domingo, 22 de octubre de 2006

Algunas citas de la malvasía

Juan Carlos Díaz Lorenzo (Cronista Oficial de Fuencaliente de La Palma)
Fuencaliente


A Julio Rodríguez,
maestro de enólogos


A comienzos del siglo XVI, en el valle de Aridane, mosén Juan Cabrera, camarero mayor del rey Fernando el Católico, plantó posiblemente las primeras viñas en la Isla de La Palma, fruto del reparto de tierras de secano y de regadío en la Caldera de Taburiente. En 1514, los licenciados Cristóbal Valcárcel y Vasco Bahamonde recibieron propiedades en las que también plantaron viñas de riego en la cabecera de la Caldera de Taburiente.

En las tierras de Fuencaliente se debieron plantar viñas a mediados del siglo XVI. El primer núcleo de población se remonta, como mínimo, al año 1522, si consideramos los datos del archivo de la parroquia de San Antonio.

Uno de los más conocidos cronistas de Canarias de la época, Abreu Galindo, cita que "hay en esta isla cantidad de vinos extremados, por ser de sequero, y más seguros para navegar en peruleras que los demás vinos de las otras islas".

Sin duda, importante debió ser el cultivo de la vid y la elaboración de vino en La Palma del siglo XVI, cuando a comienzos del XVII, en 1611, se publican las Ordenanzas del Cabildo, mandadas "juntar en un cuerpo" y dirigidas al buen gobierno de la Isla.

La malvasía es la mejor parra de todo el Archipiélago y, en el caso de Fuencaliente de La Palma, la de clase más superior. El cultivo de esta variedad en Canarias ya la cita José Núñez de la Peña en 1676, en su libro Conquista y antigüedades de las Islas Canarias.

La malvasía de las islas proviene, posiblemente, de Madeira, donde fue plantada por orden de Enrique el Navegante, quien hacia 1427 mandó llevar la variedad de uva malvasía de la isla de Creta, y a Canarias debió llegar hacia 1497, de manos del conquistador Fernando de Castro, que era portugués y marchó a Madeira con permiso del adelantado Alonso Fernández de Lugo, desde donde regresó al cuartel general de los conquistadores castellanos, que por entonces estaba en Los Realejos, para beneficiarse del reparto de tierras y aguas, según declararon Hernando o Fernando Trujillo y otros y se confirma en la "Reformación del Repartimiento de Tenerife de 1506 por el licenciado Ortiz de Zárate".

Sin embargo, es erróneo, como dice Viera y Clavijo en su Diccionario de Historia Natural, que la malvasía viniese "de una pequeña isla de Grecia, llamada Malvasía y antiguamente Epidaura, sobre la costa oriental de la Morea, distante un tiro de pistola de la tierra firme".

El naturalista francés Bory de Saint Vincent, en su libro Ensayo sobre las Islas Canarias y la antigua Atlántida o Compendio General de la Historia del Archipiélago Canario, publicado en 1803 -siete años antes que el Diccionario de Viera y Clavijo-, dice:

"Pero no se puede dudar que la planta que produce la clase de vino licoroso, conocida con el nombre de ’Malvasía de Canarias’ ha sido importada por los españoles, y haya venido a través de Madeira, de una ciudad de Morea".

Viera y Clavijo la define de la siguiente forma:

"MALVASIA, vitis epidáurica. Vinum Malvaticum. Nombre de la parra y vino dulce de sus uvas, que se hace en la isla de Tenerife y La Palma, por entenderse que esta especie de vid, es originaria de una pequeña isla de Grecia, llamada Malvasía, y antiguamente Epidaura, sobre la costa oriental de la Morea, distante un tiro de pistola de la tierra firme. Sin embargo, la tradición más recibida, entre propios y extraños es de que dicha casta de parra no nos vino en derechura de la Isla de Malvasía, sino de la de Candía, que en lo antiguo se llamó Creta, por lo que hemos visto le llama a este vino que da esta parra Vino Creticum y todavía hay en Tenerife, un pago de viñedos, con el nombre de Candía, que es título de marquesado".

El marquesado de Candía corresponde al título de Dos Sicilias, concedido el 17 de noviembre de 1735 a Cristóbal-Joaquín Franchy y Benítez de Lugo. Convertido en título del Reino de España, el 2 de marzo de 1818 (Real Despacho del 3 de septiembre de dicho año) a favor de Juan-Máximo Franchy y Grimaldi. En 1940, Leopoldo Cólogan y Osborne Zulueta y Vázquez se convirtió en el quinto marqués.

Esta variedad es conocida en la Península con los nombres de blanca-roja, rojal blanca, suavidad, subirat parent -en Valencia- y una de arroba, en La Mancha.

La descripción más actual de esta variedad es la siguiente:

"Tronco vigoroso, sarmientos fuertes, poco ramificados, sección transversal: circular, estriados; entre nudos de nueve a 10 centímetros. Hoja de color verde fuerte, pentagonal-orbicular, tamaño medio, seno peciolar en U abierta. Racimos de tamaño medio y granos de uva también de tamaño medio, de color ambarino, con pruina, de forma esférica, pulpa jugosa, zumo incoloro, sabor neutro, que desarrolla como aromas secundarios después de la fermentación y que aumenta con la crianza en madera. Una pepita por grano".

Hay otras variedades de malvasía. La ’morada’, llamada también ’versicolor’ de racimos laxos, uvas color amatista. La malvasía ’rosada’ o ’rosadita’, es también conocida como ’dulcissima’, muy superior ambas, a la variedad de Lanzarote, en calidad, ya que la de aquella isla produce más kilos por parra, pero es menos aromática. Y nos queda la variedad de malvasía de Sitges, que hay quienes piensan que aquella procede de Fuencaliente, aunque esta opinión no está demostrada.

Thomas Nichols, en su relación incluida en los "Viajes" de Purchass, decía en 1526 que, junto a los vinos tinerfeños de la Rambla, figuraban los caldos palmeros de Las Breñas, semejantes a la malvasía, con una cosecha de 12.000 pipas anuales.

En el siglo XVI, el ingeniero italiano Leonardo Torriani, cuando visitó La Palma, decía que la Isla producía excelentes vinos, de los cuales se embarcaban en la rada de la capital palmera más de 4.000 pipas al año con destino a las Indias.

En esa época, el viajero portugués Gaspar Frutuoso, en su libro Saudades da Terra, hacía referencia a la gran calidad de los vinos de La Palma, que alcanzaron su máximo esplendor durante los siglos XVII y XVIII, con una masiva exportación a Inglaterra y América.

Un siglo más tarde, Sir Edmond Scory, en sus Observaciones sobre el Pico de Tenerife, también publicada por Purchass, distingue los dos géneros insulares del vino: el vidueño y la malvasía. La malvasía, extraída de un racimo grueso y redondo, "parece poder atravesar los mares, sin dañarse ni alterarse, rodeando al mundo de un polo al otro".

Viera y Clavijo consignó las variedades de las malvasías: negra, rossa, blanca, rouge, que se cultivaban en Candía, viñedos del Póo, Toscana o Mediodía de Francia. La malvasía de La Palma, la gran malvasía, lo mismo que la de Tenerife, es un "gran vino de mesa" dulce, licoroso y perfumado, como así la triadjetivó el propio Viera.

Desde sus comienzos, la malvasía fue presagio de un afortunado negocio. La devoción inglesa -malmsey, en su lengua- le dio una nueva dicción en su diccionario: sack, derivándola de la denominación "Canary Sack" con que distinguió a nuestros vinos generosos.

George Glas, el viajero escocés, también consigna la elaboración canaria de la malvasía y se refiere al corte verde de las uvas para obtener un vino seco. Entre sus propiedades, a dos o tres años de edad, difícilmente puede ser distinguido del vino de Madeira y cuando tiene más de cuatro años se vuelve meloso y azucarado, asemejándose al vino de Málaga.

Sin embargo, la cita más afamada de los vinos de malvasía está en boca de Shakespeare. En la segunda parte de El Rey Enrique IV, Doll Teart-Sheet irrumpe alegre en la taberna de Eastcheap. Su posadera, mistress Quickly, advierte que ha bebido demasiado "Canarias, vino maravillosamente penetrante y que perfuma la sangre". En Noche de Reyes o como queráis, sir Toby Belch recomienda al decaído sir Andrew Aguacheek, la copa de Canarias que le falta. Todavía encontramos otra cita shakesperiana extraída de Las alegres comadres de Windsor, donde el dueño de la posada de Inn se despide para beber Canarias junto con su honrado caballero Falstaff.

Y del vino, los bebedores. El personaje más famoso de esta época es, sin duda, el duque de Clarence, de quien la leyenda dice que pidió morir ahogado en un barril de malvasía.

Cuando el último prefecto francés de la Lousiana, en el brindis rendido a España en el momento en que su antigua colonia se acoge bajo la bandera de la Unión Americana, el 20 de diciembre de 1805, se solemniza al levantar las copas en honor de España y de su Rey con vino de Canarias.

El caballero Casanova, preso en la cárcel veneciana de Los Plomos, relata en sus memorias el encuentro en ella con un recluso ilustre, "dueño de aquella cantidad de malvasía capaz de aliviarle la lóbrega estancia de su infortunio".

El novelista norteamericano Mayne Reid, al relatar en Guillermo el Grumete o Las reliquias del Océano, el naufragio del velero Pandora, deja que flote sobre las aguas como una mágica evocación exótica un tonelito de Canarias. El negro Bola-de-Nieve explica la presencia del tonelito entre los náufragos. Él mismo, viéndole flotar, se había apresurado a recoger "tan preciosa reliquia".

René Verneau se refiere a esta variedad en los siguientes términos:

"Pero... ¡qué vinos! No hay nadie que haya saboreado los grandes vinos secos, el moscatel y la malvasía de este país que pueda olvidarlos. Lo repito, son de los mejores que se cosechan en el mundo entero. Los dulces (moscatel y malvasía) son claros, límpidos y de ningún modo empalagosos, como algunos de los vinos que traemos de España. Por eso, aunque el precio pueda parecer un poco elevado, estoy convencido de que el negociante que los dé a conocer entre nosotros no dejará de venderlos en condiciones muy ventajosas".

La decadencia del gusto por la malvasía vino como consecuencia de la Guerra de los Siete Años, en que cedió su plaza a los vinos de Francia y creció el gusto por los vinos de Madeira. Entonces cobraron fama en las islas los vidueños, que gozaron de halagüeñas esperanzas, pues hacia 1783, EE.UU. e Inglaterra les abrieron las puertas de sus mercados.

El espejismo duró poco. La competencia de los vinos de Jerez y Madeira, así como las barreras arancelarias, estrangularon cualquier reinicio del esplendor perdido. En 1848 la decadencia era evidente.

En 1877 y 1898, los vinos de Canarias concurrieron a las exposiciones de Madrid y París. Patricio Estévanez, en un artículo publicado en La Ilustración de Canarias, detiene su pluma sobre los vinos de la muestra parisina y dice: "La Madera ha obtenido el gran premio de honor y nosotros gracias que hemos obtenido unas cuantas medallas". La sentencia se había pronunciado.

No hay comentarios: