JUAN CARLOS DíAZ LORENZO (*)
Fuencaliente
Veintidós años después de la erupción del volcán de San Juan se produjo la del volcán de Teneguía, surgido en una suave pendiente situada al sur del majestuoso cráter del volcán de San Antonio. Los primeros temblores de tierra comenzaron a sentirse a partir del 15 de octubre de 1971. Dos días después llegó a Fuencaliente el gobernador civil de la provincia, Antonio del Valle Menéndez, acompañado del delegado del Gobierno, Francisco Laína García, siendo recibidos por el alcalde del municipio, León Bienes Hernández.
Ante la carencia de medios técnicos y temiendo que se tratase de una erupción volcánica, el gobernador civil, ingeniero de Minas de profesión, mandó colgar una plomada a modo de sismógrafo rústico de la lámpara del despacho de la alcaldía. El modo de funcionamiento era bien sencillo. Si cuando se producía el temblor de tierra la plomada oscilaba de modo horizontal, no había mayor preocupación, pero si oscilaba de modo vertical, significaba que el posible volcán estaba cerca.
Entre los días 21 y 24 se acentuaron los movimientos sísmicos, hasta el extremo de que la Estación Hidrofónica de la Universidad de Columbia (EE.UU.) ubicada en Puerto Naos -en realidad, una instalación de la U.S. Navy para controlar el paso de submarinos soviéticos por la zona-, detectó una serie de registros que inicialmente interpretaron como un fenómeno extraño. Sólo el día 22 se contabilizó unos mil movimientos, a razón de cuatro por minuto, que causaron el agrietamiento de algunas viviendas y el desplome de paredes y riscos, por lo que todo apuntaba a una inminente erupción volcánica.
El 26 de octubre, alrededor de las tres de la tarde se percibió una serie de ruidos subterráneos y varias explosiones de regular intensidad, elevándose, poco después, una densa columna de humo negro que señaló el comienzo de la nueva erupción volcánica. La noticia, de inmediato, se conoció ampliamente en pocos minutos y el nombre de Fuencaliente y de La Palma quedó asociado, una vez más, a la historia de los volcanes de Canarias.
Para el nuevo volcán se contemplaron inicialmente, entre otros, los nombres de El Búcaro, San Evaristo y San Estanislao, siguiendo la costumbre palmera de utilizar hagiónimos para este tipo de acontecimientos telúricos. Al final se decidió Teneguía, debido a la proximidad del roque de su mismo nombre y el empeño de los periodistas acantonados en el bar "Parada" -Domingo Acosta, Gilberto Alemán y Luis Ortega, entre otros- y un grupo de jóvenes fuencalenteros, entre los que estaba Octavio Santos Cabrera, corresponsal de DIARIO DE AVISOS.
"El día que reventó el volcán estaba vendimiando en Las Machuqueras, a unos cuatrocientos metros, más no era. Yo sentía un zumbido y mirada al cielo, pensaba en un avión, ¿pero tan alto va que no se ve? Ya me parecía mucho ruido. Dije para mí: ¡no, esto está cerca...!" Así recuerda el agricultor Jesús Ramón Pestana Cabrera (1945), vecino de Fuencaliente, los primeros momentos de la erupción del volcán de Teneguía, de la que, tal día como hoy, se cumplen 36 años de su final. Él fue, con toda probabilidad, la primera persona que presenció el comienzo del singular acontecimiento y su memoria, tan precisa como exacta, constituye un documento oral de primera magnitud.
"Había terminado de vendimiar -prosigue- y dejé seretas y todo. En aquel momento estaba solo, cuando subo un poco y me dio por mirar hacia abajo, miro al malpaís y veo una lengua de fuego reventando allí mismo, una hilera recta ardiente. ¡¡Entonces sí cogí miedo!!, ¿no iba a coger miedo? Cogí miedo y partí a correr. Cogí por la Cuesta Cansada hacia fuera, que era por donde más derecho salía y no cogí vueltas ni nada. Dije para mí: ¡¡corre, corre para fuera, corre para Los Canarios!!".
"Primero pensé que era el volcán de San Antonio que había reventado otra vez, no pensé que fuera un volcán nuevo. Subí rápido y donde primero llegué fue al borde del cráter del volcán de San Antonio para vigilar al otro desde arriba. Cuando llegué allí ya había más gente, como diez o doce personas. Los primeros bufidos que dio fueron a las tres en punto de la tarde. Allí, donde reventó, había un ’golpe’ de higueras grande y se las zambulló en un momento. Las bocas chicas, las de aquí arriba, salieron donde antes estaban las higueras".
"Como a la hora llegó la Guardia Civil y empezó a atajar gente. Por cierto, que a uno de los primeros que mandaron fue a mí para que la gente no se metiera abajo, en el volcán, porque a algunos les parecía una fiesta. Cada rato que pasaba el fuego era más alto. Como a las tres horas eso levantaba cuarenta o cincuenta metros de altura y al oscurecer ya se veía desde el pueblo. Había días que levantaba del volcán de San Antonio para arriba más de 500 metros. A mí eso me impresionó mucho. Cuando era de noche cerrada y daba una explosión grande, podías leer una carta de la luz que daba. La lava bajó rápido, en tres o cuatro horas llegó abajo. Caminaba a más de un paso de una persona. Yo creí que la playa y el faro se lo llevaba, porque iba derecho rumbo a él, total, ¿qué le faltó?".
El relato de este fuencalentero, que tenía 26 años de edad en 1971, no tiene desperdicio: "En casa no fuimos para ningún lado. Estábamos en plena vendimia. Nosotros, cuando eso, teníamos mucha cantidad de viña. Cogíamos más de sesenta pipas de mosto. Además, aquel era un año fuerte de uvas. Tuvimos que pedir un permiso al Ayuntamiento para poder pasar con los furgones, porque había mucha viña ahí debajo y viña por todos lados y eso estaba trancado de tanta gente que había. A los pocos días volví a vendimiar lo que quedaba al lado del volcán, sin miedo ninguno, porque ya se sabía que la lava iba para abajo. Uno miraba para allá y sabía que aquí no llegaba; y lo más cerca que estuve sería como a unos trescientos metros, o quizás menos. El volcán pegando bufidos y yo vendimiando (risas). Él estaba con su jaleo y yo en lo mío (risas). El día después de que reventó el volcán volví donde mismo había estado y allí estaban las seretas y las tijeras. Estaban donde mismo las dejé. ¿Quién se metía ahí debajo? ¡Ahí nadie se metía!".
En los primeros momentos, la actuación del nuevo volcán fue eminentemente explosiva y a lo largo de la tarde del primer día fueron surgiendo nuevos focos eruptivos, que comenzaron a derramar lava por dos corrientes a través de una fractura del terreno en dirección Norte-Sur, una de las cuales se precipitó sobre la costa y alcanzó el mar, mientras que la otra siguió en dirección al faro de Fuencaliente.
Un grupo de geólogos y vulcanólogos -entre otros José María Fuster, Alfredo Hernández-Pacheco, Telesforo Bravo y un joven Juan Carlos Carracedo, recién licenciado, además de otros extranjeros- estudiaron el fenómeno con detalle y llevaron un mensaje de tranquilidad a los habitantes de Fuencaliente. La lava, decían los expertos, brotaba a una temperatura de 1.100 grados centígrados y discurría por la corriente a un promedio de 120 metros por hora a 850 grados. Al entrar en contacto con el agua del mar, la temperatura del agua en la orilla superaba los 60 grados.
El día 27, la actividad del volcán fue más intensa, en una actuación de tipo estromboliano, concentrándose en dos puntos de la fractura e iniciando el levantamiento de dos pequeñas montañas de escorias, continuando con el derrame de lavas. El pueblo de Fuencaliente recibía visitantes a raudales y los bares "no daban avío a las papas arrugadas y vasos de vino", recuerda Agustín Rodríguez Fariña.
El día 28, la actividad se hizo más intensa, reanudándose los movimientos sísmicos que concluyeron con la aparición de una nueva boca en torno a las once de la mañana, mientras que el foco principal mantuvo grandes proyecciones de material y derramó importantes caudales de magma fluido. Para entonces ya se había formado un cono volcánico de cierta entidad, tipo herradura y abierto hacia el Norte, al tiempo que las emisiones de lava alargaron su cauce.
Durante la noche del 29 al 30, el volcán intensificó la potencia de la erupción, mostrando un comportamiento de tipo estromboliano, con explosiones más fuertes y frecuentes, así como con una mayor salida de lava. El día 30 transcurrió en términos similares y en la noche se advirtió que el foco inicial presentaba una forma clara de herradura, orientándose hacia el Este.
A mediodía del 1 de noviembre comenzó una nueva actividad sísmica coincidiendo con una importante actividad de fumarolas. Casi a la una de la tarde se produjo un movimiento de notable intensidad que liberó la formación de un tercer foco de emisión, presentando, al mismo tiempo, tres pequeñas aberturas conectadas entre sí, con una actividad explosiva y proyectando piroclastos finos y trozos de lava, todo ello con una cadencia rítmica y un reposo de entre 0,5 y cinco segundos, alcanzando en la noche su máxima actividad explosiva. El primer foco de emisión quedó reducido al flanco occidental, como consecuencia del derrumbe del dorso oriental, motivado por la acción de coladas que arrastraban en su seno bloques procedentes del desmantelamiento del cono del primer cráter.
El día 3 decreció el ritmo de la erupción del volcán y el cono en herradura del primer cráter terminó por orientar la salida de lava hacia el SE, mientras que el segundo foco entró en período de inactividad y el tercero sólo arrojó gases a intervalos separados. El día 4, la actividad general continuó en descenso, aunque el primer foco registró una mayor emisión de lavas y el segundo foco se mantuvo en reposo. A lo largo del día 5 se produjo un aumento relativo de la actividad eruptiva, en el que el segundo foco lanzó gases y piroclastos.
El día 6 se produjo uno de los fenómenos más destacados, al derrumbarse la gran masa de escorias y lavas acumuladas en torno al primer foco, originando una avalancha que se extendió rápidamente por la costa suroccidental de la Isla. Este cambio motivó, además, un espacio libre para las coladas lávicas, al tiempo que se produjo una notable actividad de fumarolas, formadas por una elevada proporción de óxido de carbono y otros gases tóxicos, actividad que se incrementó de modo considerable el día 7, lo mismo que en los cráteres.
Hacia las dos de la madrugada del día 9, después de importantes seísmos y explosiones, apareció una nueva fractura eruptiva orientada al NW y ubicada en el campo de fumarolas existente entre los dos cráteres secundarios. En el inicio de la actividad del cuarto foco de emisión, se distinguían tres puntos eruptivos diferentes a modo de sopletes gaseosos, que luego provocaron la formación de dos pequeños hornos. El primer cráter se mostró mucho más activo, con la emisión de abundantes lavas y el arrojo de escorias de modo continuado.
El día 10 el volcán presentó un cuadro netamente explosivo. El primer cráter proyectó escorias a más de 300 metros de altura, mientras que los dos restantes permanecieron prácticamente inactivos. A media tarde y próximo a la cuarta boca surgió una nueva, de carácter explosivo, en forma de soplete gaseoso y más tarde se produjo la apertura de una sexta boca, aunque de menor entidad. Al día siguiente, el volcán se encontraba en plena actividad. Menos el cráter principal, todos los demás registraron explosiones diversas y del primero brotaba lava fluida en dirección al mar con notable velocidad.
El día 17 se constató la decadencia progresiva del primer cráter, mientras que en los dos últimos se registró un aumento de la energía, desbordándose la lava del canal principal al no tener posibilidad de evacuar con la rapidez necesaria. La abundancia del material lávico del cuarto cráter hizo que inundara el quinto y en la mañana del 18, éste tomó el relevo del cuarto, desbordando una charca lávica, aunque se advirtió un notable descenso de la actividad volcánica, cesando las manifestaciones eruptivas y entrando en una fase de fumarolas, que se mantuvo durante bastante tiempo.
Fue una erupción corta, pues la plena actividad cesó el 18 de noviembre siguiente, es decir, que tuvo un período activo de 24 días. Durante este tiempo, miles de personas presenciaron la erupción. La impresionante afluencia motivó la ordenación del tráfico rodado, en el que la Guardia Civil se empleó con gran desempeño, desviándolo en el sentido de las agujas del reloj, por la Cumbre y las Breñas hacia Fuencaliente, continuando a Los Llanos, dado que el movimiento de coches y personas fue realmente importante, alcanzando, en algún momento, los quince mil visitantes.
Viajar a La Palma resultó complicado ante la impresionante demanda de plazas, tanto en avión como en barco, pues ni Iberia ni Trasmediterránea incrementaron su oferta. Sería la compañía Spantax la que hizo posible que llegara un mayor número de visitantes a la isla, gracias a los vuelos "charter" de los viejos cuatrimotores.
Meses después del final de la erupción era posible encontrar en algunos puntos del volcán temperaturas superiores a los 400 grados. Hoy en día, todavía se aprecia el calor latente en algunas fisuras del cráter. En prospecciones geotérmicas recientes, a unos veinte metros de profundidad todavía mantiene 200 grados de temperatura.
*Juan Carlos Díaz Lorenzo es Cronista Oficial de Fuencaliente
No hay comentarios:
Publicar un comentario