domingo, 12 de agosto de 2007

La escala del trasatlántico "Begoña"

El 28 de mayo de 1970 arribó el histórico "liner" de la Compañía Trasatlántica, siendo motivo de un gran recibimiento

JUAN CARLOS DÍAZ LORENZO
SANTA CRUZ DE LA PALMA


A comienzos de la década de los años setenta del siglo XX se sitúa uno de los acontecimientos más recordados en la dilatada historia del puerto de Santa Cruz de La Palma, como fue la escala del trasatlántico español Begoña, que arribó en la tarde del 28 de mayo de 1970 procedente de Venezuela, para desembarcar a un grupo de paisanos que llegaban a la isla con motivo de las fiestas de la Bajada de la Virgen Nuestra Señora de las Nieves. Con ellos, además, se cerró el ciclo lustral que se había iniciado en 1955, cuando fondeó al resguardo del Risco de la Concepción el trasatlántico portugués Vera Cruz.

El trasatlántico español había cubierto el viaje, con escala en Puerto España, (Trinidad) en ocho singladuras y con 110 pasajeros a bordo. De una manera nítida, la prodigiosa memoria y las muchas vivencias de Manuel Marrero Álvarez, que desempeñaba entonces la dirección de la consignataria Viuda e Hijos de Juan La Roche en Tenerife -y que más tarde sería delegado de la compañía en Canarias hasta su jubilación-, nos permiten reconstruir, con todo detalle, aquel entrañable episodio.

La escala del Begoña en La Palma contó con el apoyo muy estimable de Manuel Padín García, por entonces director comercial de tráfico de Compañía Trasatlántica Española, en Madrid, y del propio capitán del buque, Gerardo Larrañaga, a quien se le había informado en la anterior escala en Tenerife, de la previsión de que en el viaje de vuelta entrara en el puerto palmero, ya que la isla estaba en vísperas de la celebración de las Fiestas de la Bajada de la Virgen "y tanto uno como otro no sólo no pusieron inconvenientes, sino que, al contrario, se entusiasmaron con que el Begoña hiciera escala en La Palma".

"Al capitán Larrañaga, ya fallecido -rememora Manuel Marrero- le sedujo mucho la idea, y eso que no conocía el puerto palmero, pues nunca había estado en la isla, ni tampoco había remolcador para ayudarle en caso necesario. Me pidió que le llevara una carta náutica y un portulano y recuerdo que fui a toda prisa a ver a Francisco Simón, en la Comandancia de Marina".

En la fecha señalada, a primera hora de la mañana, Manuel Marrero se desplazó a La Palma en avión y en unión del periodista Juan Antonio Padrón Albornoz, siendo recibidos en el aeropuerto por José Díaz Duque, representante de Consignataria Duquemar, una de las empresas del empresario José Duque Martínez.

A las cinco de la tarde, el muelle era un hervidero de gente. Desde el radioteléfono del motovelero Diana, que se encontraba atracado en el puerto palmero, Manuel Marrero estableció contacto con el capitán del Begoña, cuya silueta ya se divisaba en el horizonte.

"Cuando hablé con el capitán Larrañaga, me dijo que se encontraba aproximadamente a una hora de la llegada y que ya había establecido contacto con el práctico del puerto palmero, que salió a recibirle en su falúa a unas dos millas de la bocana. El práctico era entonces José Amaro Carrillo y González Regalado, un marino portuense que se enamoró de La Palma y allí vivió el resto de su vida. Volví a hablar con el capitán Larrañaga cuando el barco ya estaba enfilando la bocana y me dice: ’Esto va, Manolo. No te preocupes. Sí, sí, vamos pa’ dentro, que los paisanos de La Palma se lo merecen’. Y así metió el barco en la bahía, a las seis de la tarde, en una maniobra espectacular y sin remolcador, que tampoco lo había, y eso que el Begoña era, para su época, un barco de cierto tamaño y sólo tenía una hélice. Gerardo Larrañaga era muy buen profesional y con el ancla y la máquina lo metió bastante justo en el sitio asignado".

El trasatlántico español entró aleteando al viento la multicolor empavesada y al enfilar la bahía de Santa Cruz de La Palma lanzó una salva de cohetes e hizo sonar la sirena, a modo de cordial saludo a la ciudad, cuyo eco se propagó por el risco de la Concepción. Poco después quedó atracado por la banda de estribor entre los buques Diana, Plus Ultra y Sierra Madre.

"Yo nunca había visto tanta gente para recibir a un barco -continúa Manuel Marrero- y eso que estaba acostumbrado al movimiento de pasajeros en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Me quedé impresionado. Aquello excedía ampliamente la mejor de las previsiones. A medida que el barco se fue acercando al muelle, comenzó el griterío, la emoción subió muchísimo, había gente que lloraba, otros recordaban el viaje que habían hecho en el barco cuando se fueron a Venezuela... algo extraordinario lo que vivimos aquella tarde".

Además del capitán Larrañaga, Manuel Marrero evocó también la memoria del primer oficial del buque, José Manuel Blasi; del jefe de máquinas, Jesús Castro y del sobrecargo, Isidro Bilbao, a quien correspondió organizar a bordo una magnífica recepción oficial seguida de una cena a la que asistieron las primeras autoridades de la isla, así como los alcaldes, todo ello en un ambiente muy emotivo y cordial.

"En Santa Cruz de La Palma tuvimos que desembarcar a un pasajero enfermo, que iba a Vigo, siendo hospitalizado y muy bien atendido, continuando después su viaje a su destino. Recuerdo que el barco había hecho escala en Trinidad, donde embarcó un buen número de pasajeros de color que iban a trabajar en Inglaterra. Durante unas horas estuvieron paseando por las calles de Santa Cruz de La Palma, poniendo así una nota exótica a aquella tarde imborrable".

A medianoche, el trasatlántico español continuó su viaje a Santa Cruz de Tenerife, Vigo y Southampton. Poco a poco las luces del barco se difuminaron en la oscuridad de la noche y en Santa Cruz de La Palma, aquel día, se había vivido una jornada intensa y especialmente emotiva.

En una carta que Manuel Marrero Álvarez dirigió a Manuel Padín en relación con la escala del Begoña, fechada al día siguiente, dice textualmente: "¿Será exagerado afirmar que ha sido el recibimiento más apoteósico hecho a un barco? Sinceramente creo que no. Por los recortes de periódicos que te adjunto, puedes apreciar la magnitud del recibimiento. Desde que se divisó en el horizonte, las escenas de alegría y emoción se reflejaron en millares de familiares que esperan a los pasajeros. Ya más cerca, totalmente empavesado, lanzando cohetes y haciendo sonar su sirena, el delirio llegó a límites insospechados, uniéndose en la emoción personas de avanzada edad que se habían desplazado a la capital, sólo para ver de nuevo y al cabo de medio siglo, a un buque con la enseña de la Trasatlántica".



Un barco con historia. El 16 de marzo de 1957, en el puerto de Génova, el trasatlántico italiano Castel Bianco, propiedad hasta entonces de Sitmar Lines, fue transferido a la Compañía Trasatlántica Española y rebautizado Begoña. Al mando del capitán Jesús Meana Brun, al día siguiente hizo viaje a Barcelona, donde fue sometido a una modernización, en la que se eliminaron los dormitorios y se redujo el número de pasajeros en clase turista, quedando con capacidad para 830 plazas.

El 4 de abril siguiente arribó por primera vez al puerto de Santa Cruz de Tenerife, con 214 pasajeros en tránsito, a los cuales se sumaron otros 238 canarios con destino a Venezuela, de los que 150 formaban parte de la primera expedición del plan de reagrupamiento familiar. En el muelle Sur compartió atraque aquel día con los trasatlánticos italianos Roma, en viaje a Australia, y Lucania, que competía en la línea de Venezuela. De regreso a España, en mayo de 1957, el trasatlántico Begoña hizo su primer viaje a Australia y el 20 de junio arribó a Sydney.

En mayo de 1958 el Begoña hizo su primera escala en Southampton. Desde hacía veinte años, ningún otro trasatlántico español había recalado en el citado puerto inglés. La línea, por entonces, seguía un itinerario con escalas en Bilbao, Santander, La Coruña, Vigo, Cádiz, Las Palmas, Santa Cruz de Tenerife, La Guaira, Cartagena, Kingston y Curazao, y regresaba vía La Guaira, Santa Cruz de Tenerife, Vigo, Santander y Southampton.

En mayo de 1965 rescató a los nueve tripulantes de la goleta noruega Mary Norman, que había naufragado frente a las costas de Grenada, en las Pequeñas Antillas y fueron desembarcados en La Guaira para su posterior repatriación por la embajada de Noruega.

El 30 de diciembre de 1967, en viaje de La Guaira a Santa Cruz de Tenerife, el médico de a bordo informó al capitán del buque, Francisco Onzáin Suárez, que uno de los cocineros tenía una grave hemorragia y precisaba con urgencia de plasma sanguíneo para una transfusión de sangre. El capitán, viendo el desespero del médico y que el barco se encontraba a unas 2.000 millas del puerto tinerfeño, pidió auxilio por radio a la estación del Coast Guard en San Juan de Puerto Rico, quien, a su vez, lo notificó a la oficina central de Nueva York.

El capitán contó el caso con detalle y desde la estación preguntaron qué tipo de sangre necesitaba, situación del buque, velocidad y rumbo. El U.S. Coast Guard ordenó la salida de un avión desde la base de Kindley (Bermudas) y le notificó que a mediodía del 31 se encontraría volando sobre el trasatlántico y que cuando fuera avistado parara máquinas y arriara un bote para recoger el líquido, que sería arrojado en paracaídas.

Al día siguiente, todo ocurrió como estaba previsto. El encuentro se produjo en la posición 23º 24’ N y 37º 52’ W. Cuando se avistó el avión, ya se había arriado un bote a motor con un equipo de radio y se dispararon las boyas fumíferas anaranjadas para su rápida localización.

El avión hizo tres vuelos rasantes y lanzó tres pequeños paracaídas con cinco litros de sangre congelada. El comandante de la aeronave ofreció medicinas diversas y un equipo quirúrgico, y dijo que si se consideraba necesario operar al paciente lanzaría en paracaídas a dos enfermeros especializados para ayudar al médico del buque.

El capitán del Begoña manifestó que la sangre era suficiente y que el avión ya podía regresar a su base, aunque éste se mantuvo dando vueltas sobre el barco hasta que el bote fue de nuevo izado a bordo.

A modo de despedida, el capitán Francisco Onzáin se expresó en los siguientes términos:

-Capitán: "¡Comandante, Estados Unidos es el país más grande que hay en el mundo!".

-Comandante: "¡Sí, capitán. Madrid también es muy bonito!"

-Capitán: "Muchas gracias".

-Comandante: "Gracias?... de nada, amigos".

Después de describir un nuevo círculo a modo de saludo alrededor del buque, el avión regresó a su base en Bermudas, en un viaje en el que recorrió 5.615 kilómetros e invirtió en total unas siete horas y media de vuelo, logrando salvar así la vida del tripulante del Begoña.

El 5 de enero de 1968 arribó al puerto de Santa Cruz de Tenerife y el tripulante fue ingresado en el viejo hospital y todo terminó felizmente, excepto para el capitán, pues el buque tenía previsto entrar en dique, en Ferrol, y suponía dos meses de descanso. Pero entonces recibió desde Madrid una orden de transbordo al trasatlántico Montserrat y se quedó sin vacaciones, como "premio" a su conversación por radio.

Unos meses después de la triunfal escala en La Palma, el 6 de julio de 1970, el trasatlántico Begoña pasó frente a las costas de Garachico. A bordo llevaba una estatua del Libertador Simón Bolívar, que fue emplazada en la citada villa y puerto del Norte de Tenerife, así como más de un centenar de pasajeros procedentes de Venezuela, alguno de los cuales, ante la emoción, no resistió la tentación de lanzarse al agua y alcanzar a nado la orilla de su tierra natal.

"El barco se acerca a la costa -escribe Carlos Acosta-, hay un enorme gentío en el viejo muelle, suenan cohetes y el barco se detiene. La emoción es enorme. Son casi las tres de la tarde y el ambiente es de una explosión de emociones y alegrías. Luego, casi todo el pueblo se traslada a Santa Cruz en interminable caravana, para recibir a los "indianos". Allí, en el puerto de Santa Cruz, se repiten las escenas emotivas".

En su último viaje, este buque protagonizó acaso el capítulo más emocionante de su dilatada vida marinera. El 4 de octubre de 1974, después de embarcar 150 pasajeros, zarpó del puerto tinerfeño -capitán, José Luis Tomé Barrado- en viaje a La Guaira, Curazao, Kingston y Trinidad. A bordo viajaban, en total, 870 pasajeros y 120 tripulantes.

Cuando se encontraba a una distancia aproximada de 1.600 millas del puerto tinerfeño, de modo imprevisto se apagó una de las dos calderas de la sala de máquinas y ante el temor de que el buque pudiera quedar sin propulsión ni gobierno, el capitán previno al remolcador de altura Oceanic, que se encontraba entonces a unas 200 millas del Begoña.

Mientras pudo, el trasatlántico continuó el viaje por sus propios medios, con una sola caldera, a una velocidad de 14 nudos y con la escolta del remolcador tras su estela, pendiente de los acontecimientos. Pero el tiempo empeoró y ante el riesgo que comportaba correr un temporal en pleno Atlántico con casi mil personas a bordo, el capitán Tomé Barrado decidió solicitar el auxilio del remolcador y ambos recalaron, sin mayor novedad, en aguas de Bridgetown, el 17 de octubre, desde donde los pasajeros continuaron su viaje en avión hasta sus respectivos destinos.

La avería del Begoña frustró un homenaje de despedida que se estaba organizando en el puerto tinerfeño para el viaje de vuelta y en el que tomaría parte el gobernador civil de Santa Cruz de Tenerife, Ra- fael González Echegaray, que había sido vicepresidente de Trasatlántica cuando la compañía adquirió el barco, y cuya firma aparecía en el documento de compra-venta.

Desde Bridgetown, el veterano Begoña regresó a España a remolque del remolcador español Ibaizábal I, y aunque inicialmente se dijo que sería llevado a Vigo, fue remolcado a Valencia y después a Castellón, donde sería desguazado.

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