviembre de 1907 y 9 de agosto de 1909, respectivamente.
Las obras dieron comienzo el 31 de julio de 1900 con el acopio de materiales y el plazo de ejecución se fijó en diez años, si bien en septiembre de ese mismo año se otorgó al contratista una prórroga de otros seis años para la terminación de las obras, con lo que el plazo de ejecución quedó ampliado hasta julio de 1916.
A comienzos del siglo XX
Una visión de la capital palmera y de su puerto a comienzos del siglo XX la encontramos en uno de los escritos de José Wangüemert y Poggio, quien, entre otros aspectos, describe que "el fondeadero está delante de la población y como a 1,6 cables de ella por 18 metros de agua. Está abrigado contra los vientos del Norte al Sur por el Oeste, y los del E.N.E. al Sur por el Este son igualmente bonancibles. Para esta rada se halla aprobado un proyecto de puerto. En la actualidad, el muelle no permite el atraque de las embarcaciones de regular calado, y sí sólo de las menores. El puerto está clasificado de interés general de segundo orden.
Pero la principal industria ha consistido en la construcción de buques de vela, de hasta 600 toneladas y de excelentes condiciones. Tiene bastante importancia la pesca. La exportación consiste principalmente en cebollas, tomates, frijoles, plátanos, almendras, vino, aguardiente de uvas, frutas de conserva, tabaco, cochinilla, pieles, ganado vacuno y maderas".
En 1906 las obras del puerto de Santa Cruz de La Palma avanzaban con mayor rapidez "y es muy posible -dicen los ‘Informes consulares británicos’- que dentro de dos o tres años se encuentre en posesión de un rompeolas de 500 yardas de longitud, lo que supondría un buen puerto capaz de alojar barcos de cualquier calado y tonelaje. La profundidad del agua será de 12 brazas con un suelo muy apto para el anclaje".
Después de una serie de modificaciones y de otras vicisitudes, a propuesta del inspector Julio Merello, la Dirección General ordenó en noviembre de 1907 la redacción "con toda urgencia" de un nuevo proyecto de reforma, que también habría de dilatarse en el tiempo.
En 1908 las obras se habían ralentizado, aunque se abrigaba la esperanza de que al año siguiente podrían estar bastante adelantadas. El tráfico portuario aumentaba con moderación, destacando un incremento de las escalas de buques británicos.
En 1910 el comercio en La Palma fue bastante dinámico y satisfactorio y "hubiera sido mejor de no haber sido por el continuo flujo de emigración" hacia Cuba y Argentina. Las obras del puerto, según los citados ‘Informes Consulares’, "han avanzado mucho y los vapores oceánicos con un calado de 20 pies disponen de profundidad suficiente a lo largo del muelle para descargar y cargar con comodidad, pero antes han de obtener un permiso especial de los contratistas, pues el muelle es de su propiedad, ya que el Gobierno aún no había tomado posesión. Dentro del rompeolas hay anclaje abrigado en nueve brazas de agua".
Otras incidencias.
En noviembre de 1913, el presidente del Cabildo Insular, José Francisco de Sotomayor y Pinto, pidió al director general de Obras Públicas que se pusiera en servicio "la parte ya terminada del puerto", que era entonces de 121 metros, más otros 20 metros ya construidos en el arranque y en el ensanche del trozo de muelle antiguo.
En enero de 1914 falleció el contratista Carlos La Roche, y a instancia de sus herederos se acordó la rescisión de la contrata en el mes de junio de ese mismo año, disponiéndose, al mismo tiempo, que la Jefatura de Obras Públicas de Santa Cruz de Tenerife procediera a verificar la recepción única y definitiva de todas las obras ejecutadas y a practicar su liquidación, lo que se produjo en octubre de 1915.
El estallido de la Primera Guerra Mundial vino a complicar todavía más la situación. El tráfico portuario sufrió un serio retroceso, especialmente de buques de pabellón extranjero. En los comienzos del conflicto recaló al resguardo del Risco de la Concepción el velero alemán "Pamir", que habría de permanecer internado en la bahía hasta el final del conflicto.
Para remediar la grave crisis en la que se encontraba la construcción del puerto, en enero de 1917 el Ministerio dictó una Real Orden por la que se aprobaban las actas con carácter provisional para la recepción única y definitiva de las obras ejecutadas, así como para la recepción definitiva de la grúa "Titán", la grúa montabloques y también el grupo electrógeno.
Con la vuelta de la paz, y cuatro años después de acabado el conflicto, la Dirección General solicitó en diciembre de 1922 un informe para conocer qué medios serían los más rápidos y eficaces para la terminación de las obras, a lo que la jefatura informó en enero de 1923 que debían sacarse los trabajos a subasta, previa revisión de los precios. En agosto de 1924, pese a que se había autorizado la redacción de un presupuesto reformado, que estuvo a cargo del ingeniero Álvaro Piernas, el expediente estaba paralizado a consecuencia del rechazo de la "superior aprobación".
En agosto de 1930, debido al crecimiento de la actividad portuaria, el ingeniero Pedro de Arce y Rueda remitió a la Junta Central de Puertos un informe relativo a la ampliación de la zona de servicio del puerto. Con frecuencia, la prensa palmera se hizo eco de las demoras que sufría la terminación de las obras del puerto y de los inconvenientes que ello suponía, excitando el celo de los políticos para llevarlo a buen fin.
Proclamada la Segunda República, en septiembre de 1932 se anunció la reanudación de los trabajos, lo que fue celebrado con auténtico júbilo. El alcalde de la ciudad, Juan Martín Pérez, presidió la colocación simbólica de la primera piedra del nuevo trozo, bajo los vítores y aplausos de la multitud entusiasmada y los acordes musicales de la banda "La Victoria", que luego recorrió las calles de la ciudad para festejar el acontecimiento.
La prensa insular, especialmente sensible con estos asuntos, criticaba en 1933, con preocupación y dureza, la calidad del cemento empleado en las obras. Y, al mismo tiempo, destacaba y se congratulaba de la presencia de los primeros cruceros de turismo que llegaban a la isla y de las excursiones de los turistas que visitaban las Breñas, Villa de Mazo, Fuencaliente y el valle de Aridane.
En los últimos meses de la Segunda República, el ingeniero Pedro de Arce y Rueda redactó dos proyectos relacionados con el puerto palmero, el primero en mayo de 1935, para la adquisición de una grúa de 2.500 kilos de fuerza; y el segundo en marzo de 1936, para la reparación de averías como consecuencia de fracturas y temporales.
domingo, 16 de mayo de 2004
El naufragio del frutero "Santa Úrsula"
El 31 de enero de 1932 se hundió en aguas de Tazacorte, después de que hubiera sido destruido por un incendio
El frutero "Santa Úrsula", uno de los mejores barcos de la Compañía Canaria de Cabotaje -vinculada al naviero tinerfeño Álvaro Rodríguez López-, se hundió el 31 de enero de 1932 en aguas de Tazacorte, después de que hubiera sido prácticamente destruido por un voraz incendio declarado al atardecer del día 27, cuando buscaba el abrigo de la costa de Fuencaliente.
Juan Carlos Díaz LorenzoTazacorte
El barco había cargado, como era costumbre, una espectacular cubertada de fruta hasta las marcas en los puertos de Tazacorte y Santa Cruz de La Palma, ya que según el manifiesto, en bodega y sobre cubierta llevaba 1.703 huacales de plátanos y 60 sacos de almendras y se dirigía al puerto de Santa Cruz de Tenerife, donde procedería al trasbordo de la mercancía al buque "Ciudad de Sevilla", para su posterior transporte a Barcelona.
Dos horas después de la salida del puerto de la capital palmera, la tripulación de la motonave "Santa Úrsula" se percató de que salía humo por el ventilador de la bodega de proa. Para intentar abrir la tapa de la escotilla arrojaron al agua unos 300 huacales de fruta, pero el empeño resultó imposible ante la intensidad que había tomado el incendio. "El fuego -dice "La Prensa"- adquirió desde el principio gran incremento, resultando inútiles cuantos esfuerzos realizaron los tripulantes para sofocarlo".
Entonces, el patrón del "Santa Úrsula", Faustino Díaz, ordenó poner rumbo a la costa y cuando estaba al resguardo de Fuencaliente, ordenó el abandono del buque por temor a una explosión, arriando al agua los botes salvavidas. Poco después apareció en el lugar de los hechos el vapor "Colón", uno de los barcos de cabotaje de Fyffes, que también navegaba en viaje de La Palma a Tenerife y cuya tripulación había advertido la densa humareda del buque siniestrado. Primero intentó darle un remolque, pero desistió ante la magnitud del incendio y optó por recoger a los tripulantes del "Santa Úrsula", regresando de nuevo a Santa Cruz de La Palma, donde los desembarcó y se informó del suceso a la Ayudantía Militar de Marina.
Al día siguiente, cuando el vapor "Colón" arribó al puerto de Santa Cruz de Tenerife, el patrón dio cuenta del hecho a la autoridad de Marina, manifestando a la prensa local que "el incendio revestía gran importancia, abarcando a casi todo el buque". Ese mismo día, Álvaro Rodríguez López ordenó la salida del vapor "San Cristóbal", con el encargo de que remolcara al buque siniestrado hasta el puerto tinerfeño.
Sin embargo, para entonces se había adelantado el pailebote "San Miguel", que consiguió darle remolque hasta Tazacorte, donde dio fondo, cerca de la desembocadura del barranco de Tenisca, con las huellas visibles de la destrucción del fuego "de extraordinarias proporciones". El agua comenzó a inundar la sala de máquinas, "creyéndose que no tardará muchas horas en hundirse", lo que en efecto se produjo el 31 de enero. Mientras tanto, su compañero de contraseña "San Cristóbal" recogió a la tripulación del "Santa Úrsula" en el puerto palmero y regresó con ella a la capital de la provincia.
La crónica de DIARIO DE AVISOS dice que el ayudante de Marina de La Palma, señor Garrote, se trasladó al puerto de Tazacorte, con el personal a sus órdenes para determinar las causas y emitir el informe correspondiente. El buque estaba asegurado y circularon versiones contradictorias sobre si también lo estaba el cargamento de fruta que transportaba.
Pasaron los años. En marzo de 1943, Rodríguez López solicitó autorización para poner a flote algunas piezas o pertrechos aprovechables del barco siniestrado y en septiembre de 1945 declaró que no le interesaba la extracción de los restos del buque. Durante años, el pecio del "Santa Úrsula" atrajo el interés de los submarinistas palmeros y sus restos desaparecieron sepultados por las obras de ampliación del puerto de Tazacorte.
Gemelo del "Sancho II", el buque "Santa Úrsula" había sido construido en los astilleros Vaxholmavarvet, en Estocolmo (Suecia) y el 29 de marzo de 1921 se entregó a Álvaro Rodríguez López. Disponía de cámara para 14 pasajeros y estaba autorizado para llevar otros treinta en cubierta.
Obtuvo el abanderamiento provisional en el registro naval español el 19 de diciembre de 1922, que se hizo definitivo el 28 de febrero de 1925, después de haber cumplido con todos los trámites legales. Por escritura otorgada el 31 de diciembre de 1929 ante el notario de la capital tinerfeña, Pío Casais Canosa, este buque fue aportado a la Compañía Canaria de Cabotaje.
De 361 toneladas brutas, 173 netas y 570 de peso muerto, eran sus principales dimensiones 41,75 metros de eslora total, 7,25 de manga, 3,53 de puntal y 2,30 de calado máximo. Estaba propulsado por un motor diesel Bolinder, de 300 caballos, que le daba 9 nudos de velocidad.
Álvaro Rodríguez López
Álvaro Rodríguez López, el naviero más importante de Canarias en la primera mitad del siglo XX, tiene su origen en una empresa familiar fundada por su padre y ocupa un lugar muy destacado en la historia marítima del archipiélago, pues llegó a poseer una de las mejores flotas que han navegado en el archipiélago, con la que estableció enlaces regulares con la Península y el Norte de África.
La primera etapa de Rodríguez López fue el soporte de su propia actividad agrícola en La Gomera, principalmente en la finca de Tecina, en la que consiguió crear un auténtico emporio, cuyo éxito responde a la implantación de una perfecta organización capitalista en un medio rural que no conocía otro sistema que el paterno-feudal; y como importante empresa consignataria establecida en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, en el que representaba a los armadores noruegos Otto Thoresen y Fred. Olsen.
En diciembre de 1929 se constituyó en la capital tinerfeña la Compañía Canaria de Cabotaje, a la que Rodríguez López aportó el grueso de su flota, hasta su disolución en 1932. El 22 de octubre de 1942 se convirtió en la sociedad limitada Álvaro Rodríguez López y Hermano y el 12 de junio de 1957 adoptó la denominación Álvaro Rodríguez López, S.A.
En 1921 se produjo una auténtica revolución en el transporte marítimo de Canarias con la incorporación de las nuevas motonaves "Sancho II" y "Santa Úrsula", que figuraban entre los primeros barcos españoles propulsados por motores diesel. El primero de ellos fue el más longevo de todos los barcos de la contraseña de Rodríguez López, con nada menos que 48 años de singladuras.
En 1925 pasó a la contraseña de Rodríguez López el vapor "Bure", que fue rebautizado "Sauzal", siendo devuelto a Fred. Olsen tres años después. En 1928 se produjo la incorporación de los vapores "San Cristóbal" y "Santa Brígida", que no era otro que el famoso "Águila de Oro", nombre que recuperó en 1934 cuando pasó a la propiedad del capitán Juan Padrón Saavedra.
En 1929 compró el vapor "San Isidro" y en 1933, el vapor "Santa Eulalia Mártir". En 1934 fueron incorporados los buques "Santa Elena Mártir", "Santa Ana Mártir", "Santa Rosa de Lima" y "San Juan II". En 1934 y 1935, para reforzar las líneas con la Península, fletó los vapores "Río Miera" y "Mari Eli".
Hasta el comienzo de la guerra civil, Rodríguez López atendía un servicio regular entre las islas de Tenerife, La Gomera y La Palma y cubría una línea con varios puertos del Sur y Levante de la Península, así como las plazas de Ceuta y Melilla.
El 18 de julio de 1936 la flota de Rodríguez López estaba compuesta por siete unidades -"San Isidro", "San Juan II", "Sancho II", "Santa Ana Mártir", "Santa Elena Mártir", "Santa Eulalia Virgen" y "Santa Rosa de Lima"- y todos se encontraban en aguas canarias, por lo que quedaron en zona nacional. En agosto del citado año, el buque "San Juan II" viajó a La Gomera con fuerzas de la Guardia Civil para la ocupación de la Isla. Luego hizo viajes a La Coruña, Lisboa y Sevilla, y estableció un servicio de enlace constante entre el Archipiélago y los puertos nacionales de la Península.
En 1938 los buques "Santa Ana Mártir" y "Santa Rosa de Lima" fueron vendidos al armador bilbaíno Blas Otero y rebautizados "Tercio Montejurra" y "Tercio San Miguel" y en ese mismo año, Rodríguez López compró los vapores "Isora" y "Adeje", propiedad del armador José Peña Hernández.
Los buques "San Isidro" e "Isora" sirvieron de buque-prisión en Santa Cruz de Tenerife, mientras que los buques "Sancho II", "Santa Rosa de Lima", "Santa Ana Mártir" y "Santa Elena Mártir" hicieron viajes regulares a los puertos norteafricanos y al Sur de la Península.
A excepción del "Sancho II", el resto de los barcos de Álvaro Rodríguez López fueron todos vendidos a armadores peninsulares. No quedaba otra solución, ya que, sin exportación frutera ni fletes que los sustentaran, la única alternativa era el amarre o el desguace.
Ultima etapa
El 16 de julio de 1948 se constituyó en Santa Cruz de Tenerife la Naviera Frutera Canaria, en escritura otorgada ante el notario Lorenzo Martínez Fuset, fundada por José Luis de Aznar y Zavala y los hermanos Álvaro y Conrado Rodríguez López. "Se confía -dice la crónica de ‘La Tarde’- en que los sectores agrícolas y comerciales de las islas, así como el país en general, concurran a cubrir acciones de esta nueva empresa, iniciada con las máximas probabilidades de éxito".
El 2 de marzo de 1949 fue botado en Santa Cruz el motovelero "Santa Ana Mártir", de casco de madera, que acabó sus días varado en la playa de Playa Santiago, en La Gomera y sirvió de hoguera una noche de San Juan y en julio de ese mismo año se adquirió en Valencia el buque "Procyon", que fue rebautizado "San Juan de Nepomuceno".
Uno de los ejemplo más representativos del poderío económico de Álvaro Rodríguez López lo encontramos en el edificio que fue su sede social en la calle de La Marina, un proyecto encargado al arquitecto José Enrique Marrero Regalado, en el que destaca un gusto por el regionalismo "como respuesta canaria a los intentos de una arquitectura nacional", destaca el profesor Alberto Darias Príncipe.
Hasta que se construyó la hilera de nuevos edificios en la parte frontal de la avenida de Anaga, la sede de Rodríguez López destacaba sobremanera en la fachada de la ciudad. El edificio fue adquirido por RTVE para los estudios de Radio Nacional de España y Televisión Española. La parte inferior fue sede de la Delegación de Cultura y más tarde, con carácter provisional, de la Consejería de Turismo y Transportes del Gobierno de Canarias.
Álvaro Rodríguez López falleció en Santa Cruz de Tenerife el 8 de agosto de 1958, a la edad de 73 años. Estaba en posesión del título de caballero de la Gran Cruz de la Orden Civil de Beneficencia y la Cruz del Mérito Militar con distintivo blanco, entre otras distinciones.
En agosto de 1969 finalizó la actividad naviera de Rodríguez López con la venta del histórico "Sancho II" a los armadores gomeros Negrín Hermanos. El ocaso de su extraordinaria actividad empresarial se acusó a partir de mediados de la década de los setenta con en el cese de actividad de la finca de Tecina, las fábricas de conservas y salazones en Alcalá (Sur de Tenerife) y Playa de Santiago (La Gomera) y la posterior enajenación de otras propiedades.
domingo, 9 de mayo de 2004
Las casas consistoriales de Fuencaliente
La tradición oral dice que la primera sede del Ayuntamiento de Fuencaliente -constituido, por segregación de Mazo, en 1837- estuvo en una casa de dos pisos situada en el barrio de Los Quemados, edificación que existe en la actualidad. El inmueble era propiedad de la familia Morera, que tuvo un protagonismo relevante en la historia local en la segunda mitad del siglo XIX.
Juan Carlos Díaz Lorenzo (*)Fuencaliente
Dicha casa la heredó Pedro Morera Leal, quien, a finales de la década de los años veinte del siglo XX la vendió a Demetrio Hernández Hernández. De la escritura otorgada se desprenden una serie de aspectos curiosos que citaremos por su interés.
Reconocidos los otorgantes, el documento, que se refiere a una "suerte de tierra", cifra una superficie de cuatro celemines -es decir, 17 áreas y 49 centiáreas- y "contiene este terreno dentro de sus linderos y medida, casas deterioradas y aljibe y además un alambique de destilar aguardiente que está precintado por el Administrador de Puertos Francos". Con posterioridad, el citado alambique fue propiedad de Manuel Díaz Duque, que lo trasladó a su propiedad en el barrio de Los Canarios.
Demetrio Hernández pagó cuatro mil pesetas por la propiedad, de las que mil pesetas las abonó "antes de ahora" y el resto, en el plazo de un año. La escritura refiere, a continuación, que "los enseres y muebles que contiene la casa, que son dos camas de madera, dos mesas, una pequeña bodega con pipas vacías y con vino, una imagen, un crucifijo, un telar y otras varias cosas quedarán en dicha casa, pero reservado todo a favor del vendedor, el cual tiene un plazo de tres años a contar desde hoy para recogerlas".
Agrega, además, que "existiendo en dicha casa un lagar que tampoco va incluido en la venta, el vendedor, cuando trate de venderlo, sería al propio comprador y por el precio de 400 pesetas. No obstante, el comprador podrá trasladarlo al sitio que tenga por conveniente dentro del mismo pago de Los Quemados y procurando siempre el buen estado de conservación".
En el punto cuarto del documento se dice que "el vendedor conservará el derecho de encerrar mosto en las antedichas cosas por el plazo de tres años a contar también desde hoy y el comprador permitirá el alojamiento por dos o tres días en cada una de las veces que tenga el vendedor que ir a dicho pago dentro del plazo de tres años a contar también de hoy, con derecho el vendedor a usar del agua que necesitare en dicho plazo, así como también a emplearla en fábrica que el vendedor pudiera hacer".
Y advierte, en el punto quinto, que "si dentro de los repetidos tres años el comprador hiciese uso de trasladar el lagar sea adonde fuere, dentro del expresado pago de Los Quemados, tendrá este la obligación de dar al vendedor en dicho sitio el agua necesaria para las operaciones de la pisa y local a propósito para encerrar el mosto cerca de dicho lugar". Los derechos reales del comprador importaron 197,80 pesetas y los del vendedor, 11,33 pesetas.
Traslado a Los Canarios. No obstante, la construcción de una casa consistorial fue uno de los objetivos que se plantearon los sucesivos gobiernos municipales, con mayor o menor fortuna, aunque la falta de recursos económicos demoró su consecución durante bastante tiempo.
Hasta que se pudo disponer de una casa propia, la corporación celebró sus reuniones y sesiones plenarias en casas alquiladas y, según se desprende de los libros de actas, además de la que ocupó en Los Quemados también utilizó otras viviendas en Los Canarios antes de que se pudiera disponer de la nueva casa consistorial, inmueble que existe hoy en día.
La construcción del edificio fue cosa de todos. La corporación, en su reunión del 8 de noviembre de 1874, acordó que "se siga excitando el patriotismo del vecindario y de la comisión vecinal abierta a fin de que en producto se dispongan para ayudar á la fábrica de unas salas capitulares y audiencia del Juzgado municipal, y que siendo un edificio de tanta urgencia se presente el presupuesto de lo que asciende en importe á fin de examinándolo acordar lo que corresponda".
La contribución de los vecinos resultó generosa. Y así se pone de manifiesto en la sesión del 29 de noviembre siguiente:
"El Ayuntamiento quedó satisfactoriamente enterado de que D. Pedro Cabrera Pérez, de esta vecindad, había facilitado al Sr. Alcalde-Presidente la suma de cuarenta y un pesos corrientes, cuatro reales plata, ó sean ciento cincuenta y cinco pesetas sesenta y dos céntimos para la compra de siete docenas de tablas de forro y tres ticeras, destinadas a la fábrica que se proyecta hacer para una Casa Capitular, y sus dependencias, acordando se tenga en cuenta para que se incluya esta suma y más necesaria para otro objeto en el nuevo presupuesto inmediato de 1875 ó 76, satisfaciéndose religiosamente á él referido D. Pedro Cabrera Pérez y dándole gracias por su desinteresado préstamo".
El 18 de abril de 1875, la corporación, con su alcalde Domingo Pérez y Pérez recién elegido, recobró el asunto de la construcción del nuevo Ayuntamiento. En la sesión, el regidor Antonio Pérez Hernández pidió la palabra "para exigir una petición de carácter urgente e interesante para el pueblo", al recordar que la anterior corporación, "con notable patriotismo" había iniciado la fábrica de una sala capitular que "sea propiedad del municipio", como así de una casa-escuela "para colocar la de niños" y en la que se habían hecho algunos trabajos preliminares con un préstamo de los vecinos Pedro Morera Yanes y Pedro Cabrera Pérez, "comprando alguna madera con dicho objeto, que ésta no se sabe dónde para ni quien la tenga, que tiene entendido se halla diseminada y que no se quiere hacer solidario de la responsabilidad que pueda rehacer por dicho abandono y que lo hacía presente en el Ayuntamiento para que resolviese sobre este vital asunto".
En la discusión del asunto intervinieron varios concejales, que señalaron, además, que "la teja que se había comprado para dicha obra pública se hallaba donde mismo la desembarcaron".
El acuerdo adoptado fue el siguiente:
"1.- Exigir al Ayuntamiento saliente entregue bajo inventario la madera comprada con el metálico prestado por D. Pedro Cabrera Pérez y D. Pedro Morera Yanes y que trayendo los vecinos la que tuvieren en su poder, se deposite en la forma debida.
2.- Que por medio de la prestación personal se acarree la teja y se coloque en un punto conveniente y de seguridad.
3.- Que se traslade la piedra de cal que se contrató para las obras y se gestione para que se fabrique dicha cal.
4.- Que se principió desde el día 26 del actual á labrar la piedra que se ha arrancado para poder desocupar el sitio donde se han de cimentar las obras.
5.- Que para todo lo expuesto y lo más conveniente á dichos trabajos nombrar una comisión los cuales exigirán cuentas, llevarán notas de los jornales y activarán el realizamiento patriótico y laudable fin como para el pueblo de dicha obra pública".
El 16 de mayo la corporación municipal decidió la ubicación del nuevo Ayuntamiento, en el que "todos los concurrentes dieron su razonada opinión" y se acordó: "Que no creyendo conveniente se fabrique dicho edificio en el sitio donde se principió a arrancar la piedra por ser muy inmediato a la casa del párroco, se verifique más al naciente, en la explanada que existe por donde cruzan los caminos que van para la Ciudad y para el Valle; que se lleve a efecto el trabajo por jornales o administración utilizándose la prestación personal por ser más conveniente y que para la cantidad que se presupuesta se forme por personas entendidas en carpintería y albañilería al respectivo presupuesto cuyos datos tomará la Comisión de Obras Públicas, y que se lleve a efecto la obra con la urgencia debida".
En la sesión del 12 de septiembre siguiente el alcalde manifestó "la urgencia de concluir la fábrica de la nueva Casa Capitular" y el 31 de octubre del citado año se dispuso que "todas las bestias vayan al Puertito el día 6 del próximo noviembre a dar su prestación acarreándose la piedra de cal que en dicho puerto tiene el ayuntamiento para la fábrica de las nuevas salas capitulares, procediendo el señor alcalde en caso de desobediencia con arreglo a las ordenanzas municipales".
No hemos encontrado en los libros de actas la fecha exacta de la inauguración del nuevo edificio, pero según se desprende por los términos empleados en diversos acuerdos plenarios posteriores en los que se hace alguna breve referencia, parece claro que el nuevo Ayuntamiento ya cumplía en 1876 la función para la que había sido edificado.
El edificio compartía la actividad administrativa del municipio con el juzgado de paz y, además, albergaba la escuela de niños, por lo que pronto se quedó pequeño.
En abril de 1914, la corporación, "considerando lo estrecho del local de las Salas Capitulares en las que debe haber un cuarto separado para audiencia del Juzgado Municipal y la falta de recursos del municipio para acometer la reforma necesaria y ampliación de este salón de sesiones", después de debatir con amplitud la cuestión, acordó por unanimidad que "con auxilio de la prestación personal y producto que den voluntariamente los vecinos por solares sobrantes de la Plaza de la Iglesia que hayan aprovechado y según alcance lo que se reúna sin gravar el presupuesto, se proceda á ensanchar esta Casa Capitular por la parte del naciente".
En junio de 1918 concluyeron los trabajos de ampliación y reforma y "acordose trasladar á la misma el despacho público de este Ayuntamiento y que se proceda al arreglo del cuarto de corrección que está en mal estado, poniéndose además un piso de madera y puerta para el retrete".
El nuevo Ayuntamiento
El hecho de no disponer de un edificio "modesto, pero decente" fue motivo de preocupación, como se pone de manifiesto a comienzos de la década de los cuarenta, cuando el alcalde Gumersindo Curbelo Yanes decía que "varias veces habíamos pasado la vergüenza, ante algunos visitantes, de tener que efectuar nuestras entrevistas y cambios de impresiones en la propia calle, o de pie en la sala estrecha y desamueblada, que teníamos alquilada".
Se propuso, entonces, encontrar una solución inmediata a esta carencia, pese a que el municipio no disponía de medios económicos suficientes y además reconocía que "por nuestros propios esfuerzos sería imposible realizar obra alguna, por pequeña que esta fuera".
El 24 de marzo de 1944, la Comisión Gestora del Ayuntamiento de Fuencaliente acordó encargar el proyecto de una casa consistorial al arquitecto Tomás Machado y Méndez Fernández de Lugo. La cosecha de ese año había sido mala y el pleno se dirigió al Subsecretario del Trabajo, Esteban Pérez González, hermano del ministro de La Gobernación, exponiéndole estos extremos y solicitándole ayuda económica para mitigar el paro, indicándole como obra de primera necesidad la construcción de la Casa Ayuntamiento.
Esteban Pérez, que era además presidente de la Junta Interministerial de Obras, contestó el 3 de agosto del citado año enviando una ayuda económica de 100.000 pesetas. El 29 de octubre de ese mismo año dieron comienzo los trabajos que finalizaron en un día señalado para el régimen: 18 de julio de 1945. Con motivo de la visita que hizo a La Palma Esteban Pérez González -que fue nombrado Hijo Adoptivo de Fuencaliente-, el nuevo edificio se inauguró el 12 de agosto siguiente.
El presupuesto de la obra, con solar incluido, ascendió a 125.438,60 pesetas. Enterado el ministro de la Gobernación, Blas Pérez González, de la falta de medios económicos para amueblar modestamente el nuevo edificio, éste hizo una donación de 15.500 pesetas. El edificio, de planta cuadrada, consta de alcaldía, sala de sesiones, secretaría, oficinas generales, juzgado de paz, archivos y servicios higiénicos.
La expresión de júbilo se hizo patente, como se recoge en el libro de actas:
"Hoy, y gracias a la ayuda de estos buenos hijos de La Palma, podemos recibir a nuestros ilustres visitantes en una modesta casa, con el orgullo de todo propietario que ha llegado a adquirir algo que ni remotamente soñaba.
¡Que esta obra no caiga en el vacío nunca, y al igual que las demás realizadas en este pueblo, sirvan de estímulo a sus vecinos y de recuerdo imperecedero para aquellos a quien se les debe".
* Juan Carlos Díaz Lorenzo es Cronista Oficial de Fuencaliente.
domingo, 2 de mayo de 2004
Una mano protectora sobre el pueblo palmero
Fuencaliente
Desde 1630 se acude a Nuestra Señora de las Nieves para pedir su intercesión ante las furias de la Naturaleza
En consideración a la singular devoción que el pueblo palmero ha profesado desde siempre a su Patrona, y antes de que la fiesta de la Bajada fuera instituida como tal en 1676 -año de grave sequía en la Isla- por disposición del obispo Bartolomé García Ximénez, Nuestra Señora de las Nieves había sido traída en rogativa a Santa Cruz de La Palma con anterioridad a la citada fecha en varias ocasiones.
La primera estancia, de nueve días en la iglesia de El Salvador, se remonta al 28 de marzo de 1630, tiempo en el que la isla padecía una grave sequía. Los atribulados palmeros imploraron su intercesión para que el cielo les trajera el agua necesaria. Por el mismo motivo la venerada imagen volvió a la capital insular el 5 de abril de 1631 y el 3 de marzo de 1632. Y en 1659 lo hizo con motivo de una plaga de langosta que asoló a la Isla.
En el citado año de 1676, el obispo García Ximénez, que se encontraba de visita pastoral y coincidió con una pertinaz sequía, viendo el fervor popular hacia la venerada imagen, resolvió que la Bajada se repitiese cada cinco años, a partir de 1680, como así se viene celebrando desde entonces.
Las erupciones volcánicas y Nuestra Señora de las Nieves sostienen una estrecha relación histórica, social y espiritual.
En referencia al volcán de Martín, el 18 de diciembre de 1646, día de la Expectación de la Virgen, terminó la erupción y las crónicas cuentan -según refiere Núñez de la Peña- que amaneció nevado el cráter del volcán y las cumbres de la isla. La venerada imagen permaneció en la iglesia de El Salvador, del 22 de junio de 1646 al 9 de enero de 1647. En todo este tiempo el gasto de cera se elevó a cincuenta reales, cantidad que fue abonada por el doctor Francisco Fernández Franco, racionero de la Catedral.
"En el año de 1646, por el mes de noviembre, rebentó un bolcán en la isla de La Palma, con tan grandes terremotos, temblores de tierra y truenos, que se oyeron en todas las islas; despedía de sí un arroyo de fuego y açufre, que salió al mar. Los vezinos de la ciudad truxeron a ella en procesión a Nuestra Señora de Las Nieves; imagen muy milagrosa; y al otro día, caso admirable, amaneció el bolcán cubierto de nieue, con que cessó, auviendo durado algunos días".
En el diario de notas locales del capitán Andrés de Valcárcel y Lugo, natural de Santa Cruz de La Palma, ciudad en la que transcurrió la mayor parte de su vida, también se encuentran referencias concretas de esta erupción volcánica, por haber sido testigo presencial de la misma.
Bajo el título "Cosas notables: Volcanes", expone, entre otras cosas, lo siguiente:
"Hubo muchos temblores de tierra en todos estos días y los edificios parecía venían al suelo, con que todos estábamos temerosos y nos recogimos algunas noches en los bajos de las casas y algunos estando en los patios; y una noche fueron tantos y tan grandes, que todos los habitantes de esta isla se fueron a las Iglesias, y a media noche se hizo una solemne procesión con Nuestra Señora de las Nieves, que estaba en la Parroquial de esta ciudad, y se trajo a ella en esta ocasión para que nos favoreciese en ella, y todos iban en ella con la mayor devoción que se puede ponderar y algunos llorando y todos temiendo el castigo de Dios. Y el no haberse caído los edificios y sucedido con estos lamentables sucesos, lo atribuimos a la intercesión de tan buena medianera como la Virgen de las Nieves".
"Hizo muchos daños en las tierras por donde corrió. Todo lo dicho digo como testigo de vista, porque el Sr. Licdo. Dn. Juan de la Hoya, Teniente de esta isla, y otros amigos, fuimos y dormimos una noche en una casa próxima a él, y aquel día llegamos y nos acercamos hasta un arroyo que ya no corría; y duró este volcán con sus arroyos, temblores y ruidos hasta el 21 de Diciembre; y fue cosa pública y notoria que la Gloriosísima Señora de las Nieves, Nuestra Señora, con su rocío favorable, nevó en el volcán; y en esta isla hubo un rocío pequeño, que tanto como esto puede la Reina de los Ángeles Nuestra Señora con su Benditísimo Hijo Nuestro Redentor Jesucristo. En esta ocasión estaban todos los vecinos desta isla tan devotos y frecuentadores de los Templos, que no salían de ellos".
De este hecho milagroso existe en el Real Santuario de Nuestra Señora de Las Nieves un cuadro pintado en tabla, del siglo XVII, que tiene la siguiente inscripción: "Consolatrix aflictorum / a tu presencia nevado / El Mongibelo palmense / zelos le dio al Exquilino / nuevas glorias a tu nieve".
El relato de Juan Pinto de Guisla
Otro documento de especial interés se refiere a la erupción del volcán de San Antonio, ocurrida en 1677.
La versión corresponde al visitador Juan Pinto de Guisla, venerable beneficiado de la parroquia de El Salvador y visitador general de La Palma, testigo presencial, según parece, del acontecimiento y que se expresa en los siguientes términos:
"Ha padecido esta isla diversas veces la calamidad de estos volcanes, en la parte que mira al sur, o mediodía, como se reconoce por la tierra quemada reducida a riscos que llaman amal paísa, en que convierte la materia que arroja de sí, y aún está muy viva la memoria del último que reventó por principio del mes de Octubre del año 1646, que duró hasta 18 de Diciembre del mismo año, en que se celebra la fiesta de la Expectación de Ntra. Señora, día en que amaneció de nieve la boca del volcán, con universal aclamación de milagro de Ntra. Señora de las Nieves, cuya Santa Imagen se venera como Patrona de esta isla y a cuyo patrocinio se recurre en sus mayores aflicciones y necesidades, como se recurrió en aquélla trayéndola a la Parroquia de esta ciudad, donde estaba colocada cuando cesó el volcán, y se cubrió de nieve.
Los temblores de tierra se han continuado sintiéndose en la ciudad y causando mucho temor; y en particular se sintió uno mayor que los ordinarios el domingo 9 de Enero a las 5 de la mañana con que se atemorizó el pueblo, de manera que mucha parte con el Clero se juntó a aquella hora en la Parroquia donde está Ntra. Señora de Las Nieves, a implorar su Patrocinio; y este día se puso patente el Santísimo Sacramento y se hizo procesión general con mucha devoción, que se remató con una plática que estaba prevenida después de otras que habían precedido los días anteriores, y tocó al Padre Fray Lucas Milán, Lector de Arte, en el convento de San Francisco de esta ciudad, con la cual, así por el espíritu del Predicador como por lo adecuado del asunto que eligió y disposición de los ánimos atemorizados con el temblor de tierra, conmovió al pueblo a muchas lágrimas.
Está el volcán en su fuerza sin disminución, y de todas las bocas que abrieron sólo permanecen la principal de sobre la montaña, por donde salen llamas, humo, piedras y arena, y las tres que están a la subida, que son las que brotan la materia fluida que ha cubierto y cerrado las demás bocas corriendo sobre ellas continuamente, los temblores de tierra y con ello las tribulaciones de los habitadores de esta isla que con continuas súplicas, imploran la Piedad Divina por medio de María Santísima Nuestra Señora, cuya Santa Imagen de las Nieves queda en esta ciudad en el Convento de Religiosas Claras, de donde se volverá a la Parroquia continuándose las rogativas hasta que Nuestro Señor se acuerde de usar con nosotros de misericordia, librándonos de esta tribulación".
Por último, de la devoción que el obispo de Canarias, Bartolomé García Ximénez, sentía por la Virgen de Candelaria, encontramos una cita publicada por el eminente y recordado profesor Jesús Hernández Perera, relacionada con la rápida extinción de este volcán, en la que dice lo siguiente:
"Hay en los últimos años de vida de este ejemplar obispo de Canarias, cuando su quebrantada salud le obligó a acogerse al benigno clima de Santa Cruz, un episodio que nos indica el subido afecto de su corazón hacia la Virgen de Candelaria y la santidad eminente de su vida y de su fecundo pontificado. Habían llegado nuevas a Tenerife de la erupción del volcán de San Antonio, en el pueblo de Fuencaliente de la Isla de La Palma y hasta se había sentido los efectos de algún terremoto.
Un día, dice su mentado biógrafo, tuvo conocimiento de los estragos del volcán y sin decir a nadie nada, salió de madrugada del puerto de Santa Cruz a lomo de caballería. Aunque llegó algo tarde y cansado, se revistió y celebró la Santa Misa.
Los fieles circunstantes observaron que el prelado se había detenido en el altar más tiempo del de costumbre. Terminada la misa, descansó y regresó a Santa Cruz. Dos días después se supo en Tenerife que la erupción había concluido y precisamente en la misma hora en que el Iltmo. Sr. Jiménez alzaba la Sagrada Hostia ante María de Candelaria".
Volcán de San Juan
La erupción del volcán de San Juan, acaecida en los meses de junio y julio de 1949, fue motivo, una vez más, para que el pueblo palmero acudiera a Nuestra Señora de las Nieves en busca de auxilio espiritual ante las furias desatadas de la Naturaleza, o, como decía una de las crónicas de DIARIO DE AVISOS, "para por su mediación pedir al Todopoderoso que apague las iras del volcán".
El 24 de julio, que fue domingo, la Patrona palmera salió a las siete y media de la mañana en procesión desde su santuario del monte camino de Breña Alta. Al llegar a la ermita de La Concepción se ofició una misa y a continuación prosiguió la comitiva hasta la parroquia de San Pedro, donde, antes de entrar, la venerada imagen dio vista al volcán y a continuación se ofició de nuevo la liturgia.
Al día siguiente, a las cuatro de la tarde, la comitiva salió de la iglesia -desde la que se apreciaban las luminarias de la erupción del volcán en la cumbre-, camino de la iglesia de Santa Cruz de La Palma, "seguida de una multitud inmensa, que con el mayor recogimiento decía sus oraciones, uniéndose a la suntuosa manifestación de los numerosos vecinos del trayecto que querían unir sus preces".
La comitiva estaba presidida por los alcaldes de Breña Alta, Cabrera Monterrey y de Santa Cruz de La Palma, Rafael Álvarez Melo, así como el clero de las dos parroquias y el arcipreste del distrito, Luis van de Walle Carballo. A las nueve de la noche, la venerada imagen entró en la iglesia de El Salvador, donde fue recibida en medio de un gran fervor y, a continuación se oficiaron solemnes cultos, iniciándose un novenario de rogativa.
"Los fieles de La Palma -dice la crónica de DIARIO DE AVISOS- se aprestan a asistir devotamente a estos piadosos actos para por mediación de su Santísima Madre impetre del Altísimo que apague la gran hoguera en que hoy arden las tierras de La Palma, sumiendo en el dolor y la miseria a numerosos vecinos hermanos nuestros".
El 26 de julio, al día siguiente de encontrarse Nuestra Señora de las Nieves en la capital insular, la actividad del volcán decreció considerablemente. En los días posteriores, y a excepción del 30 de julio, en que se produjo el derrame de lava por el barranco de La Jurada, en la vertiente oriental de la Isla, la erupción cesó en su furia. ¿Milagro? La devoción de la Isla así lo creyó.
El 5 de agosto del citado año, la imagen de Nuestra Señora de las Nieves, "con la fe, nunca desmentida, y el amor, no menos demostrado, en el transcurso de todas las generaciones" -en el emotivo decir de Alberto José Fernández García- inició el viaje de vuelta a su santuario del monte y en 1950, apenas un año después, fecha lustral, volvió de nuevo a la capital insular en su tradicional Bajada.
* Juan Carlos Díaz Lorenzo es Cronista Oficial de Fuencaliente.